Un recorrido pleno de sustanciales respuestas que porta pasajes de sus lecturas teóricas, institucionales, literarias. Fiel a un estilo cuestionador da cuenta de su posicionamiento ante los avances de una época que ha facilitado desde Lacan acceder a nuevas concepciones de la subjetividad, y a abordajes consecuentes. De aristas polémicas, este exponente del psicoanálisis y las letras, promueve debates profundos que impactan en el medio psicoanalítico y en la cultura…
- ¿Cómo fue el tránsito de la literatura al diván?
- No fue de la literatura al diván. Empecé a analizarme a consecuencia de dos acontecimientos casi simultáneos: que se murió mi padre y que nació mi primer hijo. Había publicado hacía poco tiempo mi primera novela, las coordenadas de mi vida estaban un poco cambiadas de lugar entonces me empecé a analizar, a partir de lo cual comencé a interesarme por el psicoanálisis, cursado por un interés por la crítica literaria. Estudiaba lingüística, después me fui a estudiar con Masotta en el ‘69.
En esa época escribí un prólogo, que publiqué con seudónimo, a un libro muy violento, El Fiord de Osvaldo Lamborghini. Allí hacía, sin haber leído a Lacan, algunas afirmaciones algo estrambóticas que eran un poco lacanianas y entonces Masotta me invitó a estudiar Lacan con él. Cuando en 1972 Masotta quiso armar su escuela, la gente que estaba con él, primero estuvo en contra pero yo, como era muy amante de las máquinas institucionales, lo apoyé muchísimo. En ese momento me dedicaba a la enseñanza; cuando él se fue, en el '74, me dejó cuatrocientos alumnos, era una universidad privada.
- Y después se tuvo que ir usted también
- Eso fue en el '79. Ya en el '76 había ido a Barcelona, Italia, París -fue allí donde tuve una entrevista con Lacan-, y precavidamente había dejado los hilos más o menos tendidos por si me tenía que ir. No era fácil para mí porque tenía dos hijos chicos y no tenía plata.
Cuando en el '79 murió Masotta, fui a Barcelona, donde ya me conocían. Me instalé ahí a dirigir lo que había dejado Masotta. Él tenía un circuito de enseñanza, y yo lo amplié por Madrid, Galicia, Granada, Córdoba, Valencia. Vivía viajando, allí me encontré con los franceses y me empecé a analizar con Eric Laurent y metí todo ese aparato bajo el paraguas del campo freudiano.
- ¿Hasta ese momento no se había dedicado a la clínica?
- No, en España empecé a dedicarme, por pedido de los españoles, no había prejuicios como aquí. Acá había como una especie de separación entre los epistémicos o los teóricos y los clínicos y, casualmente, los clínicos terminaban siendo siempre los médicos y los teóricos los psicólogos, filósofos.
Observemos que casi todas las personas que enseñaron psicoanálisis en la Argentina, no vienen de la psicología ni de la medicina: Masotta, Sciarretta o el mismo León Ostrov que era filósofo, y había muchos más. La cuestión aquí era así, muy prejuiciosa, y además los psicólogos vivían todos aterrorizados por la ley del psicólogo, si se les suicidaba el paciente, por ejemplo, entonces todos los psicólogos preferían tener un médico en casa.
Todavía quedó la inercia de eso, en la Facultad de Psicología, uno encuentra que casi todos los tipos importantes son médicos. Si yo fuera psicólogo, los apretaría, diría: viejo, hagamos un cambio, ustedes enseñan acá, y nosotros enseñamos psicología médica en la Facultad de Medicina. Los psicólogos son así de esclavos. Heredan de las madres, psicólogas el gusto por el médico, el guardapolvo, todas esas cosas.
Y un psicólogo no es un psicoanalista, pues tiene una confusión total en la cabeza. Un médico sabe que no sabe, entonces va y estudia, hace el didáctico. O no lo hace, depende de su responsabilidad personal. Un psicólogo tiene una confusión en la cabeza, porque cada materia es una cosa diferente, contradictoria con la anterior. No es ni psicoanálisis ni psicología, si hubiera una carrera perfectamente organizada, las cosas estarían claras. Pero no, toda la carrera está como teñida de psicoanálisis. Le agregás a eso la minusvalía académica y te da esa dependencia.
- Bueno, pero además está toda la cuestión de la ley del psicólogo y la carrera hospitalaria...
