Germán García - Archivo Virtual / Centro Descartes, Buenos Aires

La experiencia del pase

# (1998). El gusto por el pase. En Pase y transmisión Nº 1. Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires. En (1999) La lettre mensuelle N° 177 como L’experience de la passe, París, Francia; en (abril 1999) Diva N°10 como La experiencia del pase, Buenos Aires; en (s/f) Web EOL como La experiencia del pase. Incluido en (2000) D'Escolar como La experiencia del pase (pp.81-92). Buenos Aires: Atuel-Anáfora. 
Intervenciones:
(3 de junio 1998). La experiencia del pase. Trabajo. En Noche de Enseñanzas del pase. Escuela de Orientación Lacaniana.
(13 de febrero 1999). La experiencia del pase. Presentación. Ecole de la Cause Freudienne, París. 

El salto 

Durante muchos años algunos de nosotros -me refiero a quienes los avatares institucionales producidos por el pase, desde los años inaugurales de la propuesta de Jacques Lacan estuvimos en la posición descripta por Flaubert en su Bouvard y Pecuchet. En una comunidad gobernada por el sentido común, la tontería y el egoísmo, podíamos experimentar la propia idiotez: éramos incapaces de juzgar las posibilidades, límites y oportunidades de aplicación del saber. Como los personajes de Flaubert, carecíamos de la experiencia, del juicio y del gusto. Queríamos extraer las reglas de la lectura. 

G. Granger ha subrayado un dilema que Flaubert plantea a través de sus personajes: "... si se parte de los hechos, el más simple exige las más complicadas razones, y si se colocan de entrada los principios hay que comenzar por el Absoluto..." 

Bouvard y Pecuchet adquieren conocimiento, pero le falta el juicio que -según Kant- es "el poder de subsumir lo particular en lo universal". También a nosotros nos faltaba ese poder aplicar el saber abstracto a las cosas singulares, esa capacidad reguladora que determina las zonas de incertidumbre, las aproximaciones y las lagunas de los saberes. 

Porque el juicio, según Kant, no sólo concierne a la facultad de entendimiento, donde el universal es dado, sino también al reconocimiento de un acuerdo, de una finalidad virtual en una aprehensión del mundo sensible. El juicio implica de esta manera al gusto. 

Bouvard y Pecuchet, cuando adquieren un poco de gusto se dedican a buscar tonterías en los demás para -según el acierto de Queneau- "erigir la ostra perlífera de la estupidez humana". Es decir, no dan el salto que podría conducirlos al gusto por el pase. Como pasadores, no soportan lo que descubren. 

Aunque eso no hace justicia a los argumentos contra y a favor de Bouvard y Pecuchet, resumidos con elegancia en un breve artículo de Jorge Luis Borges. 

El salto al que me refiero, tomado en tres momentos diferentes de la enseñanza de Jacques Lacan, puede exponerse en la siguiente secuencia: 

1960: "Es nuestra propia Aufhebung la que transforma la de Hegel, su propia trampa, en una ocasión de señalar, en el lugar de los saltos de un progreso ideal, los avatares de una carencia" (Écrits, pág. 837). 

1964: "En efecto, si el concepto se modela según un acercamiento a la realidad que el está hecho para aprehender, sólo mediante un salto, un paso al límite, cobra forma acabada realizándose" (Seminario XI, Seuil, 1973). 

1968: "Aquí permanece la abertura, si se puede decir, hiante, de cómo puede operarse, como podríamos llamarlo, ese salto o mejor como lo hice en un texto de propuesta a explorar, lo que resulta de ese salto, que llamé más simplemente el pase (... ) se podría decir que, en suma todo está hecho en la ordenación del psicoanálisis para disimular que es un salto. 

Se hará cualquier cosa, llegado el caso, incluso se dará un salto a condición de que, sobre lo que hay que atravesar haya una especie de cobertura tendida que no deje ver que es un salto; es incluso el mejor caso; es todavía mejor que poner una pequeña pasarela bien cómoda para evitar el salto" (2 1.2.68). 

