Blog de la Biblioteca y Archivo del Centro Descartes
Octubre de de 2021
Durante los años 1930 y 40, el poeta peruano Alberto Hidalgo (1897-1967) publicó en la editorial Tor, bajo el seudónimo de Dr. J. Gómez Nerea, diez volúmenes de lo que él mismo llamaba “una vulgarización de Freud”. Se trataba de reescrituras relativamente modificadas de las obras de Freud. Lo que se pregunta Carlos Abraham en “La editorial Tor. Medio siglo de libros populares” (2012) un estudio publicado sobre dicha editorial es “¿por qué no publicar directamente a Freud? La razón de ser del intermediario Hidalgo/Gómez Nerea es doble. En primer lugar, bajo la pátina de la reescritura la colección no necesitaría pagar derechos de autor. En segundo lugar, funcionaba como modo de propiciar la difusión, abreviando y simplificando los textos originales”.
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ADVERTENCIA
Creo que es de impostergable urgencia hacer una vulgarización de Freud. La mayoría de la gente habla del sabio profesor austríaco sin haberlo leído. Se le conoce de oídas. Aún más, buena parte de los que lo leen, no lo entiende. El maestro, sin embargo no dispone de un lenguaje obstruso. Por el contrario, es bastante claro; hace muy pocas incursiones por la filosofía; tiene a hablar con la mayor naturalidad posible; hombre de ciencia, se le nota preocupado por no abusar de un lenguaje estrictamente científico. La dificultad, acaso provenga de que su obra es muy extensa, hallándose diluida en más de una treintena de tomos, de modo que la relación de sus investigaciones puede perdérsele al lector neófito, como una pequeña moneda en la inmensidad del mar.
Esta es mi obra; entregar al lector argentino, a quien presumo interesado en conocerlo, una síntesis de Freud, realizada lo más sencillamente posible. Estoy seguro de cumplir así un propósito de cultura. Sé que las dificultades son muy grandes, debido justamente al tamaño intelectual de Sigmund Freud, de quien puede asegurarse que ha transformado los conceptos de la humanidad, en todas las materias abordadas por su inteligencia.
J. GOMEZ NEREA
DEFINICIÓN DEL HISTERISMO
Ante todo es preciso establecer lo que se entiende por histerismo. Esta palabra es tópica en las conversaciones de todo el mundo. Cada vez que se quiere insultar a una mujer se le llama histérica. Hay innumerables confusiones respecto a la enfermedad misma y así vemos cómo a cualquier vulgar y silvestre ataque de nervios se lo considera ataque de histerismo. Se ha abusado tanto, por otra parte, de la palabra y el concepto que por reacción contraria, otras personas han llegado a negar su existencia. Un médico amigo mío, a quien tengo por un sabio, como que es profesor de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, se ha sentido tan sugestionado en contrario por el charlatanismo de la histeria a que me vengo refiriendo, que él suele negar la existencia de la histeria misma. En una ocasión me dijo “el histerismo es una enfermedad inventada por Charcot”.
Sin embargo, en cualquier tratado de medicina se encuentra este mal claramente definido. Alguien lo describe así: “Psiconeurosis degenerativa con síntomas convulsivos, paralíticos o de conciencia o de personalidad. Suele presentarse en los primeros años de la adolescencia y es más común en el sexo femenino, sin que por ello se niegue su mucha difusión entre los hombres. Desde luego se reconoce que si histerismo aparece preferentemente entre los neurópatas ocasionales, claramente reconocibles, tales como el traumatismo y la emoción y en tales casos se advierte características de tipos clínicos sui géneris, pero también hay una histeria temperamental, es decir una suerte de predisposición a la histeria en la que interviene la autogestión y con la que en muchos casos se ha llegado al hipnotismo.