- Pero a un psicoanalista, por ejemplo, no le preocupa eso. Ahí está la confusión. Un psicoanalista, en términos freudianos o lacanianos, es un señor que tiene un consultorio y que la ciudad lo conoce y lo consulta. No tiene nada que ver con el hospital ni con la salud pública ni con la sanidad.
- ¿Un psicoanalista no tiene nada que ver con los hospitales?
- No.
- Por ahí, como primera etapa de formación, mucha gente hace la concurrencia en el hospital…
- Allí está el mito, ¿qué tipo de teoría tiene uno si imagina que viendo muchas veces una cosa que no entiende, la va a entender. Yo no sé nada de botánica, voy todas las mañanas a ver árboles al botánico ¿qué va a pasar? El psicoanálisis no dice que hay un montón de personas hermosas que quieren saber la verdad, dice que hay un montón de neuróticos que reprimen las cosas. No veo por qué nosotros escaparíamos de eso mismo que decimos.
No podemos pensar que la humanidad está compuesta por neuróticos, infantiles, etc., y custodiada por nosotros que seríamos gente adulta y madura, que todo lo que hacemos tiene explicación racional. Que haya cientos de concurrentes en un hospital no tiene ninguna explicación racional, exceptuando la idea de que la gente hace laborterapia, van a verse con amigos, es como continuar bajo un aparato institucional. No franquear un umbral que los haga a ellos mayores de edad "kantianos", gente que se maneja con su razón y no con hábitos sociales, etc.
Un ejemplo, muchas veces he ido a dar clase a hospitales, nunca encontré un psiquiatra que me enseñara nada, más vale yo le voy a dar clase a él. No hay una psiquiatría en serio, no veo que los psicólogos que van a los hospitales a ver locos avancen algo sobre la demencia o sobre la locura. Cuando se quiere avanzar hay que tomar un libro por ejemplo sobre la epistemología psiquiátrica, entonces se aprende algo.
Pero mirando locos no se estudia nada, de hecho, los psicólogos pasan años en hospital y no saben nada. ¿Por qué no son sabios, por qué no publican libros, por qué no hacen artículos, por qué no renuevan algo? Si una persona después de aludir a su práctica, lo que dice, ya lo leíste, ¿qué aprendió de su práctica?
- ¿Y esto para usted tiene que ver con el reconocimiento de alguien como analista?
- Lacan decía que cada uno se autoriza a sí mismo: frente a algunos otros. Porque si no es una locura, te parás frente al espejo y decís: soy analista. Es obvio que al decir: soy analista, es en relación con un conjunto, a un tipo de profesionales, a una historia, que hay gremio, un grupo. Yo pertenezco a la Sociedad Argentina de Escritores, pero eso no garantiza que escriba bien, dice que me reconozco en eso, que me gusta ser de la República de Cervantes, de Quevedo.
De hecho, se autoriza como psicoanalista cualquiera. Por ejemplo, publicás en Página 12, y te convierten en “psicoanalista” automáticamente, seas lo que seas, no te preguntan, es como un título honorífico. Cuando se hizo el encuentro del Campo freudiano en el ‘84, Clarín decía “se reunieron dos mil psicoanalistas” lo único que tenían de psicoanalista era que habían pagado la entrada. Nadie les pidió la credencial de psicoanalista, estaban ahí adentro nada más.
- No existe la credencial de psicoanalista
- ¿Entonces cómo sabe Clarín que había dos mil psicoanalistas? Hubiera dicho dos mil personas en un Congreso de Psicoanálisis y no prejuzgaba qué eran. Cada vez que charlo con franceses, o italianos, o españoles me harto de contarles que no hay tantos psicoanalistas en la Argentina, es el único país donde los psicólogos se llaman psicoanalistas. En España hay sesenta mil, ochenta mil psicólogos, pero se llaman psicólogos y dicen “yo soy psicólogo clínico” “yo soy psicólogo pedagogo”.
No solamente que hay millones de psicólogos, sino que hay distintas categorías de psicólogos que se diferencian unos de otros y que es intrusivo meterse en el campo del otro. En la Argentina hemos invertido las cosas pero nadie se toma el trabajo de aclarar este malentendido porque es productivo, porque ese psicólogo va a tener que sudar un poco para ser psicoanalista o soportar los efectos angustiantes de la propia impostura.
