Blog de la Biblioteca y Archivo del Centro Descartes
diciembre 2022
Este mes publicamos el artículo Música Beat: los jóvenes en el espejo (1971) de Germán García. Aparecido en la revista Los Libros Nº 18 se trata de un artículo de crítica cultural. El texto versa en principio sobre tres libros aparecidos el año previo relacionados a la música joven de entonces: Agarrate (1970) de Juan Carlos Kreimer; Pomelo (1970) [1964] de Yoko Ono y La música beat de AA.VV. (1970). En un contexto crecientemente politizado (la tapa de ese número de Los Libros es sobre Vietnam) García dedica este texto al acontecimiento beat. Sobre estos textos, en especial los dos primeros, desmonta las mistificaciones de lo nuevo, lo joven o el cambio describiendo que se tratan de meros productos de mercado con la paradoja de presentarse con signos de subversividad mimetizándose con el lenguaje político, el cual contribuye a la despolitización, Recorre además una serie de productos culturales juveniles además de estas tres publicaciones: películas, publicaciones periódicas y otros músicos previos a lo beat.
La “transformación”, que propone este fenómeno, afirma García “es la política practicada por los medios, hablar hasta el hartazgo de cambio, de la revolución, etc, para disolver el sentido mismo de esas palabras”.
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Música Beat: los jóvenes en el espejo (1971) por Germán García
Para el caso no se trata de pensar la música beat, sino los relatos que ella suscita, sea por las declaraciones de los propios músicos, o los comentarios de los medios o los del resto de la sociedad. Los relatos sobre un hecho en principio no verbal, como el caso de la música, muestran el uso —virtual o real— que la sociedad hace del hecho relatado. Cualquier acontecimiento, una vez relatado y transmitido, está sujeto a las leyes generales de la significación y se articula en una retórica particular.
Este mismo texto se articula como otra vuelta de tuerca sobre la producción de textos en relación al acontecimiento beat, Consciente de este lugar trataremos de reflexionar sobre algunos relatos de este fenómeno.
AGARRATE
Esta palabra que sirve de título a los testimonios recopilados y anota¬dos por J. C. Kreimer parece aludir a una expresión popular (iAgarrate ésta!) como tratando de sugerirnos el asombro —quizá el escándalo— de lo que vamos a leer. Agarramos en la primera página, sobre la firma de M. Grinberg: "Esta música antes que nada, es producto de una sensibilidad especial y no de una ideología". Leído de revés: la ideología es vulgar —no especial— e insensible. Desde las últimas páginas responde Kreimer: "Esta falta de ideología que manifiestan es de por sí una ideología". Luego nos edifica: "Los que han perdurado a través de los siglos fueron verdaderos granos de pus para sus épocas, terroristas que no cesaban de poner bombas inconformistas en cada trazo, en cada frase, en cada acorde, en cada aullido".
Esta forma de parafrasear los relatos de acontecimientos políticos (bomba/terrorismo) se articula en el eje de una confusión arte/política que sirve para escamotear al arte (por la política) y a la política (por el arte). ¿Qué se quiere decir (en el caso de Grinberg como en el de Kreimer) cuando se habla de ideología? Ideología para Grinberg es equivalente de política y como tal connota interés, falta de espontaneidad, negatividad. Para Kreimer es algo inevitable (lo que puede ser cierto) pero que le ocurre a los otros, lo que no le permite ver la ceguera ideológica de su propio relato. La ideología, para él, está asociada a lo artificial (una forma... algo estático) que es como la muerte en tanto se opone a lo que entra "en verdadera acción, se mueve por su propia fuerza. Vive".
La ideología es el mal, la muerte, lo artificial: del otro lado está la vida (Kreimer) y la sensibilidad (Grinberg). Descubrimos, entonces, que los dos dicen lo mismo con signos cambiados. Porque lo que podemos llamar ideología es esa explicación de la apariencia por la apariencia mediante nociones vagas que tratan de cubrir la falta de una teoría científica de la ideología que dé cuenta de lo que aparece mediante la producción de un saber sobre las estructuras determinantes de los fenómenos.
Este bailoteo de conceptos degradados a simples palabras se sostiene en verdad por una ideología que se articula en el eje de la vitalidad como explicación de los cambios sociales. Por eso es posible hacer aparecer —como hace Kreimer— palabras como "ancestral", "rito", "sangre", "animales", "natural", etc. Esta naturalización de lo social ha sido estudiada por Barthes y es utilizada por el periodismo del mundo (occidental) entero cuando se habla de "olas de violencias", "fuerzas desatadas", etc., para explicar la (en apariencia) inexplicable, lucha entre las clases.
