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Blog de la Biblioteca y Archivo del Centro Descartes

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En esta ocasión les acercamos otro texto de Germán García escrito en los años setenta. Incluido como capitulo en Psicoanálisis. Una política del síntoma (1980) y escrito en 1977. Nota sobre lo femenino (1977) es un interesante artículo de gran actualidad en la que retoma los temas del texto que presentamos el mes pasado en este blog. Comenzando con una cita de La agresividad en el psicoanálisis (1948) en la que Lacan alude a la lucha de los sexos como fenómeno moderno, García discurre sobre muerte, castración y feminidad, entre otros temas articulados. La feminidad, dice García, “nos permite darle la palabra a un rumor que insiste en los textos de Freud y que suele acallarse en nombre del buen gusto de la igualdad (sociológica) de los sexos.” (…) y más adelante agrega: “Masculino/femenino son dos polos virtuales que instituyen al hombre y la mujer como realidad imposible, son lugares de un deber ser que escinde el ser de hombres y mujeres. No importa la cosa que se deba ser (el contenido ideológico, como se dice) sino el hecho de que se deba ser alguna cosa”.

Dirección de Biblioteca y Archivo del Centro Descartes  

Nota sobre lo femenino (1977) por Germán García

Más aún, por abolir la polaridad cósmica de los principios macho y hembra, nuestra sociedad conoce todas las incidencias psicológicas propias del fenómeno moderno llamado de la lucha de los sexos.

Lacan, 1948

Los efectos del retorno de Freud pueden registrarse entre nosotros en formas diversas, pero hay que subrayar el obstáculo producido por la reducción de su discurso a los trazados de una teoría (búsqueda de los conceptos en la trama de las ocurrencias, rigor supuesto de la obsesión universitaria de "fijar" bien las cosas por una palabra que terminaría por cerrar la entrada a esa Otra Escena que se proponía abrir). No importa que la reducción a la teoría se realice según las líneas de otro discurso (para el caso, el que se despliega bajo el nombre de Lacan) que será a su vez reducido a teoría. El fraseo y la articulación del saber sin sujeto (lo que se llama inconsciente) encuentran en Freud y en Lacan dos registros musicales que no pueden subsumirse por analogía para tener siempre la última palabra. Lacan no es una melodía cuya armonía sería Freud, tampoco será éste un "solista" que encontró en Lacan un acompañante que nos invita a formar parte de la orquesta. La dimensión dialógica del sujeto se abre en todas las direcciones y habla todas las lenguas: Ello no deja de hablar por más que yo se fascine con la supuesta unidad de un nuevo saber: el medio decir de la verdad no tiene pelos en ninguna lengua. 

La feminidad nos permite darle la palabra a un rumor que insiste en los textos de Freud y que suele acallarse en nombre del buen gusto de la igualdad (sociológica) de los sexos. Me refiero a ese nudo que se llama narcisismo, falo y castración y que al volver imposible a la mujer enlaza a la femineidad con la muerte. 

1) Divergencias de los superyó. El superyó -relacionado por Freud con el imperativo categórico de Kant- se transforma hasta convertirse en el goce sádico que -por el imperio de los mandatos de Ello - se dobla en goce masoquista del Yo (1). Un caso de paranoia contrario a la teoría conecta el superyó de la mujer con la imago de la madre, pero en El malestar en la cultura (1930) este superyó "maternal" se generaliza, doblándose en el hombre por la remisión del deseo materno a un "padre terrible", agente supuesto de una fantasía de castración. El miedo a la pérdida de amor del superyó materno se enlaza con el miedo a la pérdida del pene del superyó referido al padre. ¿Sería éste segundo tiempo lo que diferencia el superyó en el hombre y en la mujer? Este padre terrible será para el hombre un mensaje de su madre (de ahí que Un caso de neurosis demoníaca lo describa como bisexual y producido por la "feminidad" del sujeto). El superyó de los hijos es el superyó de los padres: esta anterioridad que organiza en la diacronía la alternancia de las generaciones por la ocupación sucesiva de un mismo lugar por diferentes sujetos puede fecharse como algo que se encuentra en el origen mismo del psicoanálisis. El superyó -dirá Freud- no es la cultura, sino un cierto malestar que se apodera de la cultura cuando predominan las relaciones narcisistas (M. Klein nos describe a un padre caído en lo fraterno y envidioso de la "fecundidad" de su mujer, Lacan habla del padre humillado de la cultura moderna). 