Entonces es un campo de histerización perfecto, inventado por la APA, que se metió en la Universidad cuando cayó Perón y se metió en la Universidad de Psicología, no se metió en Medicina. Por un lado te enseñaban psicoanálisis, te analizaban y por otro te decían no sos analisista.
- Podríamos decir que para la APA la Facultad de Psicología era un campo de clientela importante
- Frente a eso, la operación que hace Masotta en un momento político de mucha revuelta es, tomar a los psicólogos, unos pobres huérfanos, y sublevarlos contra el aparato de la APA, en nombre del saber de Lacan. Esa es la operación y el éxito de Masotta. Los que seguimos sabemos que no solamente se trata del saber Lacan, era un paso, pero la guerra no era solamente epistemológica.
Había que dar un segundo paso que era la organización institucional y un tercer paso, que para mí, Masotta fue el único que se dio cuenta porque él se puso a hacer una escuela. Lo fue a ver a Lacan, se tomó en serio el asunto de armar un aparato de estructura alternativa al aparato de la IPA siguiendo un poco a Lacan. Esa fue para mí la originalidad de Masotta, se dio cuenta que el segundo paso era que los psicólogos se organizaran en una escuela que diera algún tipo de garantía, que garantizara los análisis de la gente.
- ¿Cuál es su lectura de por qué Lacan no se fue, no renunció a la I.P.A. y prefirió la excomunión?
- No creo que Lacan quisiera quedarse, usó de manera adecuada ese incidente. Como se dice en psicoanálisis, transformó una contingencia en algo necesario, útil. Una especie de judo.
- Pero, la expulsión de Lacan ¿no tuvo que ver con el hecho de que él había empezado a trabajar con tiempo libre y esto no era aceptado por la IPA?
- Sí, pero había muchas cosas que la IPA no aceptaba y aceptó. Quiero decir: me parece que Lacan siguió ese asunto porque quiso y en un momento se dio cuenta de que su mensaje iba a llegar más lejos fuera de la IPA que dentro de ella. De hecho, no se equivocó. Perdió un montón de viejos inútiles, que no servían para nada, solo para estar sentados ahí escuchando cosas y ganó una generación brillante, que tenía una formación lógica, matemática. Ganó por todos lados.
- El pecado de Freud, según Lacan, fueron las histéricas. ¿Cuál fue, según Germán García, el pecado de Lacan?
- El pecado de Lacan, según él mismo lo dice podríamos pensarlo a partir de un texto que termina con unas siglas, con unas letras, que no se sabía qué querían decir, y el traductor al español, Segovia, que era amigo de Lacan le preguntó que quería decir y resultaron ser las iniciales en francés de la frase “has empezado un poco tarde”.
Esto está escrito al final de “La instancia de la letra”, texto de los años cincuenta y sería una confesión por parte de Lacan de no haber cortado antes con ese grupo. Allí está el problema de la psiquiatría, Lacan defendió hasta el fin de su vida una tradición francesa de atención de enfermos en hospitales, pero no iba a analizar gente a hospitales ¡Ojo! Iba a aprender de la psicosis. Se podría decir: el psicótico es a Lacan lo que la histeria es a Freud.
Freud aprende de la histeria, la transferencia, el amor de transferencia, el síntoma, etc. Y Lacan aprende de la psicosis la existencia de la voz áfona, una voz que no pasa sentido y aprende la cuestión de la pulsión escópica. Cualquiera que crea que el inconsciente y todo esto eso es un camelo, basta con que escuche al psicótico: después va a preguntar “¿y esta máquina de donde salió?”
Si pecado quiere decir el punto límite, uno podría decir que la psicosis lo era para Lacan. El dijo en los Estados Unidos: yo soy un psicótico. Él veía a un neurótico como una persona que se contradice a sí misma, mientras que el psicótico es aquel que hace un desarrollo hasta el límite más delirante.
Si uno conoce un poco la tradición de la psiquiatría alemana y francesa sabe que eran muy cultos, sabían filosofía. Tenían una idea de que la psiquiatría era como una especie de antropología, por lo tanto sentían que tenían que comprender al conjunto de la humanidad, eso quedó claro en Jaspers. Mientras que los psicoanalistas, con los que se encuentra Lacan, no son psiquiatras, son médicos. Como después de la guerra el psicoanálisis era muy prestigioso, decidieron meterse en el psicoanálisis y hacer dinero con eso.