Y todo por una exigencia de la moda que dice que la música debe ser subversiva, puesto que el deseo personal, las exigencias de la audiencia y los límites del poder, exigen que las mercancías circulen en el mercado con los signos de una subversidad que parodie y degrade los acontecimientos o los signos de la subversión (aviso de cigarrillos con imagen del Che Guevara).
Lo que hay que poner de manifiesto es el estilo de este tipo de relatos donde la connotación es elevada a un rango que hace desaparecer toda denotación, creando la apariencia de una polisemia que hace del sentido un fantasma que se pasea graciosa e indefinidamente en los intersticios del texto.
Veremos cómo una ambivalencia radical domina esta aparente polisemia: "Todo hallazgo —escribe Kreimer— luego de descubierto se asimila y deja de ser hallazgo. Debe ser tomado como peldaño para continuar la escalada: para trepar a partir de él hacia otras zonas, más audaces, más libres, menos seguras". ¿Cómo no ver el doble sentido de esta frase? Metáfora ascensional que remite a la verticalidad del orden social, uso de una palabra (escalada) impuesta por la política norteamericana, de otra palabra (trepar) que connota la aceptación de los peldaños por los que se trepa, para concluir en el verdadero acto fallido de la audacia que se diluye en el ademán de la frase.
Además (el hallazgo constante) el mito de la originalidad que remite a un problema especial con el "origen", mientras indica las necesidades básicas del consumo: el efecto de novedad como prerrequisito de la circulación en el mercado. La misma ambivalencia podemos ver en otros relatos de Agarrate (sin firma) donde se nos dice que lo beat es "una sudestada, una caldera que hace hervir a todos por igual, sin distinción de oficios o cantidad de rupias, sin implantar un nuevo racismo cultural ni convertir a sus iniciados en élites privilegiadas. Lo único: un poco de desprecio hacia los adultos. O más bien: hacia su resistencia a comprenderlos".
La caldera, como vemos, se va diluyendo hasta terminar en una vaguedad (las resistencias) donde la mínima rebelión debe ser compensada por la aceptación de la sociedad sin distinción "de oficios o cantidad de rupias", como lo opuesto a las "entes privilegiadas". Estas élites, sorpresivas enemigas de la vitalidad, comparten su papel mítico con las grabadoras, las otras enemigas. Aquí y allí nos enteramos de qué manera estas grabadoras coartan la creatividad de los músicos que siguen grabando en ellas porque una vez poseídos por la magia vital ya no pueden detenerse.
Luego la ambivalencia se desplaza hasta el gesto crítico hacia los músicos mismos: "La sociedad establecida admite este tipo de música propuesto por los conjuntos porque sabe que distrae a los chicos de otras rebeliones más serias... (¿La guerrilla? No)..., la de la imaginación, por ejemplo". "Habitantes de un país sometido a la dictadura... (¿Militar? No)... del convencionalismo y la hipocresía".
Toda la prosa de Agarrate parafrasea, alude (por eso elude) el lenguaje político mostrando un mecanismo fundamental de la ideología "periodística": el desplazamiento. La mimesis del lenguaje político sirve para su despolitización, en tanto se lo arrastra de un lugar a otro (de la política a la moda, la música o la literatura). La ambivalencia de Agarrate puede sintetizarse así: los jóvenes son realmente feroces... pero no hacen mal a nadie.
La misma ambivalencia puede rastrearse en los relatos sobre violencia política: una simpatía latente es expresada en el lenguaje inverso impuesto por el medio que sea. El relato "periodístico" surge de la expresión de un deseo que se va coartando, para terminar aplastado por el Principio de la Realidad, que para el caso no es otro que la relación entre el poder (medio de información) y su audiencia. El "relator" aparece tratando de filtrar su deseo en los intersticios de un lenguaje que se le impone, se le opone y por el que le pagan. Este mecanismo funciona en Agarrate (libro que podemos suponer "libre") como un automatismo, como un estilo en el sentido fuerte de la palabra: "Una balada —escribe Kreimer— puede hacer volar mi mente, erizar mi piel, pero en tanto no empalme con otras cosas que atraviesan mi mente en ese momento, no me hace sentir, no me llega hasta los huesos".
