El psicoanalista Germán Leopoldo GarcÃa, de quien ha dicho Ricardo Piglia que "muchas veces pensó que encarna entre nosotros el narrador del que habla Walter Benjamin", estuvo en Rosario en ocasión de la presentación de su libro La fortuna, de reciente edición. Momentos previos a la presentación que realizaran Ricardo Bianchi y Ãngel Fernández, con café de por medio en el salón de la librerÃa Homo Sapiens, Rosario/12 habló en extenso con el psicoanalista.
José Manuel RamÃrez: ¿Cómo se ubica el hecho de escribir con relación a tu vida y también a tu práctica como psicoanalista?
Germán GarcÃa: Parto del comienzo. Yo comencé a escribir cuando tenÃa 7 u 8 años. Lo primero que escribà fue un poema, o algo asÃ, porque me habÃa enamorado de una pelirroja que pasaba, que para mà era una mujer grande, ponele que fuese una mujer de 20 años, yo qué se qué edad tenÃa. Entonces escribà una especie de poema. Y después a los 12 años, o 13, conocà una chica. Hicimos como una alianza, porque yo iba a un club y mi déficit era que yo venÃa de clase obrera y el club era de clase media. Ella era de clase media pero era fea, entonces hicimos...
JMR: Se compensaba.
GG: Entonces yo escribÃa poemas y esta chica me los pasaba en caligrafÃa, ella sabÃa caligrafÃa. Ese fue el segundo tiempo. O sea que podemos decir que mi primera relación a la escritura era cierta respuesta a la seducción. Después el segundo paso fue que yo escribà un poema a Eusebio Mansilla, que era un corredor de autos de JunÃn, que se habÃa matado en una carrera. Pero, en realidad el poema tenÃa que ver con mi padre, porque mi padre habÃa sido del equipo de Eusebio Mansilla, mi padre habÃa sido metalúrgico. Esas fueron las primeras cuestiones.
Después, cuando yo me fui a vivir solo, tenÃa 16 años, más o menos, estaba en Buenos Aires, me peleé con mi viejo y me fui de mi casa, y escribir era lo único que daba un sentido a estar ahÃ, es decir, yo tenÃa una libreta siempre (sigo teniendo), libretitas, y yo me despertaba a la mañana y se me ocurrÃa una frase era un dÃa feliz, si no se me ocurrÃa era un vacÃo, y ahora más que antes. No significaba nada eso, porque nadie lo leÃa, un carajo, pero era lo que me sostenÃa, de alguna manera. A los 17, 18 años eso se me volvió muy oprimente. Empecé a leer tipos como Kafka, por ejemplo, después empecé a leer a Borges, bueno, la mitad de las referencias no las conocÃa, no las entendÃa, el vocabulario mÃo era una desdicha al lado de lo que era eso, una cosa que dije de acá no salgo más. Y ahà tuve la suerte que me encontré con Henry Miller. Henry Miller era para mà una cosa ¡ah!, una cosa manÃaca porque era, bueno, no podés escribir, escribÃs eso. No te pasa nada, escribÃs que no te pasa nada, te pasa algo escribÃs que te pasa algo, entonces Henry Miller era la salida manÃaca total. SerÃa, como dirÃa un lacaniano rosarino, homologarse a la cadena significante. Y después encontré al que me hizo mejor de todos, que en literatura significa que te puede servir para algo,...
JMR: O sea, que la relación con Miller, pero Jacques Alain...
GG: Eso pertenece a la cadena significante rosarina. Te puedo dar más para alimentar esa cadena.
JMR: ¿Algún otro Miller?
GG: Mi vida está marcada por tres Miller, Colt Miller, cuando era pibe, el justiciero que lo leÃa en el Rayo Rojo, después Henry Miller, y después Jacques Alain Miller. Son los tres molinos de viento, porque Miller quiere decir molino.