Pensemos en la Segunda Guerra Mundial, la Shoá, el exterminio de los judíos en Alemania, veinte millones de muertos en la Unión Soviética, pensemos en todo eso y en los psicoanalistas diciendo que la vida es para llegar a ser maduro y genital. Un grado de debilidad mental. Entonces, Lacan les empezó a inyectar cosas a la altura de los tiempos: el Marqués de Sade, Kant.
El Kant que dice: si un tirano monstruoso persigue a tu amigo y tu amigo está escondido ahí. Entonces el tirano te pregunta: ¿dónde está su amigo? Vos le respondés. Porque el hecho de que él sea un tirano no quiere decir que uno sea un mentiroso. Esto es una lógica realmente sadiana. Lacan trata de inyectarle al psicoanálisis algo de la dimensión de lo que estaba ocurriendo y ése fue el triunfo de Lacan. Un discurso que era de una tontería absoluta, frente al mundo de horror que se estaba viviendo.
- Retomando el texto “Más allá del Principio del Placer”, Freud allí plantea que la meta de todo ser viviente es regresar a un estadio anterior, que no hay en el ser humano un instinto de perfeccionamiento. ¿Usted acuerda con esto?
- Lo que Freud plantea es simplemente romper un mito platónico que dice que la belleza, la verdad y el bien van juntos. Negar la idea de progreso es una estafa, no se puede confundir el progreso técnico. Un televisor en color es más complejo que el primer televisor y el primer televisor es más complejo que la radio, pero no quiere decir que mi vecino es más complejo que Sócrates, no quiere decir que haya nacido alguien que tenga una cabeza tan bien armada como la de Hegel.
Lo que niega Freud es la confusión que había, hasta la Primera Guerra Mundial, entre progreso técnico y progreso de la humanidad como tal, se puede pensar al revés, el progreso técnico nos vuelve cada vez más inútiles, una serie de funciones que estaban incorporadas en sí mismo, pasan a ser hechas por aparatos, por máquinas. Freud niega todo eso, pero no era el único. Era todo un resentimiento producido por la Primera Guerra Mundial.
- Freud expresa en “El porvenir de la terapia analítica”: “Suponed que si hubiéramos logrado encerrar en unas cuantas formulas sintéticas las distintas formas de neurosis nuestro pronóstico adquiriría mucha mayor seguridad.” ¿Sigue teniendo vigencia esta formulación freudiana?
- Desde Newton, el ideal de la ciencia es liberarse de la percepción. Cuando se habla de la formalización de un campo se dice que el campo deja de depender de la percepción y empieza a desarrollar su capacidad, digamos su potencia alterna de coherencia, de explicación. La matemática no depende de la percepción, la astronomía tampoco. Ese es el ideal de toda ciencia, por eso es que yo digo qué tipo de teoría implica que uno crea que viendo, percibiendo cosas va a descubrir algo.
- Volvamos a la formación del analista. ¿Hay saberes imprescindibles?
- Freud pensaba en la certeza del propio inconsciente adquirida a través del análisis personal, y en ciertos saberes que hacen falta, pero que quizás no alcancen porque pueden servir para tapar todo. El inconsciente es un agujero de los saberes constituidos.
Puedo decir cualquier cosa o dar una conferencia sobre algo, acostarme a dormir y tener un sueño que me revela alguna cosa respecto de mis intenciones, que no tiene nada que ver con lo que creía que era lo que estaba haciendo. El control es un poco como mantener abierta esta diferencia entre lo que se sabe como saber constituido o “saber sabido”, dice Lacan y ese elemento que hay que mantener de ignorancia, de espera que induce a la búsqueda, cierto grado de insatisfacción, de lo contrario analizar a alguien sería insoportable.
Por eso Lacan inventó una escuela donde hay un análisis, hay una manera de verificar esos análisis que sería el famoso pase, donde se induce a la gente a que haga control de su práctica, seminarios, etc. Son los tres polos que hay para la formación de un analista. Se espera que el que va a ser analista primero sepa algo de la doctrina, se haya analizado y que cuando empiece a practicar haga algún control simplemente para no envanecerse.
Hay un problema y es que hay que tener cuidado con la práctica, porque es una cosa que adormece. Adormece al analista por lo que Lacan llama sujeto supuesto saber. El silencio del analista para el otro es un saber, y la palabra, siempre alguna cosa de la que el analizando no está muy seguro. Esto es algo que tiene que ver con la estructura transferencial misma, no está seguro si es una tontería o es algo tan sabio que él no puede entender.
