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Blog de la Biblioteca y Archivo del Centro Descartes

Mobirise

En esta ocasión les acercamos la transcripción de dos clases dadas por Germán García en Barcelona en 1977. Estas clases fueron publicadas como artículo en Notas de la Escuela Freudiana N°1 (1977) el cual fue compilado en Psicoanálisis. Una política del síntoma (1980).

En La sublimación, los textos de Freud, García afirma que Freud opone lo universal masculino a lo particular femenino, aclarando que la masculinidad y la femineidad pura no pasan de ser construcciones teóricas de contenido incierto ya que todos los sujetos son bisexuales. En estas clases, propone investigar esta dialéctica de lo particular y lo universal, del amor y la justicia, tanto en varones como en mujeres. Se pregunta: “¿No es el psicoanálisis, contra la opinión aristotélica de que no hay ciencia de lo particular, una ciencia de lo particular fundada por Freud en la escucha de algunas mujeres llamadas histéricas por la fina articulación de sus deseos?

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La sublimación, los textos de Freud.* (1977) por Germán García

La poética de Aristóteles es el punto de partida de una hipótesis insistente sobre la función del arte y cuyos ecos pueden encontrarse en Freud; el artista hace posible el goce del discurso al producir la participación de los fantasmas en unas leyes estéticas que aseguran el reconocimiento del otro.

Pero la prehistoria del concepto de sublimación tiene referencias más prometedoras. Longino (1) – en el siglo II – intenta hacer de lo sublime una categoría retórica, estética y ética; Kant (2) opondrá lo sublime a lo bello, identificando lo primero con el hombre y lo segundo con la mujer. Quizá un eco de esta hipótesis se encuentra en la afirmación freudiana de que las mujeres no subliman. Pero antes de entrar en los textos de Freud conviene señalar que lo sublime (Hoeít) en el sentido de aquello que es elevado, incluso soberano no se confunde con el proceso de sublimación (Sublimierung) cuya metáfora viene de la química y designa la transformación de sólido en gaseoso sin pasar por lo líquido. El proceso de sublimación es uno de los destinos de la pulisión, lo sublime es el reconocimiento del otro y pone en juego “las valoraciones del yo”.

Sin embargo hay que diferenciar las valoraciones del yo de la estructura del valor: Freud habla de culpa inconsciente allí donde las valoraciones del yo no entran en juego, introduciendo una ética en la articulación misma del deseo. El deseo y la ley son una y la misma cosa (3), siempre que se comprenda la necesidad de separar la ley de la conciencia moral (relacionada con la transgresión: el superyó es esa voz que habla porque el sujeto falta a la palabra, es esa instancia narcisista donde puede sostenerse la omnipotencia).

Sublimación y femineidad

El superyó de los hijos no son sus padres, sino el superyó de sus padres: tres generaciones están siempre en juego y aseguran la transmisión de los valores por su remisión a esta anterioridad.

Los valores, de esta manera, siempre se reciben de Otro. El padre actúa según la ley de esta palabra, pero no se confunde con ella, trasmite los valores sin poder fundarlos.

Freud nos sorprenderá cuando se hable del problema del superyó en la mujer: "El hecho de que hayamos de atribuir a la mujer un escaso sentido de la justicia depende, quizá, del predominio de la envidia de su vida anímica, pues la exigencia de justicia es una elaboración de la envidia y procura la condición bajo la cual es posible darle libre curso. Decimos también de las mujeres que sus intereses sociales son más débiles y su capacidad de sublimación de los impulsos menor que la de los hombres. Lo primero se deriva, quizá, del carácter disocial propio, indudablemente, de todas las relaciones sexuales. Los amantes se bastan el uno al otro, y hasta la familia se resiste a ser integrada en uniones más amplias" (4 )

No se dice que el hombre carezca de envidia, sino que puede elaborarla (darle curso) en la justicia. La pregunta sería por qué esta estrategia no sirve a la mujer: porque ella aparece comprometida con el amor (esa unidad de dos, dice Freud (5), que se opone al tercero; sin el cual no hay cultura). ¿El amor es a la mujer lo que la sublimación al hombre? A través del amor el objeto de envidia (el pene) deviene objeto capaz de mediar en una donación: la del niño.

Para sostener esta posición Freud tendrá que diferenciar el superyó en el hombre y en la mujer: "Aunque vacilo en expresarla, se me impone la noción de que el nivel de lo ético normal es distinto en la mujer que en el hombre. El superyó nunca llega a ser tan inexorable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como exigimos que lo sea en el hombre. Ciertos rasgos caracterológicos que los críticos de todos los tiempos han echado en cara a la mujer -que tiene menor sentido de la justicia que el hombre, que es más reacia a someterse a las grandes necesidades de la vida, que es más propensa a dejarse guiar en sus juicios por los sentimientos de afecto y hostilidad-, todos ellos podrían ser fácilmente explicados por la distinta formación del superyó que acabamos de inferir" (6).

