Con profunda tristeza despedimos a nuestro socio, al escritor y psicoanalista Germán García, que en el día de hoy se ha ido a dialogar con Masotta, Gombrowicz, Lamborghini.
Un ser de una ternura increíble, generoso, le gustaba leer sus textos por teléfono o personalmente a las amigas y amigos.
Este año nuestra institución lo invitó a que integrara una mesa en la Feria del Libro y aceptó contento; allí dialogó con Nicolás Hochman.
Queremos recordarlo en ese diálogo que se lo vio entusiasta, inteligente y apoyando a nuestra SEA, nos decía que se había convertido en un “militante”.
García se remitió a Freud, y a su idea de que todo lo que recordamos antes de los 12 años, está reelaborado mil veces. Dicha idea ofició de marco para la evocación de sus recuerdos.
Sus comienzos con la escritura los relacionó con su gusto por la poesía española: leía a Quevedo, a Góngora, y escribía poesía. Con eso logró hacerse conocido en Junín, una ciudad chica de la provincia de Buenos Aires. La muerte del corredor Eusebio Marcilla, héroe de la ciudad, le inspiró un poema rimado publicado en el diario radical Democracia, que le gustó a todo el mundo, y le dio cierta fama. Tendría por entonces 13 o 14 años. Luego, como a los 15, escribió un artículo sobre Kafka. A los 16 vino a Buenos Aires, y como decía que era escritor (cuando le preguntaban a qué se dedicaba), se puso a escribir, y a gestar "Nanina", su primera novela. Lo que lo atraía de la escritura era que se puede escribir hasta cuando a uno no se le ocurre nada: se escribe sobre eso (como sostenía Henry Miller). Si uno escribe es imposible entonces no tener sobre qué escribir. Refirió que lo que vino después tuvo que ver con la suerte: "Nanina" fue un suceso de ventas (cuatro ediciones de 3.000 ejemplares en un par de meses), entonces llegó la prohibición por el gobierno de Onganía y su orgullo por ello, junto con el temor de que no le prohibieran la próxima. La publicación surgió por un encuentro azaroso con Bernardo Kordon en la librería donde trabajaba. Kordon llevó material de la futura "Nanina" a Jorge Álvarez. Al tiempo vuelven a encontrarse y Kordon le dice que llame a la editorial y hable con Rodolfo Walsh, encargado de la selección de las publicaciones. Walsh decide llevarla al Premio Casa de las Américas de Cuba. La novela no gana: le habían dado el premio el año anterior a David Viñas, y no iban a repetir país premiado. Este hecho determinó el alejamiento de García de dicho premio, y su gusto por los escritores cubanos disidentes: Arenas, Cabrera Infante, Lezama Lima. "Nanina" es publicada entonces por Jorge Álvarez. La novela, que lleva el nombre de una gatita blanca, fue muy bien recibida por los lectores. La censura le implicó “pasar solo de la página de culturales a la de policiales”, sin apoyo de sus colegas, que, al decir de García, les importaba si estabas preso por cuestiones políticas pero no si era por temas culturales. Le dieron dos años de prisión en suspenso, a la vez que este hecho lo alineó con escritores de la talla del Marqués de Sade y Henry Miller; se sintió de otra dimensión, sin sentirse obligado a juntarse con nadie.
"Cancha Rayada", su próxima novela, fue contra "Nanina": si lo habían prohibido en nombre de la patria, iba a ironizar y satirizar sobre ella; la patria misma era algo poco creíble (como ejemplo vale el retrato de San Martín que ilustra la tapa de la novela: pintado en Bruselas, de autor anónimo, semejante a todos los héroes latinoamericanos). Vuelve a Freud para citar la frase: “la escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente”. "Cancha Rayada" comienza entonces con un homenaje a Borges (Tiresias) que fue el único que para García, puso la literatura por encima de todo.
"Nanina" y "Cancha Rayada" le valieron volverse un hombre maldito en Junín: la gente escribía a la revista Gente pidiendo que enviaran un periodista a comprobar lo hermosa y pura que era la ciudad; para contrarrestar las patrañas que había escrito. De hecho, en la actualidad alguien del gobierno tenía la propuesta de otorgarle el título de ciudadano ilustre de Junín y para no dividir la ciudad, fue dejado sin efecto.
Con "La vía regia", la próxima novela, tuvo también un episodio de censura del que no se enteró en su momento: debido a la foto de la tapa, que mostraba el pubis de un cuerpo, sin poder saber si era de un hombre o de una mujer. En este caso la prohibición fue 'de exhibición'.
