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junio 2024

Este mes publicamos el artículo Identificaciones (por ahí pasa la cuestión) (1986) de Germán García. Se trata de un texto publicado en septiembre de 1986 en el diario Tiempo Argentino, a un año del regreso de García a Buenos Aires. Aquí García hace una breve crónica de un evento de dos días realizado en 1982 por su grupo en Barcelona bajo el nombre Posición de las mujeres, con la presencia de Juliet Mitchell, Sarah Kofman, Cristine Hamon, Carmen Riera, Monserrat Roig y Lidia Falcón, entre otras. García relata en pocas líneas como la posición de cada expositora era solidaria con su contexto cultural en el que actuaban y describe algunas breves anécdotas ocurridas en el encuentro.

García parte del recuerdo de estas jornadas para reflexionar y abrir algunas hipótesis en relación entre la diferencia sexual y la escritura, y cómo históricamente hombres y mujeres han tenido diferentes posiciones respecto al lenguaje. La literatura reflejaría estas diferencias: con hombres que buscarían decirlo todo y mujeres aceptando que un no todo podría decirse.

Con el título de aquellas jornadas, Posición de las mujeres, García años mas tarde tituló su prólogo al libro de Sara Kofman El enigma de la mujer. ¿Con Freud o contra Freud? (Gedisa, 1992).

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Identificaciones (por ahí pasa la cuestión) (1986)

En el año 1982 realizamos un encuentro en Barcelona bajo el nombre Posición de las mujeres, al que asistieron - entre otras - Juliet Mitchell, Sarah Kofman, Cristine Hamon, Carmen Riera, Monserrat Roig y Lidia Falcón, Mujeres del psicoanálisis, la filosofía, la literatura y la política. Sería difícil resumir las conclusiones, pero fue fácil constatar que la posición de cada una de estas mujeres era solidaria con el rasgo del conjunto cultural en que actuaban.

Juliet Mitchell, muy a la inglesa, planteaba problemas relacionados con los derechos concretos de las mujeres. Cristine Hamon, muy a la francés, hablaba de Santa Teresa y el goce místico, Sara Kofman, consecuente con su mentor Jacques Derrida, criticaba ciertas posiciones de Sigmund Freud. Lidia Falcón, dirigente de un partido feminista, dirigía la crítica a los hábitos de los varones españoles. Carmen Riera y Monserrat Roig, escritoras catalanas, planteaban la particularidad de una escritura producida por mujeres.  

Para una mirada masculina - nada positivo en esta palabra, pero un hombre sabe lo que no es hombre - se configuraba un rasgo en ese conjunto de rasgos: la acentuación de lo particular cuando no de lo singular.

Cualquiera fuera el tono, se marcaba el estar fuera de la serie (también la imposibilidad de producir series de mujeres). Y esto a pesar de que para la mirada masculina cada una pueda ser vista como “una por una”.  

El encuentro duró dos días y en el segundo un grupo feminista que se había enfrentado con la policía en una manifestación intentó realizar algunas proclamas que, al parecer, incluirían ataques al psicoanálisis. No ocurrió. En cambio, un psiquiatra argentino en nombre de los “n” sexos de Deleuze y Guattari distribuyó una confusa defensa de la falta de diferencia sexual. Los varones eran mujeres y las mujeres, varones. No, en verdad no existían varones y mujeres. En verdad, el sistema patriarcal.  

Atinada, Juliet Mitchell dijo que pelearse con los hombres era un hábito de amas de casa y que ella quería saber a favor de qué estaban las mujeres. Por la positiva, se trataba de eliminar las desigualdades económicas y jurídicas. Por la positiva, se trataba de eliminar lo que tanto varones como mujeres consideraban opresor.  

Al fin, la “x”. Y esa “x” se puede especificar según rasgos que la identifiquen. Para el caso ¿hombres y mujeres tienen la misma posición frente a la escritura? Históricamente, no. Es más la escritura se perfecciona al intentar producir algo que atraviese el relato oral de las mujeres. El bello y erudito libro de Etiemble no deja duda sobre los avatares históricos de la escritura, de las escrituras que existen.  

