Gente del secreto: Bajo este título se publicó una elegante clase de mi amigo Jacques-Alain Miller donde se explaya sobre “La secta del Fénix”, un conocido relato de Jorge Luis Borges. La secta, como sabemos, divide a la humanidad entre los que saben y los que no saben. Pero, además, en tanto pone en juego la conspiración conjuga la antinomia saber y secreto: están los que saben el secreto.
La clase de Miller se encuentra en Los usos del lapso (Paidós, 2004). Vale la pena leerla.
La línea de Freud: En el año 1977 Vicent Descombes publicó L’ inconscient malgré lui (París, Minuit) donde, en unas doscientas páginas, analiza la lógica implícita en el retorno de lo reprimido, según la expone Sigmund Freud. Y aquí “retorno de lo reprimido” es algo que se encuentra en cualquier dicho.
Como sabemos, Sigmund Freud parte de un punto indecible (ombligo del sueño) que alguna vez Jacques Lacan comparó con la constante rotacional (imagine que extrae el tapón de una bañadera). Ese indecible se divide en algo no dicho y algo dicho. Es decir, lo que se diga implica lo que se calla. Pero lo no dicho puede ser indecible (no tengo las palabras), como abyecto (me repugna decirlo), pero también secreto. Por último, el secreto puede estar guardado (sé lo que callo), pero también perdido (no está a disposición de mi conciencia).
Cualquier dicho, entonces, puede dejar escuchar la marca de lo indecible, lo abyecto, lo confidencial, lo reprimido. Es la circulación del sentido gozado.
En la línea de Freud el secreto es el enigma del deseo.
La neurosis monta su espectáculo: Bernardo Verbitsky publicó, bajo este título, una novela en 1970. El narrador le cuenta su análisis a su propia mujer, y el tema del secreto adquiere diversos valores: está el secreto sexual, el secreto político, pero también el secreto entre analista y analizante.
En El psicoanálisis y los debates culturales, libro que publicaré este año, dedico un capítulo a Verbitsky, autor silenciado en este momento. El tema del secreto político, en tanto se está en el clima de la clandestinidad, lleva al tema de la muerte. El secreto sexual, a la crisis de los valores de la fidelidad.
Pero, el secreto entre analista y analizante, en un momento donde la terapia de grupo y psicodrama promovían la autenticidad, es planteado como un problema ético. Lo que pasa en el diván no tiene consecuencias, piensa el narrador, si no produce un compromiso social. Es por eso que reúne a sus amigos, también a su mujer, para contar el análisis.
Aquí la autenticidad, como en otro momento la madurez, fueron valores de la psicología que desconocían ser el síntoma de un cambio de paradigma: el chantaje de la reciprocidad. Decirlo todo, estar a merced del otro, si el otro también dice todo y está a mi merced.
La novela tiene más que decir, el tema del secreto es uno que apunta a la paradoja de Philippe Ariès: “El secreto es por lo tanto un lugar de paso, pues tiende a ser divulgado como lo prohibido a ser transgredido. Es cierto que en principio no debe ser divulgado pues dejaría de ser secreto, pero forma parte de su naturaleza la tendencia a serlo y por lo general termina siéndolo. Es necesario, por lo tanto, rodearlo de obstáculos para que suceda lo más tarde posible.
Elogio al secreto: La isla de silencio que tiene que rodear el dispositivo del pase en una escuela es el obstáculo que encontró Jacques Lacan. Pero, además, el testimonio reúne -como el final de El banquete- al poeta trágico Agatón, al cómico Aristófanes y al maestro de la Verdad que es Sócrates. Es decir, el que aprende a decir sabe cómo velar lo trágico, cómo decir lo cómico y cómo revelar la verdad del deseo sin usar la biografía de sus hazañas. Es válido hablar de la verdad, un poco menos es hacer pasar el goce de lo que se dice por la pérdida que se nombra.
Alguien hizo este elogio a Jacques Lacan: ¡Cuanto ha callado ese hombre!
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