Hablar de Germán García es hablar de décadas de gloria de la literatura argentina: los 60 y parte de los 70. Son los años en los que Borges alcanza la centralidad, pero también son los años donde una serie de escritores jóvenes renuevan las letras argentinas: Néstor Sánchez, Osvaldo Lamborghini, Héctor Libertella, César Aira, Manual Puig. Si como establece Ricardo Piglia, su amigo y otro de estos jóvenes, la novela argentina empezó con El museo de la novela de la Eterna, de Macedonio Fernández (1967), es en este tiempo donde pueden observarse algunos de sus rasgos característicos: “El modelo del museo como forma. La idea de la novela como enciclopedia, como un espacio donde conviven registros heterogéneos”, pero además un rasgo principal: una novela que es de vanguardia, porque está siempre anunciándose, como los prólogos de Macedonio. Germán García escribió un ensayo y un libro de entrevistas sobre Macedonio Fernández y con su primera novela, Nanina, fue prohibido por la dictadura de Onganía. Luego, con su segunda novela, Cancha rayada, rayó la cancha de una escritura más pensante, donde abordaba el tema de la historia, o más bien cómo se cuentan las tragedias en la historia de un país. Después de eso sus publicaciones se hicieron muy esporádicas, tanto que Miserere (Mansalva), su nueva novela, aparece luego de doce años de La fortuna.
Este escritor y sicoanalista formó parte del comité de dirección de la revista Los Libros, en el que participaban Beatriz Sarlo, Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y Josefina Ludmer. También fundó junto a Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán la revista Literal. Desde hace un tiempo está más dedicado al sicoanálisis, pero esta novela demuestra que la frescura de su escritura está intacta. Miserere aborda una parte de la historia argentina que va entre 1960 a 1963, que empieza con el secuestro del jerarca nazi Adolf Eichmann en plenas celebraciones de los 150 años de la Independencia y las consecuencias en el gobierno de Arturo Frondizi. No es una novela histórica, es una novela que aborda la historia a través de un grupo de jóvenes nacionalistas católicos, jóvenes católicos como lo fueron los que ingresaron después a Montoneros. Es una novela informada, como precisa García, pero con muchas citas literarias; es en definitiva un texto elaborado con elementos que fueron pensados como ensayísticos en su momento.
Los 60 parecen ser tu época, y tienes una mirada muy aguda sobre ésta: Nanina, Cancha rayada y ahora Miserere poseen esa mirada sobre la historia que nunca es la misma.
Me causa gracia que retroactivamente los argentinos nos adjudiquemos unos 60 generalizados, es decir, que daba lo mismo vivir en Londres, Nueva York o Buenos Aires, pero eso es un sueño. Quiero decir que lo que se llama los 60 internacionalmente no ocurrió en Argentina; acá se discutía el coito prematrimonial, no se hacían fiestas con gente desnuda en una playa, aquí había una presencia de lo religioso. Cuando Israel se lleva a Adolf Eichmann hubo una campaña antisemita con las paredes pintadas con esvásticas y con leyendas. Esos 60 acá eran bastante dislocados con respecto a la imagen internacional. Y en la novela eso está, ya que hay un sentimiento de aburrimiento y vacío de todos esos personajes que son esos pibes nacionalistas, que quieren luchar por la patria pero que en el fondo no saben qué hacer con sus vidas.
¿Parecen personajes muy gombrowiczianos en el sentido de inmaduros?
