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Abril de 2022
 
En esta ocasión les acercamos el texto “Dos palabras sobre Oscar Masotta” de Germán García. En este texto presentado en 1978 en la Escuela Freudiana de Buenos Aires Germán García discurre sobre los efectos que tuvo la enseñanza de Oscar Masotta (1930-1979) quien murió el año siguiente. Allí Germán García dice:

Porque he leído a Masotta y también lo he escuchado, sigo leyéndolo y algunas veces me interrogo por la diferencia entre la enseñanza y el aprendizaje. Una misma enseñanza -la de Masotta-produjo muchos aprendizajes: ahí se encuentra la transferencia. Cuando Masotta se fue algunos ex compañeros de las reuniones de estudio que dirigía, pasaron a estudiar conmigo. ¿Por qué una enseñanza había provocado diferentes aprendizajes?” (1978)

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DOS PALABRAS SOBRE OSCAR MASOTTA* (Germán García)

Si alguien escucha, quiere ser escuchado. Si alguien habla, quiere ser hablado. Que hoy estemos aquí para hablar de los libros de Masotta significa que hablaremos de su enseñanza, suponiendo este juego invocante con resonancias de Otro. Queremos hablar de esa enseñanza en un momento fundamental de la Escuela, marcado por la interrogación de la sagrada trinidad de las instituciones psicoanalíticas: didáctico/enseñanza/supervisión. Se discute si el didáctico y la supervisión son una transmisión de "saber" y algunas veces se concluye en que el "saber" tiene que ser excluido, cayendo en la connaturalidad del mismo que se llama experiencia. Al triángulo en cuestión le falta un cuarto elemento, el analizante. Esto no quiere decir que la teoría dice lo que el analizante dijo -Freud era más etnólogo que etnógrafo-, sino que eso que se descifra de una práctica constituye el discurso psicoanalítico. Freud gustaba de lo que su época llamó "literatura comparada". En Tótem y tabú busca las "reglas" que permiten homologar el discurso de la fobia al del tótem, el de la neurosis obsesiva al del tabú, etc. El discurso psicoanalítico no es la suma de esos dos, sino la operación misma donde uno se deja descifrar por otro en la producción de un tercero. Ni aplicación, ni exclusión entre el discurso del "paciente" y el discurso de la "teoría": un análisis no es la suma de estos dos, sino lo que se produce donde esto mismo desaparece por el goce del Otro.

Porque he leído a Masotta y también lo he escuchado, sigo leyéndolo y algunas veces me interrogo por la diferencia entre la enseñanza y el aprendizaje. Una misma enseñanza -la de Masotta- produjo muchos aprendizajes: ahí se encuentra la transferencia. Cuando Masotta se fue algunos excompañeros de las reuniones de estudio que dirigía, pasaron a estudiar conmigo. ¿Por qué una enseñanza había provocado diferentes aprendizajes? La transmisión del psicoanálisis supone ciertos efectos como verdad de lo trasmitido: la escuela que soportamos y nos soporta es la enseñanza de Masotta.

Nosotros tratamos de enseñar y en la transmisión que proponemos se encuentra transformada de alguna forma la enseñanza que recibimos: lo que escuchamos, lo que leímos. ¿Por qué en un grupo de estudio se anota el comentario que el llamado "coordinador" hace sobre un texto que se deja pasar de largo? Extraño prestigio de la voz que hace que alguien pague por escuchar las palabras de otro al que no estaría dispuesto a leer. Hay quienes coleccionan clases dictadas por Masotta, pero ignoran lo que escribió. Cuando escucho hablar tengo la última palabra del otro, cuando leo un texto se me_ deja la última palabra. ¿Qué diré de eso que cualquier otro sabe tanto como yo?

Alguno que enloquece por fotocopiar la traducción de algún capítulo desconocido de Lacan, pierde el interés por el libro cuando el mismo aparece en el mercado. El texto que todavía no llegó, la palabra que aún no fue impresa, puede constituir una consigna capaz de anudar los grupos. Habrá entonces inclusiones y exclusiones y una prestancia inevitablemente aleatoria permitirá trazar, por un instante, la línea ilusoria de una segregación cualquiera.

¿Cuál es la satisfacción de un grupo que paga para escuchar como algún otro calificado deletrea en voz alta un texto que luego correrá a revisar, para garantizarse el saber que le cuentan? No deja de existir cierto escándalo en esta idea de un "saber" que se reduce a la reproducción puntual de un discurso constituido. Baranger dijo alguna vez: ni rutinarios, ni delirantes; sensatos. Algunos de los nuestros le corean el ingenio.

El aprendizaje surgido de la enseñanza de Masotta me hace suponer que se trata de otra cosa: la escritura, la transmisión, la práctica.

