Juan Sist: En noviembre del año 2014 se publicó su libro “Derivas analíticas del siglo”, el cual forma parte, junto a otros títulos de psicoanálisis, de la “Serie Tyché”. ¿Por qué eligió ese título y qué oriento la selección y ordenamiento de los textos?
Germán García: El título del libro surgió a partir de un reportaje que le hicieron a Jacques Lacan, un reportaje que no pude volver a encontrar para citar. Allí Lacan dice que la palabra “Trieb” de Freud no tiene traducción posible al francés. Si bien se usó pulsión como una solución desesperada, lo que más se ajustaría a esa palabra es “deriva”. Esto que sería un detalle, es más bien un señalamiento de toda la idea que hay del instinto. El animal tiene un instinto que lo induce a dormir, alimentarse y aparearse en forma regular. Para el que habla, el lenguaje corta el circuito del instinto y lo introduce en una deriva. Deriva que nuestras sociedades luego organizan tratando de dar un destino, creando sistemas parentales y de educación.
Lo que llamamos al comienzo síntoma, luego sinthome, muestra que esa deriva inquietante puede proveer satisfacciones, desesperaciones y problemas que son desconocidos para una especie que se maneja en forma instintiva. A su vez, podemos decir que para un animal siempre hay presente, no hay ni pasado ni futuro. Por lo tanto, el animal no conoce ni la nostalgia ni la angustia frente a la muerte, ni otras cosas que son parte de nuestra cultura.
JS: ¿Qué particularidad se puede ubicar en la relación de esta “deriva” pulsional con el siglo, tomando como referencia el título de su libro?
GG: Lo que llamamos siglo, o década, es una manera de seriar el tiempo. Así como hay un tiempo animal regulado por ciclos de la naturaleza, el tiempo humano se regula por aceleraciones y estancamientos que constituyen la vida social misma. Por ejemplo, se supone que en la vida social se produjeron grandes desaceleraciones desde lo que llamamos modernidad: las dos guerras mundiales, por ejemplo, demolieron las ilusiones de un “progreso” que ordenaba la sociedad.
En una charla con la editora del libro, le propuse que no quería poner el siglo XXI porque el siglo que transcurre recién comienza. Me parecía que era una idea de cierre que volvería homogéneo cien años, cuando en sí solo habían transcurrido quince. Creo que es bueno dejarlo abierto y señalar simplemente el siglo en el que se escribió la frase “del siglo”.
El ordenamiento de los textos tiene que ver con el gusto, no sigue un programa que vaya de lo simple a lo complejo. En el gusto me pareció interesante, empezar por el trabajo sobre Kojève, por lo que significó para la formación de Lacan a través de sus cursos sobre Hegel. Pero también porque hay allí una teoría de la escritura y un dialogo entre Kojève y Leo Strauss refiriéndose al pasado. La teoría de la escritura consistía en escribir de tal manera que atrajese a quienes queremos y dejase afuera a quien no quisiéramos que lea eso. Es una escritura que selecciona a sus lectores, lo mismo que sucede con los que hacen los crucigramas en los diarios, los cuales se dirigen a aquellos lectores que tienen el gusto por los enigmas y combinaciones que le plantea una lengua.
Entonces, el ordenamiento comienza con el texto de Kojève, que habla del secreto, y se dirige a “Jacques Lacan y el estilo tardío”. El estilo tardío no se refiere a lo que se escribe al final, sino que es un concepto que desarrolló T. W. Adorno -aunque ya otros lo habían utilizado-. Lo puedo explicar con una buena metáfora que usa Adorno: uno escribe con su curriculum atrás, o sea, “nunca escribí sobre tal tema” o “lo que escribí sobre tal tema no es bueno, entonces voy a reescribir algo”. Pero hay un punto, uno tiene que tener ya varios años, donde uno gira y escribe, ya no con el curriculum atrás, sino con la muerte frente a uno, y entonces el estilo cambia porque la muerte no se escribe. Edward Said dice que el estilo es la transformación del tiempo en espacio. Me parece excelente, hay un momento en el que el tiempo deja de ser un orden lineal – es decir, las cosas siguen cierto orden- y adviene en un espacio donde se presenta la experiencia que alguien tiene. Adorno utiliza esta metáfora para hablar de Beethoven quien, cuando ya había hecho todas las combinaciones posibles de lo que era la música en su época, en vez de jubilarse, se pone a hacer “las fugas”, que es exactamente lo que él quiere y donde no sigue ninguna regla de juego -es lo más genial del tipo, según lo estudiosos de su música-.