Hay que leer demasiado mal para saltear el goce narcisista que Freud encuentra en la dependencia familiar y se requiere un verdadero arte para descontarle esta rotunda afirmación: la impotencia del sujeto es toda la satisfacción que el fantasma del goce incestuoso puede ofrecer (2).

¿En qué consiste el goce familiar? Conjura el horror al anonimato y excluye la certidumbre empírica de la muerte. En tanto los padres serán sobrevividos por los hijos, mueren (pero al sobrevivir en ellos son inmortales). Por su parte, en el deseo de muerte de los padres los hijos son inmortales (cuando ellos mueran les llegará el turno). 

El sufrimiento que el superyó le inflige al yo paga la omnipotencia que reduce la exclusión de la ley cuya "falla" es representada por el primero. Pero en ese mismo y misterioso masoquismo del yo habla lo que se excluye: tanto la muerte como el masoquismo remiten a la feminidad. 

Freud dirá que el superyó de la mujer es menos inexorable menos independiente de los motivos afectivos y menos impersonal que el superyó del hombre. Es decir: es personal, afectivo y lábil. Por eso la mujer carece de! sentido de la justicia. En Moisés la justicia es definida como un universal negativo: que los demás no tengan lo que a mí me falta. 

Hay lo singular (del superyó femenino) y lo universal (del superyó del hombre): la prohibición del incesto •sitúa al hombre frente a una prohibición universal, el deseo de ser amada sitúa a la mujer en la afinación de una singularidad.

Pero como la anatomía del hombre y de la mujer se pierden para reencontrarse veladas por el sexo suplementario de la bisexualidad, los principios "masculino" y "femenino" remitirán a una actividad universal y a una pasividad singular, de manera que podríamos decir que todo lo que hay de singular en un hombre es femenino Y todo lo que hay de universal en la mujer es masculino. Freud define a la pulsión como actividad masculina universal y al narcisismo como singularidad pasiva y femenina (amar/ser amado; desear/ser deseado) (3) 

La degradación de la vida erótica dirá que la condición erótica de la transgresión es a la mujer lo que la condición erótica de la degradación _ es al hombre: también en Tótem y tabú la transgresión de la mujer aparece como fundamento retroactivo de la ley (Psicología de las masas dirá que el "poeta" propone que la madre fue la instigadora del crimen, siendo a la vez el premio por su realización). Esa transgresión, ese crimen en el origen de la ley hace entrar en la escena el deseo de la madre (¿es la escena primaria otra cosa que el descubrimiento del deseo materno, ya que la presencia del padre resulta allí intrusa?). Si antes de la muerte del padre el deseo de la madre es -transitivamente- la omnipotencia del hijo, es necesario que exista en la madre el deseo de muerte hacia el padre (ya que habrá deseo en el hijo por el efecto retroactivo de esa muerte). Cuando la mujer designa al animal totémico que le dio el hijo que está por nacer, excluye (mata) al padre como condición de que su nombre (una estirpe) prenda al recién venido en la sucesión de las generaciones. Por otra parte, si la mujer acepta la ley en la sustitución del falo por el hijo, es también verdad que la niega en el deseo del hijo como falo: el niño como juguete erótico supone la transgresión y la renegación en la mujer. Es aquí donde el narcisismo primario se vuelve una falla primaria del narcisismo, ya que se funda en la imposible convergencia del significante falo y el cuerpo del hijo.

Si la singular transgresión de la mujer es el fundamento de la universal prohibición, será en la feminidad (narcisismo) del hijo donde este pecado original se perpetúa como sufrimiento de lo real (imposible) del goce. 