Aquí Freud opone lo universal masculino a lo particular femenino.

Por algo repite en varios lugares que el superyó es el imperativo categórico de Kant (y aquí categórico significa categoría universal, apriori fundante) (7 ). Pero en el mismo texto Freud nos dice que "la masculinidad y la femineidad pura no pasan de ser construcciones teóricas de contenido incierto", puesto que todos los sujetos son bisexuales. A partir de aquí habría que investigar esta dialéctica de lo particular y lo universal, del amor y la justicia, tanto en varones como en mujeres. Recordemos que Freud habla de la premisa universal del falo, siendo éste el lugar donde la diferencia anatómica se vuelve lógicamente imposible y donde se produce la mitologización de un sexo por otro y desaparece la relación sexual. Lo real de la diferencia queda oculto (en un sentido ocultista, de abismos y de enigmas): las pulsiones son nuestra mitología porque mitologizan lo real. 

Premisa universal del falo, amenaza universal de castración que instituye la universalidad del superyó masculino. Envidia del falo en la mujer que lleva a fundar en lo particular su posición narcisista mediante una transgresión de ese universal: "Las mujeres –escribe Freud-, con su fina comprensión de los procesos inconscientes ... ".¿No es el psicoanálisis, contra la opinión aristotélica de que no hay ciencia de lo particular, una ciencia de lo particular fundada por Freud en la escucha de algunas mujeres llamadas histéricas por la fina articulación de sus deseos? El discurso de la mujer se encontraría entonces del lado de la verdad del deseo -del lado del síntoma-, mientras el discurso masculino gira en torno al saber imposible de la universalidad de la prohibición. El hombre degrada el objeto para  acceder al placer, la mujer transgrede la ley para reencontrarlo. 

La transgresión es a la mujer lo que la degradación al hombre, 􀂇Ella teme la pérdida de amor como el hombre teme al castigo.

Sólo en la maternidad -dirá Freud- la mujer pasa del narcisismo (ser amada) al amor a un objeto que es una parte de ella (falo) y una parte separada de ella (hijo). La mujer como universal no existe, pero La maternidad -por la prohibición del incesto- se anuda con  la universalidad de la ley. La mujer no existe porque una serie de mujeres funcionan a partir de la pérdida de la madre como objetos plurales del deseo del hombre: "Por su parte las mujeres que, en calidad de sustratos propiamente dichos ... de los intereses sexuales de los hombres, no poseen sino en muy escasa medida el don de la sublimación, y para las cuales sólo durante la lactancia pueden constituir los hijos una sustitución del objeto sexual; las mujeres, repetimos, bajo el influjo de las desilusiones aportadas por la vida conyugal, llegan a contraer graves neurosis que perturban duramente su existencia" (8)

En tanto objeto del deseo del hombre es particular, en tanto se constituye como madre es universal. Se trata de que la maternidad supone la elaboración de una herida narcisista igualmente universal:

"La pretensión de la mujer de obtener privilegios especiales ( ... ) es  porque se consideran perjudicadas por la Naturaleza, privadas de un elemento somático y relegadas a un segundo término y la enemistad de algunas mujeres contra su madre tiene como última raíz el hecho de haberlas parido mujeres y no hombres" (9)

La femineidad -hay que recordarlo- es para Freud el enigma del deseo (incluso cuando habla de la bisexualidad de sujetos masculinos) y si una mujer no sabe del deseo es porque su deseo es no saber sobre la verdad que habla cuando ella habla. Para el ser hablante el significante "mujer" y el significante "hombre" designan el efecto de ciertas identificaciones. 

El malestar en la cultura (1930) plantea que el bien y el mal se  originan en el superyó materno: para que el sujeto pueda amarse tiene que ser amado por su madre, el miedo a la pérdida de este amor le lleva a la constitución del superyó (lo que le permite ser objeto ilusorio del deseo de la madre, sostener por la omnipotencia el lugar de falo en relación a la carencia materna). Este superyó materno (es necesario ser el falo) se dobla en el hombre en un superyó paterno (está prohibido ser el falo) que amenaza con la castración. 

La distinta configuración del superyó en la mujer estaría dada por el hecho de que solamente habría en ella un superyó materno que le obliga a ser falo (cumplir su ideal) y a donar el falo (tener un hijo). La premisa universal del falo se inscribe como significante primero por la ecuación (falo =niño) que produce el deseo de la mujer al convertirse en madre. 

Cuando Freud relaciona la sublimación con la bisexualidad nos  permite plantear una pregunta: ¿Es posible que la femineidad no sublime porque es la femineidad lo que debe ser obieto de sublimación? 