JS: Usted habla de una escritura que tienda a acercar a quienes queremos y que deje afuera a quienes no queremos que la lean. ¿A quién pretende acercar con este libro?
GG: Pensemos desde una cuestión del mercado, seguramente hace falta divulgar cosas que no están divulgadas. La divulgación científica, en tanto está vinculada con el avance de la ciencia, tiene relación con la “cultura general”: alguien que no se va a dedicar a estudiar física puede tener interés de saber en qué estado están las investigaciones actuales. Pero la pregunta es: ¿Qué sentido tendría la divulgación psicoanalítica?
Ya no estamos en la época de Freud donde el psicoanálisis era conocido solo por él y sus amigos. Incluso las “Conferencias de introducción al psicoanálisis” de Freud, que eran conferencias de divulgación, tienen un nivel que muchos de los profesionales actuales no podrían alcanzar ni haciendo su mayor esfuerzo. Hay que pensar que el texto “¿Qué es la ilustración?” de Kant, un texto que se lee y estudia muchísimo, salió en un periódico. Hoy en día ningún periódico publicaría un texto de esa complejidad política. Evidentemente el mercado no es el mismo y lo que se divulga termina siendo lo opuesto a lo que se supone. Por ejemplo, a mí me llama la atención algo que se ve en “En terapia” –la serie de televisión- y que podemos pensar desde el ámbito mobiliario. Freud usaba un diván de la misma forma en que pudo haber usado dos sillones que no estuvieran enfrentados. Se trataba, decía Freud, de sustraer la mirada constante del otro sobre uno (así, si el otro contaba algo obsceno, patético o divertido, no pudiese ver en uno la reacción a lo que cuenta). Lacan dijo, con su refinamiento, sustraerse a la función de sostén de la pulsión escópica. Bien, los americanos confundieron el diván con un lugar para que el paciente se relaje, para que esté cómodo. El analista, entonces, se sienta adelante o camina al costado, dejando fuera la función freudiana del diván dentro del dispositivo. Evidentemente está subvertido totalmente el sentido que esto tenía, lo que nos lleva a preguntarnos ¿se ha divulgado algo o se lo ha anulado?
Otro ejemplo es el de cuando se explica tan simplemente que el psicoanálisis consiste en que cada uno se conozca a sí mismo. Lacan contestó que no hay que aceptar a alguien que viene con esa demanda. De hecho, el psicoanálisis trabaja a partir de la discordia del sujeto consigo mismo, cualquiera que sea. Otra cosa que cambió de sentido.
El tema es que la divulgación psicoanalítica, que fue necesaria en un momento, comienza a ser algo que hay que pensar. A mí me encanta que la tesis de Lacan esté en los kioskos de diarios, con una edición linda y con tapa dura. Pero no que haya un chapucero parodiando la tesis de Lacan y la publique diciendo cualquier cosa, con la coartada de que, de esa forma, el público lo puede entender. Es algo complicado utilizar al público como coartada para deformar más que para divulgar. Esto me hace acordar a cuando Lacan dice que el falo es la raíz cuadrada de -1 y Bricmont y Sokal, en su libro “Imposturas intelectuales”, dicen que es un disparate. Ellos entienden el falo como el órgano masculino, quedando así la expresión de Lacan como un chiste surrealista. Pero, tomándolo en el contexto de lo que Lacan está desarrollando, se vería que la raíz cuadrada de -1 es un número imaginario que tiene la propiedad de no existir, sin embargo, es un número que opera. El falo es lo que falta en el sistema de la percepción, el niño que se percata de esa ausencia en la madre lo toma como algo que le falta y no como una diferencia. Todo el psicoanálisis desaparecería si un nene ve una nena y dice “ah, una nena”, pero no pasa eso. Por alguna cosa misteriosa, el sujeto supone que todos están provistos de lo mismo que él y, cuando no lo encuentra, no dice “ah, hay una diferencia” sino que dice “hay algo que falta”. Y hay que aclarar que estos tipos no son cualquiera, sino que son dos físicos. Entonces, me gustaría acuñar la frase “qué lector podría dirigirse a un libro así”, en vez de a quien se dirige el libro.
