Blog de la Biblioteca y Archivo del Centro Descartes
octubre 2024
En esta ocasión les acercamos El oxímoron barroco (1980) de Germán García. Fue publicado en el número dedicado al barroco de la Revista Diwan (1978-1981), una de las iniciativas editoriales impulsadas por el destacado antropólogo, ensayista y activista español Alberto Cardín (1948-1992).
En El oxímoron barroco García comienza haciendo referencia a que la figura del oxímoron introduce la subversión de cierta identidad del signo donde desnudando la contingencia (no la arbitrariedad) de la articulación del significante con sus efectos de sentido: desde Homero, el mal ha sido oscuro y el bien brillante, pero siempre ha habido quien subvierta esta dicotomía mostrando la "brillantez" del mal. Luego de recorrer varios autores sobre esta temática García plantea la siguiente tesis: considerar al discurso barroco en si mismo como un oxímoron.
El oxímoron barroco es un texto complejo, que nos conduce a distintas direcciones y lecturas, generando nuevas articulaciones y profundizando lo introducido por Lacan sobre el barroco.
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EL OXIMORON BARROCO (1980)
Si la letra servía para constituir un mercado mediante ciertas marcas en la mercadería, el símbolo fue ese lazo social reconocido en la concordancia de los trozos de la tablilla, que volvía a restituirse cuando se encontraban los portadores de cada fragmento. El enigma era el secreto de esta unión, su poder de exclusión. Hasta Vossler supo leer que se trata del fetiche (usaba esta palabra) donde se "aferra la fe milagrera". El concilio de Nicea (año 325) propone sustituir los gustos del artista por los temas de la iglesia, el discurso teológico como sustancia de la representación y este lazo social como límite del "símbolo". La sonrisa estúpida del angelito, que no transmite ningún mensaje, muestra que la aparición del significante -así lo entiende Lacan- no es fácil de ser borrada en tales negociados de teólogos y artistas. Sin embargo, el barroco produce la ilusión de que esto es posible, de que puede encontrarse alguna armonía en el estallido manierista. Y, como afirma C.S. Lewis, "el deseo que se tiene de algún modo producto especial no engendra necesariamente el poder de producirlo, pero sí tiende a engendrar la ilusión de que ha sido producido".
En este punto, entonces, nuestra afirmación: no se trata de contar las veces que el oxímoron aparece en discursos llamados barrocos, sino de considerar al discurso barroco mismo como un oxímoron. La imposibilidad de que exista el barroco produce discursos sobre el barroco que le permiten existir. El barroco no es nada, pero el signo lo pasaría mejor sin el barroco. ¿Es el barroco un accidente universal de la sustancia? Este corte en el agua, por asemántico que se proponga, produce y sostiene todo tipo de discursos semánticos.
Barroco, de Severo Sarduy, junta en un mismo paso de baile el "realizativo" de Austin, la lengua fundamental de Schreber y las puntuaciones de Lacan sobre la psicosis. Resulta entonces que el barroco es la pulsión misma, el puro decir del inconsciente.
¿Cómo es posible que un discurso consciente diga el inconsciente, si ponemos del lado del Otro la heterogeneidad del lugar? Para Sarduy existe la verdad de la verdad y el Otro del Otro: se llama barroco. Obvio, este barroco es el discurso de Sarduy sobre el barroco. ¿Renacimiento, manierismo, barroco? Primero el hombre es la matriz de las cosas, luego las cosas se vuelven matriz del hombre y por último una matriz sin hombres y sin cosas. ¿No será el barroco el oxímoron de la clasificación, el lugar de lo inclasificable?
Schreber en sus Memorias habla del oxímoron como clave en su discurso con Dios, pero el barroco no es psicótico ni la psicosis es barroca. Lo único que tienen en común es la negación del silogismo aristotélico y sus consecuencias de "causas" y "efectos". Pero en esto puede hablarse de lógica moderna, incluso del infinito en matemática, sin tener que apelar a los sueños de S.s.s. (léase Sujeto-supuesto-Saber y también Su-seguro-Servidor, sin olvidar a Severo-simpático-Sarduy). ¿No es el barroco el sujeto supuesto al saber de la religión católica? Koyré ha demostrado que ese supuesto tiene consistencia, por lo que sería inútil reclamarle completud.
