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El psicoanálisis frente a las adicciones

Un caso ejemplar: la toxicomanía

por Adriana Testa

 

El Libro negro del Psicoanálisis, vivir, pensar y estar mejor sin Freud, cuya venta se promociona bajo el anuncio de “El libro de la polémica. 20.000 ejemplares vendidos en una semana. Por fin todas las respuestas”, dedica uno de sus capítulos a las adicciones: 5. “Un caso ejemplar: la toxicomanía” por Jean-Jacques Déglon.

Hay que decir, en primer lugar, que el tono de denuncia y de animadversión exaltada con la práctica del psicoanálisis freudiano en el campo de las toxicomanías atenta contra la verosimilitud de sus críticas. El autor da las razones de su exaltación, fundadas en la propia experiencia. Puede leerse allí su testimonio y sacar conclusiones.

 

Inicia su artículo con un destacado en el que deja la eficacia terapéutica por fuera del campo del psicoanálisis: “veinte años de resistencia a los tratamientos eficaces de las adicciones”. No deja de ser notable, el “muro” que establece entre lo que es eficaz y lo que no lo es.

¿Qué parámetros indican un resultado eficaz? En las psicoterapias que trabajan con la palabra (incluido en el amplio espectro, el psicoanálisis en lo que también tiene de terapéutico), los resultados no son posibles de ser cuantificados para su evaluación, a pesar de lo que sostienen quienes se dedican a aplicar las técnicas llamadas TCC (Terapias Cognitivas Comportamentales), y a las que este autor recomienda en particular como terapéutica de las adicciones junto a los tratamientos farmacológicos; hoy defendidas, en nuestro país, por psicólogos, psiquiatras y gerenciadores del mercado de la salud que evalúan la relación precio/costo. Sin lugar a dudas, un programa de acción con los pasos acordados y pactados con el paciente, antes del inicio del tratamiento, resultan más regulables en costo y tiempo. Léase: garantía de abaratamiento y rapidez.

Eficacia, rapidez, evaluación cuantitativa de los resultados son los criterios que están a tono con el discurso del marketing cientificista de nuestro actual paisaje mediático, que no distingue los productos que promueve y que rige tanto para la venta de un dentífrico como para un hipnótico de venta libre (!) o un masajeador. En el caso que nos ocupa, sin duda, el lenguaje propio de las investigaciones de la neurobiología que acompaña la farmacopea da el toque de rigor científico que el consumidor de la época reclama. Son éstos los argumentos a los que también apela Déglon.

¿Cuál es el objeto del tratamiento? ¿Síntomas, conductas, sufrimientos, los llamados “pensamientos erróneos”? Sin adentrarnos en precisiones teóricas y para no apelar a tecnicismos, cabe destacar que estas técnicas prescinden del principio de sustitución de los síntomas, (término que reemplazan por el de ‘trastornos’), sin poder salir luego del atolladero al que las lleva precisamente esa omisión. ¿Qué pasa cuando, en una entrevista de control (catamnesis), posterior al tratamiento terminado en el tiempo acordado (en general catorce sesiones), aparece un nuevo síntoma? Sea éste una nueva fobia, una nueva adicción u otra variante de la angustia diferente a un estado inicial de ataque de pánico, etcétera; hay que decir que son muchas las clasificaciones de los manuales de psiquiatría que hoy se difunden por doquier y por fuera de sus usos específicos. La respuesta es: “perturbación residual” y “co-morbilidad”, tratables, de ahí en más, con la medicación indicada para el caso por el psiquiatra correspondiente. Valga esta observación, relativa al término del tratamiento, a modo de contraejemplo del “muro” que divide la eficacia terapéutica según este autor. Y a favor de la eficacia terapéutica del psicoanálisis, hay que aclarar que el desplazamiento de los síntomas que Freud advierte tempranamente en el tratamiento de las neurosis, las sustituciones posibles, nada indican sobre la curación de un síntoma. Que haya sustitución no quiere decir que un síntoma no pueda ser curado. Más bien el tratamiento de esas sustituciones hace posible su cura. Jacques Lacan retomó esta cuestión en los inicios mismos de su enseñanza, y planteó claros argumentos sobre la aplicación clínica de la teoría de la sustitución freudiana en las vías de formación de los síntomas.

 

En el caso de las toxicomanías, lo ejemplar es la puesta prueba por la que tiene que pasar toda terapéutica que propone un modo de tratamiento. Se trata, no de un síntoma precisamente, sino de una “práctica de goce” que rechaza (es un observable para cualquiera que algo conozca sobre este asunto) toda práctica terapéutica que pretenda intervenir sobre ella. Jean-Jacques Déglon mismo repasa, en los veinte años a los que se refiere en su artículo, el arco de las distintas estrategias: desde las psicoanalíticas a las que defenestra por haber provocado “la muerte de miles de individuos” (sic), hasta el fracaso de las educativas y psico-sociales apoyadas en el principio excluyente de la abstinencia y los aciertos (sin desacierto alguno, al parecer) de las farmacológicas. Al frente de la Fundación Phénix, hace ya una treintena de años, destaca los beneficios del programa de sustitución de heroína con metadona. Es una molécula eficaz en el tratamiento de la heroína. Está comprobado. Conozco psicoanalistas (franceses) que han sabido reconocer sus beneficios y que al mismo tiempo no han excluido la posibilidad de intervenir con una psicoterapia psicoanalítica. Vale aclarar que el consumo de heroína ha sido de una extensión limitada en nuestro país, a pesar de las anticipaciones con las que se quería instalar el “problema” creando centros de desintoxicación (sevrages), durante la década del noventa. A propósito de esta cuestión, no podemos dejar de lado otro elemento ejemplar en el caso de las toxicomanías: los consumos de drogas (antes heroína, hoy cocaína, y “paco”, y en la próxima vuelta, tal vez, nuevamente opio) están sujetos a las reglas de juego (elogiadas por expertos economistas) de las mafias que producen, comercializan y distribuyen las sustancias.

