Cuenta María Moreno que cuando Jacques Lacan lo conoció en su estudio parisino le hizo una simple pregunta: “¿De dónde viene?”. Germán García respondió sin dudar: “De la literatura”. Pasajero en tránsito de la literatura al psicoanálisis, escritor, ensayista, analista, polemista, conversador infatigable y deslumbrante, García fue autor de una extensa obra y una intensa vida, que se apagó el miércoles 26 de diciembre, un día después de cumplir los setenta y cuatro años.
Germán García fue parte de una estirpe fundada por Sarmiento: la de los intelectuales que se hacen a sí mismos, aquellos que nacen lejos de los centros de poder, sin respaldo familiar ni contactos. Nació en 1944 en Junín, hijo de un obrero metalúrgico, y en 1961 llegó a Buenos Aires para eludir una novela familiar que le tenía asignado el papel secundario de mecánico automotriz. Se encontró con los swingin sixties porteños, la vanguardia del Di Tella, la “manzana loca” de Marcelo T. de Alvear, Alem, Viamonte y Maipú, los boliches del bajo: el Moderno y el BárBaro. Pero, sobre todo, los bares de Calle Corrientes: La Giralda, el Politeama, La Paz, El Ramos, El Paulista, La Ópera. En esas cátedras bohemias donde se ejercitaba el arte de la chicana y la réplica feroz entre la neblina del tabaco, García forjó y veló las armas de la polémica, trazó alianzas y conoció maestros como Ricardo Zelarayán, que lo mandó a leer a Macedonio Fernández y Witold Gombrowicz.
A salto de mata entre “fantasías urdidas en las largas noches frías de alguna pensión”, un jovencísimo García escribe en esas chambre de bonne porteñas las páginas de su primera novela mientras lee todo lo que se lo pone enfrente. Nanina sale en 1968 precedida por una campaña de prensa que incluye elogios de Rodolfo Walsh y el semanario Primera Plana. La editorial Jorge Álvarez le hace honor a su impronta pop con una tapa que emula las serigrafías de Warhol y multiplica los retratos del sonriente autor. Más selfmademan novel que novela de iniciación, la historia del joven que huye del pueblo bonaerense para escapar al destino familiar y hacerse escritor es una profecía autocumplida que interpela a los lectores: agota tres ediciones y vende doce mil ejemplares hasta que un juez del Onganiato la encuentra obscena, confisca los ejemplares e inicia un proceso que condenó al autor a dos años de prisión en suspenso. Como Flaubert y Joyce, García también afrontó su propio juicio por ofender la moral y las buenas costumbres.
En ese mismo año, mientras ardía París, el autor de Nanina conoció a su “enemigo íntimo”, Osvaldo Lamborghini, y ambos trabaron una amistad con forma de alianza intrigante. En 1969 García gestionó la publicación de El fiord, de Lamborghini, un texto breve y revulsivo, que producía el impacto del parto contra natura de una nueva literatura y escribió un epílogo “Los nombres de la negación”, que firmó con el seudónimo Leopoldo Fernández (su segundo nombre y su apellido materno) para eludir una segunda condena. El fiord, a diferencia de Nanina, tuvo una circulación restringida al gueto literario. Entre sus célebres lectores estaba Oscar Masotta, importador de novedades teóricas, a quién le llamó tanto la atención el epílogo que invitó a García a sus cursos sobre Lacan. Ahora la literatura llevaba al psicoanálisis.
Entre fines de los sesentas y principio de los setentas Germán García parece vivir varias vidas en esa Argentina acelerada y recalentada a temperaturas que amenazan con la fusión de política y literatura. Colabora con la revista Los libros y llega a ocupar el consejo de dirección junto a Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia, quien anota en su diario: “Me encuentro con Germán García, el único en el que veo una inteligencia que funciona rápido”. La inteligencia veloz lo lleva a abandonar Los libros, descontento con su “ascensión a los extremos” y convencido de la necesidad de organizar un nuevo proyecto suma a Luis Gusmán a su dúo con Lamborghini y con esa formación de power trío arma la revista Literal.
Con solo tres volúmenes publicados entre 1973 y 1977 Literal pasa casi desapercibida para sus contemporáneos pero plantará una huella indeleble para las generaciones futuras. Canto del cisne de la vanguardia, Literal reconstruye la tradición, lee a Borges a través de Witold Gombrowicz, instala a Macedonio Fernández, mezcla teoría con ficción, psicoanálisis con literatura, defiende la autonomía de la literatura y enfrenta al realismo y al populismo que identifica como males de su época. Sus artículos sin firma se sostienen en la potencia de su escritura y sus intervenciones abonan el suelo fértil de un campo literario en el que años después germinarán las obras de Perlongher, Aira, Fogwill, Laiseca, Bizzio y Guebel, entre otros. García se reserva el primer artículo y abre la revista con una frase inolvidable: “La literatura es posible porque la realidad es imposible”.
Amante de las “máquinas institucionales”, en 1974 García funda con Masotta la Escuela Freudiana de Buenos Aires mientras da pelea para independizar al psicoanálisis de la tutela médica: “Quienes pretenden adoptar una posición revolucionaria en psicoanálisis no se han detenido a sacar las consecuencias de la subordinación del mismo a la medicina”, escribe en Literal. Exiliado en 1979 sigue la estela de Masotta, teje redes en España y continúa su formación en París. Regresa al país en 1985 y su ingeniería institucional lo lleva a fundar la Biblioteca Internacional de Psicoanálisis (BIP) y la revista Descartes, que a partir de 1992 se convertirán en la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y la fundación Descartes, ejes de su trabajo de investigación, formación y transmisión psicoanalítica de ahí en adelante.
El primer libro de Germán García fue de conversaciones: Hablan de Macedonio Fernández. Para quienes lo conocimos, al igual que con Macedonio, nos queda fija su marca indeleble de maestro oral, cultor del arte de la conversación, que despachaba autores y conceptos como quien habla de parientes con una sabiduría campechana. Polemista que templaba sus ideas al calor de la discusión, capaz de llamar intempestivamente a un autor para discutirle una idea deslizada en una línea del texto, muchos de sus ensayos y novelas tiene ese tono conversado en el que las ideas van y vienen, se superponen, se improvisan y se discuten como al calor de una charla. La publicación de Palabras de ocasión reúne sus entrevistas de 1969 a 2015 y repone parte de esa riqueza. De Hablan de Macedonio Fernández a Habla Germán García.
De la literatura al psicoanálisis, de Junín a Buenos Aires, de Buenos Aires a París, siempre llevando y trayendo del margen al centro, en tanto psicoanalista, ¡zas! escritor. Varios títulos de sus novelas aluden a traslados o viajes y en esos textos siempre hay un vaivén, un ir y venir en el tiempo y el espacio. La via regia, Parte de la fuga, la póstuma En la vía (cuyo original descansa sobre el mostrador de la editorial Mansalva, listo para entrar en prensa). En su última novela, Miserere, Germán García volvió a visitar los años sesentas en unas memorias ficcionalizadas (como si alguna no lo fuera) que terminan con elocuencia. Como en los congresos y jornadas que organizaba, siempre será mejor dejarle a él las palabras de cierre:
“Me reí de una ocurrencia que ya no compartía con nadie. Esa es la historia perdida, sin olvido, que visita el presente. Todo está en su lugar”.