La transformación 

Así como Freud remite la génesis del Bien y del Mal al superyó materno (10), va a remitir el problema de la justicia a la relación entre hermanos (11) y el problema de la ley a la función del padre (12).

Es Bueno lo que me asegura el amor de la madre y Malo amenaza  con su pérdida, es justo que el otro (el hermano, el semejante) no tenga lo que me falta, es Ley la prohibición que el padre transmite (pero que no funda, puesto que más bien lo funda a él, incluso como "falla"). 

La conciencia moral (Bien-y Mal) es maternal y habla mediante  el superyó que aunque puede aparecer como paterno, sostiene en verdad al padre idealizado (omnipotente y castrador) que es un mensaje del deseo materno. La voz de la conciencia supone una falla de la ley, pero no puede confundirse con ella. El sujeto sabe que cierto deseo está prohibido (Ley) y siente angustia (de castración), pero como no puede suprimir ese deseo, se escinde (formación del superyó, conciencia moral) para reprimirlo. Pero como el deseo subsiste en forma inconsciente y se realiza, hay culpa. El superyó aparece en el lugar donde la ley falla, sostiene el deseo que se realiza y logra transformar la angustia en culpa (13). Hay entonces un doble goce: leído desde el superyó es sádico, leído desde el yo será masoquista. Goce que atraviesa al sujeto como sufrimiento (satisfacción del síntoma, por ejemplo) y hace tambalear el principio del placer que consiste, justamente, en gozar lo menos posible. Goce que supone tanto la ley (paterna) como su transgresión (materna). Es por eso que la prohibición es doble: al hijo (no gozarás de tu madre), a la madre (no reintegrarás tu producto). 

Pero para introducir la sublimación deberemos tomar la transformación  que produce y diferenciarla de las formaciones que sustituye y que la sustituyen. Trans: al otro lado de / más allá de. Formaciónelementos que entran en relación de concatenación Y de sustitución. ¿Al otro lado de qué, más allá de qué, se produce la sublimación? 

Formación (Bildung) designa un proceso y un resultado: 1) Formación  de síntomas (implica falla de la represión y retomo de lo reprimido); 2) Formación de reacciones (una modificación del sujeto que Freud llama "carácter" en la neurosis obsesiva, una modificación en la constitución del objeto en el caso de histeria); 3) Formación de compromiso (satisfacción por transacción de exigencias opuestas); 4) Formación de sustituciones (satisfacción simbólica con desplazamiento donde subsiste lo reprimido).

En cambio la transformación operada por la sublimación se encuentra más allá de todas estas operaciones de la represión, puesto que la sublimación es la transformación de una pulsión (parcial) en un valor cultural y supone el goce de esa transformación.

Porque la sublimación se encuentra en la pulsión (Sublimierung) y en el yo (Hoheit) resuelve de otra mantener􀄙la oposición entre !as valoraciones del yo y la estructura del valor inmanente a las pulsiones parciales. La sublimación pone en banda de Moebius la conexión entre el narcisismo y las pulsiones (parciales) que le amenazan. Es por eso que algunas veces Freud relaciona la sublimación con eso que puede "darse por añadidura" y que se llama la cura psicoanalítica: "No todos los neuróticos poseen una elevada capacidad de sublimación. De muchos ellos que puede "darse por afiadidura" y que se llama la cura psicoanalítica: "No todos los neuróticos poseen una elevada capacidad de sublimación. De muchos de ellos podemos suponer que no hubieran enfermado si hubieran poseído el arte de sublimar los instintos. Si le imponemos una sublimación ( ... ) le haremos la vida más difícil aún" (14).

La sublimación no se impone, " ... mas una vez levantada la represión, queda libre de nuevo el camino para efectuar la sublimación” (15). La sublimación, en este sentido, es la posibilidad de que allí donde ello era, yo pueda advenir (la puesta en acto de una potencia -deseo- del esquema de las cuatro causas de Aristóteles). Acto-Pulsión-Acto.

Ahora bien. Si Freud piensa que la sublimación es inmanente a la pulsión es porque encuentra una incompatibilidad radical entre el deseo y la llamada satisfacción sexual. Más allá de y a través del placer narcisista de la genitalidad la sublimación se encuentra con la imposibilidad del goce, con el goce de una imposibilidad: “Toda persistencia de una situación anhelada por el principio del placer sólo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición sólo nos permite gozar intensamente los contrastes, sólo en escasa medida lo estable. Así, nuestras facultades de felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución" (16)

"Pues, ¿qué motivos tendrían los hombres para dar empleo distinto a sus energías instintivas sexuales si tales energías, cualquiera que fuese su distribución, proporcionasen una plena satisfacción placiente?" (17)

