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septiembre 2022

Siguiendo en la línea de publicación de artículos de Germán García escritos en los años setenta incluimos en esta ocasión Jung pierde Freud (1978). Fue publicado originalmente en Diwan 2/3. Aquí García comenta el libro del psicoanalista británico Edward Glover llamado Freud o Jung (1949) y algunas obras del mismo Jung.

La pendiente mística aristocrática que aleja a Jung de Freud se describe en este texto de interés para vislumbrar esta divergencia en la historia del movimiento psicoanalítico. Aquí, entre otras cosas se menciona a La aurora naciente de Jacobo Böhme publicada en 1610, como una vasta influencia en el misticismo alemán y la cultura germánica. Según García, tanto las memorias de Schreber publicadas casi trescientos años después, como la obra de Jung habrían recibido dicho influjo.

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Jung pierde Freud (1978) por Germán García

Los referentes de un discurso son los significantes que lo constituyen:  las citas que un texto se da le permiten desaparecer, lo soportan en sus derivas. Transferencia, sujeto que hay que suponer al saber del inconsciente. Sólo este saber del Otro puede sostener el espejismo de un deseo de saber. El discurso de Freud difiere el de Jung: el joven (príncipe heredero, le llamó Freud) no soporta la alegría. Jung padre, calvinista casado con la hija de su profesor de hebreo (una de las máximas autoridades eclesiásticas de Basilea).

Los psicoanalistas han recibido por tradición la consigna (ella hace grupos, conjura la muerte) de la diferencia entre los dos discursos: todavía se  espera que alguno de ellos saque las consecuencias, que las demuestre deletreando en el goce algo de lo imposible. Se murmura que la diferencia es real, se enfatiza que es algo irreversible. 

Freud o Jung titula Edward Glover su libro de 1949 y desde entonces  la oficialidad psicoanalítica de Londres diserta -en una interminable letanía- que hay Freud y Jung (que la alegría joven no es una pérdida de tiempo, como pensaba E. Jones). 

Jung cuando joven hizo consigna del discurso de Freud, pero después descubrió que el problema de la oposición, como principio inherente de la naturaleza humana, constituye la tercera etapa de nuestro ulterior proceso de investigación. Por lo general, es éste un problema de la edad madura (1).

Dicho así, en bastardilla y sin ninguna bastardía puesto que antes había ido a buscar la transferencia en la naturaleza aristocrática de la Edad Media, en la mística germánica de un Bohme, en la garantía genealógica de los arquetipos: "Los arquetipos del inconsciente son correspondencias, empíricamente demostrables, de los dogmas religiosos. La iglesia posee en el lenguaje hermenéutico de los Padres un rico tesoro de analogías con los productos espontáneos e individuales que se presentan a la psicología" (1 ). 

Platón al servicio del discurso maître convierte al psicoanalista histérico en un mediador: el agente del discurso de Jung se encuentra dividido, el  otro entrega un lugar al falo y produce un saber sobre la causa del deseo. La iniciación se convierte en un rito mediante el cual cada uno se encuentra con el origen: "El arquetipo, aproximado a la conciencia mediante la indagación del inconsciente, pone al individuo, pues, frente a la abismal oposición de la naturaleza humana y con ello le ofrece la posibilidad de vivir una experiencia absolutamente inmediata de luz y de tinieblas, de Cristo y del demonio" (1 ). 

Dios se convierte en representación del Otro, en imago del goce fálico,  en agente maître que puede ser identificado -al final, en el retorno de la serpiente sobre su cola- con el cierre absoluto de una connaturalidad del saber: "De manera que si como psicólogo digo que Dios es un arquetipo, me refiero al tipo impreso en el alma, vocablo que, como es notorio, deriva de rúπoς: golpe, impresión, grabación" (1 ). 

La ciencia no asalta el cielo porque el arquetipo es el símbolo como  producto del alma que habla de los golpes que recibe ("la palabra arquetipo supone un agente que imprima", sigue Jung) y que por lo mismo no permite al sujeto hablar con su alma. 

El joven Jung sabe de qué habla: "A los diecinueve años, el joven bibliófilo consiguió una primera edición de un libro de Erasmo, en el que encontró la frase Vocatus atque non vocatus deus aderit (Invocado .o no el dios estará presente). Más tarde, hizo grabar estas palabras, que figuraban en su ex-libris, en el dintel de la puerta de su casa" (2). 