El barroco no es, pero cualquier discurso que sea se lo pasaría mejor sin el barroco. Luego, el barroco es lo que falta en cualquier discurso y por lo mismo lo excede (es nuestra apuesta, dicha oxímoron). Jakobson, por ejemplo, tiene un discurso que es: la metáfora y la metonimia. ¿Qué es qué? Un discurso que es Aristóteles. Por ahí anda, en una pequeña colección de editorial Aguilar, La memoria y el recuerdo de Aristóteles. Hay leyes de contigüidad y leyes de sustitución. Las mismas se encuentran en la llamada "psicología asociacionista" y comienzan a quebrarse en el "desplazamiento" y la "condensación" de Freud. ¿Cómo hacer signos con el "sentido antitético" de las palabras y la falta del principio de identidad y tercero excluido?
Lacan tuvo que dar un paso al costado: no metaforizo la metáfora -dice- ni metonimizo la metonimia, como mi amado Jakobson. La figura, el oxímoron neutraliza los supuestos mecanismos de la selección y la combinación, de la simultaneidad y la sucesión. ¿Qué decir del espacio y el tiempo en Kant? En su lugar, dice Freud, nuestro aparato psíquico: extenso sin saberlo, eterna repetición llamada tiempo.
¿Es barroco el aparato psíquico de Freud, en tanto ficción de una neurología positiva? Tampoco ese aparato es, pero el Sistema Nervioso Central se lo pasaría mejor si fuera alguna cosa.
Esa cosa, desde la lógica de Brentano, se pierde en su predicación: es ahí donde Freud la encuentra. Das Ding (la cosa), el punto mítico donde se podría anular la diferencia entre percepción y memoria, el punto anterior a este diferencia, el límite de lo que tiende a cero.
Pero si el cero es neutro en la adición, el uno es neutro en la multiplicación: entre el cero de un origen perdido y el uno de una multiplicación que no progresa, se llama barroco al discurso de la neutralización de la identidad. Esta neutralización de la identidad se realiza, por el oxímoron, como límite matemático del concepto. Si cada término se define por otro y siempre hay uno que no puede definirse ... ¿por qué decir axioma y no oxímoron?
Lacan supone que la contra-reforma es un regreso a las fuentes que se expone en el barroco como regulación del alma por la escopia corporal. El ser, fundado en el cuerpo cerrado que es pensado como identidad en su alma, se encuentra del lado de la ley del lenguaje.
Cuando el cuerpo es telescopiado en alma -es decir, en aquello que se piensa del cuerpo- se produce el barroco. El alma, en tanto identidad, es regulada por el cuerpo. ¿No es el cuerpo neutro del cero en la adición, el cuerpo neutro del uno en la multiplicación?
Es lo que la pintura muestra: suma de cuerpos vacíos que exceden, al multiplicarse por uno, el límite de los cuerpos. El alma es pensamiento sobre los cuerpos, pero esos pensamientos no tienen otra sustancia que el goce, que sólo puede llamarse gozo cuando se presenta como sufrimiento. No es eso: la negación responde a la diferencia entre el gozo logrado y el goce esperado. Siguiendo la glosa de Lacan, diremos que allí donde el barroco habla, el barroco es gozo y ello no sabe nada del goce. El barroco sabe que no quiere saber, pero no sabe qué no quiere saber. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí desde aquel accidente de la sustancia que Dante llamaba amor? De la investidura alegórica que encarna, pasando por la metáfora y la metonimia que cubren, hasta el oxímoron que disuelve. Pero no se trata de un progreso de la historia, ni de la sucesión del conocimiento hacia la causa.
Allá lejos y hace tiempo, Euclides había respondido al silogismo de Aristóteles, pero como eso se transmite, no deja lugar al equívoco y parece sustraerse al goce. Sin saberlo, lo hemos olvidado.
Es que la sustancia del pensamiento es el goce y el pensamiento está del lado de la ley de la palabra, mientras que lo pensado se encuentra del otro lado (de nuevo, Lacan).
¿Qué puede leerse en Aristóteles?: "Es imposible que la misma cosa sea necesitada por el ser y por el no-ser de la misma cosa".
