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junio 2023

Este mes publicamos el artículo “Cuestionamos, las aventuras del bien social“ (1972) de Germán García. Fue publicado en Los Libros Nº 25 como parte de un dossier dedicado a la escisión de la APA de los grupos Plataforma y Documento. Dicho dossier incluyó documentos y declaraciones de ambos grupos y un artículo de Miriam Chorne y Juan Carlos Torre además del artículo de Germán García. En su artículo García reseña el libro Cuestionamos (Ed. Granica, 1972). Allí García destaca la importancia de leer a Freud con seriedad y estudiar su legado en lugar de buscar "superaciones" sin fundamentos epistemológicos. La reseña resalta la necesidad de reconocer la verdad del inconsciente en lugar de utilizar la declamación política como un desplazamiento voluntarista para evitar enfrentar los problemas teóricos del psicoanálisis.
La posición de García sobre la relación entre política y psicoanálisis y más específicamente sobre Plataforma y Documento, fue ampliada en 1975 en el Documento Literal (psicoanálisis: institución e investigación sexual) (Literal Nº 2/3).

Dirección de Biblioteca y Archivo del Centro Descartes 

Cuestionamos, las aventuras del bien social (1972) por Germán Leopoldo García.

Cuando en una batalla se  combate con especial desempeño por la posesión de una capilla o de un edificio determinado, no puede deducirse de ello que se trate del santuario nacional o del depósito de municiones del ejército. Tales objetivos pueden tener un valor puramente táctico y quizá tan sólo para aquella batalla. 

Freud

Los puntos ciegos en el analista vienen a reforzar la ceguera del paciente, a convertir a la repetición en el signo de una conducta equilibrada. Uno de estos puntos ciegos es para estos analistas la práctica política: “Se trata de que la aventura del cambio, la aventura del conocimiento, la hemos estado dejando pasar por fuera de nuestra casa. Hemos estado desconociendo la identidad profunda de ciencia y revolución” (234). Esta identidad profunda es expresada en algunos de los textos de Cuestionamos mediante la evocación de una voluntad teóricamente frágil y políticamente superficial: “Cuando mejor ame a mi tierra, mejor amaré a mi mujer, cuando mejor beba y copule con mi tierna, mejor beberé y copularé con mi mujer” (201). 

No me propongo hacer un análisis  de cada uno de los textos de Cuestionamos, sino comentar los argumentos que son, por decir así, la razón de ser de la recopilación misma: “Ya lo mencioné; a nosotros, como institución, nos despertó  el Cordobazo”, explica M. Langer en el prólogo.

Aquí la palabra despertar alude a lo que se llama “toma de conciencia” de una situación política, quiere explicar que los psicoanalistas estaban dormidos, que no habían percibido (a problemática política. ¿Por qué? Hay razones para suponer
que los problemas teóricos no resueltos se ligan de alguna manera a este adormecimiento. ¿No se podría suponer que esta misteriosa “toma de conciencia” sigue escamoteando esos mismos problemas que la hicieron permanecer dormida
hasta ahora?

Si el psicoanálisis fuese una pedagogía los analistas solamente deberían ser hombres de bien, buenas personas, capaces de trasmitir ideales suficientemente humanos, etc.

La protesta idealista contra el caos del mundo —escribía Lacan recordando a Hegel- delata en forma invertida la manera en que los que protestan se las arreglan para vivir en ese mismo caos. Efectivamente, ¿cómo se pudo vender durante
tanto tiempo eso que hoy agita a tantas bellas almas?

Cuestionamos narra, a su manera, la situación de esas almas dispuestas para realizar algún bien social que pueda redimirlas: “Lo que sí queremos señalar es que forma parte de la elección de ser psicoanalistas, el privilegio económico que el ejercicio profesional otorga” (144).

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Los psicoanalistas parecen sentir que una buena adaptación a la realidad económica y una módica expansión del yo, los ha puesto en situación
de comprar lo mejor: “No renunciaremos ni al marxismo ni al psicoanálisis”, dice M. Langer. Pero no habla de la producción de ningújn saber, sino de la adquisición de
lo que (se supone) está allí esperando para ser tomado por quienes —temerosos por una institución que ya no defiende— tienen sed de justicia. 

Por eso, esta práctica psicoanalítica cuando es interrogada por la práctica política, balbucea a través del síntoma de un representante desprevenido: “Adaptarse... sí,
pero ... ¿a qué? ” (71).

En 1936 Binswanger incitaba a Freud a que cambiase las verdades que descubría por una perspectiva más elevada, por una actitud más ligada al bien. No se trataba de la política, sino de la religión. Freud responde: “Siempre he vivido en el
piso bajo y hasta en el sótano del edificio, mientras que usted mantiene
que al modificar la perspectiva puede vislumbrarse un piso superior
que alberga huéspedes tan distinguidos como la religión, el arte, etcétera.
No es el único, y los más cultivados representantes de la homo natura comparten su modo de pensar. En este aspecto es usted el conservador y yo el revolucionario.
Si tuviera ante mí otra vida de trabajo me atrevería a ofrecer, incluso a estos personajes de alta cuna, un hogar en mi sórdida cabaña”.