Jacques Lacan dice, poco después, que podrían interrogarse los efectos de la consagración como oficio (official) antes y después del supuesto salto. 

Los avatares de una carencia que se encuentra en la clínica, el salto al límite del concepto y el salto -articulado en palabras- del que se consagra la función de analista, se ponen en juego en el pase y la nominación. 

La disimetría 

He dicho al comienzo de qué manera el saber leído de quienes nos interesábamos por la Escuela de Lacan, nos dejaba en la incertidumbre en relación al juicio que es también juicio de gusto, implicado en la práctica del pase. ¿No ocurría lo mismo con la práctica del análisis? Teníamos una tradición que hacía de grado cero, de manera que obteníamos respuestas de las variaciones que podíamos introducir. Nada de eso para el pase. De manera que el primer intento, propuesto por Oscar Masotta, no pudo dar los primeros pasos.

Las dificultades para calcular la composición de una dinámica de fuerzas conducía al fracaso, a la hora de instaurar la disimetría (denunciada, una y otra vez, como abuso de poder). La disimetría entre la ofensiva y la defensiva -según la terminología de Clausewitz- es citada por Jacques Lacan en 1968, en el momento en que introduce la diferencia entre los que pertenecen a su Escuela y el resto de la audiencia. 

La comunidad analítica, a la defensiva en relación al pase, tiene el tiempo a su favor. Es por eso que el proyecto institucional, presentado como ofensivo, necesita de la capacidad de tomar decisiones en relación con esa disimetría temporal. 

La pulsación temporal de esta tarea colectiva fue posible, entre nosotros, por la autoridad de Jacques-Alain Miller. 

El saldo fue la instauración de la función éxtima -lo exterior presente en el interior- como forma de afrontar el impasse que lo real hace aparecer en lo simbólico. 

La extimidad, como podemos aprender en el curso de Jacques-Alain Miller, no es simple. Además de los registros, pone en juego diversas relaciones binarias. 

Para el caso subrayo una implicación: el Autre producido por el a. 

En "Televisión" tenemos al menos una consecuencia: la sugestión producida por el lenguaje, a traves del pase, debe afrontar que sus efectos sean tomados como objeto. 

¿Se podrá creer?

Hay un caso en que la sugestión no puede nada: aquel en que el analista recibe su falla del otro, de quien lo condujo hasta el pase, como digo yo, de ponerse en analista.

La razón práctica

Durante dos años, una vez por semana, asistí a reuniones con el cartel del pase al que pertenecía.

En mi cuaderno, después de la primera reunión, anoté una afirmación de Mallarmé: "Ordenar, en fragmentos inteligibles y probables, la vida de los demás, con el fin de comprenderla, es, en estricta justicia, una impertinencia; ya sólo me queda llevar hasta sus límites más remotos esta felonía" (Prosas, pág. 8 1, Ed. Alfaguara, Madrid, 1987).

Me tranquilicé al pensar que detectar el salto no era comprender la vida de nadie, ya que el recorrido de un análisis enseña que más bien se trata de lo que niega la vida, en lo que ésta tiene de inmediatez y de goce.

En nuestras discusiones teníamos en cuenta la autenticidad del testimonio, lo que nos parecía indicar alguna certeza del inconsciente, la resón de palabras que marcaron un antes y un después. También, en tanto estaba en juego la estructura del Witz, teníamos presente el hecho de que pasante y pasador hablaban de un ausente (el analista) y suponian el juicio del cartel del pase.

La incidencia de este destinatario podía leerse en la traducción de la experiencia en términos que se suponían adecuados.

Por otra parte, en las modalidades de enunciación se dejaba oír algo de la valoración de los enunciados del sujeto, de su responsabilidad por lo dicho.

A medida que se sucedían los testimonios cada uno de nosotros mostró/encontró el gusto por determinado acento: uno estaba atento a la confrontación con la doctrina, otro a las resoluciones clínicas, sin que faltara quien extraía conclusiones sobre el dispositivo y quien se interesaba por la dimensión política de la nominación. Uno de nosotros, por otra parte, enfatizaba en las variaciones del síntoma las significaciones del Otro sexual, cuyos matices parecían haber sido ignorados por el hablante y por quien transmitía sus palabras.

