“Dos espadas de Damocles se ciernen sobre este debate”, con esta afirmación Graciela Musachi inició su comentario. “Una espada universal para los analistas” –de acuerdo a su lectura–, es presentada por Eric Laurent en “¿Qué quieren los que nos miden?” cuando dice que el psicoanalista ocupa en nuestra civilización el lugar que en otra época ocupaba el médico, aquello que hacía que cuando se era cristiano se lo eligiera judío o musulmán, para poder matarlo en caso de necesidad. El médico moderno puede creerse al abrigo de semejante transferencia negativa, pero los juicios por mala praxis muestran que la sociedad de derecho no ignora el problema, sino que lo desplaza. A esa espada de Damocles se suma otra, particular, de interés para el psicoanálisis. Musachi la sitúa a través de un diálogo que mantienen Estela Canto y Jorge Luis Borges, sobre el problema del libro argentino, publicado en La Gaceta Literaria de 1956. “La literatura argentina... –comenta Borges– está hecha por gente estudiosa y aplicada, gente meticulosa, buenos alumnos decididos a conseguir buenas clasificaciones”. A continuación, el comentario introducirá en una serie los puntos principales en las intervenciones que Jacques-Alain Miller y Jean-Claude Milner hicieran a lo largo de dos días en el curso que dictara el primero durante el año 2003. Para Jean-Claude Milner tres paradigmas rigen la vida democrática moderna, los tres son parte de la afirmación: “Hay Uno”. El primer paradigma que se impone es: “Si hay un problema tiene que haber una solución” (no hay problemas, hay un problema), su modelo es la pragmática. El segundo paradigma se organiza en torno a la solución situando una correspondencia: “La solución es la evaluación”. El tercer paradigma es el contrato: una vez evaluados los problemas pueden establecerse contratos. En los tres casos –continúa Graciela Musachi– encontramos la puesta en igualdad de todos los elementos, la democracia pasará de uno a otro constantemente. El problema consiste en que mientras que en otras épocas la democracia se sostenía en la ley –un cierto lugar donde hay un límite para las cosas–, hoy la democracia se sostiene en el paradigma del contrato. Para este contractualismo no hay límites –enfatiza Musachi, y agrega: “De eso se daba cuenta Freud”. En la Ley del contrato lo silenciado tiene distintas funciones, en el ámbito de la ley lo que no está prohibido explícitamente está permitido, en el ámbito del contrato nada está permitido si no lo está expresamente. Existe entonces una pendiente que adopta la forma de una transacción entre la ley y el contrato. El Estado, que trata de regirse por la ley, se ve cada vez más absorbido por una sociedad que se rige por un contrato. El paradigma problema / solución / evaluación / contrato –concluye Graciela Musachi– está ligado a lo que Freud llamaba, otorgándole el lugar de lo inasimilable, los imposibles: psicoanalizar, gobernar, educar. Jacques-Alain Miller ubica –con lo que evoca de desaparición– en el horizonte de este paradigma el sintagma solución final: eso es imposible. En este sentido, como arte del managment la evaluación es una impostura que se presenta como una ciencia. Se trata de un control social que implica una sustitución –de lo no evaluado por lo evaluado; lo indeterminado por lo colectivizado; lo único por lo marcado, comparable–, en definitiva, se trata de la operación de constitución del sujeto, ese pasaje mítico de la naturaleza a la cultura donde el sujeto pasa a ser una unidad contable. ¿Qué es lo que quiere el evaluador? El consentimiento del sujeto, quiere arrancar el saber al evaluado: hacerlo contable. De esta manera dos tiempos se articulan en la evaluación: seducción y comparación, constituyéndose este último en una operación sacrificial. El imperativo de la evaluación –dice Miller, leído por Graciela Musachi– es epistémico y económico: “Tienes que saber siempre más, es necesario saber lo que cuesta eso” –retomando el capítulo 7 de Psicología de las masas... en el punto en que Freud afirma que no hay psicología individual sin psicología social, el sujeto siempre está relacionado con el Otro y la cultura–. “No hay clínica del sujeto sin clínica de la cultura”.
Para Germán García evaluación y valor van juntos, retomando la definición marxista: “No se puede cambiar agua por agua”, el problema se desplaza a la equivalencia ¿qué equivalencia se quiere lograr con este tipo de operación? Tiene que haber un patrón –dice Marx, citado por García–, un elemento a partir del cual puedo medir la diferencia. En este sentido, no está de más recordar que hasta principios del siglo XX las estadísticas eran un secreto de Estado. “Actualmente –relata García, dando como ejemplo un artículo publicado en Clarín sobre una estadística acerca de las costumbres sexuales de los jóvenes–, es notable como la misma estadística por su uso en el texto termina promoviendo la identificación al producir la medida donde el sujeto, haciéndose representar por un representante colectivo, se elimina”. Otro inconveniente –subrayó– es un uso de la palabra singular, o individual, que hace que la audiencia analítica la imagine como subjetividad, pero ¿dónde se construye esa subjetividad si no es en una colectividad?