El superyó hace culpable de todo al que convierte en todo al que sostiene en la omnipotencia de una transgresión singular '(la neurosis es transgresión de un cierto orden, palabra amordazada de la ley del deseo -dirá Lacan-): si el superyó 'reprime es porque sostiene el narcisismo, si produce el sufrimiento es porque llama al goce, si habla es porque el sujeto falta siempre a la palabra. 

Si el enunciado de la ley no tiene otra garantía que su enunciación la transgresión tiene su fundamento en el deseo de mujer y plantea el enigma de la "feminidad" (del hombre). 

2) Muerte y castración. Freud se obstina en que una temática de la muerte remite a la castración (4), cuando dice a la vez que la muerte reina en Ello y que no hay representación (inconsciente) de la misma.

¿Es la muerte condición de la representación, ombligo del sueño donde algo no puede ser reconocido? El tema de la elección del cofrecillo afirma que la desaparición, el silencio y la muerte se anudan en la mujer que por la castración (previa identificación narcisista) hace acontecer en lo real el horror del fantasma de mutilación. No existe una relación con la mujer (El tabú de la virginidad es muy explícito), sino que mediante la visión de la mujer el sujeto se encuentra con la castración.  

Freud evoca las moiras, a las que designa como un poder superior a los dioses (los padres idealizados que conjuran la muerte), para designarlas como tres momentos de la imago materna y como las únicas tres variantes de "relación" con la mujer (aquí las comillas señalan que esa supuesta relación es sólo una duplicación). Las tres moiras serían: Clotos (la madre) que dispone el hilo, Laquesis (la amada) que lo hila y Atropos (la muerte) que lo corta (incluso la representación de la vida después de la muerte sería, para Freud, el encuentro extereceptivo de la experiencia propioceptiva de la vida intrauterina).  

Si la muerte, la castración y la feminidad resultan inseparables, cuando Lacan plantea que el fin del análisis es la subjetivación de la muerte y que el analista la presentifica por su silencio, una pregunta se abre en torno a la posición femenina del psicoanalista. La feminidad sólo sabe del deseo lo que desea saber, puesto que ella lo constituye por el medio decir de la verdad.  

3) Bisexualidad: masculino y femenino. Sólo hay hombres y mujeres, pero la bisexualidad plantea que el sujeto puede ser masculino y femenino y que sólo por la pérdida del sexo suplementario este vel puede convertirse en aut. Pegan a un niño relaciona la feminidad del hombre con el masoquismo y la pasividad (separándola de la elección homosexual del objeto), lo que también se plantea en El hombre de los lobos. Hay hombres femeninos (pasivos) que son heterosexuales, hay hombres masculinos (activos) que son homosexuales. Celos, paranoia, homosexualidad conduce a Freud a la siguiente pregunta: ¿Si la cultura es una sublimación de la homosexualidad, por qué los homosexuales producen cultura? La sublimación es un destino de la pulsión y como tal parece estar en la génesis de la cultura, cuya función sería otorgar lugar a ese goce irreductible al principio del placer. Por otra parte, Freud dirá que en la mujer hay menos sublimación (¿porque hay más placer?). ¿Qué es lo que los homosexuales subliman? Al parecer, lo que hay de transexual -de máscara, de velos y de fugas de identidades- en la cultura es el producto de una sublimación de la feminidad (que en nada sería necesaria a las mujeres). El perverso idealiza la pulsión, pero la feminidad del hombre sería algo diferente de la perversión en tanto se juega una idealización de la imagen: los hombres son femeninos (pasivos) con las mujeres -dice Freud-, pero no pueden soportar serlo frente a otro hombre.  

Esta serie quiere llamar la atención sobre las dispersiones necesarias: 


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Pasivo de la seducción por una mujer (la madre), sólo por la culpa podrá articular la actividad -implícita en la pulsión- mediante la escisión (activo/pasivo) que la masturbación pone en acto.