Jan Lukasiewicz comenta esta afirmación: "Pocos años después de Aristóteles, el matemático Euclides dio una prueba de un teorema matemático que implica la tesis / Si el producto de dos enteros, a y b, es divisible por el número primo n, entonces si a no es divisible por n, b debe ser divisible por n. / Supongamos ahora que a = b y el producto a X a (a 2) es divisible por n. De eta suposición resulta que / Si a no es divisible por n, entonces a es divisible por n. / Aquí tenemos el ejemplo de una implicación verdadera cuyo antecedente es la negación del consecuente".
En una lógica de términos diremos "Todo A es A" y en una lógica de proposiciones "Si a, entonces a". ¿Se pueden confundir las constantes "todo-es" de la primera fórmula con las "si-entonces" de la segunda? Es el cálculo proposicional quien responde, ya desde los estoicos, a la afirmación de Aristóteles que hace oficio de negar lo que seguiremos afirmando. Al introducir una variable (b, en el ejemplo cítado) es el ser de la cosa lo que cae. Esa variable b es nuestro barroco. ¿No fueron los nombres propios los que confundieron a Aristóteles, haciéndole suponer que el antecedente "Héctor" era la cosa, de la que el consecuente predicaba algún atributo?
Pero decíamos que esa cosa (Ding, de Brentano y Freud) era el punto mítico hacia el que retroceden los predicados en el mismo movimiento que los hace avanzar (de nuevo, oxímoron) por el hecho de que la cosa se perdió en un tiempo y en un lugar donde nunca estuvo. ¿De dónde saca el nombre propio su poder? Si el inconsciente es la pérdida del cuerpo, el nombre es su impropia recuperación.
¿Acaso se llama barroco a esa variable de una lógica proposicional del significante que hunde la lógica de términos supuesta por la metáfora y la metonimia? Estas obreras del paradigma y el sintagma trabajan para organizar el pacto social del signo y ocultar mejor el lazo social del significante que, siendo estúpido, no le hace signo a nadie y no se comunica con nadie. ¿Es el oxímoron una provocación del goce contra la comunidad y la comunión? Es una pregunta cómica, por supuesto. Suponer, como Freud, que en el INConsistente la madre se muda en puta y los blasones en carencias, es hacer irrisión de las más/caras ilusiones del progreso. ¿Cómo hacer una república de noches luminosas y días oscuros donde la verdad se anuncia en la mentira y la igualdad es resguardada por la jerarquía? Saussure puso las cosas en su lugar: el arbolito en el globo y el á/r/b/o/l sobre la línea para que no lo curven los vientos de la historia. ¿Qué cuerpo figura en el oxímoron? Uno donde res es nada y donde esa cabeza de ganado de la cosa ha mordido la gramilla del significante hundiéndose en la rumia de !alengua. Vomitando este significante, rota la placenta del círculo de Saussure, !alengua se desmadra y deja sobre la cosa un destino de resacas. Es lo que se dice la verdad, aunque desde Gracián se diga a medias. La lengua salida de madre produce un miedo padre que se anuda en el nombre. En el Nombre del Padre, en el Nombre del Hijo. Impropio para el padre que lo debe a la estirpe, impropio para el hijo que lo debe al padre. ¿No es padre un don de la palabra traído por el silencio sonoro de una mirada ciega, que atraviesa el ser, esa nada del significante? Difícil ser de la palabra sin cortar en la lengua ese lazo de querencia que la vuelve materna. Es lo que el barroco sabe: la forma, la reforma y la contra-reforma que retorna a la forma. Es lo que sabe quien no sabe que duerme en español y sueña en griego. Escribir -esta vez el oxímoron se apodera de Borges, que lo odia- es saber que !alengua está perdida, es volverla a encontrar en la ausencia consistente de un descuido.
El barroco es el oxímoron de la historia (para el caso, poco importa que se crea del arte), es la variable introducida en el discurso de la supuesta identidad, es la contingencia que vuelve a lo necesario, la paradoja del accidente universal que atraviesa los cuerpos por el ser del lenguaje. El barroco no es y causa problema en lo que es. El barroco es, justamente, ese problema.
Germán L. García
Barcelona, marzo de 1980
Fuente: # (enero 1980). El oxímoron barroco. En Diwan Nº 8/9 (pp.27-34), Zaragoza.
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