¿Cuál es, según Freud, la génesis de esta discordia?: "La función de las sensaciones olfatorias fue asumida por las visuales, que podían ejercer efecto permanente, al contrario de las olfatorias cuya influencia es intermitente" (18)

Este pasaje de lo olfatorio a lo visual (que pone en el origen la pulsión escópica) sería el resultado de la erección sobre las piernas y habría provocado la ruptura del ritmo sexual organizado por el instinto (preformado), así como la constitución de una nueva estructura del deseo que responde a "representaciones", a "fantasías", a leyes significantes que nada tienen que ver con una regulación biológica.  El organismo, sujeto de una combinatoria que se llama aparato psíquico, soporta las leyes del deseo y del lenguaje. El inconsciente está estructurado como un lenguaje, siendo la estructura del deseo: "El momento en que el deseo se humaniza -escribe Lacan- es mismo en que el niño nace al lenguaje. Así el símbolo se manifiesta como asesinato 'de la cosa y esta muerte constituye en el sujeto la eternización de su deseo". 

Esta afirmación nos permite anticipar el desplazamiento que se produce en Freud. Antes de El yo y el ello se habla de la sublimación de la sexualidad, después será la sublimación de la pulsión de muerte como condición de la posibilidad misma del acto sexual.

Es lo que Freud explicita en una carta (27.5.1937) a Marie Bonaparte: "El concepto de sublimación contiene un juicio de valor. De hecho representa la aplicación a otro terreno, donde son posibles logros socialmente más valiosos ( ... ) Todas las actividades que reestructuran algo o que producen cambios son en cierta medida destructivas y realizan una desviación del instinto original de destrucción. Aun el instinto sexual, como sabemos, no puede actuar sin cierta dosis de agresión. Por ello, en la combinación regular de los dos instintos (eros, pulsión de muerte) hay una sublimación parcial del instinto destructivo". El contacto es imposible, puesto que consistiría en la devoración de un sujeto por otro: las metáforas de esos contactos es lo que llamamos relación sexual y que sería mejor llamar acto sexual.

Lo que importa es que la sublimación que al comienzo parecía ser sólo "desexualización" se ha convertido -después de la introducción de la pulsión de muerte- en condición del acto sexual.

Cuando Freud dice que la sublimación supone una desexualización se refiere a una parte del proceso, es decir, al momento en que la libido del objeto retorna al yo. Pero luego el yo (con sus valoraciones) elige un nuevo objeto (incluso, por la identificación se propone como objeto: ámame, pues tengo las cualidades del objeto perdido). El yo, entonces, es quien realiza la equivalencia el objeto perdido y aquel que lo sustituye: " ... los instintos sexuales encuentran sus primeros objetos guiándose por las valoraciones de los instintos del yo ... ". 

El valor supone que dos elementos diferentes pueden ser permutados partiendo de un punto de equivalencia, es decir, que tiene la estructura de la metáfora (esto es así cuando se habla de valor en economía, en estética, en ética, en lingüística). El valor es el plus de goce que se constituye en la sustitución de un significante por otro  (por eso la sublimación es el goce de la trans/formación misma y no se refiere a los objetos transformados). El valor, aunque aparezca como oponiéndose al deseo del sujeto, sólo se opone a su placer porque introduce el discurso del goce: "El efecto sexualmente incitante de algunos efectos desagradables en sí; el temor, el miedo, el horror, se conserva en gran cantidad de hombres a través de toda la vida adulta y constituye la explicación de que tantas personas busquen la ocasión de experimentar tales sensaciones cuando determinadas circunstancias accesorias, esto es, la pertenencia de tales sensaciones a un mundo aparente, como la lectura o el teatro, mitigan la gravedad de las mismas" (19). Freud está pensando en la catarsis: aquello que horroriza, al ser articulado simbólicamente, será discurso de goce. El sujeto no reconoce aquí un placer, sin embargo la pulsión es orientada hacia lugares diferentes por esta puesta en palabra del horror.  