Quiere decir que la responsabilidad no se puede compartir con el paciente. Uno no le puede decir: ¿le parece que vamos bien?, Estás solo ahí, sos responsable.
Estamos obsesionados por el objeto, que goce te atraviesa, pero ser analista es aprender a hablar la lengua del paciente, aprender a plantear los conflictos en los términos en que él se los plantea, no como uno se los plantearía.
A lo mejor a vos te parece una tontería, sobre todo cuando uno es un poco grande y analiza adolescentes por ejemplo, ¿y eso qué tiene que ver? yo analizo el conflicto tal como se plantea para él, si yo tengo que analizar una jugada de ajedrez de otro, voy a analizar cómo puso las piezas él, no cómo las pondría yo.
Que la gente aprenda a contar su historia en términos que no son los de su familia es un paso grande en la vida. Hay un problema que no tiene que ver con el saber, es el problema del juicio, lo que Kant llamaba el juicio, la razón pura (que sería la formalización, etc.) y la razón práctica (las acciones que realizamos) hay algo que no es unívoco, entonces hay que tener un juicio, hay que decidir, hay un acto.
Es como cortar una sesión o interpretar. Alguien llama y dice: estoy angustiado ¿Por qué decirle “venga para aquí” o “lo veo la semana que viene”? Son decisiones, a veces salen bien y a veces no. Hay alguien que tiene que aprender a decidir, tiene que tener esa sutileza.
El secreto del pase es que si a un analista le dicen que no pasa y realmente funciona como un analista, no le va a importar. En cambio, si queda dolido, tendrá que seguir analizándose porque no es analista. Un analista no depende de la aceptación o rechazo del otro, como no depende de la aceptación o rechazo de un paciente.
- En el libro D’ESCOLAR Ud. plantea en el artículo “Presentación de los inclasificables” que la estructura perversa misma ya no es considerable como tal. ¿Cómo llega a esta formulación? ¿Qué indicadores de la clínica darían cuenta de ello?
- Respecto del tema de la perversión, Lacan ha planteado que el neurótico pide prestado su fantasma al perverso, quiere decir que la perversión está planteada, no a nivel de la estructura del sujeto, en este caso, sino al nivel del fantasma. Eso es interesante para diferenciarse de la idea kleiniana de que hay una homología puntual entre fantasía y estructura, no es que si un sujeto tiene fantasías sádicas es sádico. Un sujeto, por ejemplo, si es un obsesivo puede tener fantasías sádicas y la función es autoatormentarse, con lo cual es una operación superyoica, no es la estructura de un sádico.
A partir de allí, no es muy claro que se pueda hablar de una estructura perversa, por eso Lacan al final de su vida habla de la père-version haciendo un juego de palabras, diciendo que hay distintas versiones del padre o el padre da distintas versiones de lo que es la dimensión del deseo. Eso me parece interesante.
Es evidente que hay que actualizar todo eso, que Lacan tenía la pretensión quizás de que el lenguaje que venía de la psiquiatría: neurosis, perversión, psicosis; podría sustituirse. Lacan hablaba de las fijaciones imaginarias de la perversión, de los enredos simbólicos de las neurosis, del intercambio, y hablaba de lo real en la psicosis. O sea que su pretensión parecía ser que los registros real, imaginario, simbólico y sus distintas maneras de mudar podían dar cuenta de sustituir ese viejo lenguaje y plantear otra cosa.
En vez de perversión, plantear la dimensión imaginaria del deseo humano, en vez de neurosis plantear la dimensión simbólica del deseo humano, en vez de psicosis plantear la dimensión real del deseo humano. En la cita a la que aludías no me estaba refiriendo a algo que afirmase, sino a una tendencia a dejar de lado el tema de la perversión. Pienso que mientras no sea sustituido realmente por una nueva formalización se deja de lado porque hay una inercia ligada a la propia inserción social del psicoanálisis, en el sentido de que la perversión aparece más como un fantasma de los neuróticos que se analizan que como una práctica del psicoanalista, porque el perverso en cuestión no lo consulta.