Los manuscritos antiguos

Binswanger cuenta que Freud dijo alguna vez que el interés de Jung  por las cosas muertas revelaba el deseo que el joven tenía de verlo morir para ocupar su lugar. Por su parte Jung (que se recuerda desde su infancia como introvertido) imagina el siguiente ejemplo: "Dos amigos pasean juntos por el campo. Llegan a un hermoso castillo. Ambos quisieran ver el interior del palacio. El introvertido dice: -Quisiera saber cómo es por dentro. El extrovertido contesta: -Pues entremos; y se dispone a pasar la puerta. El introvertido se retrae y dice: -Quizá la entrada esté prohibida; y tiene vagas representaciones de guardias, multas, perros bravos, etc., en el fondo. A lo cual contesta el extrovertido: -Podemos preguntar, ya nos dejarán pasar; y tiene representaciones de viejos guardianes benignos, de hospitalarios castellanos y de posibles aventuras románticas en el castillo.  Por influjo del optimismo extrovertido, -llegan ambos, efectivamente, al interior. Pero ahora ocurre la peripecia. El castillo está por dentro reconstruido, y no contiene sino un par de salas, con una colección de manuscritos antiguos. Estos son el encanto del joven introvertido. Apenas los divisa; siéntese como transportado, súmese en la contemplación de aquellos tesoros y se expresa con palabras entusiastas ( ... ) 

¿Qué es lo que ha sucedido aquí? Los dos amigos caminaban en gozosa simbiosis juntos, hasta que llegaron al castillo fatal. Allí, el que piensa  de antemano, el prometeico introvertido dice: -Podríamos verlo por dentro. Y el que no piensa hasta después de obrar, el epimeteico extrovertido, abre la cancela.

Pero en este momento se invierten los tipos: El introvertido, que antes  se resistía a entrar, no quiere salir, y el extrovertido reniega del momento en que entró en el castillo. El primero queda fascinado por el objeto; el último se sume en sus pensamientos negativos. Cuando el primero se da cuenta de los manuscritos cambian las cosas para él; su temor desaparece; el objeto se apodera de él, y él se entrega al objeto de buen grado. En cambio el segundo siente una aversión creciente contra el objeto, y acaba por caer en la cautividad de su yo. El primero se convirtió en extrovertido y el último en introvertido" (1 ).

Fue la introversión de la libido y sus relaciones con el objeto lo que  dividió la simbiosis de los dos amigos. Por eso no es de extraflar que al finalizar con su ejemplo Jung, en forma abrupta, concluya: "El problema de los tipos, suscitados por el conflicto entre Freud y Adler, nos lleva, pues, a un nuevo problema; al problema de la oposición" (1 ). 

Poco importa que el inconsciente sea colectivo, poco importa que alguien lo imagine individual: ahí está el mito del parricidio para mostrar  que Freud escuchaba, puesto que el ser habla, una pérdida que anuda generaciones por la muerte irreversible de una repetición que siempre se invierte en la deuda que reserva a las generaciones la causa del deseo como resto de la prohibición.

El ejemplo inventado por Jung muestra que las imágenes de la libido  surgen de la captura narcisista, no del golpe de los arquetipos. Si dios es todo, el yo puede saberse alguno: la serpiente no simboliza la libido, sino que viene a caer a los pies de esa virgen donde el falo figura como ausente. El símbolo no es el correlato visible de alguna cosa invisible, sino aquello que de la nada hace Dios al dejar que una palabra caiga en el lugar de otra. 

El introvertido se fascina por el objeto: Jung hace experimentos con  las asociaciones de palabras y puede percibir trastornos. La palabra es ese objeto que fascina porque se ofrece como un saber sin Otro donde el alma se expresa a viva voz, complejo de la idea y del afecto, plenitud del sentido donde lo viviente no pierde nada para ser del lenguaje. Fuerza impulsora que guía las asociaciones, cuerpo que se estremece por el golpe de Dios y  derrama su afecto en las cadenas figuradas de sus asociaciones. 

En 1900 Bleuler le recomienda a Jung la lectura de La interpretación  de los sueños y el reconocimiento de esta "obra maestra" está afectado de un olvido: aquellos sueños típicos referidos al propio cuerpo, a los padres y al deseo de muerte.

Nuestro método -dirá Freud en ese libro- consiste en que el soñante,  por la asociación libre interprete su propio sueño: alguien habla, un saber se descifra. Por la vertiente de los sueños típicos se llega a la seducción, la castración, la escena primaria y el falo. 

El hombre de los lobos conduce a Kant, cuando Freud habla de los  esquemas (el edipo, uno de ellos) que distribuyen las experiencias del sujeto. El lazo de la disposición (hereditaria de la angustia por la pérdida de la madre y por cierta tendencia al incesto) conduce a la génesis de lo real (ontogénesis) como discordia entre el desarrollo de la libido y el desarrollo del yo. La disposición compromete la idea de causalidad, pero fundamentalmente sustituye la reminiscencia -el arquetipo- por la repetición y el corte.