La comparación entre el relato de ambos pasadores, la rectificación de uno por uno, ordenaba las coordenadas de la decisión.

En fin, se trataba de estar abierto a unos fenómenos que suponían la estructura del lenguaje. Y el cartel era un nudo en la red de esa estructura, un nudo en la trama de la Wirklichkeit del psicoanálisis, de su realidad efectiva entre nosotros.

Entendía que el dispositivo del pase exigía una decisión basada en una "integral de equívocos" (para decirlo con las palabras de Lacan sobre la lengua). Decidir sobre lo indecible de un salto particular.

Genio y gusto

Las revelaciones del inconsciente muestran su genio, su capacidad de producir enigmas que sostienen la interrogación en cada uno.

El 24 de febrero de 1984, en Santiago de Compostela, escuché una conferencia de Jacques-Alain Miller sobre el "Genio del psicoanálisis" (publicada en El Analiticón N°1 , Barcelona, 1986).

Después de evocar el daimon y su correspondiente latino genius, habló de Freud como hombre de genio y de Lacan como hombre de gusto.

Miller desarrolla luego el tema del genio y del gusto, para mostrar que la asociación libre es una invitación a ser un genio -en el sentido kantiano, de producir sin ocuparse de las reglasmientras que el analista está del lado del gusto: "La invención propia de Freud fue la del psicoanalista. El concepto freudiano del analista es una producción única, inédita en la formación de las ideas. Analizantes los hubo en la historia, los genios del siglo XVII como Descartes o Pascal, dice Lacan, eran analizantes, pero un analista, eso es una producción de Freud. Es la producción propia del psicoanálisis".

Estas referencias, como las que conducen a Kant, advierten que el juicio por el gusto que se aplica a un objeto, se diferencia del juicio lógico, que a pesar de tener validez subjetiva se pretende universal.

El gusto, sobre el que se especula en el siglo XVIII, supone la imposibilidad de establecer normas válidas en todos los casos. Así lo plantea tanto Burke como Hume, Voltaire como Montesquieu. La obra que Kant tituló Lo Bello y lo Sublime, publicada en 1764, tiene en la Indagación de Burke un precedente indiscutible. Uno podría seguir la discusión sobre el gusto hasta Freud, para ver mediante qué salto se produce la invención del analista.

En nuestros intercambios de cada reunión se volvía evidente que era algo del gusto de cada uno lo que se ponía en juego, cuando argumentábamos la posibilidad de reconocer la producción de un analista. No estaba en juego el genio del lugar (el dispositivo analítico), tampoco el genio del inconsciente que habló en cada pasante. Era el gusto, el tacto para decidir sobre lo fundado de cada pedido de nominación.

La antinomia del gusto

Miller convertía la antinomia del gusto -tal como la propone Kant- en una antinomia sobre lo que llama "el juicio analítico ".

En un artículo del 13 de diciembre de 1979, llamado "¡Todos lacanianos!", Miller escribe: "Vayamos a la conclusión. La tomo del filósofo de las luces, justamente. ¿Cómo discriminar lo que sería o no sería psicoanalítico? Decir lo que es o no analítico, eso no es un juicio.

¿Pero de qué depende, sino del gusto? ¿Podemos formular alguna regla según la cual alguien sea obligado a reconocer el carácter analitico de algo?

En el campo freudiano, 'todo' se toma uno por uno. Debido a eso existe lo que yo llamaría una 'estética' del psicoanálisis. Hay lugar para una especie de educación del gusto o del tacto psicoanalítico, asunto de tiempo, incluso de control".

"Ese es un saber sin duda -pero no se puede sostener-.

Y sin embargo, se debate, se mantienen controversias, se polemiza.