Freud, al parecer, conocía la  especificidad de su descubrimiento. ¿Y si el psicoanálisis no tuviese ningún bien que ofrecer a esta u otra sociedad, exceptuando su posibilidad de dar cuento de la estructura del deseo, aun en lo que éste tenga de asocial?

“Que se trate, por un lado, de la  subversión del sujeto clásico pretendidamente unificado, que la revolución psicoanalítica volvió a poner en tela de juicio al hacerlo aparecer dividido, y por el otro de la subversión  de roles que se ha de lograr mediante una revolución social, explica bastante la dificultad de confrontar esos dos puntos de visto sin hacer que fatalmente se excluyan (...) la posición de guerrillero no se aviene sin duda a que se ponga en cuestión el sujeto mismo, ya que éste necesita su.unidad, y no un conocimiento perturbador de aquello que lo funda como sujeto y de la barra que al mismo tiempo lo divide -por la existencia del significante- entre lo que él quiere significar a sus propios ojos y para el otro y lo que él es inconscientemente significado o a pesar de él significa para el otro” (Faure, Ortigues). 

¿El psicoanálisis contra la revolución? No. Se trato de no ahogar en la declamación política -ni en la práctica- ese otro ámbito de la revolución psicoanalítica: el análisis del deseo a partir de la escisión que funda al sujeto cómo carente y deslizándose, por esto mismo, por los espejismos de su conciencia, precipitándose en las certezas imaginarias que su yo le propone para negar las huellas, siempre presentes, de la escisión que lo constituye como sujeto humano.

Pero, ¿cómo podrían aceptar esto los que pasaron muchos años  de su vida —satisfechos por el seno tibio de una institución kleiniana— cantando loas a la reparación, la obliteración del goce, el fortalecimiento del yo y la adaptación productiva?

Una concepción ton pastoril del  sujeto aparece hoy atraída por la utopía de una postura que borraría hasta la prohibición del incesto (se supone) para lograr la satisfacción que promete.

Una concepción así se declara  conmocionada por el cordobazo, evoca perpleja las delicias de la juventud rebelde y se dispone a cambiar para encontrar su lugar en esa sociedad -cualquiera sea, dado que se habla en general- que surgirá de la práctica política. Leemos en el prólogo de Cuestionamos: “Cuestionamos el aislamiento de las instituciones psicoanalíticas, sus estructuras verticales de poder y el liberalismo aparente de su ideología” ¿Hay entonces un liberalismo esencial, no aparente? Algo de esto deben creer quienes “suman” opiniones para encontrar en el promedio, la verdad.

A través de estos textos la práctica  política marxista hace temblar a  la práctica analítica como si ésto tuviese algo que ocultarse, alguna verdad inconfesable, una culpabilidad común. ¿Quizás una complicidad consciente con una explotación social que se simula recientemente descubierto?

Los analistas, se nos dice, "entregan  un largo período de su vida, su inteligencia y su dinero a un aprendizaje ton penoso como necesario” ¿Cómo no comprender que esto sacrificada adhesión al bien oculta el deseo de quien se somete —por qué y para qué— a ton penosos ejercicios? Esto pregunta no se plantea cuando se. es capaz de afirmar, más allá de toda sobredeterminación inconsciente “elegimos analizar” (159). 

W. Reich entra en escena y se le  rinde culto ¿no estaban sus textos ahí, desde hace años, para quien quisiese descubrir el drama de un equívoco cuyos efectos no han sido pensados todavía?

¿Por qué este descubrimiento de  lo social como exterior y opuesto a una práctica que, obviamente, es parte constitutiva de lo que se quiere designar bajo el vocablo, social? 

“No es una tarea contra Freud, sino  más allá de Freud” (42).

Se conocen varias "superaciones” de  Freud: el kleinismo, la psicología del yo, el psicoanálisis existencia!, etc. La situación actual del psicoanálisis testimonia sobre las carencias epistemológicas de cada una de ellas y sobre sus efectos. Ninguna tiene en cuento que es necesario preocuparse “por saber lo que Freud quiso decir, y la primera condición para ello es leerlo con seriedad.  Y no basto, porque como una buena parte de la educación secundaria y superior consiste en impedir que la gente sepa leer, es necesario todo un proceso educativo que permito aprender a leer de nuevo un texto. (.,.) Sentado esto, saber leer un texto y comprender lo que quiere decir, darse cuenta en qué "modo” está escrito (en el sentido musical), en qué registro, implica muchas cosas, y sobre todo, penetrar en la lógica interna del texto en cuestión (...) La mejor manera de practicar la crítica sobre textos metodológicos o sistemáticos es la de aplicar al texto en cuestión el método crítico que él mismo preconiza” (Lacan). Hay aquí enunciadas las bases de un trabajo que es necesario realizar antes de alejarse alegremente hacia el más allá (de Freud). Sobre todo para quienes el registro del saber les evoca la siguiente pregunto: “¿Cómo desaprender y empezar a humanizarme?” (241) hecha por quien tres páginas antes, frente a un electroencefalograma se confiesa: “Yo debí haberle dicho de entrada que no entendía nada de esto”, con todo lo que este no entender implica.

