Este año está maldito, en términos culturales; podemos pensar que viene a cancelar toda una época, incluso la posibilidad de adjudicarnos algún sentimiento de época. De hecho, el libro argentino está bajo amenaza, y con él la lectura, el pensamiento abstracto, la sensibilidad estética, la crítica, ¿acaso podemos pensar que, de existir, también está en riesgo la lengua argentina? Y si no es la lengua, la palabra, al menos como herramienta de confrontación. Esta crisis afecta el sentido de las palabras, salvo las publicadas; la publicación así es una paradoja de la salvación, una necesidad de supervivencia, algo que la generación de Literal comprendió como ninguna.
Germán García no solo articuló la difusión del psicoanálisis lacaniano, sino que intervino como propagador de cierta mirada intelectual cuasi trifásica sobre la literatura argentina. Me explico: un motor electrizante alimentado por su propia potencia por encima de todos los artefactos que funcionan en el sistema generalizado, módico y extendido de 220 voltios. Esto último es en contra de lo mediático, lo académico, y la normalización apaciguada como efecto de comprensión discursiva. De alguna manera lo lacaniano, esa especulación intelectual sorprendente en la lectura de los textos de Freud, extendía su mácula irredenta sobre lo escrito, rescataba lo indómito, bajo la apariencia de revista fundada por el mismo García: Literal.
Al respecto, en Radar Libros de Página/12 (2002), Héctor Libertella destacaba: “La propuesta Literal duró apenas cuatro años y solo aparecieron tres volúmenes. (“Las especies más sofisticadas –observaría algún Darwin– tienden más rápido a la extinción”.) Pero desde el número 1 y por las barras de los números 2/3 y 4/5 iba haciendo salto de rana una Argentina política, social y económica que hoy parece interminable. En este sentido, y solo en este, se podría calcular que Literal fue más longeva que Sur. (…) La composición de los sucesivos comités de redacción y dirección fue variando desde García, Lamborghini, Gusmán y Lorenzo Quinteros a Lamborghini, García, Gusmán y Jorge Quiroga, y a García solo. Esos comités, se podría decir, cambiaban como cambiaban ellos la arquitectura de la mirada. Otra velocidad de la luz del ojo. No al espejo: “La apología del ojo que ve y refleja el mundo funda el imperio de la representación realista”. No al realismo: “La literatura es posible porque la realidad es imposible. Y, sin embargo, táctica de tácticas en el ghetto literario, en ninguna parte aparece la palabra vanguardia”.
El pasado 11 de este mes, en la Fundación Descartes (también fundada por García, ya podemos plantear sin temor que fue un fundante apasionado), Alan Pauls y César Mazza presentaron un último libro que condensa sus entrevistas: Palabras de ocasión (Los Ríos). Allí Pauls perfila con generosas observaciones el carácter indolente y desenfocado de su trato intelectual, la forma lúdica de utilizar el lenguaje, la habilidad política para no caer en la trampa de “lacanizar” una visión de la realidad. A propósito, señala en este libro la página 230, donde García recuerda cuando el staff de Literal se trasladó a La Plata para trabajar con el secretario de Cultura durante el gobierno de Cámpora, Leónidas Lamborghini. No solo se olía el peligro, sino que se lo vivía, de hecho eran espiados, provocados por la patota sindical: “Perón nos crackeó”, dice. A saber: les hizo vivir un Mayo Francés en el gobierno para dejar expuesto el entrismo y así atacarlo, exterminarlo con la Triple A y sus derivas. Por eso huyeron de allí, se salvaron refugiados en una Buenos Aires no menos peligrosa. (La presentación completa, con la ausencia de García como pesadumbre, se puede ver en YouTube bajo el título “Fundación Descartes-Lecturas críticas 11-12-2018”.)
En cuanto al material del lenguaje que para él resultaba fundamental en el juego de palabras, en el cambio de sentidos, que permitía una intencionalidad rebelde, escribió: “Los neologismos significan innovación en el lenguaje y suelen agruparse en tres clases: a) palabras inventadas; b) palabras formadas a partir de una raíz o prefijo; c) palabras patrimoniales, por ejemplo beat para designar a una generación. Otros son faux amis, entre lenguas, tanto escritos como hablados (“falsos amigos”: palabras de idiomas diferentes que son muy parecidas pero tienen distinto significado; así por ejemplo, “década”, en español, se refiere a un período de diez años; décade, en francés, se refiere a un período de diez días)”. Neologismos jugando con metáforas, en el divertido truco del malentendido y la mala intención.