Lo mismo con respecto al fin de análisis, cuando se habla en el fin de análisis de una identificación al síntoma, se han dicho dos cosas. Lacan por lo menos ha dicho dos cosas: una ha sido atravesar el fantasma, esto siempre crea una idea medio iniciática, cuestionable. Lo que sí es cierto es que existe para el que se analiza cada vez más una mayor perseverancia en su propio ser, como diría Spinoza, por lo tanto me parece que la idea de identificarse al síntoma es más seria.
¿Por qué? Porque plantea que hay síntoma cuando hay una creencia en el síntoma. ¿Qué quiere decir? Yo puedo considerarme a mí mismo una persona cuidadosa, ordenada, limpia, puntual. Eso cualquiera desde afuera podría decir es un carácter obsesivo, pero no podría decir que es una neurosis obsesiva, para que sea una neurosis tengo que padecerla. Simplemente puedo decir mire usted es desordenado, sucio, etc. eso quiere decir que no se puede analizar un síntoma a quien no se plantea que algo sucede.
Por ejemplo, un hombre se enamora de alguna posmoderna histérica que lo empieza a acosar diciéndole “sos un rutinario, aburrido” entonces él se empieza a angustiar, no se plantea ninguna pregunta, pero lo que era parte de su carácter se vuelve un síntoma empieza a conectar su deseo de cambiar. Ahí diríamos que ha transformado su carácter en síntoma, pero uno puede decir al revés, que a través de esa rendija el sujeto va a dar una vuelta por la nada, el vacío, si él vuelve al punto de partida está analizado. Ahora ya no tiene un síntoma, es lo que llamamos “saber hacer” con un síntoma.
Hay algo de transformar la tragedia edípica familiar, la compulsión de repetición, todo eso que Freud plantea, en una comedia. Haré de persona ordenada y correcta o no haré de eso. Entonces supongo que el final de análisis tiene que ver con una comedia ¿qué quiere decir una comedia? que no hay destino, que hay contingencia.
Uno quiere darle un sentido a su vida, porque es un poco triste escuchar, por ejemplo, a la propia madre, los que tienen la posibilidad, yo tengo madre todavía y le he preguntado: ¿y vos por qué te casaste? A lo cual ella responde: “y bueno, estaba ahí, el viejo se quería casar, mi abuela no quería aguantar más a sus hijas, tenía muchas hijas”.
No es nada ni muy terrible ni muy fantástico.
Fue una contingencia, y uno le dice: pero algo te tenía que gustar del tipo. Bueno, usaba unos zapatos que tenían botones de vidrio, unos zapatos de compadrito que eran con unos botones de vidrio al costado. ¿Y los hijos? tenía una amiga que estaba embarazada. Después cae de ahí, el padre, la madre, Edipo, el falo, la castración.
Hay una cosa como dice Lacan el “epos” (epopeya) de la estructura, hay una estructura que es el intercambio, y después está la épica, pero en verdad por un lado suena a la tragedia terrible, el Edipo, y por otro lado Freud dice que solamente nuestra variedad antropológica, antropomórfica nos puede hacer creer que la vida humana tiene algún sentido, nuestros antepasados pensaban que todo fue una contingencia.
Pero evidentemente no se puede vivir en una contingencia, entonces se trata de transformar esa contingencia en algo necesario eso para mí sería la identificación al síntoma. Las contingencias de mi vida, unas las dejo caer, dejar caer identificaciones, otras las asumo como parte de mi ser y con eso hago mi historia.
Germán L. García ha sido discípulo y continuador de la obra de Masotta. Participó en la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y es uno de los fundadores de la Escuela Freudiana de la Argentina y de la Escuela Freudiana de Córdoba. Miembro del Consejo de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP). Presidente y Director de enseñanza de la Fundación Descartes. Entre sus libros publicados se encuentras las novelas: Parte de la fuga, Ed. De la Flor, Buenos Aires, Argentina, 1999; Perdido, Ed. Montesinos, Barcelona, España, 1983; Cancha Rayada, Ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, Argentina, 1970. También ha publicado numerosos ensayos, entre ellos los más recientes son: D’ESCOLAR (ensayos sobre psicoanálisis), Ed. Atuel, Buenos Aires, Argentina, 2000; Gombrowicz, el estilo y la heráldica, Ed. Atuel, Buenos Aires, Argentina, 1992; Formación, clínica y ética. Ed. Anáfora, Tucumán, Argentina, 1992.
Dicta permanentemente cursos y conferencias en Argentina y en el extranjero.
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