- ¿Cómo se sitúa en la corriente lacaniana del psicoanálisis argentino de hoy?
- Es difícil que pueda decir lo que represento. Hace mucho, en un reportaje que me hicieron en París, dije: “Germán Leopoldo García, compañero de Oscar Masotta, fundador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, distinguido en la transmisión de la enseñanza de Jacques Lacan, notorio y controvertido”. Aparte de eso represento lo que en 1926 se llamó el análisis laico, es decir toda la problemática que se abrió sobre la subordinación o no del psicoanálisis a la medicina. No lo represento yo sólo, formo parte de la iniciativa tomada por Masotta cuando formó un grupo en 1969 y comenzó a publicar los Cuadernos Sigmund Freud en 1974. Esto se profundizó a través de la fundación de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Entonces se trataba de institucionalizar un grupo según las garantías psicoanalíticas que atravesaran a la legitimidad médica.
- En una entrevista que le realizó El Periodista a Maud Mannoni, ella condena la actitud negadora de los psicoanalistas argentinos en los años de la dictadura. ¿Qué opina de la postura de Mannoni y de la cuestión en sí misma?
- En el ‘79 Mannoni publicó un libro La teoría como ficción, en cuya edición francesa me coloca como escindido del grupo Plataforma. Le contesté en la revista Ornicar. Ella me escribió una carta donde, entre otras cosas, dice: “estoy desolada por haberlo hecho colocar a usted en un grupo que cuestionamos. Ese error va a ser corregido”. Agrega que “hay progresos del psicoanálisis que no se determinan por la certeza de un dogma teórico” y que “está particularmente interesada en los analistas comprometidos con una práctica viviente”.
Pienso que existen unos psicoanalistas lacanianos que comenzaron en 1969 y que atravezaron todo el momento de la confusión y de la violencia política de la Argentina. Con bastante desprecio por la izquierda y por la derecha. Creo que en 1976 hubo muchas personas que encontraron un refugio en el discurso de Lacan frente a la desolación y la destrucción de toda la cultura argentina.
- Esto tal vez plantea otras preguntas
- Nos plantea una pregunta ética. Seguramente en ese refugio los analistas se salvaron. Entonces, ¿quién quiere que fuera de otra manera? Porque la cuestión es abrir ahora la discusión sobre esa función de cortina de humo que eventualmente pudo cumplir el discurso de Lacan. Eso no significa que ese discurso sea reductible a esa cortina de humo. Creo que las opiniones de Maud Manonni desconocen la trama de la situación, los matices, las diferencias, porque el lacanismo tiene muchas corrientes, no está unificado. Quizás lo más irresponsable de todo sea que una revista como El Periodista, que nunca habla de psicoanálisis, publique ese reportaje.
- Bien, pero insisto. ¿Qué juicio le merece la posición adaptada por ese sector de psicoanalistas argentinos que Manonni descalifica?
- Ante todo, estoy de acuerdo con que se sostenga la enseñanza de Lacan y se la transmita. Hay muchas cosas concretas, históricas, que repudio. Por ejemplo, que un grupo de médicos, en 1979, se apropie de la Escuela Freudiana de Buenos Aires y lo hagan apelando a instancias judiciales lamentables. Los que fundamos la escuela terminamos en un exilio residencial, callándonos la boca, o en un exilio territorial, yéndonos del país. Creo que hay que abrir la discusión no de política en general, sino de política cultural. Repito: no metería a todo el mundo en la misma bolsa. A esa gente que critico le agradezco, sin embargo, haber sostenido algo del discurso de Lacan en una época en que era muy difícil sostener nada.
- Los debates sobre psicoanálisis en la Argentina son muy intensos. Eso revela su enraizamiento en su cultura. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Cómo explicaría la vitalidad del freudismo aquí?
- Me lo pregunté muchas veces. Mi experiencia en España me llevó a una pequeña idea, aún no desarrollada: quizá haya una relación entre la falta de historia de algunos países y el avance de cierto psicologismo. Acá es una vieja costumbre intentar explicar psicológicamente los problemas sociales.
- ¿Qué ocurre, entonces, en sociedades como las nuestras, con un peso tan grande de la religión?
- Ese es uno de los efectos interesantes. Freud entra al castellano a través de la Revista de Occidente, en los años veinte. Lo hacen entrar, fundamentalmente para atacar la moral religiosa. Este malentendido prendió, apareció como una nueva moral sexual. Para laicos, para personas no religiosas. Eso explica la fobia que tienen los católicos al psicoanálisis. También permite comprender la adhesión que suscita el análisis entre aquellos que ni siquiera lo conocen: simplemente porque creen que conlleva una renovación de la moral sexual.