Yo creo que la edad de la juventud temprana es una dislocación entre ideales y realidades. Se siguen unos ideales –los tipos siempre hablan de grandes personajes, como San Ignacio de Loyola–, y además como estos son chicos criados por católicos, piensan que lo que realmente ocurre no ocurre. Por ejemplo, en una parte se dice que el peronismo cada vez avanzaba más, pero ellos no le daban ninguna importancia. O toda esa discusión sobre Fidel castro o El Che Guevara. Pero esa actitud de esos jóvenes de no dar importancia o pasar por alto algunas cosas se da también cuando no se dice que Montoneros fueron educados por colegios religiosos, y eran medio chupacirios. Yo quiero que esta novela sea como el huevo de la serpiente, donde la primera guerrilla urbana o más bien la primera acción urbana es la del policlínico bancario que asaltan. Se produce, por otra parte, el primer enfrentamiento entre militares. Entonces estaban todos los elementos para que se armara, como un nudo flojo que vos vas tirando y tirando y se constituye. Yo trato de mostrar que no es cierto que una juventud pipipí se le ocurrió hacer una revolución: llegaron los aires de Cuba, llegaron las ideas progresistas y junto con eso llegaron los que se opusieron.
En la novela el secuestro de Adolf Eichmann sirve para mostrar la debilidad de un gobierno y la inocencia o ingenuidad de un país que celebraba 150 años de independencia.
Eso es lo que dice la derecha argentina en ese momento: que Frondizi no puede hacer respetar al país. Pero todo ese tipo de cosas que se arman son las que justifican después la existencia de Videla, de Pinochet, es decir, que alguien venga a poner orden. ¿Entonces qué pasa? Acá nadie respeta nada, los de Israel vienen y se afanan a un tipo, el gobierno no tiene capacidad, todo es un pretexto, como ahora la economía: si alguien arregla con el Fondo Monetario Internacional es un vendepatria, y sólo falta un milico que agarre un fierro y diga: Bueno, vamos a hacer respetar la patria. ¿Sabés lo que dice Lacan de Mayo del 68? Lacan les dice peleándose con los pendejos en las puertas de la universidad: Ustedes quieren un amo y lo tendrán. Y efectivamente, ¿cómo termina Mayo del 68? Con De Gaulle diciendo: Se acabó el carnaval. Entonces toda revuelta que hace más ruido que su efectiva fuerza llama a la represión. Traigamos esto mismo al 2001 y las asambleas en las plazas. ¿Para qué eran esas asambleas si no para que la policía pudiera fotografiar mejor a los jóvenes rebeldes?
Y en medio de discusiones nacionalistas, un personaje recuerda que “ignorante” es anagrama de “argentino”, develando un tono crítico o mordaz al ser argentino.
Los argentinos saben que eso es una cosa muy antigua, la dijo alguien contra nosotros, no es un invento mío. Y yo acá se lo adjudico a uno de los nazis amigos del coronel, nazis que tienen apellidos de virus: Zoster y Harting. Esas discusiones que tienen sobre Clausewitz que, como se sabe, era el teórico de la guerra, y que todo el mundo leía, o al menos todos los que querían pelear: desde los militares hasta Lenin. Según Clausewitz, la revuelta siempre ocurre cuando no hay enfrentamiento, los enfrentamientos de verdad no son revoltosos, como la Guerra Fría que no eran rusos puteandos a los yanquis o viceversa, son cosas que suceden silenciosamente. Clausewitz no podía entender cómo la guerrilla, que es un invento español, había logrado destruir ejércitos organizados, cómo el desorden podía destruir un orden, el tipo estudió eso y vio que cuando otros intentaron armaron guerrillas no les salió bien porque eran demasiado racionales. Volviendo a tu pregunta, el narrador dibuja a los argentinos como tipos que no saben ni pelear ni negociar.
También se aborda el origen del nombre de la Plaza Miserere que fue por un matadero que había ahí. Y ese nombre ha marcado a la tragedia de Cromañón y la de Once.
Cuando ocurrió lo del tren a mí me llamó una amiga para decirme: ¿Viste lo que pasó en Once?, porque había leído un fragmento de la novela en una parte. Pero yo además subrayo que ahí sale gente para La Matanza y para Mataderos y la gente que viaje en subte lo hace como almas en pena. Todo tiene un valor alegórico.
Conociste bien a Osvaldo Lamborghini. Algunos escritores y críticos señalan que la verdadera vanguardia en la literatura argentina es la que hacía él. ¿Cuál es tu opinión de Lamborghini?