“El síndrome predominante de la enfermedad o sea el conjunto de lo síntomas que la anuncian es bastante conocido, pero no obstante hemos de repetirlo. Hay una crisis convulsiva característica de la histeria y cuya intensidad y frecuencia son mayores o menores según sea el grado de la enfermedad misma. Lo primero que sienten los histéricos es un fenómeno al que se ha dado el nombre de aura, el cual consiste en una sensación de golpe de viento o más bien de frío, que parte de los más distintos órganos del cuerpo, generalmente del estómago o de los ovarios y obliga al enfermo a lanzar un grito, a sentir estupor y a caer al suelo en seguida, presa de fuertes convulsiones que afectan particularmente regiones bilaterales del organismo como los brazos y las piernas. El cuello se endurece, la mirada se desvía, desaparece el reflejo corneal. Las formas extremas de este tipo corresponden al gran histerismo o histeroelepsia con actitudes raras y forzadas (adoración, crucifixión, puente). En la forma menor hay sensación de ahogo en la garganta, (globo histérico), agitación, malestar, risas o sollozos, acabando todo por poliuria y abatamiento. El ataque histérico va seguido de amnesia y a veces de delirio y calambres, cesando bruscamente y sin causa conocida. Su duración es muy variable, prolongándose desde algunos minutos a horas y días enteros con fases variables de calma. El automatismo histérico se caracteriza por la ejecución de actos inconscientes y casi imposibles en la vida normal. Se trata de una variedad de sonambulismo provocable artificialmente y semejante a los fenómenos de alcoholismo y la epilepsia. Así, los pacientes emprenden largos viajes despertando en países lejanos y desconocidos y efectúan otros actos intencionales en apariencia y automáticos en realidad. El estupor o letargia histérica de la apariencia del sueño superficial, hipotermia y choque cardíaco débil. A veces se observa un verdadero cuadro de catalepsia con rigidez y flexibilidad alternativa. La sensibilidad especial se halla asimismo afectada, observándose una reducción del campo ocular, amaurosis, hemianopisa, sordera, agusia, anosmia. El mutismo histérico es raro, pero no así la afonía y el tartamudeo, que se acompaña de convulsiones linguales y labiales. Descríbense también la ptosis palpebral, la parálisis de los movimientos conjurados de los ojos y el hemiespasmo glosolabial. Las parálisis histéricas son de tipo fláccido o espástico, adoptando ya la foram manopléjica o parapléjica. Las contracturas se asocian a las parálisis o existen por si solas, teniendo como carácter común su resolución por la anestesia artificial. Las parálisis pueden interesar sólo en determinados movimientos, como la astasia-abasia. El temblor es intencional, vibratorio o rítmico. La sensibilidad general ofrece diversos trastornos ya de tipo anestésico, ya hiperestésico con diversos grados de intensidad y diferente distribución. La presión sobre algunas de las zonas hiperestéricas puede provocar ataques histeroepilépticos en las zonas espamógenas. Los puntos en que más comúnmente se encuentran son el epigasatrio, la región inuinal y la inframamaria. Hay zonas como la ovárica, en que por el contrario, la presión detiene los ataques (zonas espasmosfrenadoras). La anestesia es total, parcial o disociada y a veces sigue territorios exactamente delimitados (de media, de zapato, brazalete). Los reflejos tendinosos raramente desaparecen en el histerismo, pero no así los mucosos (ocular, faríngeo). Hállense, además, una serie de manifestaciones de histerismo visceral, como la anorexia, vómito, flatulencia, disfagia, tos, etc. Se describen síndromes especiales, como al artritis histérica y el raquis histérico, que simulan enfermedades articulares y espeinales. Por lo demás el histerismo llega a crear falsos cuadros clínicos de la mayor variedad (embarazo o tumor fantasma). En el aparato cardio-vascular se observan palpitaciones, taquicardia y la falsa angina de pecho, mientras en el urinario se registra ya la polaquiuria y la poliuria, ya la anuria. No es raro tampoco el edema, que afecta modalidades especiales, como el edema azul”. Pero las aportaciones de Freud sobre esta materia han sido muy importantes, mejor dicho fundamentales, porque en cierta forma han modificado la fisonomía general del problema. Ya en 1895, el maestro, en colaboración con su amigo, el otro famoso profesor Joseph Breuer, publica unos “Estudios sobre la histeria” de los que partieron después muchos otros especialistas para realizar investigaciones por su cuenta. Este trabajo de Freud y Breuer, no obstante de ser, como decimos, obra inicial en la materia, contiene puntos de vista sencillamente básicos del gran problema. Por lo tanto es razonable iniciar también por allí la divulgación – que no otra cosa es el presente trabajo – de las ideas y experiencias del maestro sobre el histerismo.
Eso sí, como en nuestros anteriores libros, seguiremos un método simplista, o sea tendiente a facilitar la captación del pensamiento freudiano, haciendo algo así como si dijéramos la vulgarización de sus ideas en el tono más sencillo posible, ayudándolo también en lo posible, de terminología científica. Estamos seguros de que procediendo así daremos al asunto la aridez que forzosamente habrían de hallarse nuestros lectores desentendidos de la función médica profesional. El lector debe tener presente en todo momento que no realizamos un trabajo original. Nuestro ejercicio es más bien semejante al del crítico o más exactamente al del relator de un sucedido. Esto es de gran utilidad, a nuestro entender, porque si bien el arte no siempre es grato tomar conocimiento de las obras por segunda mano, en las ciencias, la segunda mano suelo ser lo más saludable de todo. Por lo común, los hombres de ciencia, cuando realizan investigaciones profundas, no tienen el menor interés en que los demás los acompañen a tales profundidades. Por otra parte les sería imposible, debido a la carencia de disciplina, carencia que los haría extraviarse en cuanto penetraran un poco de la superficie. Por ello yo me permito sostener que si bien toda obra de ciencia debe ser directamente leída por los hombres de ciencia esa ciencia sólo debe llegar a las manos de los neófitos por intermedio de explicaciones. Este es solamente, pues, el papel que yo me he reservado: soy un ejecutor de la comprensibilidad de Freud.