La mujer podrá sostenerse en los fines pasivos mediante la anterioridad del deseo del Otro (desea porque fue deseada, porque fue seducida es inocente -según la histeria). Cuando el hombre cree que la masturbación lo sacó de la pasividad, las fantasías que la provocan se enlazarán con la madre -lo que en relación a la castración en la misma- irá a plantear la pérdida de su ser fálico, la pérdida de su bisexualidad (la constitución de un sexo). La actividad es impuesta por la pulsión, pero será siempre culpable. 

Pero si del lado de la pasividad se encuentra la muerte y la abolición del deseo en el Otro, esta culpabilidad que Freud dice 'que es inherente a cualquier actividad (sexual) es una "elaboración" de la angustia. 

Es en la madre donde se le plantea la pasividad (al ser seducido por el deseo de ella) y es también en la madre donde se le plantea la castración (al descubrir la falta en el origen de ese deseo). Al encontrar la feminidad en la mujer se le plantea la castración, pero al poner en la mujer la feminidad podrá realizar una "elección narcisista" de objeto.

Por el narcisismo la mujer remite a la castración, por el narcisismo se elige la mujer que se quiso ser. Si en lo real el hombre tiene pene y la mujer no, en el campo virtual el ser masculino implica la castración (pérdida del cuerpo como falo) y el ser femenino será la recuperación (en la imagen idealizada del otro) del falo perdido.  

El sujeto masculino será un mensaje (pasivo) entre dos mujeres y su actividad consistirá en convertir a la mujer en un valor que circula entre dos hombres. Efectivamente, para la madre el hombre elegido será el medio para relacionarse con su propia madre (hay que leer en Tótem y tabú la relación del hombre con la suegra). La madre podrá entregar un hijo a su madre, perpetuada en el marido clásico que alimenta y le prohíbe el contacto con los demás hombres (apareciendo, incluso, revelada en el amor de los hijos varones por la abuela materna).

Además, la que el narcisismo encuentra será la resonancia de aquella cuya pérdida hizo advenir al Otro donde el goce femenino ("inconsciente homosexual con elección heterosexual de objeto…etc.") insiste y propone en la mujer el misterio de la feminidad que el placer del pene intenta develar. Nuestro apólogo será un sujeto que después de arder por una mujer concluía en el robo de la feminidad que se esfumaba en la desnudez del cuerpo: "Pero, ¡no es más que una mujer!". Pero este robo de la feminidad -su puesta en nada- le volvía como robo de la masculinidad: pendiente de ciertas fantasías sádicas se precipitaba cada tanto en la homosexualidad. Cuando se imaginaba perverso -su imaginación era exhuberante y sadiana- podía asegurarse al otro y constituía con alguna mujer lo que se llama una buena pareja (contra los hombres); pero cuando se imaginaba ser otro podía asegurarse el goce (escribir como otro escritor, por ejemplo).

En la desnudez de la mujer se perdía la feminidad que, "captada" en su cuerpo, le era ofrendada a otro hombre.  

El goce sádico del superyó es, simultáneamente, el goce masoquista del yo (5): el "bi" de la sexualidad. El masoquismo erógeno primario cifra la feminidad y la pulsión de muerte y habría que estudiar los cortes y los pasajes en el masoquismo secundario, femenino o moral (al que Freud adjudica efectos tan dispares como la culpa, la necesidad de castigo, la reacción terapéutica negativa). Este goce "bisexual" (cuyo cuerpo es el falo) será sacrificado a la castración, lo que permite constituir la ley del deseo (como defensa del goce) amenazada-sostenida por la fantasía donde un resto del goce se deja oír, más allá del principio del placer, perturbando la posibilidad de gozar lo menos posible. El goce se abre al masoquismo y a la pulsión de muerte, habla en la paradoja de la satisfacción , "sufriente" del síntoma, habla en el superyó "sádico" que propone todo a quien sea culpable de todo (el sacrificio -como el ahorro produce reservas de "poder", cuya inversión explosiva suelen experimentar los beneficiarios de cualquier altruista). 