Volvamos a Clausewitz, la vanguardia es lo que va al frente de un ejército. ¿Entonces vos podes decir que una obra que fue marginada en un momento es el frente en otro momento? El tema de Lamborghini es que cuando vivió no fue vanguardia de nada, porque no lo leía nadie, y después quienes lo impusieron como vanguardia fue gente de la academia. A mí me parece que llamarle vanguardia a una cosa que no es exitosa es decir que estamos condenados a la derrota, porque la gracia es tener un libro de vanguardia que a la vez sea exitoso, no en tener un libro de vanguardia cuya vanguardia consista en que nadie lo lea. Yo, contrario a una opinión generalizada, considero que Cien años de soledad fue un libro de vanguardia, si entendemos por vanguardia la recomposición de la literatura latinoamericana, como se puede decir también que en un momento Neruda fue vanguardia en relación a la poesía. Pero no se puede decir que César Vallejo fue vanguardia, aunque a mí me gusta más que Neruda.
Cuando se habla de vanguardia se habla de tradición. Ricardo Piglia, en Las tres vanguardias: Saer, Puig y Walsh, define tradición como el contexto en el que se lee y vanguardia como el intento por construir una tradición y destruir otra.
Sí, pero cuando Piglia dice eso no lo pone a Lamborghini ahí, no confunde vanguardia con fracaso. Porque Walsh no era un fracasado, al contrario, era un escritor conocido, y Puig era muy exitoso, lo que pasa es que le gustaba lloriquear, pero Puig era bestseller, no le fue bien con su primer libro La traición de Rita Hayworth, pero cuando sacó Boquitas pintadas ya era exitoso; sin embargo, siguen contando que fue marginado o dejado de lado. Todo eso es un cuento chino. Hay una cosa arbitraria o patotera, en la que de pronto a una patota se le mete en la cabeza que un autor ha sido dejado injustamente de lado, entonces se le promueve alegremente, como si fuera un acto de justicia a la literatura.
¿Te has sentido marginado alguna vez?
Yo no he sido marginado, he sido prohibido dos veces: por Nanina y por La vía regia. Pero prohibido por el gobierno, no marginado literariamente. Simplemente nunca fui querido por las chicas de Púan, pero qué le vamos a hacer, yo no andaba por ahí.
Pero sí has tenido más de alguna polémica…
Bueno sí, Bioy me dedica una página alrededor del año 68 o 69 diciendo quién se cree que es, porque yo le había tomado el pelo a Borges en el libro de entrevistas Hablan de Macedonio. Borges me empezó a hinchar las bolas; no quería estar en ninguna polémica y me decía: Porque si alguien dice que Macedonio fue a Paraguay y yo digo que no fue a Paraguay, ¿no? Y yo dije: Qué viejo miedoso éste. Yo era pendejo, y me dio bronca y lo transcribí con todos esos vacíos y vacilaciones: “digo, ¿no?, digamos, en fin”. Quedó como un viejo balbuceante.
En el Borges, de Bioy, hay una charla en la que Borges dice que es torpe aplicar el sicoanálisis a los personajes literarios, porque el sicoanálisis se aplica a las personas.
Primero, los sicoanalistas entienden mal una política tanto de Freud como de Lacan, que dice algo muy sensato: Es conveniente que el sicoanalista sea un tipo más bien culto que inculto. De hecho Freud escribía de literatura y pintura y Lacan sobre cosas científicas. Pero escribir no hace falta para ser sicoanalista. Alguien se preguntaba una cosa muy interesante en relación a Michelle Foucault, que era un tipo que escribía muy bien: ¿Por qué los lectores de Foucault escribían tan mal? Entonces vos les hablás a los sicoanalistas de literatura y se meten a un taller literario, ¿qué carajos tiene que ver una cosa con la otra? Una vez dije una cosa por la que me putearon mucho y era que “el sicoanalista salía a vender y terminaba comprando”.
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