Luego se refirió a su vínculo con Gusman (autor de "El frasquito") y de Osvaldo Lamborghini (autor de "El fiord"). Previo paso por la revista 'Los libros', a cargo de Héctor Schmucler (de la que se desvincula por la creciente politización de sus participantes, que se dividían entre los afectos a VC y los afectos al PCR), hizo 'Literal', proyecto en el que se incluyen tanto Gusman como Lamborghini, pensada como una publicación que pudiera llevarse en el bolsillo. Si bien afirmó no haber sentido que inauguraban una nueva manera de narrar en nuestro país, sí tuvo conciencia de que molestaban a todo el mundo. Mencionó a Kojeve y su artículo 'Juliano y el arte de escribir', y lo refirió al lema que había acuñado para la publicación: “no matar la palabra, no dejarse matar por ella”.
Recordó a su amigo Ricardo Piglia, a quién conocía de 'Los libros' (que tiene su edición facsimilar gracias a la gestión de Horacio González al frente de la Biblioteca Nacional), aunque no compartía con él la idea del compromiso político del escritor: García consideraba que no tenían ningún peso, a nadie le importaba la revista; incluso ahora nadie la lee, dijo, a pesar de ser una revista extraordinaria.
Luego de "La via regia", se fue a España, y en la editorial Montesinos publicó la novela "Perdido", que volvería a publicarse en Argentina como "La fortuna". En el ínterin publicó quince o dieciséis libros sobre psicoanálisis, incluidas dos historias de la entrada del psicoanálisis en la Argentina: con "La entrada del Psicoanálisis en la Argentina y los debates culturales: ejemplos argentinos", gana la beca Guggenheim. Sus investigaciones llevaron a situar que el psicoanálisis en nuestro país no llega con Garma, en el 42, sino en 1910.
Finalmente habló de "Miserere", su última novela editada por Mansalva en 2016. A diferencia de las anteriores, "Miserere" se escribió lentamente, con tiempo. Ante la pregunta de Hochman, García precisó que no sabe si es la novela de la madurez. Refirió que los que hicieron humor en las décadas del 50 y el 60 eran infantilizados (como Chaplin). Leyó entonces, una frase de la novela que toma Hochman en su artículo 'Miserere o la era de la inmadurez', publicado en el último número de la revista 'Etcétera', de la Fundación Descartes: “Lamento que la vida sea tan corta para lo que quiero, y tan larga para lo que se fuga, para lo que se escabulle cuando me acerco”. Se preguntó entonces: ¿Qué es, maduro o inmaduro?
Ante la pregunta sobre qué cambió desde las primeras novelas a "Miserere", García planteó un viraje en la cultura: del movimiento francés que acercaba a Lacan, Foucault, Benveniste, Barthes; del desencanto de la juventud se pasó a un estilo balzaciano de narrar, situado principalmente en Estados Unidos, alejado de las dificultades que implicaba acercarse a Joyce, a Faulkner, por ejemplo. Todo lo narrado que es exitoso, de una manera o de otra, debe referirse a la distopia, lugar común de esta época. No hay, para García, narradores norteamericanos que estén a la altura de las vanguardias europeas (Gombrowicz o Jarry, por ejemplo).
En relación con su nombre y firma en sus novelas, comentó que comenzó firmando con su segundo nombre Leopoldo (desoyendo la idea de la editorial que lo publicaba de cambiar su nombre), debido a un escritor de Bahía Blanca homónimo. En el 2000, suponiendo que dicho escritor había muerto, decidió firmar Germán García. La aparición de otro “escritor” homónimo en alguna cárcel del sur, donde había escrito sus memorias, le hizo pensarse, en un alarde de humor característico de él, como el Homero del sur: un escritor que aunara y avalara lo escrito por todos los otros Germán García.
Hubo lugar luego para preguntas que evocaron su decisión de no escribir sobre los asesinatos y desapariciones de amigos durante de la dictadura de los 70, la pertinencia de no mezclar literatura y psicoanálisis (dada la tendencia americana de literaturizar el psicoanálisis, sobre todo lacaniano), y el psicoanálisis como un discurso en el que no hay diálogo ni intersubjetividad, sino malentendido y cálculo de la interpretación, de modo que está excluido para el escritor, servirse de lo que produce dicho discurso.
Fue un encuentro excepcional: ameno, divertido, interesante, lleno de anécdotas que dejaron mucho para pensar sobre el psicoanálisis y sobre el lugar de la cultura en nuestro país, encuentro del que estas líneas ofrecen solo un esbozo.
En el diario Clarín de hace un momento María Moreno, recuerda que Ricardo Piglia decía :"Siempre destaco su oralidad extraordinaria, propia de quien piensa rápido: Muchas veces he pensado que el narrador del que habla Walter Benjamin se encarna entre nosotros de manera ejemplar en Germán García. No solo porque es uno de los más notorios narradores orales que se pueden encontrar en Buenos Aires, sino porque sus historias registran la experiencia de la vida en la ciudad".
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