Miriam Chorne (de Madrid): “Esta discusión sobre la reglamentación del campo psi, a raíz de la legislación para la salud en general y la mental en particular, discusión que Jacques-Alain Miller llevó a su curso, tenía el sentido de colocar esa ley en un horizonte más amplio: el capitalismo moderno mide eficiencia, es evaluador”.
Germán García: “La sociedad funciona con ese tipo de operaciones pero en el esquema del valor siempre tiene que haber un plus ¿cuál es el resto del pasaje de la ley? Lo que Jacques-Alain Miller dibuja es el discurso universitario: la unidad de valor es el cliente y el resto, una división subjetiva. Es interesante el hecho de que el evaluador se sitúe como instancia moral exigida por el discurso amo, este es el pasaje que Jacques Lacan describía ligándolo a la Unión Soviética, en mayo del ’68 . Lacan entiende por universitario ese discurso que habla en nombre de la ciencia. Esto describe un fenómeno de sustitución que está ocurriendo, por ejemplo, el hecho de vender comida no por el sabor sino por una propiedad médica dice que el discurso del gusto es sustituido por el discurso médico. Ahora bien, el problema sigue siendo el lugar que le damos al deseo de alguien, como causa eficiente de su respuesta. Siempre estamos enmascarando una dimensión del deseo también nosotros cuando utilizamos las cosas. ¿Quién quiere evaluar a quién? ¿No será que los psicoanalistas quieren ser evaluados y llaman a gritos una evaluación de la cual parece que quieren sustraerse? El problema del capital es siempre cómo reducir costos y aumentar la plusvalía. En este sentido la dimensión política del psicoanálisis pasa por la manera en que elige su partenaire entre los discursos que tiene alrededor. Freud tuvo varios: la antropología, la filología, etcétera, lo mismo puede decirse de Lacan. En los ‘50 tomó como partenaire al grupo de Lovaine, después, en los ‘60, a los jóvenes estructuralistas, luego a la lógica de Cahier..., después a la topología. Lacan siempre estaba buscando un interlocutor para situar su propio discurso, que se supone no tenía ningún contenido, que era el discurso que escuchaba en los divanes. En este sentido –señala Musachi–, la evaluación es un partenaire que Jacques-Alain Miller elige ¿para qué? Wittgenstein –recuerda García– decía que a Freud le gustaba contar cómo el mundo se resistía al psicoanálisis pero no hablaba, olvidándose, de su encanto. Puede ser un intento de inventar nuevamente la resistencia del psicoanálisis”.
Deborah Fleischer: “Hace unos años, trabajando la entrada del psicoanálisis en la lengua alemana, uno de los obstáculos descubiertos en esa operación fue el hecho de que en Viena, por cuestiones ligadas a la sociedad europea, había una medicina no privada, eso provocaba que los psicoanalistas se adaptaran en las exigencias para ser inscriptos en lo que son actualmente los seguros de salud, sometiéndose a ser evaluados para estar en una cartilla”.
Germán García: “El psicoanálisis, desde que Freud lo inventó, nunca tuvo estatuto académico siempre fue validado lateralmente, mi hipótesis es que Freud se basó en una afirmación de Kant cuando éste dice que una Facultad sólo puede enseñar lo que el Estado quiere que se enseñe, pero existen las Academias. Cuando Sigmund Freud defiende en 1910 el psicoanálisis de los silvestres, definiéndolos como aquellos que conocen la doctrina analítica pero no tienen ninguna idea de lo que es la transferencia, crea la Internacional. Pero, en el ’17, Ferenczi le propone que haga una Universidad analítica en Budapest, donde hay un gobierno socialista amigo y Freud le responde que le parece muy bien que todo el mundo estudie psicoanálisis y, si es posible, que se analice, pero que la formación de los analistas tiene que quedar en manos de los psicoanalistas. No sé si esta posición es una obcecación, o si se debe a una sabiduría de la cultura judía al mantenerse en una posición extraterritorial y no tener compromisos con ningún Estado, pero lo cierto es que esa política Jacques Lacan no la alteró, fundó una Escuela haciendo una ironía de la evaluación al decir: “Esto es un AE, esto es un AP”. El problema entonces es quién pone nombres a las cosas, en el origen era Dios. Hay una figura retórica que conozco gracias a Jean-Claude Milner, enalage, transformación de un adjetivo en un nombre, una operación que hacían los fenomenólogos”.