El placer y el goce

La realización del deseo es siniestra: esta afirmación de Freud puede desconcertar a las almas bien intencionadas que ven en el psicoanálisis una variante sofisticada de la ley del corazón denunciada por Hegel y que consiste en que el sujeto se niega a ocupar su lugar en el desorden del que se queja. El bueno de W. Reich lo dijo: Si Freud no hubiese introducido la pulsión de muerte la progresía y el psicoanálisis nunca se hubiesen distanciado. Esto de la pulsión de muerte quitó un punto al programa de la felicidad mundial y siempre futura (cuando el goce es para pasado mañana el poder está en juego). La pulsión de muerte, ese escandaloso oxímoron, introducía una ruptura radical en las creencias del progreso -por la educación- del hombre hacia su realización definitiva y tuttiquantti. Si la realización del deseo es siniestra es porque la pulsión quiere la extinción del sujeto, el retomo a lo inanimado, el dormir sin sueño, la muerte. La subjetivación de esta muerte viene a interrogar el goce del esclavo, es decir, el goce de la inmortalidad: "¿Quién querría soportar -se pregunta Shakespeare- esta opresión, gemir y sudar bajo una existencia afanosa, si el temor a algo después de la muerte, a esas tierras desconocidas de las que no regresa ningún viajero, no desconcertara nuestra voluntad y nos impulsara a soportar los males presentes mejor que lanzamos a otros que desconocemos por completo? Así la conciencia nos convierte a todos en cobardes ... " (20). No es el miedo a la muerte -imposible de representarse para el sujeto, puesto que sólo hay la muerte del otro y la propia castración sino la inmortalidad el goce que esclaviza al sujeto. Si el significante primero es falo (maître) el goce es la sustancia del pensamiento. 

La pulsión de muerte introduce una anterioridad en el sujeto parlante "Pues la negatividad del discurso -escribe Lacan-, en cuanto que hace ser en él lo que no es, nos remite a la cuestión de saber lo que el no-ser, que se manifiesta en el orden simbólico, debe a la realidad de la muerte (...) Nos vemos así llevados a una especie de intersección de lo simbólico y lo real que podemos llamar inmediata, en la medida en que se opera sin intermediario imaginario, pero que se mediatiza, por lo que quedó excluido en el primer tiempo de la simbolización".

El falo es maître porque se inscribe donde la forclusión de la muerte garantiza, por la castración, la ley del deseo como defensa del goce. El deseo -a su vez- atraviesa el principio del placer, cuyo justo medio es límite del goce.

Lo excluido es esa primera muerte que, en la serie de la palabra, toca la realidad del sujeto: "En esta aporía encarnada de la que puede decirse en imagen que recibe su alma pesada de los retoños vivaces de la tendencia herida, y su cuerpo sutil de la muerte actualizada en la secuencia significante, el deseo se afirma como condición absoluta ( ... ) Es menos pasión pura del significado que pura acción del significante" (Lacan: La dirección de la cura).

La acción del significante provoca un sujeto entre dos muertes, en tanto Parlétre el instante de su mortificación por la palabra introduce el momento de concluir de la certidumbre empírica de la muerte (esa que no puede ser representada, según Freud, pero que opera en ello como condición absoluta de la representación).

Esta primera muerte es lo real en tanto imposible de articularse en lo simbólico, siendo aquello que se excluyó en el primer tiempo de la simbolización. Si las pulsiones son nuestra mitología porque mitologizan lo real, la realidad se constituye por esa desexualización que subjetiva la muerte (lo que nos conduce de nuevo a la sublimación) y que es el movimiento opuesto a esa resexualización de la realidad que Freud escuchaba en la inmortalidad del paranoico. El principio de realidad depende de las valoraciones del yo, es la forma en que el sujeto retarda y anticipa la imposibilidad de lo Real. Estamos en el principio de constancia que introduce el placer como el menor goce posible, como ética del justo medio, y cuya función será escapar de la aporía del goce: "El principio del nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte". Si el placer consiste en gozar lo menos posible, en volver imposible al goce, la pulsión de muerte convertirá a su principio en lugar de displacer ("La tendencia al placer es algo que nunca se realiza", escribe Freud).

Por otra parte, para que haya un principio de realidad es necesario una realidad al principio: la mortificación del sujeto por el lenguaje es anterior al principio del placer (Los instintos y sus destinos. 1915 ). Sujeto del inconsciente, cuerpo escindido y mortificado por la acción del significante: El goce es tanto defensa como• articulación de este Real. Citemos a Freud: " ... la angustia es una transformación psíquica del dolor ( ... ) sus dolores, símbolos mnémicos de la época de excitación ( ... ) pudieron tener alguna vez una justificación orgánica, pero después fueron objeto de una elaboración".

Esta elaboración, como la que se produce en la repetición traumática, muestra la doble función del goce más allá del principio del placer. Se entiende por qué Freud se apropió del principio del Nirvana y por qué Lacan se refiere en Schreber a "La Presencia y la Alegría de la experiencia mística", después de afirmar que en su discurso lo que se escucha es idéntico a lo que se articula.

Otras di-versiones

El yo y el ello (1923): "Podemos así representarnos que el Ello se encuentra bajo el dominio del instinto de muerte, mudo, pero poderoso, y quiere obtener la paz acallando, conforme a las indicaciones del principio del placer, al Eros perturbador".

