Oscar Masotta nació en Buenos Aires el 8 de enero de 1930 y murió el 13 de septiembre de 1979 (por el día y el mes está entre Freud y Lacan). Poco antes de morir escribió: “Sólo tendremos lectores dentro de veinte años, si la banda que hoy nos sigue se mantiene hasta mañana.” La banda, con las transformaciones del caso, se mantuvo. Oscar Masotta tiene lectores, renovados lectores, como muestran las nuevas ediciones de algunos de sus libros y el culto a las primeras ediciones de otros.
Oscar Masotta pertenece al canon de la crítica literaria y la reciente edición de Revolución en el arte (casi cuatrocientas páginas que agrupan sus trabajos sobre pop-art, happenings y arte en los medios de comunicación), según el extenso y fundamentado estudio de la investigadora Ana Longoni, lo pondrá en el canon de la crítica del arte de vanguardia (trabajos suyos se acaban de publicar en Nueva York).
Hace poco, en una conferencia en La Plata, tuve ocasión de mostrar que el acta de la “escuela” fundada por Masotta hace treinta años contiene dos veces (en una de ellas subrayada) la palabra “instituto”. Esto se explica porque Masotta suponía que primero había que formarse y después formar a otros. Tres años después, el desastre frente al pase y la escisión que le siguió mostraron que, efectivamente, se trataba de eso. Por esta razón, al entrar en el nuevo siglo, me pareció adecuada la propuesta de Graciela Musachi de llamar Instituto Oscar Masotta a la red nacional de enseñanza de la Escuela de la Orientación Lacaniana. Ese instituto, propuesto hace treinta años por Oscar Masotta, hoy tiene más de mil alumnos en diversas ciudades el país, desde Río Gallegos hasta Jujuy.
Oscar Masotta crítico literario, Oscar Masotta teórico del arte moderno, Oscar Masotta difusor de Jacques Lacan... Falta un trabajo sobre lo que efectivamente enseñó Oscar Masotta en este último campo, un trabajo sobre lo singular de esa enseñanza.
Cuando uno lee lo escrito por Ana Langoni sobre Oscar Masotta y la revolución en el arte entiende que no existe algo sobre lo que significó su revolución en el psicoanálisis.
No ignoro lo escrito por Hernán Scholten, ni la voluminosa recopilación y el excelente estudio de Marcelo Izaguirre, ni el conjunto de opiniones autorizadas que reúne el volumen llamado Oscar Masotta. Lecturas críticas.
Pero ahora uno podría preguntarse, por primera vez, acerca del rasgo diferencial de esa enseñanza y así encuentra, si lee con esta pregunta, que falta una respuesta.
Por mi parte, es sabido que hice en más de una ocasión la apología de Masotta, pero siempre callé sobre esa enseñanza que fue también mi entrada en el psicoanálisis.
Nada de esto tendría importancia si el nombre de Masotta hubiera desaparecido del horizonte de problemas que el nuevo siglo trae para el psicoanálisis. Una buena noticia, no desapareció.
Pero con eso no basta, ya que su nombre cobija diversas cosas y ampara voces contradictorias.
Soy responsable de haber hecho resonar el nombre de Oscar Masotta dentro y fuera del país, soy responsable de haber sugerido ese nombre a estudiantes de universidades no sólo argentinas porque la “escuela” que aprendí de Oscar Masotta no se reduce al primer nombre de aquel reducto. “No se quedarán con el nombre de nuestra escuela”, escribió. Se quedaron. De manera que el nombre de la escuela sin nombre es Oscar Masotta, es decir, su enseñanza, de la que sabemos poco.
Alguien dijo que no sabía nada del “tercer Lacan” (disculpen la risa): fue traductor de Radiofonía y televisión (donde abunda el objeto a, del que tampoco sabía nada, según dijeron). Y no hablemos de su prólogo a la primera y muy legítima traducción del Seminario 11, editada por Seix Barral.
Aprender a callar es recordar la réplica de Alberdi a Sarmiento: “Por otra parte, la prensa como el proscenio desarrolla la vanidad, que es enemiga del secreto, y sin el secreto se puede gobernar por una hora una asonada del populacho en la calle, pero no una república”. Y la república del psicoanálisis no tiene Estado, pero en su lugar tiene secretos.
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