Germán García recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba, ocurrió en agosto de 2014, y Cézar Mazza brindó un discurso donde resume esa política de la lengua que implicó Nanina, su primera novela: “Como escritor no ha dejado de encender la chispa de la creación violentando la rutina del significado. Su comienzo con la novela Nanina en el año 1968 lo ubicó en un lugar de adelantado en el mundo literario. Pero alguien que llega al juego innovándolo es inasimilable para una moral media, reglamentada por los dictados del sentido común. Así, la eficacia de esa letra también tocó a los represores de turno de la dictadura militar de Onganía, los voceros del orden entendieron que esas letras eran un atentado a su rutina de significados y rápidamente entonces trataron de que su nuevo estado civil, su lugar como escritor, quedara borrado con un juicio y con una condena de dos años de prisión en suspenso. La defensa del hombre de letras, de un hombre de 23 años... que no se debía a otra institución más que a su juventud, la defensa entonces fue escribir... otra novela, titulada Cancha rayada. Este comienzo marcó a fuego, pero no al fuego lento de los que creen que tienen el futuro asegurado, la relación de García con la letra. Una ética de la escritura se irá gestando y unos pocos años después quedará cifrada en el lema de la revista Literal: no matar a la palabra, no dejarse matar por ella”.
Nanina, reeditada por el Fondo de Cultura Económica de la mano de Ricardo Piglia (2012), nació junto a La traición de Rita Hayworth de Puig, y abrió el espectro de publicación de El Fiord de Osvaldo Lamborghini, y pocos años después, El frasquito de Luis Gusmán. Todos textos irremediables, incorregibles, opositores al buen decir y, lo más inquietante, proclives a desvestir los santos más conspicuos de una sociedad tan moralista como cínica. Cómo llegó a publicarse Nanina es tan interesante como la crispación que despertó su lectura. Germán García era un joven librero y el cliente era Bernardo Kordon, a quien le desliza un ácido comentario sobre su último libro; a manera de desafío este le pregunta si escribe. El original de Nanina llega a manos de Kordon y de este a Jorge Alvarez; al tiempo es Pirí Lugones quien le informa a García que Rodolfo Walsh recomendaba su publicación. Todo un universo literario en riesgo de morir por la palabra.
Para no abandonar la astronomía, o la observación del pasado hecho luz, la galaxia intelectual que conformó García concluye a 50 años de la publicación de Nanina. Medio siglo entre agujeros de negrura infinita y de ausencias que, en estos últimos años, incluyen a Rodolfo Fogwill, Ricardo Piglia, Alberto Laiseca, Luis Thonis, Irene Gruss, espejos sin reflejo, huellas culturales que no tienen reemplazo, al punto que los escritores pueden pensar quién los leerá, quién los guiará publicando, quién no quedó huérfano de discusión…
Como refiere Luis Gusmán en su columna, es una cuestión de lectura, de ser lector y estar rodeado de libros, y el destino quiere que este cronista desilusionado tenga con Germán García un amigo en común, el inefable librero. Se trata de Pablo Fierro (no es broma, su apellido es la literatura argentina en sí), cuyo Despacho de Libros en el barrio de Palermo era frecuentado con avidez por el autor de Miserere (Mansalva). “Germán se consideraba librero, disfrutaba del guiño de saber sobre todo lo publicado, y el último libro que compró fue sobre nihilismo, en el que estaba trabajando”, dice Fierro. Un último libro posible, tal vez no terminó de leerlo, se trata de Nihilismo y política (textos de Jean-Luc Nancy, Leo Strauss, Jacob Taubes), un título predictivo sobre nuestra realidad insoportable o un gesto de ironía a modo de despedida. Señalo un dato de la oralidad que remite al García puro: mientras el librero me decía el título por teléfono entendí “Lilismo y política”, le hice repetir pero yo seguía escuchando “Lilismo y política”, luego me envió la foto de la tapa del libro para aclarar. El chiste, me dije, también se despidió con un chiste… ¿Eso fue un último acto de nihilismo?
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