Esta epilepsia, esta convulsión lingüística, no es más que un automatismo verbal que nuestros medios de información han elevado al nivel de un test proyectivo, donde cada uno encuentra lo que pone. Porque el relato "periodístico" es el lugar de reunión de una audiencia semideterminada, no puede funcionar sino mediante lugares comunes donde las vaguedades más dispares encuentran su lugar.
Un análisis acabado de la retórica de Agarrate nos llevaría mucho más lejos, baste para el caso dejar señalado el mecanismo fundamental que puede enunciarse así: una explotación desmedida de la connotación como coartada narrativa para expresar la ambivalencia frente a un hecho nuevo que es necesario reducir a los límites de lo explicable y explicado en función de una audiencia determinada o semideterminada. En el caso de Agarrate la audiencia supuesta por el texto se sitúa en la periferia de una problemática más o menos política, produciendo dos sentidos opuestos; a) La música también es subversiva; b). La subversión es más bien musical. Lo que coloca a lo subversivo como una exigencia sobredeterminante del mercado a la que el relato desea adherirse.
POMELO
Los textos de Yoko Ono que se agrupan bajo este título exigirían un análisis especial por la forma en que el deseo se articula en ellos, mediante los efectos de caprichos verbales, del uso masivo de un nonsense explícitamente inducido. Sólo quiero señalar el momento de su traducción al castellano como contexto secundario determinado por el "tiempo" de la traducción, como momento elegido para su inserción en el mercado. Si agregamos la traducción de La músico beat (una colección de ensayos que plantea direcciones diversas en el análisis de lo beat en su lugar de origen) en una colección dirigida por Eliseo Verón, podremos comprender cómo se articula un juego de espejos que tiene que ver con la difusión de la cultura en nuestro país.
Mientras por una parte las empresas descubren una falta e imponen algo (la música beat)... que siempre es otra cosa, por otra, a nivel de la cultura "intelectual" (a falta de otra cosa), se traducen los análisis de esa imposición. El proceso se cierra cuando hemos comprado el acontecimiento (como problema) por un lado Y su análisis-solución por el otro. En forma paralela e incomunicada nos encontramos con la imposición a ciegas de un fenómeno por un lado, mientras que por el otro (también a ciegas) se consumen las reflexiones originarias sobre ese fenómeno.
La traducción de Pomelo y La Música Beat articulan el acontecimiento-en los efectos de una segunda derivación: la cultura libresca. Bien puede uno ponerse a pensar la relación entre Yoko Ono y, por ejemplo, Lewis Carroll o trasladarse a EE.UU. o Inglaterra y tratar de escribir una historia de lo beat en relación a la música medieval o el jazz negro, mientras los adolescentes de Villa del Parque o cualquier otro lugar, se fascinan en el espejo buscándose algún rasgo que se parezca a alguno de los beatles. Este último hecho, el fundamental, quedará sin comprenderse.
Muecas en el espejo
La palabra espejo quiere señalar la relación entre el narcisismo y la juventud y, por otro lado, a la cultura de masas como juego de espejos, como portadora de ilusiones fantásticas que sirven para afianzar más la supremacía de lo Real como instancia ordenadora e indefinible, escamoteando cualquier estrategia de transformación. La palabra transformación no se refiere aquí a esa ideología blanda que con la palabra "cambio" sirve a las maravillas de esa política de Lampedusa practicada por los medios: hablar hasta el hartazgo del cambio, de la revolución, etc., para disolver hasta el sentido mismo de esas palabras. Con transformación quiero referirme a la posibilidad de reflexionar sobre estrategias que permitan articular el deseo en alguna satisfacción real, para sacarlo de ese reino de la sustitución que llamamos consumo. Porque si la cultura de masas es represiva, lo es por esa sustítución al infinito que desencadena lanzando al vacío la posibilidad de cualquier satisfacción. Porque está claro que son los medios —en nuestro país— los que proponen lo beat de EE.UU. a los jóvenes argentinos; ellos (no) saben por qué, como se dice, pero el efecto de esta imposición debe servirnos para pensar qué falta cubren sin satisfacerla realmente. Los músicos hablan el lenguaje que esos medios le imponen. Veamos algunas declaraciones: "Toda música que quiera ser joven debe ser antes que nada, rebeldía. Comunicar sensaciones auténticas. Transmitir y compartir experiencias nuevas". (Agarrate, pág. 113). Novedad, autenticidad, juventud, rebeldía.