El principio del placer es perturbado por Eros. Luego: "Ambos instintos se conducen de una forma estrictamente conservadora, tendiendo a una restitución de un estado perturbado por la génesis de la vida; génesis que sería la causa tanto de la continuación de la vida como de la tendencia a la muerte ( ... ) La amplia comunicación  del ideal del yo con los deseos inconscientes nos explica el enigma de que el ideal pueda permanecer en gran parte inconsciente e inaccesible al yo. El combate que hubo de desarrollarse en los estratos más profundos del aparato anímico -y al que la rápida sublimación e identificación impidieron llegar a un desenlace- se continúa ahora en una región más elevada como en la batalla contra los Hunos pintada por Kaulbach". Si la sublimación y la identificación impidieron el desenlace que sería el hundimiento del sujeto, subjetivar la muerte será uno de los imperativos de esta región más elevada (Hoheit) donde se juegan los ideales. 

Será entonces necesario diferenciar sublimación de idealización, identificación narcisista de identificación secundaria. Es lo que Freud intentara en Introducción al narcisismo (1914): "La formación de un yo ideal es confundida erróneamente, a veces, con la sublimación de las pulsiones. El que un individuo haya trocado su narcisismo por la veneración de un yo ideal no implica que haya conseguido la sublimación. La sublimación continúa siendo un proceso distinto, cuyo estímulo puede partir del ideal, pero cuya ejecución permanece totalmente independiente de tal estímulo. 

La producción de un ideal eleva, como ya hemos dicho, las exigencias del yo y favorece más que nada la represión. En cambio, la sublimación representa un medio para cumplir esas exigencias sin recurrir a la represión". Volviendo a El yo y el ello: "El yo se enriquece con la experiencia del mundo exterior propiamente dicho y  tiene en el ello otra especie de mundo exterior al que intenta dominar ( ... ) Con ayuda _ del superyó extrae del ello, en una forma que aún nos es desconocida, la experiencia histórica en él acumulada. El contenido del ello puede pasar al yo por dos caminos distintos. Uno de ellos es directo, el otro atraviesa el ideal del yo (...) Mediante su labor de identificación y de sublimación auxilia (el yo) a los instintos de muerte del ello en el sojuzgamiento de la libido, pero al obrar así se expone al Peligro de ser tomado como objeto de tales instintos y sucumbir víctima de los mismos ... ". 

Si en Ello reina la muerte, el camino directo es su forclusión (la  inmortalidad del Yo), mientras que el indirecto -intento de subjetivar la muerte de ese Otro Real que es Ello mediante el goce insuficiente del discurso- expone al sujeto a un peligro.

Es sabido que Freud había intentado fundar la pulsión de muerte  en un mito biológico, pero se recuerda menos que escribió El yo y el ello para superar ese mito y reflexionar (ahora en forma psicoanalítica, dice sobre la relación entre el narcisismo, la muerte y la identificación. El peligro de muerte se relaciona con el narcisismo la subjetivación de la muerte con su (in)posible superación ya que􀃃el narcisismo es la (in)mortalidad del sujeto, su necesaria duplicaciónUn cuerpo mortal, un alma inmortal: el significante -dirá Lacan- es la materia que se trasciende en lenguaje. Es aquí donde la operación imaginaria de la idealización debe superarse -sin olvidar su necesaria conexión- de la operación simbólica de la sublimación. La conexión existe en tanto la sublimación es el vel donde un destino  de la pulsión entra en relación con las valoraciones del yo y es reconocido como valor por otro. Esta disyunción inclusiva que articula al Otro con el otro se encuentra en la génesis de la moral: es lo que Freud llama-en el Proyecto- complejo del semejante.

Hagamos un breve esquema: 

Mobirise

      

La censura rechaza representaciones de cosas, la ley se relaciona  con la pérdida de la Cosa (das Ding) que sólo puede ponerse en juego en la transgresión y en la experiencia del lenguaje esquizofrénico  donde la palabra es tomada como Cosa (Ding), como pura inscripción del goce. La representación de cosa (Sachvorstellung) está en  el lugar de la Cosa (das Ding). ¿Cuál es la explicación de Freud? El sujeto nacido prematuramente no puede realizar la acción específica necesaria para la experiencia de satisfacción. El Otro (la madre, según su deseo) descifra la incoordinación del niño y la constituye en llamada, cifrando (según su deseo) las huellas mnémicas (constitución del inconsciente) de una experiencia de satisfacción. ¿Satisfacción de quién? Ahí está la Cosa (das Ding): esa experiencia de satisfacción es la madre en tanto constituye al niño como sujeto a un goce mítico que se pierde y se intenta recuperar -cuando la excitación carga las huellas mnémicas- en una representación de (la) Cosa que la supone, por lo mismo, perdida. La angustia y la alucinación se abrazan, la realización del deseo es siniestra. La formación del superyó permitirá pasar de la angustia a la culpa, instituyendo el deseo en una relación con la muerte que es pérdida imposible y Cosa (Ding) radicalmente perdida que se intenta recuperar por la repetición. La cita con la Cosa (das Ding) falla porque se realiza según la representación de cosa (Sachvorstellung).