Jung tenía cierta disposición hacia Freud, cierta disposición que hace  que encuentre su nombre (Alegría/Freude) como la diferencia entre el inconsciente ario y el inconsciente judío. Dice que Freud cree que la ley bajó del Sinaí, pero que los hombres tienen una moral intrínseca ( 1 ). 

Si el odio a Freud lo conduce al nazismo (llega a comparar a Hitler con  el Oráculo guiado por la Voz de los arquetipos germanos), descubre en el nazismo el derrumbe de una ilusión del saber sin Otro. La máquina mortífera en la que se encuentra atrapado es el descubrimiento paranoico de una verdad: "Los judíos tienen en común con las mujeres la siguiente peculiaridad: siendo los más débiles desde el punto de vista físico, deben apuntar a las grietas en la armadura de su oponente ... También deben a la experiencia de la cultura antigua la capacidad para convivir conscientemente con sus propios defectos (Untugenden) y tener para con ellos una actitud benévola, cordial y tolerante, mientras que nosotros somos todavía tan jóvenes que no nos hacemos ilusiones con respecto a nosotros mismos ... " (2). La negación y el rechazo de los efectos habla, en verdad, de las ilusiones y de sus pérdidas (no eres todo, dice el Otro mostrando al significante falo como falta). Jung pierde a Freud para sostener a la serpiente como símbolo de la libido, ahí donde el símbolo mismo era significante de la falta del falo. "Sólo por el misterio del propio sacrificio -escribe- llega el hombre a encontrarse renovado" (1). 

Schreber y /o Böhme 

Una cierta interrogación sobre la demencia precoz se encuentra entre  Freud y Jung, la respuesta de cada uno provoca la divergencia y por último la separación.

La aurora naciente de Jacobo Böhme fue publicada en 161O y tuvo  una vasta influencia en el misticismo alemán; la memoria de Schreber publicada casi trescientos años después muestra el estallido de este misticismo. Lo que nace para Bohme es lo que muere para Schreber y su nueva aurora apunta a lo siniestro de una experiencia que llegaría a ser tan colectiva como el inconsciente de Jung.

Freud lee Schreber, Jung repite -algunas veces a la letra- el sistema  de Böhme: al volver sobre sí el hombre descubre a Dios, ese dinamismo que por el Bien y el Mal se revela como un Querer al Selbst como síntesis divina de lo celeste y lo terrestre ( 1 ). 

Jung había leído a Schreber antes que Freud, pero no había comprendido en ese discurso el anverso del propio. Freud puede leer que se habla  de lo mismo, pero la diferencia es el Edipo. Esto moles.ta a Jung, quien llega a sugerirle a Freud que busque otra palabra en lugar de "sexualidad". 

Si no existe un deseo de saber, si sólo hay el saber del deseo del Otro,  la operación de lectura supone "sujeto"· a ese saber.. ¿ Qué sujeto supone Freud al saber que se descifra del discurso de Schreber? 

1911/ 1914/ 1915/ 1920/ 1923: doce años lleva esa lectura. De Schreber  se descifra Introducción al narcisismo, Las pulsiones y sus destinos, Más allá del principio del placer, El yo y el ello. Incluso, el libro póstumo sobre Wilson lleva una interrogación sobre Schreber y su tragedia. 

Para Schreber no hay arquetipo que valga lo que esos discursos que  arrancan jirones de su cuerpo viviente, no hay líder ni Dios que pueda sostenerse fuera de ese juego del falo y la castración: un cuerpo al que no le pasa nada, un sujeto que habla al que le pasa de todo con su cuerpo. Un organismo mortificado por el lenguaje que busca amortiguarse en la destrucción y regeneración de la especie. El arquetipo de Jung obligado a reconocerse en el "infierno excrementa!", el cuerpo soberano del Oráculo transformado en un viejo de tetas arrugadas que después de ver la escena espera el infinito para poder contar todos los restos. 

No se trata del hebreo, tampoco de un alemán corriente, sino de las  runas, caracteres de esa lengua fundamental de los escandinavos que feminiza a los hombres y cuyo poder está confiado a las mujeres. Aquí Jung prefiere el ánima y el animus, íncluso el animal, con tal de no escuchar este saber del Otro.