4) Mujer y hombre: la práctica psicoanalítica. Si la muerte, la castración y la feminidad trenzan lo inexorable de un destino -metáfora mayor de la pasividad, en su absoluta determinación- es porque la sublimación de la feminidad es tanto articulación de la castración como subjetivación de la muerte. La feminidad en su remisión al falo no puede sostenerse en el sentido de un ente presente y en presencia (hombre o mujer) y es lo que flota en ausencia, lo que atraviesa lo real del análisis como imposible: la roca viva. La feminidad entre hombres y mujeres interroga la posición femenina del psicoanalista (presencia de la muerte, ausencia de presente): Freud pensó que las mujeres podían conducir a otras mujeres hasta la ausencia radical de la madre. ¿Basta decir que por la "transferencia" da lo mismo que el analista sea hombre o mujer? Esto sería evitar otra pregunta: ¿Qué voz habla en la voz del psicoanalista? Si el enigma da a entender algo de una manera equívoca, la mujer aparece como una "fábula" de la sexualidad cuya moraleja hace del saber un síntoma de la verdad.

En la Comedia del Arte cada personaje tenía una máscara, exceptuando los enamorados: bastaba con el amor para velar sus gestos. Si en el análisis la voz vela (por) el cuerpo, la muerte se presentifica en la remisión de los significantes haciendo de esta viva voz la presencia del amor donde el "sentido" queda abolido por el tono.  

¿Qué pasa por el tono de las diferentes voces de hombres y de mujeres psicoanalistas? Hay tonos que encantan y otros que resultan insoportables, incluso hay voces que parecen incompatibles con la "función" galante del analista. Es fácil imaginar el tono "cálido" y paternal de la vieja escuela, el tono neutro y "cortante" de los que se vienen. Cada uno puede imaginar lo que se le ocurra, puesto que dice siempre imaginar algo 

Freud dirá que existe algo contagioso en la feminidad (es decir, que la presencia de la mujer se propone como su misterio en la voz que Ulises no quiso dejar de escuchar). Se trata, es obvio, de la identificación narcisista -pero el narcisismo se juega en toda identificación. 

Cuando los actores abandonan las máscaras es el público quien las adopta: las damas asisten al teatro, lugar poco respetable, con el rostro cubierto. Este anonimato sirve para otra cosa, por lo que a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII la máscara se vuelve sinónimo de prostitución. En 1704 un edicto de la reina Ana prohíbe el uso: no se puede revelar lo que se oculta, no se pueden producir lapsus faciales. ¿Se dirá que por la "transferencia" es lo mismo que la percusión de la voz resuene en una máscara femenina o masculina? Los sexos no son (in)diferentes, tampoco diferentes: son semejantes (Freud subraya). ¿Semejante a qué es un analista? A una pérdida, por eso su silencio hace del objeto petit a el agente del discurso. Por eso su palabra puede decir a medias la verdad y este decir a medias hace a la semejanza de los sexos, a la imposibilidad de la diferencia y de la indiferencia.

Cualquier demanda de análisis explicita (por la negativa o positiva) un sexo analista como obstáculo y posibilidad del Otro. 

Si viniéramos de otro planeta -dice Freud- y no tuviésemos cuerpo sería extraño encontrar dos seres que, iguales en todo, se diferencian por el sexo. Esto que hace la diferencia es real porque produce a la vez su imposibilidad: algunas consecuencias psíquicas de la diferencia (sexual) anatómica. ¿No se vuelve sexual esta anatomía porque se ofrece a una mirada como diferencia? Nunca se ha subrayado lo suficiente que el cuerpo del que habla Freud es mirado, incluso que el yo es el propio cuerpo mirado como el cuerpo de otro (El yo y el ello). Quizá tampoco se ha subrayado que "si hay más luz cuando alguien habla" es porque la mirada se organiza por representaciones, que la llamada percepción se dobla en la constitución libidinal del cuerpo. 