Si Masotta puede afirmar que un cierto borgismo siempre será pertinente es porque la escritura aparece en su discurso como aquello que puede ser realmente fundamental. ¿No se funda el psicoanálisis en lo escrito por Freud, incluso en aquello que hubiese querido tirar a la basura? Freud desespera de la imposibilidad de escribir su práctica, desespera de esa "literatura" que lo atraviesa y lo aleja de las certidumbres de sus semejantes en el ideal de la ciencia.

¿No han leído la forma en que la introducción a la lectura de  Lacan que propone Masotta, se va doblando en llamadas al pie de página que proliferan en una multiplicación medusante?

Masotta desespera varias veces su intento de escribir sobre Roberto Arlt. ¿Cómo transcribir el discurso de Lacan y, a la vez, escribir un discurso sobre el mismo? Si repito traiciono, si transformo es porque quiero repetir.

Algunos que rechazaban la oscuridad de Masotta hace unos años aplauden en la actualidad su claridad.

La enseñanza de Masotta se diferencia de entrada por dirigirse hacia la promoción de una práctica -la del psicoanálisis-, en un momento que se podía caracterizar por el reino de la crítica. Esa crítica pensada como intervención de la política en la "teoría", dejaba de lado la política misma de la teoría en tanto discurso. El discurso, en efecto, se sostiene por el lazo social que garantiza por su práctica y funciona como "mediación" simbólica cuando se autoriza como científico por cierta relación con lo real. La inspiración hegeliana del término mediación obliga a ciertas comillas, hasta que se pueda interrogar en qué forma la repetición disuelve su pertinencia psicoanalítica.

La práctica del psicoanálisis, en lo que tiene de radical, supone interrogar el fundamento ético de la crítica y la inevitable agitación de algunas almas bellas que ésta parece provocar. Práctica de un discurso, que no puede soportar ni amparar la creencia de una concordancia entre dos palabras (la del analista / la del analizante) que se anudan por la impensable hermenéutica de un saber que algún metalenguaje podría controlar. Práctica que es tanto instituyente como institución, proceso y producto, en lo que se descifra (sin el quién descifrador) de lo que Freud llamó procesos primarios. Si esta práctica es un acto del discurso, aquella enseñanza de Masotta fue el discurso de un acto: la fundación de la Escuela Freudiana. Retroactivamente, esta Escuela aparece como el síntoma de aquella enseñanza.

Pero, además, aquella enseñanza sigue ocurriendo en lo escrito por Masotta: discurso, más que letra, lo que puede descifrarse de esos libros supone la transferencia como fundamento de la lectura.

La transferencia, entonces, será el nudo donde converge la lectura con la producción y la práctica promovida por la Escuela Freudiana.

Que algunos supongan que nuestra situación económica, nuestra equívoca inserción en la comunidad analítica local y los obstáculos de nuestra organización, llevan el estigma de una marginación original dice alguna cosa sobre esa transferencia. Si el psicoanálisis fue una técnica de investigación para la psiquiatría, una técnica de reeducación para la psicología y una técnica de sugestión para la medicina: ¿No será esa marginación, justamente, nuestro margen de acción en una deriva hacia el discurso psicoanalítico que desautoriza la división técnica/teoría, como desautoriza la división práctica/discurso? Si el síntoma es una metáfora y no es una metáfora decirlo, el discurso de la práctica es una práctica del discurso.

Si ustedes siguen los índices temáticos de una publicación del psicoanálisis argentino que lleva más de treinta años de circulación, podrán encontrar algo extraño: es casi .imposible deducir de allí que exista algo que pueda llamarse analidad. La boca y los genitales siempre aparecen, del ano sólo cruje la agresividad y el sadismo. La boca y los genitales operan de por sí, el ano sólo por sus metáforas. Esto no está del todo mal, puesto que la analidad sabe metaforizar y se complace en esta operación. Los excrementos siempre andan por ahí haciendo alguna cosa con la madre, pero la zona erógena misma se encuentra un poco silenciada. En los comienzos del psicoanálisis el ano daba que hablar y en especial por su extraña relación con el dinero. Relación metafórica, incluso de segundo grado para Freud, que incluía al padre como relacionado con cierta economía de intercambio diferente a la economía de la donación de la relación madre-hijo. Una donación no es una herencia, como sabía muy bien el hombre de los lobos. Como alguno se mandó un chiste entre lo anal y lo anal/izante, habría que interrogar esto.