"Mientras la fantasía no esté muerta (y no hay rayo laser ni bomba atómica capaz de destruirla) el arte no desaparecerá, porque donde hay un ser vivo hay un creador". "Uno compone y canta lo que siente, lo que es de veras" . . . "somos todos Dios y el Diablo al mismo tiempo" ... "quebrar las barreras del tiempo"... "me interesa descifrar el misterio implícito en la música"... "estás parado sin ser bueno ni malo: con tus cosas"... "somos divagantes". .. "mientras que el blanco parece haberse enfriado, el negro se siente hervir, vive con más calentura todas las cosas".
Luego —un texto sin firma— explica sobre algún grupo: "Con una modestia que se transforma en silencio, hoy ninguno encuentra para definir lo que hacen ni para explicar lo que sienten. Sólo atinan a mirarse entre ellos con grandes signos de interrogación en los rostros". (...) "Si alguno de sus temas llegara a ser comercial, mejor. El hecho de que sean responsables no los obliga a tener prejuicios tontos".
De otros se dirá: "Les falta juventud (o al menos imaginación para simularla), les sobra solemnidad". ¿Comentario musical?
El lenguaje de los "periodistas" de Agarrate se confunde con el lenguaje de los músicos y, lo que es más sorprendente, casi no puede diferenciarse. Primera Plana exaltó, justamente, el "periodismo" del libro; elogio que muestra la forma en que Agarrate modula —ya que estamos en música— sus acordes en el interior de la orquesta típica y característica, nada beat, de nuestros medíos de información.
Tener imaginación para simular la juventud, como propone Agarrate, es deslizarse en los intersticios de un lenguaje impreciso capaz de seducir a la audiencia. Un análisis de este relato en su relación con otros lenguajes sociales (T.V., publicidad, programas radiales, etc.) recortaría. el campo de una ideología (vida/juventud) que se desplaza de un objeto a otro regulando la circulación del mercado.
Si los adjetivos usados para estos relatos se estructuran de la misma manera en otros objetos distintos de la música, el análisis de esas maneras nos llevaría al campo semántico de esta ideología y nos permitiría desmontar sus articulaciones hasta detectar las faltas (lo que se llama motivaciones en el marketing) a las que este lenguaje refiere. Los trabajos de Juan Carlos indart y de Oscar Steinberg (sobre periodismo y publicidad respectivamente) pusieron de relieve, en esos dos campos, alguno de los mecanismos fundamentales.
Este tipo de análisis aplicados a los relatos sobre lo beat sería la única manera de superar generalizaciones del tipo de "todo esto es impuesto por el imperialismo a través de las empresas grabadoras", lo que es cierto, en parte, pero no muestra de qué forma ocurre esto: nada puede imponerse si algo no falta. Por eso conviene deslizarse hacia esa falta, puesto que la estructura de esa imposición debe ser analizada en relación a toda la política cultural de la dependencia en la que hemos surgido y en la que vivimos.
En cuanto a la falta, si hablamos de juventud, no podemos dejar de señalar el problema de la identidad.Y si hablamos de la juventud de un país dependiente, esa identidad nos remite a una forma socializada de la castración. La problemática de una identidad nacional, pasando por la castración metafórica que implica la dependencia socio-económica, nos lanza a otro lugar del análisis. El análisis de nuestra cultura contemporánea y, dentro de ella, el lugar y la significación que en su interior ocupan los países dominados.
Aquí sólo veremos qué faltaba después de 1955 para que fuese posible el surgimiento de Billy Caffaro, como preámbulo al Club del Clan. Ya en el Club del Clan nos encontramos con la institución. y, más concretamente, con la R.C.A. En 1955, con el peronismo, termina el reinado de las "típicas y características" y de una cultura deportiva asentada sobre una red compleja de interclubes, digitada por el gobierno. Empieza, entonces, la Edad Difícil (filme de 1956, sobre adolescentes) y se termina, en parte, con el paternalismo de Pelota de Trapo y la picaresca. La adolescencia empieza a ser difícil. ¿Para quién? Para la familia en tanto no está del todo coordinada con el mercado. (Hoy, T.V. mediante, la familia acepta más la imagen del joven que el mercado necesita para movilizar su consumo).