JS: Usted ubica que “…en la adolescencia, hay una percepción particular del semblante que organiza la puesta en escena de las diversas funciones – padre, madre, etc.- y una curiosidad ardiente por el repertorio de respuestas que se presentan frente a quien está por entrar en el juego”.
¿Qué se puede decir del lugar actual de las TCC y las Neurociencias, cuyas respuestas se ubican en una línea adaptativa que excluye cualquier novedad que la adolescencia pueda producir?
GG: Escribí un artículo cuyo título demuestra mi posición, se llama “Las TCC y las terapias milagrosas”. El nombre terapia cognitivo conductual ya es en sí un aviso, porque es un conductismo aggiornado que se asocia con el cognitivismo –que es un pool de investigaciones que no tienen práctica-. Hay tres campos que Jacques-Alain Miller nos enseñó a discernir: clínica, episteme y política. Todo lo que se dice camina con un pié en la economía y otro en la ciencia que se está desarrollando.
Los estudios del cerebro han avanzado, o no, desde la medicación, no tienen otra manera. El Doctor Facundo Manes tuvo que aclarar que no operó a la presidente, porque no era cirujano, sólo había orientado ciertas cuestiones de la operación. Un conocimiento del cerebro es una condición necesaria, pero no suficiente. Es importante mostrar que eso no genera una práctica clínica, aunque sea un avance epistémico respecto a los supuestos neurológicos que tenía Freud. Es un conocimiento para estar informado, pero no hay una práctica de eso. Entonces ahí aparecen los conductistas que dicen que son la práctica que le falta. Yo no creo que exista una clínica más allá de la medicación y eventualmente de la cirugía. El parletre no tiene nada que ver con eso.
En relación a la adaptación, esas ideas son muy venerables pero el problema es que no adaptan a nadie. Hay que saber que las teorías de la educación son un bricolaje de distintas disciplinas (filosofía, etología, etc.) y yo no entraría en discusiones con gente que dice cosas simples y no sofisticadas, no hay pruebas de que lo que ellos dicen funcione. Gardner, en su libro “Arte, mente y Cerebro” dice algo que es muy interesante, como verificación estadística de cosas que Freud ya había planteado. Él dice que un niño agarra lapicitos y, al hacer rayas, uno piensa que quiere dibujar, pero no nos damos cuenta que lo que lo fascina son los colores. Entonces lo llevan a que estudie dibujo –porque le gusta dibujo-, y cuando llega la prueba del dibujo, por ejemplo, que dibuje un caballo y si no le sale, el chico deja de estar hecho para eso. Entonces, ahora, lo que quiere el chico es dibujar y se deja de interesar por la pintura. En la pubertad abandona esto y luego retoma el que fue, pero no será un pintor abstracto. El autor del libro toma algo de la historia de Picasso, al cual le costaba mucho pintar como pintaba cuando era niño. Esto enseña algo respecto a lo que es la adaptación: a Picasso lo adaptaron para ser un buen dibujante. Como adulto no vemos en lo que hace el chico, en las rayas y el mamarracho, algo que tenga su propio sentido. Poner el acento en el dibujo es algo propio del adulto.
La adaptación me parece bien si se tratara de adaptar a un niño a sus posibilidades, lo siniestro es intentar adaptarlo a un arquetipo o idea de chico que uno tiene. Yo conozco escuelas diferenciales en donde te das cuenta que, si bien el diagnóstico es el mismo, los chicos son absolutamente diferentes entre sí. Recuerdo algo que fue emocionante: un tipo muy talentoso del teatro se dio cuenta que no podían hacer teatro de parlamentos, por lo que montó una coreografía de estilo oriental, donde había situaciones y movimientos -todo una obra de conjunto preciosa- donde las dificultades para caminar, hablar o moverse se convertían en posibilidad para eso que estaba montado. El teatro se venía abajo de la emoción de los padres, ellos advirtieron que había algo en los hijos que no era solo déficit.