FREUD TRABAJA CON CHARCOT
A los 29 años de edad, es decir, en 1895. Freud se puso a estudiar al lado de Charcot, quien era, como se sabe el más célebre neurólogo de su tiempo. Uno de sus biógrafos dice: “la situación y fortuna de Freud no era buena en ese momento y no me caben dudas de que le hubiera faltado a menudo en París lo más necesario. Sobre las plataformas de Nuestra Señora gustaba pasar sus horas de descanso. Hallaba allí soledad. No es por lo tanto digno de asombro que la entonces brillante reputación de Charcot lo hubiera atraído desde Viena. Ese viaje tiene por lo menos el valor de una fuga. Lo mismo que Goethe fue a Italia para huir del filisteísmo de Weimar. Freud sobre todo cedió a la necesidad de poner fin a las necesidades precedentes. Pretende que el laboratorio de Bruecke había sentido primero un contento sin mayores deseos. Más tarde lo vemos abandonarlo y no tenemos noticias de que a su regreso de París hubiera reanudado relaciones con su querido maestro de antaño, el profesor de clínica Teorodor Maynert”.
Para comprender mejor la evolución del pensamiento freudiano, nada nos parece más fácil que seguirlo en su desenvolvimiento, y para ello nos hemos de facilitar la tarea siguiendo el curso de la exposición hecha al respecto por el mismo biógrafo suyo de quien acabamos de transcribir un párrafo. En las salas de la Salpetriere – nos dice – Charcot enseñaba que la histeria es una enfermedad de origen psíquico desarrollándose sin alteración alguna en los tejidos por razones puramente mentales no reconocibles al microscopio. Hasta entonces, al noción de una enfermedad de origen psíquico había sido inconcebible para los médicos modernos. Una gran parte de estos consideraba que la histeria era una mera superchería, una especie de simulación a que los enfermos llegaban ante todo por espíritu de mala fe. Por aquél tiempo, nada sabíamos de las secreciones internas, mientras que hoy se admite ya como un hecho cierto que los síntomas neuróticos son debidos a una anormalidad en la mezcla de los jugos endocrinos. Charcot demostraba que era posible durante la hipnosis, provocar en una persona histérica ciertas representaciones, a veces determinadas por un ligero choque cuya consecuencia es una parálisis del brazo o una contracción histérica. La parálisis persiste un cierto tiempo después del despertar. Charcot continúa diciéndonos el crítico a que reproducimos – producía, pues, experimentalmente un síntoma histérico, una parálisis o cualquier otro síntoma como, por ejemplo, una zona de insensibilidad en una parte cualquiera del cuerpo. Charcot demostró así que las representaciones pueden comportar modificaciones físicas. Pero si estas representaciones viniendo de afuera y penetrando en el espíritu tienen ese poder, ¿por qué no lo han de tener con mayor razón las representaciones subconscientes del sujeto mismo?
Munido ya de tales conocimientos aprendidos en la Salpetriere, Freud se presentó en Viena donde se puso a exponer tales teorías. Los médicos de esta ciudad se burlaron de Freud por supuesto, especialmente cuando informó que en París se descubrían también casos de histeria en los hombres. Maynert declaró que era una tontería y un docto personaje opuso: “pero querido colega, histeron quiere decir útero”.
Todos saben que la histeria está tan expandida entre las mujeres como entre los hombres, sólo que con formas distintas en estos últimos debido a la circunstancia de su posición social. Vale la pena recordar una anécdota cuyo protagonista fuera precisamente el profesor Maynert. Es decir, aquel que se burlaba más estrepitosamente de la supuesta histeria masculina. Frente al último trance de su vida Maynert dijo a Freud, quien se hallaba al lado de su lecho: “usted lo sabe, yo siempre ha sido uno de los más hermosos casos de histerismo en los hombres”.
Pero Freud a su vez fue apartándose poco a poco de Charcot, ya veremos cómo.
(...)
Fuente: Gomez Nerea, J. (1945). Freud y la histeria femenina”, Editorial Tor, Buenos Aires.
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