Si el sexo es la diferencia que mediante una mirada escinde el cuerpo, las zonas erógenas serán esos lugares que mediante el deseo del Otro convierten al organismo en un ser parlante que habla más allá de la muerte y convierte a la falta de palabra en una muerte en vida: el significante es la materia que se trasciende en lenguaje -dirá Lacan, frente a un grupo de azorados estudiantes de filosofía. ¿Hará falta visitar un Museo para comprender que eso que llaman producción es la transformación de la materia según las leyes "idealizantes" de la remisión de los significantes? Seamos realistas, pensemos que una humanidad laboriosa se empeña cada día en producir millones de objetos irrisorios entregados al goce solapado de unas muchedumbres quejumbrosas. ¿No es la feminidad uno de esos productos que suele justificarse por la existencia de mujeres en la realidad? La feminidad es un problema de hombres, suele decirse. Pero las mujeres saben que es también la solución que alguna Otra encuentra por casualidad cuando descubre que en el espejo los velos se convierten en máscaras. Ahí, en la máscara, se puede hacer resonar una voz y proponer a la mirada el enigma de lo que se sustrae en la revelación de los artificios. La Otra puede hacerle tragar cualquier cosa a ese hombre que no entiende nada; ¿se le arrancará la máscara o se le robará la receta? Las dos cosas•, puesto que el gesto de arrancar la máscara puede ser la receta para enmascararse en el gesto: las feministas italianas dibujan con sus manos un losange que simboliza el sexo que sustraen con gracia a la mirada (de las otras mujeres y de los hombres). ¿Qué hacer, qué nueva feminidad producir para que no se extinga el deseo?

 "La repudiación de la feminidad puede no ser otra cosa que un hecho biológico, una parte del gran enigma de la sexualidad" (Freud, 1937). Años antes el enigma era la mujer y este desplazamiento la convierte en el secreto del deseo. Hay que recordar que Isabel sabe que guarda• un secreto, pero no sabe lo que el secreto guarda. Por otra parte el enigma consiste en que tanto hombres como mujeres repudian la feminidad que no puede ser localizada, por lo mismo, en la anatomía.  

Masculino/femenino son dos polos virtuales que instituyen al hombre y la mujer como realidad imposible, son lugares de un deber ser que escinde el ser de hombres y mujeres. No importa la cosa que se deba ser (el contenido ideológico, como se dice) sino el hecho de que se deba ser alguna cosa. Por la envidia del pene el hombre se inscribe en la mujer como frustración, por la castración la mujer se inscribe en el hombre como privación.  

El hecho biológico de que la feminidad sea repudiada se relaciona en Freud con otra certidumbre empírica, igualmente repudiada: la muerte.  

En efecto, castración, feminidad y muerte son el nudo que Freud nunca pudo desatar del todo: "Si preguntamos a un analista cuáles son, en su experiencia, las estructuras psíquicas de sus pacientes más inaccesibles a su influjo, veremos que en la mujer es la envidia fálica y en el hombre la actitud femenina frente al propio sexo, actitud que, necesariamente, tendría por condición previa la pérdida del pene" (Freud, 1938). Mientras el complejo de castración garantiza la función sexual del pene por la exclusión del goce fálico del cuerpo, la fantasía de castración se le opone como pérdida del pene (6).

La paradoja será que el sujeto se constituye como activo por la articulación de una pasividad (castración) donde la feminidad se elabora como subjetivación de la muerte.  

Mayo de 1977 


(1). Freud, S.: El yo y el ello

(2). Freud, S.: La degradación de la vida erótica.

(3). Freud, S.: Introducción al narcisismo

(4). Freud, S.: El yo y el ello

(5). Freud, S.: Dostoyevski y el parricidio

(6). García, G.L.:  "La ecuación cuerpo igual falo", Cuadernos Sigmund Freud nº 4. 


Fuente:  Notas sobre femenino. En (1980) Psicoanálisis. Una política del síntoma. Zaragoza: Editorial Alcrudo.


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