Volvemos a lo de siempre, se trabaja sobre un fondo de divulgaciones. Pensamos poco en que nuestro país es un país de importaciones culturales. Exceptuando lugares que están muy controlados de adentro y donde hay inversiones –por ejemplo la arquitectura o la medicina-, los lugares humanísticos se manejan en forma vaga entre la psiquiatría y la psicopedagogía: si no funcionas para nada te dan pastillas, si el no funcionar es neurológico te mandan a una escuela especial, y si andas más o menos te la pasas entre psicoanalistas, psicólogos, etc. No es una cosa muy ordenada y es algo que, yo creo, una escuela de psicoanálisis tendría que pensar, pero eso implicaría tener una idea de la estructura sanitaria de un país.
JS: Me pareció muy interesante la referencia que toma de Freud respecto a la educación, en tanto “no debe asumir el carácter implacable de la vida ni querer ser otra cosa que un juego o escenificación de la vida”. Parece haber cierta dificultad en la actualidad para que se produzca ese juego, ¿Cómo piensa los fenómenos, cada vez más frecuentes, de violencia escolar?
GG: Hay una cosa una poco loca: el hecho de que los pibes se peleen, que nosotros le pongamos un nombre inglés y que nos regodeemos promoviéndolo y analizándolo por televisión -en un país tan “cholulo” como éste, donde todo lo que decís en ingles adquiere una exigencia de moda- no me parece que sea de lo más interesante. Lo que hacemos ya lo ví hace veinte años en “Los Simpsons”; parece que hasta para pelearse hay que copiarse de algún lado.
Creo que se trata de no entender cierto juego. Por ejemplo, tomemos a los “Emos”, los tipos que se peinaban tapandose un ojo. Hace poco tiempo se juntaban en el abasto, cerca de mi casa. Se sentaban allí con su melancolía hasta que aparecieron los depredadores con un nombre diferente y los provocaban (inventos del periodismo e internet). Entonces, ¿qué pasa cuando la televisión o internet les retira la mirada y atención a esas bandas? Desaparecen. Considero que esto tiene que ver con el anonimato de las grandes ciudades. ¿Quién sos acá? Nadie. Anonimato, entonces, sumado a un empuje a la normalidad -bien americano- donde todos tenemos que ser iguales. Es increíble, pero donde yo me críe era al revés, se trataba de pertenecer a algo pequeño, por ejemplo ser escritor de vanguardia.
Me parece que no hay una reflexión seria sobre la pedagogía. La comunicación electrónica se comió el planeta y los profesores terminan haciendo el ridículo. Llega un momento en que los pibes terminan manejando más información que ellos y ven a la maestra como a la abuela en la casa, que dice disparates y puede ser graciosa. La educación es un tema del que no se ha reflexionado en la Argentina. Yo he leído bastante y escribí dos libros: “La entrada del psicoanálisis en la Argentina” (1978) y “El psicoanálisis y los debates culturales” (2005). Ahí me meto un poco con las instituciones, pero siempre se trató de hacer lo que se hace: se interna a los chicos, los internamos; se los suelta, los soltamos; en EEUU hacen granjas para los que se drogan, hacemos la granja. Acá no se estudia la situación para buscar una solución.
JS: ¿Cómo piensa la noción de autoridad en la actualidad y como se ubica la enseñanza del psicoanálisis al respecto?
GG: Yo trabajé bastante el tema de la autoridad, se la puede pensar a través de un triángulo lógico: sólo hay autoridad en un ámbito, para algunos que son autorizantes. Por ejemplo, si hay un profesor que tiene fama de ser bueno, el ámbito es la universidad y los autorizantes son los alumnos. En el esquema que hace Lacan del discurso universitario, el objeto a, como causa, está del lado del alumno. Porque si bien está el saber como función primera, lo que lo causa, tanto al saber cómo el aprender, es el alumno. Cuando el que enseña se encuentra con gente que no tiene interés, pierde las ganas de enseñar.
