El 28 de agosto de 1968 Leónidas Lamborghini publicó en Crónica un comentario elogioso sobre Nanina, que se había convertido en el libro obligado (con diversos matices de aceptación y/o rechazo) desde el momento mismo de su aparición.
Rodolfo Walsh había saludado desde Primera Plana la aparición de una nueva generación (Frete, García, Piglia), y Manuel Puig, que había publicado La traición de Rita Hayworth en la misma editorial, se queja a Emir Rodríguez: "Primera Plana me ignora por completo mientras apoya Nanina de Germán García, un tonto productito típico de nuestro subdesarrollo" (Carta citada por Suzanne Jull-Levine). El "productito" (objeto petit a) se había convertido en causa de hostilidades privadas y elogios públicos (creo que hice un uso más generoso de mi notoriedad). Por supuesto, elogié La traición... en diversos reportajes del momento, mientras que Manuel Puig se limitó a palabras de circunstancias, dado que frecuentábamos el mismo circuito editorial.
Y apareció Osvaldo Lamborghini, con el manuscrito de El Fiord que intentamos publicar durante unos meses. Al igual que yo, no pertenecía al mundo de las contraseñas literarias (en aquel momento eran revistas, puntos de reunión, determinados bares). Me dijo que estaba separado de su mujer, que tenía una hija, y alguna "militancia política" ligada a Pedro Barraza, el Sindicato de Prensa y alguien de apellido Buzetta (desconozco como se escribe) que conocí años después en Granada (España). Este hombre era el "ideólogo", y había pertenecido a una de las tantas zonas equívocas del peronismo.
En aquella época se preguntaba poco por el pasado, se cruzaban proyectos, se programaban intrigas. La de Manuel Puig pasaba por la conquista de la prensa, al punto de conocer las fechas de los cumpleaños de los más ínfimos comentaristas de revistas y suplementos culturales.
La nuestra, que ahora incluía a Osvaldo Lamborghini y también a Luis Gusman, era ir contra la corriente principal. Conseguí que Carlos Marcucci, que tenía una editorial donde publicaba humoristas, hiciera la producción de El Fiord, con un sello inventado por Lamborghini.
Promoví la difusión de El frasquito, me relacioné con la gente de la revista Los libros, y empecé a estudiar lingüística mientras escribía Cancha Rayada, a contrapelo de la recepción de Nanina.
El encuentro con Oscar Masotta desplazó un poco mis intereses, ya que el psicoanálisis había ocupado un lugar en mi vida, y ahora sería mayor con el descubrimiento de Jacques Lacan.
Había aprendido en Witold Gombrowicz que cierta altivez frente al consenso era prudente, que la koiné como enunciación colectiva termina siempre en un atentado contra el deseo de cada uno. Había sido elogiado por Félix Luna, Horacio Salas, Silvia Rudni "quién entrevistó a Witold Gombrowicz, en Francia"; por Alberto Cousté, Miguel Briante, Miguel Grinberg, Leonardo Bettanin, Mercedes Rein (para citar nombres que tenía en cuenta). Ese "capital simbólico", más lo que sabía de Blanchot, Barthes y Sartre "entre algunos otros" lo puse al servicio del epílogo de El Fiord, de Osvaldo Lamborghini.
Cuando Los Libros, según me pareció, dejaba su política de mantener "la autonomía relativa del campo cultural", decidí hacer Literal. La reciente antología de la revista publicada por Héctor Libertella muestra de que se trataba. Llegó Eugenio Trías, publicó en la revista y, según reconoce en Meditaciones sobre el poder, fue marcado por nuestras reuniones de lectura de Jacques Lacan (en sus memorias vuelve sobre esa época, y describe su experiencia).
Literal fue una alegría para cada uno, incluso para Ricardo Zelarayan que no figuraba en la revista. Con Jorge Quiroga, que sí estaba, y algunos otros compartíamos lecturas comparadas de Ulises (recuerdo la risa de Zelarayan por la "censura" que ejercía nuestro traductor, mediante un procedimiento dulcificador de la violencia de Joyce).
Nuestra amistad, sin saberlo, estaba marcada por Leónidas Lamborghini (el hermano), por eso empecé recordando aquel comentario. Compartimos una aventura durante la primavera de Cámpora, en el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires (una ficción de verdad, no como nuestros balbuceos).
El psicoanálisis me alejó, la política hizo el resto. Hubo una polémica sobre psicoanálisis y política en Los Libros, en la que participé con Miriam Chorne, Gregorio Baremblit y Juan Carlos Torre. Anterior al terrorismo de Estado, pero en plena "ascensión a los extremos".
Hice publicar a Masotta en Los Libros, y algunas cosas más. La salida iba a ser una tercera publicación inventada por Oscar Masotta: Cuadernos Sigmund Freud.
Es otra historia.
Nos distanciamos con Osvaldo Lamborghini, el último volumen de Literal no tiene su nombre. Masotta se fue del país en la época de la Triple A.
Cuando Osvaldo Lamborghini apareció en mi casa de la calle Copérnico, en Barcelona, hablamos horas. Se proponía como un "peso muerto", tenía la misma desesperación que manifestó al poco tiempo de haberlo conocido (entonces lo contacté con Paula Wajsman, y la terapia terminó en "pareja"). Pero en Barcelona no tenía ganas de ocuparme de Osvaldo Lamborghini, de manera que la cosa terminó en pelea.
Cada tanto me llamaba, desvariaba un poco en el teléfono. O lo encontraba en Bocaccio, en la Av. Muntaner.
Antes de volver, en 1985, fui a despedirme. Tuve la certeza de que no viviría demasiado. En pijama, sentado en el piso frente a las líneas ciegas de un televisor mal sintonizado, me mostró unos dibujos con anotaciones manuscritas.
Me dio una copia de "La causa justa", lo leí en el avión. Osvaldo Lamborghini había asimilado lo mejor de Witold Gombrowicz, volví al entusiasmo que me había producido El Fiord.
Al llegar a Buenos Aires hice publicar "La causa justa" en la revista El innombrable. Murió Osvaldo Lamborghini y, en la misma revista, publiqué "La intriga" (después supe, porque Matilde Sánchez lo dijo en un reportaje, que mi despedida particular había sido excluida del coro plañidero que habló de su muerte). Mi despedida publicada redoblaba la apuesta. Respondí al que había conocido con el mismo "fuego amigo" que le había soportado más de una vez. Creo que era justo. Hice publicar su primer libro, y uno de sus últimos grandes relatos.
Lo que escribí sobre Osvaldo Lamborghini está ahora reunido. No hay de que arrepentirse, ni explicaciones que dar. Fuimos amigos.
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