¿Cómo no sentir culpa frente a la práctica política cuando se es autorizado por la sociedad como el que Sabe y sólo se puede responder a la demanda del otro identificándose a la ceguera en que se encuentra capturado? 

Identificación que sirve para satisfacer  una demanda que sólo intenta resistir a la verdad de un deseo que se desconoce en el mismo instante en que se reconoce la imaginaria integridad del otro: “Todo el mundo está de acuerdo —escribe Lacan- en decir que yo defraudo al paciente. ¿Por qué? Porque me exige alguna cosa. Precisamente, que le responda.

Pero bien sabe que no serán más  que palabras, como puede obtenerlas de cualquiera. Su demanda es intransitiva, no tiene objeto alguno. Su demanda presento nada tiene que ver con curar, revelarle a sí mismo, darle a conocer el psicoanálisis... Por intermedio de la demanda todo el pasado se entreabre hasta el fondo último de la primera infancia. Por esta vía se opera la regresión analítica”. 

Planteo que resulta opuesto al de  quien desea sumirse en la “humanidad” de su paciente para reconocer y ocultar a la vez en la máscara de la "persona” su propio deseo de avanzar enmascarado.

¿Cómo soportar el escándalo de  que la relación analítica sea de palabras y que sólo se trate de que una palabra plena venga a sustituir la palabra vacía de quien se encuentra sumido en la repetición y el desconocimiento?

Problema freudiano que no aparece en ese "más allá de Freud” en que el inconsciente, la castración, la  muerte, el deseo, el goce, etc., se han ausentado para dar paso a intenciones cuya bondad es su primer obstáculo. 

Desde que la palabra pan no da de comer las declaraciones no pueden sustituir a las prácticas. Y las declaraciones o prácticas políticas de los analistas corren el riesgo de convertirse en una coartada para la ceguera teórica de su práctica científica (*1). No se trata del bien (aunque sea el bien de la sociedad) sino de esa verdad que se le insinuó a Freud en los lapsus, los sueños, los chistes, haciendo hablar para siempre al deseo que se articula en la Otra Escena: desde allí esa verdad pugna y nos sujeto más que las buenas o malas intenciones con la que todos tratamos de ignorarlas.

En Cuestionamos se desconoce la  problemática psicoanalítica evocando lo social contra lo individual (como si el inconsciente en tonto lenguaje, y por lo mismo transindividual, se confundiese con la vaga noción de mundo interno utilizada por M. Klein). Pero este mismo desconocimiento es ya un reconocimiento que aparece esbozado en algunos de los textos (*2). 

Hay un desplazamiento voluntoristo  a lo político, lo que no servirá seguramente para convencer a un melancólico de las alegres virtudes de una sociedad mejor. 

El deseo de una "toma de conciencia”  (política y social) pareciera reprimir una evidencia: el psicoanálisis existe porque la teoría freudiana quiere dar cuento de “ese otro sistema cuyas leyes son distintos a las de la razón consciente” (Freud)


(*1) ¿Qué significan esas palabras que  no llegan a ser conceptos -sublimación, psicopatía, realidad, acting, etc.— y que son, por eso mismo, el lugar en que se articula la ideología de los psicoanalistas? La respuesta que se dé, muestra que hay una lucha política e ideológica en el interior del psicoanálisis (el yo, por ejemplo, es para Hartman exactamente lo. opuesto que para Lacan; así como la presencia burocrática del padre en M. Klein no tiene mucho que ver con la importancia simbólica que el psicoanálisis francés adjudica a su lugar). Hay que plantear, entonces, la articulación entre la práctica y la teoría analítica y la práctica y la teoría política específica a la que se quiere acceder. La posición voluntarista usa de un problema para reprimir al otro: no basta invertir la ideología de la neutralidad -por ejemplo— para obtener una ciencia del compromiso. 

(*2) Efectivamente. Citamos páginas y  no autores porque esta nota carece del análisis especificado de cada uno de ellos y no hace justicia a los pocos textos de Cuestionamos que se plantean, sin anular los dos campos ni confundirlos, la relación entre la práctica y la teoría analítica y la práctica y la teoría política. No se trata de un descuido, sino de señalar que el contexto de la antología distorsiona, cuando no contradice abiertamente, la significación de esos textos.

Fuente: (marzo 1972). Cuestionamos, las aventuras del bien social (sobre Cuestionamos de Varios autores). En Los Libros N°25 (pp. 12-13), Buenos Aires. Recuperado de https://www.ahira.com.ar/ejemplares/25-6/

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