Creo que en la Argentina pasa algo muy interesante, el abuso de autoridad es increíble. En términos lógicos, esto quiere decir utilizar la autoridad que uno tiene en el campo A en el campo B. Por ejemplo, “Palito Ortega” gobernador de Tucumán, ¿Qué tiene que ver? Se podría hacer un diagnóstico político del país con eso. En el ámbito de la política se trata de que alguien, que tenga alguna atracción cualquiera, produzca muchos votos. La democracia consistiría en ser votado ¿para qué? Ya veremos, ahora que nos voten.
Freud escribió un artículo que se llama “El porvenir de la terapia analítica”, donde uno de sus puntos se llama “La autoridad analítica”. Es curioso que Freud diga que las entrevistas preliminares, que él no llamaba así, tengan dos funciones: una diagnostica, decidir que el tipo no era psicótico –discutible, porque es una limitación de Freud, Lacan no pensaba eso-. Y por otro lado eran para que, tanto el que consultaba como el que lo recibía, decidieran que se iba a comenzar un análisis. Freud estaba en ese tema: ¿Cómo crear un ámbito?
En Argentina ni jurídicamente, ni socialmente existe un ámbito de psicoanálisis. Hace poco tiempo dí una charla en Tigre que se llamó sobre “las TCC”. Allí había algunos de los que defienden la matricula en la provincia de Buenos Aires, es decir, que el psicólogo tiene que ser matriculado, lo cual supone pagar, desconozco los beneficios. Me acusaban de que no era psicólogo matriculado en la provincia de Buenos Aires. El colegio de psicólogos de la provincia tiene la pretensión de manejar la práctica “analítica” de los psicólogos -si querés practicar el psicoanálisis te venden el doctorado como sustitución del propio análisis y de los controles correspondientes”-. Eso se da porque no hay ningún ámbito. Acá se decía que un ministro de Perón había prohibido el psicoanálisis a los no médicos en el año ´52 o ´53. Luego, estudiándolo, Plotkin –un amigo mío-, descubrió que en realidad fue la APA quién le pidió que el psicoanálisis quedara bajo la tutela médica -copiando el modelo norteamericano- dedicándose así a someter a los psicólogos durante años. Ellos, paternalmente, los dejaban trabajar como asistentes con la condición de supervisar con un médico. Así estuvieron, subordinados y perdiendo plata, hasta que llego Oscar Masotta, él creó la larga marcha lacaniana y sacó la hegemonía del asunto. Luego vino Alfonsín, que dijo que los psicólogos también podían trabajar, pero los psicólogos, en lugar de entender “también pueden”, entendieron “solo nosotros”. Todo esto acá no se discute, y hacerlo parece de mal gusto.
Yo he estado en la fundación de la primera Escuela lacaniana con Masotta, nos dividimos e hicimos la segunda Escuela; ayudé a hacer Escuelas en Córdoba, estuve en España, etc. Pero ¿en qué ámbito tengo autoridad? En ninguno, en un ámbito difuso que no es nada. Me voy a tener que matricular de psicólogo parece…
Ahora, respecto a la autoridad dentro de la práctica misma, se trata de saber manejar la transferencia de cierta manera para sostener una autoridad que está dada de antemano, autoridad que podés rifar o saber qué hacer con ella.
JS: En su texto “El gusto de nuestra época” ubica al “romanticismo” como la temática con la que se encontró Freud en su consultorio. ¿Con qué temática cree que se encuentra el psicoanalista en la actualidad?
GG: Esto lo descubrí de casualidad. Freud no usa la palabra adolescencia, dice pubertad. Toma como importante la transformación física de la pubertad: el advenimiento del cuerpo sexuado. Pero hay un caso, cuando habla del caso del Hombre de las ratas -refiriéndose a una hermana que se había suicidado-, donde usa la frase “Sturm und drang” (tormenta y empuje).
Cuando aparece el programa epistemológico de la Ilustración con Kant, este comienza diciendo “somos responsables de nuestra minoría de edad”, la cual consiste en no pensar con la razón sino a través de tutores, aludiendo a la religión por ejemplo. Él imaginaba al hombre ilustrado como un hombre racional. Hamann lo enfrentó y dijo que mientras Kant pensaba el imperativo categórico, protegido por el ejército prusiano, él estaba a la intemperie, amando y sufriendo. Por otro lado aparece Herbert diciendo que cada lengua hace una percepción del mundo. También Goethe con su novela “Las aventuras del joven Werther”.