Después de Billy Caffaro viene el Club del Clan, articulándose al cruce con la expansión de la T.V. De aquella época quedará, después del derrumbe, Palito Ortega. "Los jóvenes se rebelan contra el convencionalismo, pero son respetuosos de los valores consagrados (sic)" —comenta Nuevaolandia, precursora de Pin-ap, Pelo, La Bella Gente, y homóloga de Radiolandia. Podemos comprender que el mercado se disocia en jóvenes y los otros (Radiolandia/Nuevaolandia), y en la actualidad Análisis/La Bella Gente, de la misma editorial.
Observando el surgimiento de la cultura masiva en EE.UU. (alrededor de 1930) puede leerse la entrada "conflictiva" del adolescente en el mercado. El peronismo, al parecer, retarda este proceso mediante el control de la cultura en el país y los "libertadores", entre otras libertades, se toman la de abrir las puertas a las inversiones extranjeras dedicadas a la cultura de masas provocando una respuesta en espejo a lo que falta, en esos emergentes nacionales que caricaturizan a los extranjeros: alguna vez habrá que estudiar los escándalos (su sentido) provocados por la barba teñida de B. Caffaro y su Pity-Pity.
El cine, con cierto retraso, sigue el proceso de esta entrada de los jóvenes en el consumo: Los jóvenes viejos (1962), La Terraza (1963), Pajarito Gómez (1965). El mérito de este último estaría en remitir al espacio mismo de la constitución del mito: los cantantes juveniles. Por su parte, los ídolos filman sus propias imágenes. Palito Ortega: Mi primera novia, Un muchacho como yo, Corazón contento, etc. Sandro: La vida continúa, etc. Favio: Fuiste mía un verano, etcétera.
La caída del paternalismo peronista se cruza con la degradación general del padre en nuestra cultura contemporánea y la retórica democrática no podrá llenar el espacio vacío que deja la paulatina desaparición de los interclubes y sus secuelas de premios, viajes, etc. La ofensiva de Caffaro contra el tango "pecaminoso" (al igual que el peronismo "pecaminoso") y la regresión lúdica de sus temas, muestran que algo terminó, que algo falta y que no hay nada que proponer.
Pero se sabe ya que hay que lanzarse a romper ese espacio opresor que separa lo masculino y lo femenino: "A la salida de los colegios de chicas siempre hay un clima denso, un clima de levante. Lo que pasa es que cada sexo es un mito para el otro", declara (1967) un adolescente de 16 años en Primera Plana. Lo que interesa aquí es que P.P. declare que el adolescente declara eso. En la otra punta de ese mito que separa, está el mito del unisex como negación de la diferencia entre los sexos. El poder de la cultura para las masas está, justamente, en trabajar sobre deseos que detecta; su falacia, en que los transforma (mediante la sustitución), en consumo. Es en ella donde debemos leer las faltas así como los sustitutos que se proponen.
Al compás del reloj, ya que el tiempo es oro, hay que venderle a cada adolescente una Juventud: Los Beatles, el budismo zen o los westerns, servirán a su manera para este fin. Volvemos a encontrarnos a Shakespeare transformado por Hollywood en un final feliz, volvemos a encontrarnos con la mercancía como la única transformadora de una cultura entrampada en la repetición represiva de los espectáculos. A todo esto la imagen de la Juventud entra de lleno a circular como aquella que juega con los cacharros de una cultura clausurada: no se toma el trabajo de crear o sacar nada, si no el de cambiar las cosas de lugar. James Dean no quiere (dice su mito) otra cosa que morir cuando nadie lo espera, amar lo imposible, despreciar la riqueza, sufrir en vez de gozar, etc.; y ya tenemos a la juventud como encarnación de una paradójica resignación que hace surgir signos de interrogación en todos los ingeniosos teóricos liberales. ¿Qué quieren, dónde van? se preguntan los periodistas todas las mañanas, delante de sus máquinas, tratando de vencer el sueño.
Si la sociedad se toma por una naturaleza circular e inmodificable, los jóvenes querrán convertir a la ciudad en un cuarto de juguete para recuperar esa (mítica) eternidad de la infancia, esa sabiduría primigenia que (como lo demostró O. Steinberg en Mafalda) se parece demasiado al pensamiento adulto de todo un sector de la clase media: porque el verdadero problema son los adultos, es decir, la estructura del poder.
