Si Frete revela el doble sentido de la alienación y muestra la carcoma del poder y la gloria, su fastuosa disolución, Germán Leopoldo García llega de un mundo diametralmente opuesto. Su primera novela narra febril y desmesuradamente las andanzas de Teté, hijo de Antonio, que es la paliza y la borrachera; hijo de Blanca, que es la escualidez y la desgracia. Esta simulación camina a lo largo de sesenta páginas y de golpe estalla: porque Teté es él, a quien bautizaron "Germán Leopoldo por mi abuelo Leopoldo Fernández y por mi otro abuelo Germán García. Yo, Germán Leopoldo García". El es entonces la humillación y el hambre, la soledad, el trabajo servil desde los ocho años, la locura del sexo, adolescente, el extravío en Buenos Aires y ese libro heroico que lo acompaña durante cuatro años y que no perdona a los adultos "trágicos de derrota, cómicos de simulación" porque "nuestro mundo fue siempre un campo de batalla contra los grandes" que "infantilmente hablaban de la muerte en la cocina", hasta que él mismo puede mirarse "crecido y agrandado hasta los veinte años. . . Puedo mirarlo a él -yo- y decirle palmeándole el papel: ya pasó, fue un mal trago, pero en el trago se formó el misterio". Solo que esa mirada es ya una amenaza.
¿Qué se propone este Germán? "Molestar con su molestia".
Para García y Piglia, provincianos de Junín y Adrogué, Buenos Aires es otra proyección de lo adulto, algo a derrotar por la seducción o la fuerza. "No podés hacer nada si no estás en Buenos Aires, en el país", dice un personaje de Piglia, y aunque a García "nadie le dijo: Germán joven Germán, véngase por Buenos Aires, escriba, lea, viva", igual está aquí mirando de reojo esa "comunidad de los precios y los horarios", sin detenerse a pensarla: "Una sola reflexión y te me venías abajo, pobre ciudad".
Rodolfo Walsh, Primera Plana, 19-12-67
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