La antinomia está constituida:

-el juicio analítico no se funda sobre conceptos, si no, se podría discutir sobre el tema, en el sentido kantiano, es decir decidir sobre pruebas;

-el juicio analítico se funda en conceptos, pues de otra manera no se podría siquiera discutir sobre el tema, es decir pretender el asentimiento del otro".

Por su parte Kant dice que la solución de tal antinomia solamente puede darse cuando se reconoce que el juicio del gusto depende de un concepto, pero de un concepto tal que no da pie a derivar de él un conocimiento del objeto.

La tesis, entonces, se convierte en ésta: "El juicio del gusto no se basa en conceptos determinados". Y la antítesis: "El juicio del gusto se basa en un concepto, bien que en un concepto indeterminado".

Sobre este concepto indeterminado, dicho en otros términos, prosigue Miller: "A la 'estética psicoanalítica' responde pues necesariamente una 'matemática', que trata de alguna manera de la comunicabilidad universal de los juicios que gustan en psicoanálisis -es decir de lo que, de la experiencia freudiana, podría ser 'enseñable a todo el mundo, es decir científico, pues la ciencia se abrió camino al partir de ese postulado' (Lacan)".

Ese matema no produce un "conocimiento del objeto", por eso concluye Miller diciendo que "entre lo que la experiencia enseña y lo que puede enseñarse hay un hiato y también apuesta, para una Escuela que, reconozcámoslo no existe todavía" (J.-A. Miller, Escisión, excomunión, disolución, Ed. Manantial, Bs. As. 1987).

El genio del gusto

El genio del inconsciente dirige el gusto ("la ilustración no desciende al inconciente", decía Freud). De manera que ese "hiato" exige algo que no se reduce a reglas de gusto. Y, como dice Gadamer, conviene proponer para el gusto lo que Kant proponía para el genio:

"Puede que sea posible -escribe- someter el concepto de gusto a la fundamentación trascendental del arte, para poder así entender el auténtico sentido de la genialidad artística".

Para nosotros se trata de otra cosa, de captar algo del genio del inconsciente.

Miller escribe "La doctrina misma del pase tiene un aspecto de camino. Primero, hay el sujeto supuesto saber, es decir un efecto de significación -el SsS está del lado del Sinn.

A partir de ello, el sujeto se va hacia la Bedeutung, hacia el fantasma y supuestamente lo atraviesa.

El objeto a es solamente la parte elaborada del goce, es la parte fantasmática o semántica del goce, la parte del goce ya atraída en el fantasma. El objeto a es un falso real" (J.-A.Miller, "Seminario de Barcelona", Freudiana N° 19, pág. 26).

La cicatriz

"La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad". Así comienza el artículo que en 1784, Kant consagró a la definición de la Ilustración. Y continúa: "La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro."

La incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia, sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella, sin la tutela de otro. Sapere aude

"¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!, he aquí el lema de la ilustración "

Esa incapacidad culpable, en Freud, se llama neurosis. No se trata de falta de inteligencia y mucho menos de falta de saber: el que reprime ya sabe, según el caso Dora.

Se trata de falta de decisión y de valor, apreciación donde Lacan acuerda con Freud.

La solución propuesta por Kant, no parece resolver el enigma de por qué el saber se enlaza con la culpabilidad. Es posible que la Hascalá de Freud, que no se refiere a la de Moisés Mendelsohn, buscara la respuesta.

Jacques Lacan dice que resulta extraño que antes de un Descartes nadie se preguntara por el saber y que hizo falta el psicoanálisis para que la pregunta se volviera a plantear.

No quién, sino qué sabe.

Michel Foucault, por su parte, en las conferencias sobre el breve artículo de Kant -dictadas en 1983 y 1984 bajo el mismo título- no menciona el tema de la "incapacidad culpable" y extrae la lección de una actitud, un ethos, para la actualidad. Para eso pasa por la reflexión de Baudelaire sobre la modernidad y advierte sobre el "chantaje intelectual y politico" de estar por o contra la aufhebung.

Es decir, que cuando Jacques Lacan pone sus Escritos en lo que sería la actualidad efectiva de un "debate de las luces", son múltiples las resonancias que provoca.