Cuando la “x” se refiere a la escritura (la literatura, en verdad) propone una previa reflexión sobre la relación que los hombres y las mujeres tienen con el lenguaje. Y aquí, la clínica analítica es concluyente: el sentido es la “copulación” del cuerpo con el lenguaje. Y los cuerpos de mujeres copulan de otra manera, son la otra manera de esa copulación. Cuerpos aquí significan una posición en el Otro, cuerpos constituidos por y para una mirada.  

Un travesti de Barcelona decía que no se operaría por nada del mundo, ya que esa era la diferencia: un atributo masculino velado por una imagen de mujer. Otro travesti, en cambio, quería operarse para adecuar su anatomía a su discurso.  

Se trata, entonces, de identificaciones. Esto quiere decir: el cuerpo, un intervalo donde se pierde en el lenguaje y un retorno en cierta posición.  

Si con el lenguaje lo digo, con la literatura lo repito. Y no es lo mismo decir que repetir.  

Así como James Joyce soñaba un cuerpo glorioso construido por la literatura, en cada caso se trata de un vacío donde se instalará el cuerpo de la letra.  

Que algunos hombres quieran darse un cuerpo de mujer en la literatura es tan posible como que algunas mujeres quieran darse un cuerpo de hombre por el mismo procedimiento.  

Pero también se pueden constatar épocas de verosímiles fuertes, de identificaciones propiciatorias, donde se exalta el propio cuerpo en la escritura (podemos mencionar la época del “sexo alegre”) 

Repartidos los campos por la identificación (es decir, la ausencia de identidad y la repetición) quedan dos posiciones en relación con el lenguaje. Del lado masculino el querer decir todo, del lado femenino un no todo puede decirse. De un lado la búsqueda de cierto universal, del otro la tendencia a la infinitud.

Se trata de un cuerpo que habla por lo tanto de la muerte (no faltan quienes esperan de las mujeres el terror y la violencia que soportaron de otros hombres). Y no hace falta ser Maurice Blanchot para entrever algo de lo que la literatura debe a la muerte que se instala por el lenguaje y en el lenguaje.  

Que esta muerte aparezca en la literatura de mujeres evocada por la decadencia del cuerpo y la pérdida de la belleza, que esta muerte aparezca en la literatura de los hombres en conexión con mitos heroicos y/o “torturas del pensamiento”, es algo que también se constata en la clínica de hombres y mujeres que son invitados a pasearse por aquello que habitan del lenguaje.  

Más allá de los temas, puede decirse que el sujeto que se identifica del lado masculino y el sujeto que se identifica del lado femenino no tienen la misma posición cuando dicen y tampoco cuando repiten (es decir, cuando hacen literatura).  

Un autor es un lector de otros, lo que implica que es cierta posición frente a esos otros. Es decir que repite como respuesta al otro para constituirse como uno, cómo el inventor de un nombre que en tanto enunciación se sustrae a cualquier enunciado.  

Si la ilusión masculina es descansar cuando todo sea dicho, el deseo femenino es incansable en la demostración de esta ilusión.  

Signos portadores de signos, llamó Levi-Strauss a las mujeres. Esto quiere decir: cada vez que el discurso masculino instaura al signo mujer en cierto lugar, desde ese mismo lugar una mujer puede responder: lo digo de cualquier manera, porque no se trata de eso.  

Hay al menos dos maneras de habitar el lenguaje que dependen de las identificaciones, cualesquiera sean las dificultades que cada uno experimente en su mortal anatomía.  

Germán Leopoldo García

Fuente: # (14 de septiembre 1986). Identificaciones. Por ahí pasa la cuestión. En Tiempo Argentino, Buenos Aires. Recuperado de IG @germanleopoldogarcia. 

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