Germán García - Archivo Virtual / Centro Descartes, Buenos Aires

El cliché burgués, el cliché socialista

# (3 de mayo 2007). El cliché burgués, el cliché socialista. En Página 12/ Psicología, Buenos Aires.

El jueves 5 de abril, en esta sección de Página/12, se publicó el extracto de una conferencia de Hernán Scholten, quien  realiza una breve genealogía de los intentos de importar la conexión psicoanálisis-marxismo a la Argentina, intento que empezaría en la década de 1920 (en mi libro La entrada del psicoanálisis en la Argentina cito algunos ejemplos anteriores a los consignados en la nota). La genealogía de Scholten comienza con Jorge Thenon y Gregorio Berman (que se amparaban en la reflexología), sigue con José Bleger (que se amparaba en la “psicología concreta” de George Politzer, a quien hizo traducir y prologó), para llegar a los grupos Plataforma y Documento, comienzo de los setenta (que se amparaban en Althusser y la tradición del “freudomarxismo”). 
Me gustaría interpolar en esa secuencia la trayectoria ejemplar de un militante de aquella Sex-Pol, que llegó a tener  40.000 integrantes en su organización, donde se destacaba Wilhelm Reich (lo que, por cierto, no le facilitó las cosas cuando viajó a Moscú en 1929). Esa figura llegó a Buenos Aires en 1938, aprendió el castellano en un año, y en 1939 dio un curso en el CLES (Colegio Libre de Estudios Superiores) sobre el psicoanálisis, su método y sus modos de organización. Esas conferencias, publicadas bajo el título de El psicoanálisis, teoría y práctica (CLES, 1940), presentan posiciones que se oponen a las impuestas dos años después por Angel Garma, quien propuso el modelo de hegemonía médica de las sociedades de Nueva York. Me refiero a Béla Székely (1891, Hungría-1955, Argentina), quien también difundió aquellas posiciones en su libro Del niño al hombre (1941), después de un libro excepcional por la argumentación y el momento en que se publicó: El antisemitismo (1940). 
Los dos grupos ignoraron a Béla Székely, aunque publicaron a las estrellas internacionales de la vieja Sex-Pol, por  razones que ignoramos. En El psicoanálisis y los debates culturales (2005) hago un informe, apresurado y bastante incompleto, de este solitario que tuvo que refugiarse en los tests después de quedar fuera de la APA (aunque, según me informó el investigador Alejandro Dagfal, Marie Langer recibió de Székely trabajos de Melanie Klein en lengua alemana que se usaron para cotejar la traducción que desde la lengua inglesa estaba realizando Arminda Aberastury). Quizás el hecho de que Székely no era médico revele algo a los investigadores futuros (mi posición frente a ellos se encuentra en una polémica publicada en dos números sucesivos de la revista Los libros, del año 1972). 
En esa misma página de este diario, Julio del Cueto se refiere a los intentos de encontrar una interface entre  psicoanálisis y marxismo. Empecemos por despejar un error que, Google mediante, podría multiplicarse: Herbert Marcuse (1898/1979) aparece una sola vez como Ludwig Marcuse (1894/1971), quien efectivamente existió y se exilió en Estados Unidos. Se fue de Alemania como el primero en 1933. Los dos son filósofos, los dos judíos alemanes, nada más (N. de la R.: se trató de un error deslizado en la edición del texto). 
Herbert Marcuse, del que hablamos, pasó por el Instituto de Sociología de Frankfurt en 1933 y ese mismo año terminó  exiliado en Suiza (antes de llegar a Estados Unidos y nacionalizarse en 1940). Si bien siempre se definió como socialista, marxista y hegeliano, en los sesenta rechazó el honor de ser llamado maestro de “la nueva izquierda”. Su mayor aproximación al psicoanálisis se encuentra en Eros y civilización, libro que me apasionaba en mi juventud. 
En cuanto a Wihelm Reich y su factor subjetivo, reducido a diversas estructuras de carácter, alimenta una investigación del Instituto de Frankfurt –publicada en castellano con el título El carácter autoritario–-, que es el soporte de El miedo a la 
libertad, de Erich Fromm.
Después de Jacques Lacan, temo que no hay mucho que encontrar en esa cantera. Pero nunca se sabe. Siegfried  Bernfeld, de quien contamos en castellano con un importante conjunto de artículos bajo el título El psicoanálisis y la educación antiautoritaria, estuvo en Alemania hasta 1953, pero en 1925 intentaba conciliar el marxismo con la educación, sin abandonar el psicoanálisis. Se presentaba como la contrafigura del pastor Pfister, educador y corresponsal de Freud en temas de religión (además de incidir en la formación de Anna Freud). 
Otto Fenichel, como sabemos, es conocido por su Teoría general de las neurosis (1945). Por esa obra, ultraleída en lugar de las obras de Freud, Lacan lo llamó “el gran recolector”.
Theodor Adorno se alejó del psicoanálisis. Edith Jacobson se dedicó al estudio de la psicosis.
Esto es para decir que el racimo citado está hecho de diferentes uvas, unidas entre ellas por una sensibilidad política  que solía llamarse “socialdemócrata”. Un ejemplo, Julio del Cueto propone que la pregunta que puede extraerse de Psicología de masas del fascismo de W. Reich es la siguiente: “Por qué las masas van en contra de sus propios intereses”. Ese sujeto único llamado las masas, de complicada definición, tendría unos intereses conocidos por Reich y por los que dicen que basta vivienda, salud, educación y trabajo para que la vida sea mejor que la tan proclamada por el cliché burgués que dice salud, dinero y amor. 
Por supuesto que el cliché burgués (cuyo dinero incluye la vivienda, la salud y la educación) no incluye a todos, y con  suerte propone el mayor bienestar para la mayor cantidad. Siempre sacrifica a los que haga falta. En cuanto al amor, el  cliché burgués se refiere a la fiesta de cada uno, criticada por Marx porque no era la de una monogamia de verdad. Pero no hablemos de lo que pensaba Lenin de los que se interesaban en la liberación sexual, ni lo que significa la “desublimación represiva” de Marcuse (concepto que le sirve para decir que, como la sexualidad se ha convertido en un valor comercial, el goce que realmente experimento está alienado). El amor del cliché socialista es otra cosa, que viene de Emilio de Jean-Jacques Rousseau: un bien común que incluye a todos y que no deja tranquilo a nadie. El amor recíproco se reasegura por el amor al líder, siempre que no sea “estalinista”. Y cuando falla se refuerza un poco la frontera. Siempre por izquierda, claro.

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