Hay que decir que Déglon dedica todos sus comentarios a la adicción a la heroína y al éxito de la aplicación del programa de la metodona, pero nada dice (en este capítulo, escrito en el año 2005) sobre el problema común y actual, en Estados Unidos, los países de Europa y la Argentina, sin mencionar países vecinos, de la generalización del consumo compulsivo de la cocaína. ¿Hay un programa de sustitución posible en ese caso? Hay pruebas: ensayo y error aplicados a adictos, no a ratones…!

¿De qué lado caerán “los miles de muertos” esta vez? No se puede dejar de hacer esta pregunta si tenemos en cuenta que ese es su parámetro de condena al psicoanálisis. En este punto, vale también aclarar que nada contraindica en el psicoanálisis la asistencia médica y farmacológica, cuando así lo requieren muchos casos, en los que un cuerpo exánime y completamente anestesiado o desbordado de euforia (no por eso menos anestesiado), está lejos de la posibilidad de dar lugar a otro tratamiento. Un rasgo ejemplar de estructura es la amenaza de muerte que gravita sobre estas prácticas. Amenaza (riesgo, peligro) que no detiene al adicto furibundo, no porque lo anime una meta autodestructiva (es lo que se predica a diario desde las técnicas comportamentalistas) sino porque necesita, como el sediento el agua, esa vía de paradójica estabilización para soportar la vida.

Son muchos los argumentos que podemos seguir esgrimiendo contra las difamaciones de este psiquiatra que ha empeñado su práctica con los adictos en la aplicación del programa de metadona, y para quien el fármaco es la única vía de tratamiento posible, sin excluir, desde luego, las TCC y la “asistencia psicosocial. En las Jornadas organizadas en el Centro Descartes, en agosto de 2006, con el título “¿Qué programa? El psicoanálisis frente a las adicciones”, fueron expuestas, a partir de una lectura crítica de este capítulo (en la edición de Les arénes, Paris, 2005), nuestras refutaciones y nuestras estrategias sociales propuestas como tratamientos terapéuticos. Las críticas estuvieron dirigidas tanto a conceptos fundamentales como a los modos de intervención terapéutica.

Ahora, una pregunta que atañe a toda práctica terapéutica que intenta intervenir sobre estas prácticas de goce: ¿es posible domesticar el hábito de las drogas o el alcohol?

 

La adicción es un hábito que se asume compulsivamente. Así lo define Sigmund Freud ya en 1897 y por el hecho de que la cita date de fines del siglo XIX no es menos cierta a la luz de los avances de la tecnología en la actual tardo-modernidad (Giddens, 1995). Estamos en el terreno de la elección y la decisión, en el campo de la moral, de las acciones humanas. El sociólogo Anthony Giddens la retoma en su análisis sobre el amplio espectro de las adicciones contemporáneas casi un siglo después. En esa definición, Freud articuló este hábito a una matriz de goce (la masturbación, “el goce del idiota”, precisó más tarde Jacques Lacan), para decir que la adicción sustituye ese goce primero. En ese mismo sentido, al año siguiente, en 1898, advierte que los resultados seguirán siendo efímeros y aparentes mientras el médico se limite a quitar el agente narcótico, sin preocuparse de la fuente de satisfacción que viene a suplir. Es Lacan quien volverá sobre la opacidad de estas experiencias paradójicas de satisfacción, para abrir nuevas vías de tratamiento de eso que acontece en el cuerpo y que él designa con el término goce, inédito en el campo del psicoanálisis por el uso que hace del mismo.

La pregunta, antes planteada, apunta precisamente a la dificultad que representa regular ese empuje a la repetición que encuentra en el hábito (léase también ritual) las condiciones que hacen posible mantener esa modalidad de goce. Hay que decirlo, es un ensamblaje muy bien logrado, por tanto conviene atemperar el furor curandis que promueven las variadas técnicas de adiestramiento, a favor de recuperar la prudencia que nos oriente en el campo de los tratamientos posibles, guiados por los principios de nuestra práctica, sin dejar de estar atentos a la variabilidad de las estrategias con las cuales intervenir por medios menos crueles. Es tan difícil recuperar el poder de uso de la palabra como pretender abolir este recurso sólo por la vía del fármaco con alguien que ha hecho de esa vía (drogas o alcohol, incluidas las de uso medicinal) la fuente de todos sus males y remedios.

 

Bajo la dirección: Catherine Meyer con Mikkel Borch-Jacobsen, Jean Cottraux, Didier Pleux y Jacques Van Rillaer. Buenos Aires, Sudamericana, 2007.

Para más información consultar la página: www.descartes.org.ar [ ‘Modulos de investigación’].

 

 

 

 
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