Cuando Masotta se aleja de Buenos Aires propone un cierto intercambio donde la deuda, la donación y la herencia entraban en cierta relación con el dinero. Vergonzoso para unos, vergonzante para otros, aquel pacto fue rumoreado cierto tiempo. El dinero estaba en juego y la relación entre las palabras y el dinero. Un materialista hace de todo con esto: significante-falo-dinero-oro ... etc. Un freudiano puede hacer algunas cosas. Parte de la enseñanza de Masotta fue, para mí, la lectura de un trabajo sobre el padre anal que alguna vez tradujo al castellano: " ... el padre no es solamente quien introduce en la cultura -puede leerse allí-, es también quien inicia en la obscenidad". Obsceno es aquello que está fuera de escena y que se relaciona con la analidad y con el dinero. Cuando en política se habla de la cocina se privilegia la boca, pero sabemos que la ingestión supone la digestión y la excreción. Habría que hablar del baño, pero para cierta corriente de la arquitectura es la simetría invertida de la cocina (en el opuesto de la casa, con el bronce de las canillas y el color de los azulejos). ¿No será, entonces, que el estigma de la marginación desplaza la verdad de este otro de la obscenidad de la circulación de un cierto dinero? Sofistas -dice Masotta-, cobrábamos nuestra enseñanza.

En la comunidad profesional los "aranceles" ocultan la obscenidad del dinero, invirtiendo la escena mediante el eufemismo del "honorario".

Se cobra con honor, se cobra sin olor. Sería obsceno decirle al analizante que cotice cada mes su propio análisis y preguntarle después qué es lo que paga y mediante qué equivalencia encuentra el precio justo.

Sabemos que el prestigio social de un discurso determina la circulación de dinero entre los agentes del mismo y que hay algunos que saben dónde está la plata. Casualmente, ellos son los que la huelen.

Freud analizaba a uno gratis para hacer pasar el dinero obsceno a la escena misma del análisis. Esto, al parecer, engendraba un obstáculo que en las mujeres se relacionaba con la seducción y en los hombres con la gratitud. Más allá, el sujeto puede preguntar ... ¿esto que digo no vale una m ... ? El analizante paga sus palabras, no las de su analista. Si paga para recibir nada, es porque paga para ofrecer algo: novela familiar, relato de un héroe, absolución o complicidad ... "el sacrificio de los excrementos anuncia la castración". La anuncia, pero también la retarda. El sacrificio, el narcisismo: el analizante supone la omnipotencia del pensamiento, el analista la desupone al leer sólo letras (no drama, historia) que van puntuando los encuentros del sujeto con lo real, los nudos de sus traumas.

El lucro inmundo de los protestantes es la materia con la que el analista se encuentra y que le impide inscribir su práctica en el campo del hedonismo y del utilitarismo: más allá del principio del placer (dinero) se encuentra el goce de una analidad cuya causa es el excremento. Se trata de expulsar/retener un cierto goce del Otro que puede incluso constituirse como secreto de la salud. Resulta grotesco leer que lo que Freud designó como "carácter anal" se convierte en el justo medio que define la "neurosis de carácter" de los aspirantes más equilibrados. La pulcra economía, el utilitarismo banal, el rito calculado, la reflexión medida, el "aporte" de prolijidad escolar, etc.

Si Freud se vio obligado a introducir la bisexualidad, el edipo completo, es imposible olvidar el goce del padre en relación con la "obscenidad" del superyó y la analidad del intercambio. El acta de fundación de nuestra Escuela habla de la "retención" y trasmisión del discurso psicoanalítico. ¿Será lo mismo retener una trasmisión que trasmitir una retención? Planteado así no tiene salida: lo primero se hizo siempre y lo segundo también. El discurso que se retiene termina siempre por retener a sus guardadores.

La enseñanza de Masotta se encuentra marcada de entrada por la dispersión de los campos y la dispersión de los sujetos. Ninguna jerarquía ordenaba el acceso a sus grupos de estudio, ninguna jerarquía obturaba el libre juego de los textos y los hallazgos de la intertextualidad.

Algunos que deseaban jerarquizar pensaban que se "regalaba", incluso creyeron conveniente regalarlo a otros para no ser arrastrados por la deriva.

Estos dos libros que nos llegan de España hablan bien de esa deriva: bastaría marcar en un mapa el recorrido "geográfico" de los textos que integran al primero y darse cuenta del lugar en que se practicó la enseñanza que produjo al segundo.

En fin, no quiero insistir en la importancia que puede tener para nosotros el aprender a deletrear en todo lo escrito y enseñado por Masotta nuestro propio destino en tanto agentes de esta escuela de psicoanálisis. 


* Reunion del 13 de enero de 1978 en la Escuela Freudiana de Buenos Aires fundada por Oscar Masotta. Un año después se producirá la ruptura, dando lugar a la creación de la Escula Freudiana de la Argentina. 


Fuente: (1980) Psicoanálisis. Una política del síntoma (pp.247-252). Zaragoza: Editorial Alcrudo. 

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