En la línea del objeto de nuestro esquema queda la Spaltung,  en la línea del sujeto el deseo en su conexión con la muerte forcluida que vuelve repetición y culpa. No es que la madre sea la Cosa (das Ding), sino que ella ocupa en lo real su lugar, así como el falo ocupa ese lugar en lo simbólico y el objeto petit a en lo imaginario.

En este sentido el objeto petit a se relaciona con la representación  de cosa de Freud y hay que recordar que la materia de su representación le es proporcionada por los restos diurnos. El vel de la sublimación será, justamente, darle a un objeto el valor de la Cosa (das Ding) produciéndolo con aquello que sustituye y vela el Jugar imposible de la Cosa, es decir, representándola.

La sublimación se funde entonces con el movimiento mismo del  deseo, puesto que hace de la trans-formación un goce y otorga al valor la dignidad de la Cosa (das Ding) mediante la elaboración de los elementos del fantasma, de los objetos petit a, de la representación de (la) cosa (Sachvorstellung). El valor (ético, estético, político)  es la forma en que el objeto petit a se articula en la historia y en las sociedades: el valor sustituye la Cosa, subjetiviza y forcluye la muerte. El valor lingüístico es paradigma de los otros, porque inscribe retroactivamente (S 1 ← S2) el significante falo.

Das Ding es lo Real (imp osible) de la muerte que se anuda en  el cuerpo, de esa muerte velada por las zonas erógenas y actualizada en el desplazamiento que la palabra impone a la imagen (hay que pensar en los síntomas histéricos y en lo que Freud llamó neurosis actuales).

Si el fin invariable de la pulsión es su retomo a las fuentes, las variaciones del objeto y de la perentoriedad muestran que en esas fuentes sólo encuentra las huellas (mnémicas) de un goce mítico. Es aquí donde la sublimación cambia el fin (retomo auto-erótico a la fuente) por la producción de discursos (de valores) donde resuena la Cosa: la sublimación -escribe Freud- nos libera del poder patógeno de la privación, evitando que nos afecte el destino.

Si la sublimación se relaciona con la muerte y con la Cosa, ¿qué  pasa con el eterno femenino? Si la vejez le resulta a la mujer más horrorosa que la muerte, ¿habrá que pensar que en ella las representaciones de cosas y la madre obturan todo ac ceso a esa Cosa que la prohibición paterna revela como imposible? Lo que hay de femenino en hombres y mujeres remite a ese goce que Freud llamó el Enigma: "Los instintos y sus transformaciones son lo último que el psicoanálisis puede llegar a conocer" (21).

El valor otorga el plus de goce de un sentido imaginario (sólo  la religión, dice Freud, puede satisfacer la vanidad antropocéntrica de que la vida tenga un sentido) relegando la certidumbre de la Cosa en la creación del futuro como lugar de su realización. Ese goce diferido nos conduce al discurso del poder. Pero aquí estamos en las formaciones reactivas, en la conciencia moral, en las valoraciones más que en el valor.

Porque Hoheit, lo hemos dicho, es la articulación imaginaria de  ese proceso simbólico que se llama Sublimierung. Por eso Freud aclara, lo que no deja de ser sorprendente, que "los instintos sociales pertenecen a una clase de impulsos que no necesariamente requieren la calificación de sublimados, aunque están próximos a los de este orden ... ". Esa proximidad se debe a las formaciones reactivas que pueden funcionar como un momento de la sublimación, pero que se diferencia por la integración del síntoma bajo la forma del carácterPara entender la articulación de Sublimierung con Hoheit hay que volver a introducción al narcisismo, donde Freud afirma que el ideal del yo "tiene además de su parte individual, su parte social: es también el ideal común de una familia, de una clase, de una nación".

Su función es crear formaciones (sociales, reactivas) que permitan  encauzar la libido y evitar la culpa que se manifiesta como angustia social.

Es por eso que Lacan dirá: "lo que nos interesa aquí es la función que llamaremos pacificante del ideal del yo, la conexión de su normatividad cultural, ligada desde los albores de la historia a la imago del padre". Si el yo ideal y el superyó se relacionan con el deseo de la madre, el ideal del yo irá a fundarse en esos rasgos del padre que sostienen la unidad del sujeto. En el ideal del yo se anudan Hoheit y Sublimierung, las valoraciones del yo y ese destino de la pulsión que es la sublimación, produciendo esos discursos(valores) donde resuena el fantasma de un grupo social.

