No es raro que algunos cristianos consideren caduca la noción de milagro, mientras que otros se muestran ávidos de maravillas. Pero el milagro no es sólo un desafío a las leyes naturales, también tiene un carácter de signo: “Esta subordinación del milagro a la palabra distingue los verdaderos milagros de las artimañas operadas por los magos y los falsos profetas” (Éxodo 7, 12…).
Pascal, por su parte, afirma: “Los milagros disciernen la doctrina, y la doctrina discierne los milagros”.
“Bases neurológicas de la religiosidad”, es el título de un artículo de Hans- Ferdinand Angel y Andreas Krauss publicado en la revista Mente y cerebro (versión castellana, Barcelona, junio 2005).
Allí se cuenta que la neuróloga Nina Azari realizó un experimento con doce voluntarios: seis se declararon ateos y otros seis cristianos practicantes. Era el año 2000, hacía dieciséis años que James B. Ashbrook (del Seminario teológico Garret de Evanston) había acuñado el término “neuroteología”, en un artículo aparecido en la revista de ciencia Zygon con el título “Neurotheology: The working Brain and the Work of Theology”.
¿Funciona la mente del ateo como la del creyente? Era la pregunta de Nina Azari: “El estudio muestra que los ateos presentan una reacción emocional ante la lectura de canciones infantiles, que se manifiesta en una alta actividad de su sistema límbico, es decir, de la zona de nuestro cerebro que es competente en el campo de nuestros sentimientos. A los cristianos, por el contrario, […] recitar el salmo los situaba en un estado religioso, como ellos lo llamaban”. En este caso trabajaban con intensidad otras zonas cerebrales muy diversas: el circuito frontal-parietal de la corteza. “De lo que se deduce que, en las experiencias religiosas, parece que se trata fundamentalmente de un proceso mental”.
La doctora Azari cayó en la cuenta de que la diferencia está en el valor que el “sistema religioso” tiene para los creyentes, experiencia que no existe en los ateos. De cualquier manera, lo que se prueba es que la inmersión o, si se prefiere, la evocación de diferentes juegos de lenguaje activa zonas diversas del cerebro. Estamos en la resón. (Una palabra creadora no es la revelación, en el sentido religioso, sino la resonancia –resón–. En esa resón se cruzan, para decirlo al modo de Leo Strauss, “Jerusalen y Atenas”, un decir entre “revelación” y razón. Pero esa revelación, vaciada de su sentido trascendente se convierte en la resón, mientras que la razón para Lacan se escribe en fórmulas).
Los neuroteólogos, siempre tratando de descifrar las bases neurobiológicas de la religiosidad, recordaron que Hipócrates (siglo V a.C) llamaba a la epilepsia “enfermedad sagrada”. San Pablo es sospechado de epilepsia: “[…] yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía ‘Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?’ Él respondió: ‘¿Quién eres, señor?’ Y él: ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero, levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer’” (Hechos de los Apóstoles, 9, 3-6). Los autores del artículo se preguntan: “¿En el caso de San Pablo, se trata de un paciente neurológico que, en el camino de Damasco, sufrió un ataque especialmente grave y se convirtió así en el pionero de la expansión del cristianismo más allá de las fronteras de Israel?” Como se ve, siempre habrá quien prefiera la comedia
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