Al arte debemos tomarlo como modelo para otra cosa.
Jacques Lacan
Cuando tuve que dar el discurso por el que la Legislatura de la ciudad le otorgaba la distinción de “personaje ilustre” recordé lo que hizo St. Denis -según lo relata Freud- después de su decapitación: levantó la cabeza del suelo y se marchó un buen trecho con ella en la mano. Su custodio comentó que, en ocasiones como ésas, lo que contaba era el primer paso.
Dije que, efectivamente, había que perder la cabeza para escribir Nanina. Hoy, sin embargo, quiero decir que había que perder la cabeza para hacerse un nombre, especialmente en su caso: García puede ser cualquiera e, incluso, ¡cualquiera puede ser Germán García! Este otro era de Bahía Blanca y escribió una cantidad de libros de ensayo, especialmente sobre ¡bibliotecas! Por eso hoy existe en Bahía Blanca la Biblioteca Popular don Germán García. Así apareció el “Leopoldo” hasta que, luego de que García (el nuestro) descubrió en una biblioteca de Boston que los libros de su doble y los de él estaban juntos en un anaquel, comprendió que era mejor aceptar las leyes no discriminatorias del Imperio y volvió a ser Germán García.
Yo misma descubrí otro eco del nombre cuando participé de la investigación de La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Guiados por Freud, quien menciona a Gustavo Greve (GG) como quien, en 1910, explica el psicoanálisis en un Congreso en Bs. As., descubro que el tal Gustavo se llamaba ¡Germán!
García se hizo un nombre en 3 tiempos, los del insaciable lector: Nanina, Literal, La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Hacerse un nombre. Es la razón por la que elegí seguir el hilo del nombre en mi lectura de su conferencia (1991, poco antes de la fundación de la EOL) al recibir el primer Diploma de Socio de Honor de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona inaugurando así, en la Escuela Europea de Psicoanálisis, las Conferencias Oscar Masotta. Jacques-Alain Miller lo presenta en su estilo preciso, elegante y con algo de Witz al ubicar el rasgo de García. Vds. podrán leerlo en este libro publicado en España.
La conferencia Oscar Masotta. Los ecos de un nombre se desarrolla en tres días bajo los títulos La lección de Oscar Masotta, Una escuela fallida y Los ecos de un nombre (1). Seguiré las conferencias siempre al borde de la cita.
Las primeras palabras de García se anuncian bajo el amparo de la amistad con el amigo muerto.
¿Cual es la lección de Oscar Masotta? En España, ante una audiencia mayoritariamente española y ante el francés Miller, García encuentra la lección del error de la insolencia de quien, en los 50 (para conjurar la lengua de España) se identificaba con autores franceses (Sartre, Merleau Ponty) y confesaba imitarlos, tradición argentina clave y equívoca que sitúa el saber en Europa y el libro en Francia. Todo termina en parodia, la del Fausto de Estanislao del Campo según la ópera del francés Gounod. Dos gauchos amigos transvaloran la versión hasta transformarla en otra obra. ¡Vanguardia!
Así, Masotta ilustra la fixión inaugural de la cultura argentina como revés del teatro del mundo en el que los protagonistas son los espectadores. ¡Qué distancia -lo digo yo- con el Borges que decía que los argentinos entienden la originalidad como el que imita a los últimos modelos de aquí y de allá sin caer en lo que no tiene precedentes, porque eso sería irresponsable? Quizás Borges, en su avatar francés Pierre Menard, era masottiano y no lo sabía ya que el gran imitador no podía más que ser un gran último lector.
Para Masotta, luego, se trata de terminar con Sartre (sus posiciones políticas ya son inaceptables) es terminar con los afrancesados de la revista Sur -¡Ahora se es latinoamericano! Es clara la lección del «error»: ser un camaleón capaz de hablar la lengua del otro, un bufón que se pasea por los bordes de las instituciones.
Una escuela fallida es la que parodia a la Escuela Freudiana de París como repetición original imposible de lo real: si se está a merced del Otro hay que tomar distancia que no es sino el acordarse de olvidar, es decir imitar. En Masotta, otra vez ahora, la imitación es explícita cuando dice: Toda fundación es un acto fallido… incluso un Witz para no dejarse dominar por la lengua y el habla del Otro. Los mismos franceses, desde los siglos XVI y XVII, sentaron las bases de una cultura generalizada de la imitación para sustituir una cultura generalizada de la traducción. Negar la alteridad, lugar de un deseo de libertad y servidumbre, loca dimensión de la transferencia.
Esa escuela, dice García, “fue un entusiasmo, fue un refugio y se presenta ahora como un obstáculo (…) Aquella escuela fallida se me presenta ahora como un cadáver de nuestro idealismo”.
Historia de los ecos de un nombre es el texto borgiano que ordena la tercera conferencia porque la parodia aquella plantea el problema del nombre: para odiar, solía decir García. Aquí aclara: la debilidad del nombre exige insignias.
En el texto borgiano, el nombre del que se trata es el nombre que Dios se da: Soy el que soy. Los ecos se encuentran en la comedia de Shakespeare “A buen fin no hay mal principio” y el personaje en juego es Parolles (suena como función de la palabra en francés) cuya cobardía llega al límite de transformarse en otra cosa, la de responder al Otro que no es más que exigencia de goce. Los otros ecos (Swift disfrazado de Flaubert, Schopenhauer y la voluntad ciega) llevan a García a encontrar analogías con el escritor y el goce donde pierde el nombre porque esta Historia habla de “la pérdida, la ausencia del nombre, de la destitución del que habla realizada por el lenguaje. El lenguaje es culpa, pero por eso mismo la palabra puede modular la angustia que amenaza desde esa otra cosa que soy susurrada por un nombre”.
Así ha sonado un último eco del nombre, para otra cosa. Ahora es libro: Para otra cosa. El psicoanálisis entre las vanguardias.
Para otra cosa, porque sólo Dios sabe lo que se cifra en el nombre, dice la milonga.
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1 Como recordó Mónica Torres en su texto La lección del maestro referiéndose a Masotta, este título está tomado de Henry James; entonces, en la primera conferencia (La lección de Masotta) García condensa el título (de James) y el nombre (de Masotta). Me anticipo a lo que diré luego y les hago notar que Borges consideraba que James no tenía la intensidad de ¡Estanislao del Campo!
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