Jung hablando al revés acusa a Freud de confundir la demencia con  la psicología de un "anacoreta ascético". Freud responde: Se trata de lo opuesto, ya que el anacoreta hace ex-istir al Otro en los animales, las plantas, el universo, etc. Jung se desplaza hacia ese lugar, puesto que necesita encontrar un pasaje entre el yo ideal perdido y su.intento de recuperación por un ideal del yo fundado en el intercambio de signos autorizados por la cultura: "Los motivos mitológicos -escribe- cuya existencia ha sido comprobada por la investigación del inconsciente, constituyen en sí, es cierto, una pluralidad, pero ésta culmina en un ordenamiento concéntrico y radiado, que forma realmente el centro o la esencia del inconsciente colectivo. Debido a la notable coincidencia entre las experiencias del yoga y los resultados de la investigación psicológica he escogido para este símbolo central el término sánscrito mandala, el círculo" (1).

Para que el sujeto pueda centrarse en su centro, para que pueda ser  el agente del mandala que soporta, debe superar la fragmentación y llegar a esa unidad absoluta. Aquí se llega a la connaturalidad del saber supuesta por Hegel, excluida por Freud. Entonces será el arquetipo aquel que ocupará el lugar del espíritu absoluto y. la verdad será eso que falta al sujeto para realizar el saber mediante una adecuada conciencia de sí: "Pero como en nuestra experiencia no se da situación alguna que pueda ser observada introspectivamente fuera del hombre, el comportamiento del arquetipo no puede ser investigado sin la intervención de la conciencia que lo observa. Por ello no se puede dar respuesta alguna al problema de si el proceso comienza en la conciencia o en el arquetipo, a no ser que, en contradicción con la experiencia, se quiera despojar al arquetipo de su autonomía, o se quiera reducir la conciencia a una simple máquina. Pero sin duda estaremos en perfecto acuerdo con la · conciencia psicológica si concedemos al arquetipo cierto grado de autonomía, y a la conciencia cierta libertad creadora, correspondiente a su grado de conciencia" (2).

El vel de Jung consiste en darle al sujeto la libertad de centrarse en un  lugar obligatorio por su propio narcisismo: "Pero empíricamente -escribe-, se puede confirmar con probabilidad suficiente que en el inconsciente aparece un arquetipo de la totalidad, el cual se manifiesta espontáneamente en sueños ... " (2). Esto es lo que le hacía decir a Freud que el sueño estaba al servicio del yo, por eso no es de extrañar que ese yo quiera ser todo por el Dios que desea ser: "Por ello -prosigue Jung-, parece probable que el arquetipo de la totalidad ocupe por sí mismo una cierta posición central, que le aproxima a la imagen de Dios (. .. ) la imagen de Dios coincide, exactamente hablando, no con el inconsciente en cuanto tal, sino con el arquetipo del Sí Mismo" (2).

La fascinación del objeto, el juego narcisista entre otro y otro soporta  este discurso: Jung cambia de Frente: "Cabe preguntar, ¿en virtud de qué poder mágico los padres mantienen a los hijos a sí mismos, a menudo durante toda la vida? El psicoanalista sabe que no se trata de otra cosa que de la sexualidad por ambas partes". Este párrafo escrito en 1909, es suprimido en ediciones posteriores. 

La oposición llega con la madurez, la sexualidad ata por ambas partes  y Jung prefiere no saber de eso que sabe el psicoanalista. 

Por su parte, Freud lo convierte en Presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional porque temía que ... lo sustituyera. Lo introduce en  el grupo para que el psicoanálisis no sea una cuestión "nacional judía" ... y es Jung quien dirá que sería un error confundir la psicología judía de Freud con la de toda la humanidad. Esa humanidad no acepta sus propios defectos (Untugenden), puesto que en 1948 Jung puede escribir: "Y así como el mundo no es una multiplicidad dispersa, sino que descansa en la unidad de la concepción divina, del mismo modo el hombre no debe disiparse en las multiplicadas y contradictorias posibilidades y tendencias trazadas por lo inconsciente, sino convertirse en su omnímoda unidad" (1). Esto es posible poniendo el saber (piedra filosofal) en el lugar del goce (fálico), excluyendo al Otro para que el anima (masculina) y el animus (femenina) puedan arrullarse en la Unidad Superior del Selbst.

Germán L. García 

Buenos Aires, junio de 197 8 


(1) C. G. Jung: Lo inconsciente. Ed. Losada, 1938.

(1) C. G. Jung: Psicología y alquimia. Ed. Rueda, 1957.

(2) S. T. Selesnick: "C. G. Jung", en: Historia del psicoanálisis, l. Ed. Paidós, 1968.

(1) C. G. Jung: Simbología del espíritu. Ed. Fondo de Cultura Económica, 1962.

(2) C. G. Jung: Respuesta a Job. Ed. Fondo de Cultura Económica, 1965.

(1) C. G. Jung: La psicología de la transferencia. Ed. Paidós, 1961.


Fuente: (septiembre 1978). Jung pierde Freud. En Diwan 2/3 (pp.148-155), Zaragoza.



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