Miriam Chorne: “Se ha empezado a hablar de evaluación cuando quisieron evaluar, se creo una ley en la que los planes médico psiquiátricos tenían todo el poder, propusieron que todo el mundo pasara por la misma vereda”.
Deborah Fleischer: “Me parece que no es lo mismo que hablen de evaluación en España que acá, también importamos ese término en un momento en que para nosotros no tiene el mismo estatuto”.
Germán García: “Se me ocurre que los únicos intelectuales orgánicos que quedan, según la expresión de Gramsci, son los periodistas, y uno de los problemas que tiene el psicoanálisis es que perdió la relación que tenía con la prensa. Hay un problema cultural inmediato: el psicoanálisis se ha ido aislando del discurso social, encerrando en sí mismo. Eric Laurent habla de seducir al amo moderno de la eficiencia, pero el amo moderno se expresa a través de los medios, que no pasan una semana sin sacar notas insidiosas sobre mala praxis coexistiendo con notas pseudocientíficas donde informan que se descubrió algún gen. (...) ¿A qué comunidad me refiero? A una comunidad que defiende una autonomía relativa de la organización que el Estado tiene, no soy tan confiado en el aparato del Estado”.
Graciela Musachi: “El problema que está en discusión es el problema de la acreditación para ejercer, que ya es hacer una operación evaluativa”.
Germán García: “Koahn Miller me explicó una vez que no quería ser de la APA porque le parecía un disparate que una banda quisiera autorizar a hacer algo valiéndose de un título que le dio el Estado. Los Colegios hacen pactos para meterse en la regulación que el Estado propone, por ejemplo, en una ciudad de provincia unos psicoanalistas mandan a una revista una publicidad de una actividad y el Colegio de Psicólogos manda todo de vuelta y dice que sólo va a publicarlo si ponen el número de matrícula, entonces, el amo ¿es el Estado? ¿O son los propios psicólogos que en su desesperación por conseguir pacientes y excluir a otros del juego? Ahí está el autosacrificio. Un tema que me interesa y es concreto es la tercerización, tipos con plata que agarran un edificio y un montón de psicólogos sin trabajo, les dan seis pesos por paciente y cobran veinticinco porque tienen el contacto con las prepagas. Eso es lo que hay que discutir políticamente, ¿qué hacen los Colegios y Asociaciones frente a eso? ¿Por qué no lo denuncian como una estafa, una explotación? Hace poco leo en Clarín que hay 16.000 personas rentadas en el aparato de Sanidad y 16.000 concurrentes. Hay cuestiones que son de micropolítica local que habría que entender, en ese sentido la evaluación ya existe. Ya existe gente que consigue trabajo en una clínica y tiene que ocultar que estudió Lacan porque son todos cognitivos. Autoevaluación, segregación y todo tipo de cosas pasan con una gran complicidad del propio gremio donde cada uno piensa que van a hacer una ley terrible pero se la van a aplicar a otro, al que odia. Jacques-Alain Miller plantea que la teoría de la extraterritorialidad de Freud no funciona más, no puede existir porque te ubica en un grado de exclusión económico social que te lleva a pedir de rodillas ser evaluado. Evaluación es un concepto político. Pongo un ejemplo, hace unos años me empecé a dar cuenta que se estaba produciendo un efecto siniestro, cuando era joven, en las librerías, las mesas eran kleinianas, a los tres años de nuestra operación empezaron a ser lacanianas y hace unos años me di cuenta que ahora son cognitivas. En vez de enojarme con eso me puse a estudiar las llamadas ciencias cognitivas, ese pull de darwinismo, inteligencia artificial, neurología. Dicté un curso de posgrado en la Facultad de Psicología, tomé como interlocutor a las llamadas ciencias cognitivas y aprendí a rectificar cosas que son argumentos de autoridad, que no sé si puedo sostener en un ámbito donde mi autoridad no es nadie para el otro. Lo tomé de partenaire y a partir de eso, en el Centro, hicimos el Círculo de Actualización en Psiquiatría, comenzamos a trabajar algunos temas, y después de esto me entero que Jean-Claude Milner, en un reportaje, dice que las llamadas ciencias sociales, a las que se refería Lacan, han desaparecido, su lugar está ocupado por las ciencias cognitivas. Quiere decir que no podemos tener como partenaire a las ciencias sociales porque esas ciencias sociales no existen más. En ese sentido pienso que hay cosas para hacer, a partir de que se entienda qué es lo que más conviene a cada uno. Situarse cada vez con más autoridad en lo que uno está situado: el problema político es ese. Lo que estamos discutiendo, en cada lugar, es qué política conviene".
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