Sublimación y religión

Se puede leer en El hombre de los lobos: " ... podemos decir que la  religión ha cumplido en este caso cuanto le corresponde en la educación del individuo. Ha doma do las tendencias sexuales del sujeto, procurándole una sublimación y una localización firmísima; ha desvalorizado las relaciones familiares, y ha puesto fin con ello a un aislamiento peligroso, abriéndole el camino hacia la colectividad humana ( ... ) El motor principal de la influencia religiosa fue la identificación con la figura de Cristo, facilitada por el azar de su nacimiento en Nochebuena. El amor a su padre, cuya exageración había hecho necesaria la represión, encontró aquí, por fin, una salida en una sublimación ideal". ¿Por qué Freud agrega aquí al término sublimación la palabra "ideal"? Recordemos que Freud dice que la religión es una ilusión, pero que la sublimación no lo es. Por otra parte aquí la sublimación se ubica como corte con los deseos incestuosos y una superación de la culpabilidad: "Siendo Cristo -sigue Freud podía el sujeto amar a su padre, que era, por tanto, Dios, con un fervor que, tratándose del padre terrenal, no hubiera encontrado descarga posible. Los caminos por los cuales el sujeto podía testimoniar dicho amor le eran indicados por la religión y no se adhería a ellos la conciencia de culpabilidad, inseparables de las tendencias eróticas individuales ( ... ) La religión cumplió así su obra en el pequeño descarriado mediante una mezcla de satisfacción, sublimación y apart amiento de lo sexual por medio de procesos puramente espirituales y facilitándole, como a todo creyente, una relación con la colectividad social".

No se puede hablar de sublimación religiosa, puesto que la religión agrega la dimensión de la ilusión que se relaciona con la negación de la verdad. La verdad como causa -Freud lo leyó en la neurosis obsesiva- se transforma en la revelación donde Dios ocupa el lugar de la causa (negada a la verdad) y satura todo posible acceso a la misma. El sujeto se sacrifica al Dios que convierte en causa de su deseo (de donde el goce del cuerpo vuelve como extraño): trata de seducir a un Dios donde su demanda se aliena en el juego del amor. La verdad, que en esta operación se confunde con la culpabilidad, se aleja del saber (donde el deseo retorna como tentación). El goce del cuerpo se convierte en siniestro (Unhemlich) cuando Lo Familiar vuelve como posesión demoníaca.

Esta desconfianza del saber (revelación/posesión) linda con una  verdad convertida en causa final (lo que se llama escatología) que hace del oscurantismo su blasón. Tres personas y Un solo dios verdadero: si el fantasma cubre la verdad es porque revela lo Real de una estructuración de lo imaginario donde queda aprehendida la imposibilidad de pensar una dualidad cualquiera. 

Pero aquí es necesario detenerse.


*Versón escrita de dos exposiciones realizadas en el Instituto Alemán de Barcelona los días 11 y 15 de febrero de 1977.

(1) Longino: Lo sublime, Ed. Aguilar

(2) Kant, L: Lo bello y lo sublime, Austral.

(3) Lacan, J.: "Kant con Sade", en Escritos, 2, Ed. Siglo XXI. 

(4) Freud, S.: La femineidad. (Las citas de Freud pertenecen a la edición de Bibliateca Nueva, traducción de López-Ballesteros.) 

(5) Freud, S.: Malestar en la cultura.

(6) Freud, S.: Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual.

(7) Kant, l.: Fundamentos para una metafísica de las costumbres, Austral

(8) Freud, S.: La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna.

(9) Freud, S.: Los de excepción.

(1O) Freud, S. Malestar en la cultura.

(11) Freud, S. Moisés y el monoteísmo.

(12) Freud, S. Tótem y tabú.

(13) Freud, S. Fi11al del complejo de edipo.

(14) Freud S.: Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico.

(15) Freud: S.: Introducción al psicoanálisis (Cinco conferencias).

(16) Freud, S. Malestar en la cultura.

(17) Freud, S. la degradación de la vida erótica.

(18) Freud, S. Malestar en la cultura.

(19) Freud, S.: Tres ensayos para una teoría sexual.

(20) Shakespeare, W.: Hamlet (Obras completas, Ed. Aguilar).

(21) Freud, S.: Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci.


Fuente:  (11 y 15 de febrero 1977). La sublimación desde los textos de Freud. Exposición. Instituto Alemán de Barcelona. Publicada en (noviembre 1977) Notas de la Escuela Freudiana N° 1 (pp.89-109), Buenos Aires. Incluido en (1980) Psicoanálisis. Una política del síntoma como La sublimación, los textos de Freud. Zaragoza: Editorial Alcrudo (pp.63-78). En (septiembre 2003) Dispar N°4 (pp.99-111) como Sobre la sublimación, Buenos Aires.



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