Pero los jóvenes han aprendido a perpetuar lo que niegan: descubren el misterio de la música, creando la melodía trascendente de esa sociedad convertida en naturaleza.
Entre el mito de la locura por un lado y el de la libertad y la imaginación por el otro, el adolescente escapa de la repetición que linda con la muerte: hay que ser original. Búsqueda que remite al padre (el que certifica los orígenes) como figura borrada, y a la madre en tanto es necesario hacer alguna monada para reafirmar el derecho a ser su cosita. Originalidad que también remite al mercado.
Si el ídolo era un sustituto del padre en tanto ideal del yo, el grupo beat, la comunidad como modelo, intenta sustituir a toda la familia. Esto está claro en Inglaterra o EE.UU., donde la consigna "destruir la Familia" es explicitada en manifiestos anónimos y aun en teóricos como Leary, Laing, Coopere ¿Pero está claro aquí? Para mostrar la configuración de este fenómeno en todas sus articulaciones será necesario hacer una lectura de los medios de información en relación al tema. Esta lectura deberá tener en cuenta tanto el desarrollo del fenómeno en una relación de información/efecto informativo/ nueva información, como en lo que hace a la evolución semántica en el tratamiento de esta información. ¿Cuáles son las diferencias y las relaciones entre Nuevaolandia y Pelo? ¿Cuáles son las diferencias y cuáles las relaciones entre los adolescentes actuales y los de hace 10 años?
Preconclusiones
De Billy Caffaro —pasando por el fracaso del Club del Clan— hasta Ortega o Sandro, vemos desarrollarse la línea de los ídolos solitarios cuyo paradigma sigue siendo Gardel. Para ellos la explicación pasa por la "personalidad", por un "algo" que ellos proponen para cubrir la falta.
La otra línea, la de los nuevos grupos, es confirmada oficialmente como una locura de juventud, la imagen del "hippie" se convierte en un entretenimiento de la T.V., en un lugar común de los humoristas, en un tema de habladuría cotidiana. La droga, asociada en el comienzo con lo "hippie", lo "beat", es disociada en los relatos para jóvenes de La Bella Gente o Pin-ap, para reaparecer en la crónica policial asociada a la figura del "traficante".
Separada del vicio, una imagen ascética de la juventud se institucionaliza a través de sus cantantes en los carnavales de 1971, se convierte en modelo en la imagen de Donald o Piero, se apaga en los colores de los avisos de modas para jóvenes. Los que están con el Bien (casi todos) triunfan como recambio en la monótona circularidad de la cultura para !as masas; los que se fueron hacia el mal se disuelven en la incoherencia (ver declaraciones sobre Tanguito de Zaguri y Monis, en Agarrate) o van a enquistarse en las fábulas sobre la Eternidad del Mal, con las que se adornan las noticias sobre drogas en las páginas policiales.
La consigna de los jóvenes, al fin, aparece en sus implicaciones de adaptación: "hay que ocupar la escena". La pregunta es ¿por qué se plantean eso? ¿Qué nos metacomunica este deseo? ¿Cómo podemos leer estos mensajes? La lectura propuesta en esos libros no da cuenta de los automatismos de una cultura que se destruye en un parloteo luminoso, en los espejismos de una seducción lanzada a lo imaginario, al desconocimiento, a la impostura. Sólo la interrogación de estos automatismos podrá darnos las claves sobre la juventud, sobre la transformación de estas situaciones. Sólo la respuesta a esta pregunta nos mostrará el sentido de esa falta que la cultura intenta cubrir con sus disfraces y el camino posible de una satisfacción. Pero lo que podemos encontrar en los jóvenes nos atañe a todos en tanto sería imposible esquivar la implicación tácita que cada uno de nosotros tiene con la siguiente frase de J. Lacan: "Sin duda, toda manifestación del yo está compuesta por partes iguales de buenas intenciones y de mala fe, y la habitual protesta idealista contra el caos del mundo sólo delata, de modo invertido, la forma en que aquél que desempeña un papel en ese caos, se las ingenia para vivir"
Fuente: (abril 1971). Música Beat: los jóvenes en el espejo (sobres Agarrate de Juan Carlos Kreimer comp.; Pomelo de Yoko Ono; La música beat de Varios autores). En Los Libros N°18 (pp. 26-29), Buenos Aires. Recuperado de https://www.ahira.com.ar/ejemplares/18-6/
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