Germán García publicó Nanina, su primera novela, en 1968. Tenía 23 años. Inmediatamente, su libro pasó a competir en la lista de best sellers con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Ganaba y perdía siempre “ahí” mientras por abajo, en la realidad siempre mal entendida de la literatura, las que competían eran dos ofertas formales muy distantes: por un lado, la novela testimonial de iniciación de García, protegida por la diégesis de las obras de Jack Kerouac y Henry Miller (fuga y sexo, respectivamente, más la fuerza juvenil que sostiene ambos deportes); por el otro, el fantaseo mitológico y selvático del Caribe, con sus picos de fiebre, que elevó la figura de Márquez y aplanó las expectativas de lo que entonces se entendía por literatura latinoamericana.
Nanina vendió decenas de miles de ejemplares y la parte del stock que sobrevivió a las ventas fue incinerada por el gobierno de Onganía. El toreo estatal cerró su círculo con una denuncia del fiscal Guillermo de la Riestra, quien llevó a juicio penal a García por “publicaciones obcenas”. La nueva figura de la literatura argentina tenía todo: precocidad, éxito, prestigio e incorrección; además de ilegalidad, el gran valor agregado del arte. Pero Germán García no terminaba de digerir el malentendido, por lo que decidió realizar una maniobra al borde del accidente, digamos un giro en U, y escribir Cancha Rayada, en la que la página 79 se hace presente un epígrafe de Sandro: “Si yo pudiera explicar ese boom...”
Si se observan los hechos con el propósito -imposible- de restaurar la época, esa maniobra tiene fines literarios. Se olvidan las referencias a Kerouac, Miller y otros docentes vitalistas y, con ellos, el tributo al testimonio; y se abreva en Borges (Tiresías en la novela) ya en la primera página, a quien uno de los tantos narradores le dice: “mi cuerpo habla un lenguaje que no entiendo”. Borges, que aparece en Cancha Rayada como un dios gagá que habla con la sencillez sobrecodificada de un Papa, es el primer nombre de una guía en la que aparecen Joyce, Kafka, Sartre, Sófocles, García Lorca, etc. Contra la vida de Nanina, la literatura de Cancha Rayada.
Lo que García nos tiende es la trampa que nos hace creer que la familia “verdadera” de Nanina será borrada por la familia “compuesta” de Cancha Rayada. Pero como todas las familias son inventadas (todas las familias no son otra cosa que una novela familiar), Cancha Rayada se convierte en una máquina que estabiliza su variedad de ritmos, escenarios y voces bajo la unidad de la parodia. La literatura no es testimonial ni vital: es un aparato.
Esa maniobra aparente de borrar Nanina con Cancha Rayada, vista en términos históricos, presagia la catástrofe que la época nunca imaginó para sí misma. La alusión a la batalla de Cancha Rayada, la escena del auto oscuro equipado con ametralladoras y el fracaso de unos agitadores que no pueden colgar un pasacalles en nombre de la Revolución, le dan a la novela el perfil del oráculo que le habla a un sordo. Cancha Rayada es una novela de la vanguardia, a la que el texto sigue aportando su cuota 45 años más tarde y, además, anuncia una tragedia que nadie quiso escuchar.
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