- ¿Cómo valora la influencia de Lacan y el psicoanálisis sobre la literatura?
- Creo que entre Lacan y la literatura actual hay el mismo malentendido que hubo entre Freud y los surrealistas. Lacan no tiene nada que ver con la literatura. El analista tiene que ser un hombre de gusto, no uno que diga lo que se le ocurra. No asocia, más bien es un hombre que deletrea, que tiene que ver con el rigor de la letra, nunca con la asociación literaria. No habría que privilegiar la relación entre literatura y psicoanálisis por sobre la que existe entre éste y la lingüistica, lógica, etc. Ha hecho seminarios sobre diversos escritores, pero no se puede decir que Lacan haya hablado más de literatura que de topología y matemática.
- ¿Cómo y de qué manera lee?
- Mi pasaje por la literatura...tengo un buen recuerdo de una época. La de una revista que, supongo, será rescatada en el tiempo. Los Libros. Diría que en esa revista aprendí a leer y lo hice a través del estructuralismo, es decir, a leer articulaciones y no frases. En ese sentido Lacan dice que leer un texto es leer sus variaciones en el sentido musical del término. En la Argentina, el estructuralismo fue romper con la ingenuidad de la lectura, descubrir la opacidad del lenguaje y romper con la idea de transparencia. Tuvo incidencia en toda la literatura posterior y produjo obras como las de Néstor Sánchez, o Luis Guzmán, Arturo Carrera, o la mía.
- ¿Qué lee, para que lee y qué busca en la lectura?
- Leo fundamentalmente psicoanálisis. Mis otras lecturas tienen que ver con la historia argentina. Mi experiencia de España: un argentino no tiene nada que hacer allá. Le puede ir bien, le puede ir mal, pero no tiene nada que hacer. Me parece que los mismos españoles están aplastados por venir de una cultura que produjo a Góngora, a Quevedo, a Cervantes. En Argentina se pueden escuchar afirmaciones desaforadas como que Sarmiento inventó la lengua castellana. Creo que nuestra tarea es meternos en esto, en nuestra historia. Creo que aquí se importan los discursos y de cualquier manera, lo que nos coloca en una situación ridícula. Libros, cosas que se producen en Europa en forma operativa, llegan acá como restos. Nos encontramos, de ese modo, con intelectuales que tienen la cabeza organizada como una mesa de saldos de la calle Corrientes.
- ¿Cómo ve, entonces, al volver de España, la realidad cultura? ¿Qué le llamó la atención?
- En lo que hace al psicoanálisis, hay en mi una cierta decepción. En un sentido positivo, me interesa destacar un libro escrito por una persona joven: Carlos Faig. Un libro sobre Lacan que me sorprendió porque es una lectura ajustada y precisa. Por lo demás, encontré un fárrago de cosas ilegibles. Es claro que ha habido una devastación cultural. Me gustaría ver si se pueden continuar muchas cosas que forzosamente debieron ser interrumpidas, en psicoanálisis, en la cultura en general. Me interesa que vayan apareciendo distintas revistas, tanto culturales como literarias: Último reino, Sur, Sitio, Conjetural, Debates. Por otra parte, creo que importan mucho los trabajos de investigación. En España me di cuenta del peso de la importancia que tiene la estructura familiar aquí y la relación que tiene ésta con la inmigraciones. Analizando españoles y argentinos me pareció escuchar que hay una cierta relación entre el origen familiar de la gente, e incluso, sus posiciones políticas. Creo que hay que investigar, que podemos crear un proceso interesante si, más allá de la cosa coyunturalista que siempre se hace, apareciesen revistas que hagan trabajos temas específicos.
- ¿Cómo observa, qué perspectivas le ve al proceso político iniciado a fines del ‘83?
- De dos maneras. Por un lado, si volví es porque me hago ilusiones y porque tengo esperanzas en que haya algo irreversible en todo esto. Por otra parte, veo que hay gente que habla de la socialdemocracia al referirse al gobierno radical. Si eso quiere decir políticas que implican un alto grado de desocupación, hay que recordar que en Europa son posibles porque ese fenómeno está amortiguado por un sistema de seguridad social que le permite cobrar el 80% de su salario durante dos años a quien se queda sin trabajo. Me parece que un modelo así, aquí y sin un aparato que pueda amortiguar los efectos inmediatos de eso, va a llevar a contradicciones que no sé cómo se van a resolver, porque no soy economista. Toda esta cuestión no se debe a la falta ingenio de los gobiernos, sino que tiene que ver con al estructura del beneficio. ¿Cómo se puede modificar la estructura del país sin tocar el beneficio? Supongo que el gobierno radical hace lo que puede, pero no tiene muchas posibilidades de tocar esa estructura del beneficio.
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