El psicoanálisis es un problema, desde que Freud lo inventó en adelante. Y la intervención del psicoanálisis en otros temas es, doblemente, un problema.
En los años ’20, Freud, invitado a expedirse en un peritaje forense, aprovechó la ocasión para dar algunos consejos a sus seguidores. Dijo que era muy interesante que el psicoanálisis estudiara todo tipo de cosas, pero que no era conveniente que se subiese a los estrados judiciales. Es decir, Freud desaconsejaba que su invento sirviera para atenuar o para agravar una argumentación en la cual estaba en juego la penalidad.
Dos discípulos de Freud, en los años ’30, dijeron lo contrario: “El psicoanálisis se ha subido a los estrados judiciales y ya no se bajará más”. Esto tuvo gran repercusión en los Estados Unidos. Ana Freud, que vivía en Londres, mantenía un contacto fluido con norteamericanos que trabajaban la relación psicoanálisis-derecho. Este contacto y este trabajo provocaron un fenómeno muy singular que terminó por expulsar al psicoanálisis de los Estados Unidos. El hecho particular que provocó esta expulsión fue que durante décadas, los analistas aseguraran sin pensar y sin escuchar a nadie, que cuando un menor decía que había sido abusado por un adulto, en realidad se trataba de una fantasía infantil. Freud decía que los niños tienen fantasías incestuosas e inventan cosas.
Con mucha paciencia, personas que no querían al psicoanálisis fueron juntando información sobre hechos de abuso sexual a niños que habían sido juzgados erróneamente a causa de las opiniones de los psicoanalistas. Esto hizo que en los ’50, se diera vuelta la balanza, absolutamente, y ahora, cualquier persona que dijera recordar que quizás un tío, un primo o alguien le habían hecho algo, ese tío, ese primo o cualquiera iban a juicio de inmediato. En este sentido, la prudencia de Freud estaba justificada.
En una época se emitían juicios por televisión. Recuerdo el caso de un hombre que por celos había asesinado a su mujer, y un licenciado en psicología que estaba allí, daba como prueba de esa criminalidad el hecho de que tenía una niña que vivía en Rosario y que hacía cuatro años que no la veía. Me pareció un poco apresurado asegurar eso, que eso pudiera ser prueba de algo: habría miles de motivos posibles por los cuales ese hombre no veía a la niña...
La palabra identidad no aparece en Freud, es un término utilizado por la psicología social norteamericana: la identidad se define aquí en tanto suma de roles sociales que ejerce una persona. Freud usa la palabra identidad en un contexto por completo diferente: él habla de identidad de percepción. Esta es una extraña expresión para decir que nosotros tendemos a volver a percibir lo que nos ha producido algún placer. Cuando Freud quiere explicar el retorno de ciertas imágenes de los sueños, dice que se trata de la identidad de percepción: volver a percibir el placer.
Lo que Freud sí desarrolló en relación al mundo social es una compleja teoría de las identificaciones: éstas plantean que no hay identidad. Es decir, la identidad es algo que nos ocurre, a veces sin darnos cuenta, en un proceso casi melancólico; Freud llega a decir que el “yo” es una especie de cementerio con rasgos de identificaciones de personas perdidas. Hay un ejemplo casi exagerado, que cita Freud, de una persona que pierde a su padre y que envejece rápidamente: la identificación como modo de perpetuar un lazo con lo ausente, con lo que no está. Este tipo de identificaciones son las que configurarían una identidad. Esto se aprecia en las genealogías, tal es el caso de nuestros impulsos más profundos, que son identificaciones con nuestros antepasados.
Suele ocurrir que se entiende la identificación como identificación con alguien, como imitación. Pero la identificación no es imitación de alguien, sino de algo: identificación con un rasgo que puede ser inadvertido por uno mismo. La deliberada imitación de una persona no es una identificación. Lo que sí es identificación, para Freud, es lo que a partir de la identificación con algo que he perdido, instituye el polo en el cual, luego, el sujeto elegirá sus objetos amorosos. La identificación, para Freud, remite a la pérdida y también al amor.
¿Cómo operan estas ideas en cada uno? En ocasiones lo hacen de un modo escandaloso, en especial cuando operan con la regla del desplazamiento, cuando las cosas aparecen fuera de lugar. Freud comenta el caso de una persona que frente a la pérdida de un ser querido no tiene ninguna reacción de dolor. Sin embargo, esa persona puede tener un sueño en el que se angustia por la pérdida de un animalito. Freud dice que no podríamos entender esto sin conocer que existe una regla de desplazamiento, un desplazamiento que no se hace por medio de imágenes o de símbolos, sino de discursos. Hay que hacer hablar a este personaje para saber cómo sustituyó a su padre perdido por el gatito que lo hace sufrir.
En estos últimos años he notado un retorno de la palabra “subjetividad”. En la época gloriosa del estructuralismo creíamos que habíamos quitado esa palabra del mundo, que sujeto quería decir el fin de la subjetividad. Ahora bien, la idea de sujeto implica que el sujeto está colocado fuera de sí mismo, y esto me resulta totalmente extraño. Por ello, creo que se podría hablar de a, b, c o d, pero nunca se podría hacer una teoría psicoanalítica sobre los problemas de la identidad, sería imprudente hacerlo.
Antes de venir para acá, revisé mi biblioteca y lo único que encontré en relación a la identidad fueron dos libros de antropología. Uno de Mauss, que estudia la noción de “persona” en Occidente, y “La identidad”, un libro basado en un coloquio que hace años dictó Lèvi-Strauss. Se trata de libros de antropología, en donde la identidad aparece, en última instancia, como identidad social... Justo aquí hay un punto de encuentro entre la exterioridad social y un sujeto que no es exactamente su subjetividad. Y, para terminar, el punto de encuentro es el lugar que ocupa el sujeto en la palabra de su trama social, de su tribu, de su propia familia, y ya se sabe, estas identificaciones son variables e históricas.
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