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Como siempre y aun antes del estreno, ya se escuchan los primeros saludos y sospechas. “Los modos de gozos son irreprochables. Lo que me parece un poco humorístico es llamarlo ‘sociedades’ cuando no hay nada en común entre una fábrica recuperada y un colectivo de artistas”, arremete el arremetedor psicoanalista Germán García. “Vivir en los intersticios urbanos obliga a estas ‘sociedades’ a la misma función de las vanguardias de siempre: los surrealistas, los dadaístas, los hippies. Yo mismo viví durante años en casas colectivas, con reglas de tolerancia pegadas en la heladera y cierta liberalidad en las costumbres amorosas. Pero después salíamos a la calle y seguía estando la policía”, dice García que, bufidos aparte, ya se anotó con su trabajo “No hay regulación política del goce” para discurrir en las jornadas sobre los puntos de contacto entre la maquinaria amoroso-matemática del proyecto fourierista y el delirio autista e hipocondríaco de Macedonio Fernández.
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