Aparece entonces el Romanticismo enfrentándose, un Romanticismo político y filosófico con el que se encuentra Freud cuando era adolescente. En esa época un amigo de él, que se llamaba Silverstein, se enamora y le escribe a Freud contándole que la madre de su pareja le dijo que no la vea más. Como este tipo tenía 17 años y la chica era joven, Freud le respondió que no estaba de acuerdo con su amigo, que pensaba que era una “sabia” señora: había dejado que ese noviazgo dure lo suficiente porque sabía que su bella hija no iba a conseguir un buen partido si no adquiría un poco de sensualidad, pero sin dejar que las cosas lleguen a mayores. Actuó en consecuencia y cuando él ya había cumplido el papel de “damo de compañía”, lo sacó a patadas. Freud se declaraba a favor del saber de la madre sobre la sexualidad, cuestión muy interesante ya que Freud también era joven. Y dijo, además, tu estilo “Sturm und Drang” no me gusta. Freud habla de esto en lugar de la adolescencia. Ahí tomé conciencia que los héroes del romanticismo son adolescentes.
Creo que Freud pensó que la Ilustración divide razones y pasiones, considerando que él podía llegar a introducir las pasiones en la razón o buscar la razón de las pasiones. De esa manera no vuelve atrás -que es lo que hizo Jung con su teoría mística- y tampoco queda limitado por el positivismo. Todo esto sumado a que Freud se encuentra con las historias de las histéricas, con sus dramas amorosos y sexuales.
Los franceses, por ejemplo, son cartesianos, hicieron la revolución francesa sobre los valores de la Ilustración. Pero nosotros, los argentinos, si leés desde “Amalia” de Marmol hasta hoy en día, hicimos nuestra revolución desde lo romántico, es una cultura romántica. Al igual que la cultura yanqui con sus amores, se trata de una subjetividad que se desborda. Creo que, en ese sentido, no hemos superado esa etapa romántica con la que se encontró Freud. El psicoanalista debe conocer el romanticismo en todas sus características, por eso hice una vez un curso que se llamó “El tratado de las pasiones”. Me dediqué a estudiar una serie de pasiones –la envidia, la rivalidad por ejemplo- porque una vez que entendés estas cuestiones, muchas de las tonterías que se dicen en el psicoanálisis desaparecerían. Hay un tipo de psicoanálisis que es una psicología psicoanalítica que no entiende estas cuestiones, que el psicoanálisis está insertado en la cultura y que la deriva pulsional del siglo hoy es esta y mañana puede ser otra.
JS: ¿Qué piensa de la iniciativa del Centro de Estudios Psicoanalíticos de la UNSAM y cuál es su opinión sobre la inscripción del psicoanálisis en la universidad, esta vez sin la mediación –“alojamiento”- de carreras como filosofía o psicología?
GG: Conozco a Hugo Freda, el director del CEP, y tengo confianza en lo que puede hacer. Creo que cuando se dice Universidad se habla de cierto discurso y no de un espacio edilicio. Miller, por ejemplo, tiene un título que está en el aparato de la universidad, pero es autónomo respecto al control y el análisis que pasa por la Escuela. Me parece que el psicoanálisis tiene que transmitirse donde se pueda, pero donde haya las menores interferencias externas posibles a su propia lógica.
Lacan es un modo de leer psicoanálisis. El expone sus teorías e investigaciones, a la vez va leyendo a los otros. Recordarás el escrito “La dirección de la cura y los principios de su poder”, si lo ves, al final, tiene una bibliografía con la cual podés hacer un programa de estudios de psicoanálisis entero, están todos los psicoanalistas. Él va tomando rasgos y criticándolos, pero ya no es cuestión de no confundir el “moi” con el “je”. ¿Qué pierdo si los confundo? Tenés que saber decirlo, si simplemente sabes decir la frase sin argumentación es complicado. Si uno dice algo tiene que poder explicarlo, sino no lo entiende. Yo puedo escribir la fórmula de Einstein en una pizarra, la memorizo y la escribo. ¿Puedo explicarla?
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