Freud acepta de Kant la metáfora temporal de la minoridad de la neurosis, al punto de hablar de la neurosis adulta como neurosis infantil. El neurótico padece una "incapacidad culpable" para resolver un conflicto también propuesto por Kant. El neurótico está dividido entre sus derechos singulares (histeria) y sus deberes universales (obsesión). El obsesivo, en particular, muestra este conflicto (recordemos que hay un fondo histérico en la obsesión).

Cuando Freud introduce la noción de "investigación sexual infantil", cuyo resultado serán las fantasías que son tanto una respuesta al deseo como una forma de goce, habla a la vez de una pulsión de saber y de un fracaso del saber.

¿Qué es la ilustración por el pase?

El saber tiene en Lacan diversas calificaciones: horror, amor, deseo, que modalizan las respuestas del sujeto al qué (qué sabe).

La cicatriz de la neurosis se convierte en 'estructura' en tanto es -según Lacan en L'Etourdit- "lo real que sale a relucir en el lenguaje" cuando se advierte que "... para que un dicho sea verdadero todavía hace falta que se diga".

De esta manera se puede comprobar que la verdad del grupo no es lo real del sujeto, que las estructuras tienen una dinámica histórica y que el real del que se trata sólo puede ser deducido del lenguaje en que se dice.

Comedia en serie

En el análisis, la tragedia, en tanto sufrimiento de personas excepcionales, supone cierta identificación con el genio del inconsciente. A la inversa, la pasión por el vínculo conduce a la baja comedia, a la tontería de un apego blando a los ideales del grupo.

Sin tragedia, sin baja comedia, existe una dimensión cómica evocada por Jacques Lacan en El Seminario 11, ligada a la emergencia de la verdad del sujeto, de un objeto que permanecía velado.

En la comedia de Aristófanes la diversión se hace a costa de los significantes amos que se han sufrido. El culto fálico, que está en el origen de la comedia, es sustituido por algún arreglo entre hombres y mujeres.

Como dice Miller: "El pase sólo tendrá sentido cuando la tragedia sea transformada en comedia. Si no es así nadie irá a contar a otros su historia, no antes de la transformación de su propio sufrimiento en una buena historia que se puede contar a alguien" (El deseo de Lacan, pág. 80, Ed. Atuel. Anáfora, Bs. As., 1997).

Topamos otra vez con el tema del gusto. Pero no proponemos un retorno a Kant, sino una interrogación sobre el enigma de la ilustración, que es para Jacques Lacan el saber como enigma.

Cuando Kant habla de la culpable (Verschuldeten) incapacidad que nos priva del coraje de saber, propone un saber público que pueda separarse de la experiencia privada, un saber que trabaje para los significantes amos.

Lacan, por su parte, dice: "Qu' est-ce que c' est que le savoir? Il est étrange qu'avant des artes, la question du savoir n'ait jamais été posée. Il a fallu l'analyse pour que cette question se renouvelle". (El Seminario 20, pág 88).'

Paul Hazard, en un libro clásico sobre el Siglo XVIII, dice que el estudio del hombre racional ha excluido a los "apasionados" de la ilustración que un siglo después, llevarían al fracaso las premisas de la razón ilustrada.

Si el debate prosigue, hacer pasar la ilustración por el pase equivale a devolver a la palabra su valor pulsional sin renunciar a la consistencia lógica de la causa. Sapere aude, consigna que Kant encontró en Horacio, figura emblemática del bien decir.


NOTAS:

1- ¿Qué es el saber? Es extraño que antes de Descartes nunca se haya hecho la pregunta por el saber. Fue necesario el análisis para que se suscitara de nuevo.

2- Trabajo presentado en la Noche de Enseñanzas del pase, EOL, 3.6.98. Artículo publicado en D'Escolar, Ed. Atuel-Anáfora, Buenos Aires, junio 2000. Con una pequeña variación y bajo el título "El gusto por el pase", fue publicado en Pase y transmisión N' 1, Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 1998.

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