La historia del vínculo entre psicoanálisis y literatura en la Argentina no podría ser pensada sin la figura y la obra de Germán García. A fines de los años '60 se formó junto a Oscar Masotta y fue uno de los fundadores de la Escuela Freudiana de la Argentina y de la Biblioteca Internacional de Psicoanálisis. Actualmente es director de la Fundación Descartes, que estudia las relaciones del psicoanálisis con otras disciplinas, y miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
A comienzos de los '70 García integró la dirección de las revistas Literal y Los Libros, entre otras. Vivió en Barcelona durante seis años y continuó formándose en París. Entre sus libros se encuentran las novelas Nanina (1968), Cancha rayada (1970), La vía regia (1975), Perdido (1984) y Parte de la fuga (1999). Entre sus ensayos, se pueden citar Macedonio Fernández, la escritura en objeto (1975), La otra psicoapatología (1978), La entrada del psicoanálisis en la Argentina (1978), Psicoanálisis, política del síntoma (1980) y Oscar Masotta, los ecos de un nombre (1995).
Este sábado, Germán García estará en Córdoba para participar en dos conferencias sobre la situación del movimiento psicoanalítico y sobre la obra de Macedonio Fernández.
–¿Cómo comienza a interesarse por la obra de Macedonio Fernández?
–Empecé a investigar alrededor del año 1968, y un año después publiqué Hablan de Macedonio Fernández, un libro con entrevistas a Borges, Marechal, Manuel Peyrou, el “mono” Villegas, Adolfo de Obieta y otra gente que lo había conocido. El libro funcionó como una especie de mito, porque yo recogía diferentes versiones sin contrastar una con otra, y en ausencia de una biografía de Macedonio tuvo bastante repercusión. Mientras tanto, el Ceal empezó a editar parte de la obra que estaba agotada y entonces fui leyendo con más cuidado, busqué material, etcétera. Así llegué, en el año 1975, a publicar el libro Macedonio Fernández. La escritura en objeto.
–¿Cuál es la tesis central que desarrolla?
–Es evidente que en sus textos Macedonio plantea constantemente la sustitución de la realidad por la obra. Mientras que la obra, a su vez, es como un vacío que viene a sustituir la ausencia de un objeto amado. Macedonio tiene una frase que dice “Nadie muere para sí, ni hay muerte para quien no ama”, y llama a la novela el hogar de la no-existencia. Después especula, en su metafísica y en sus escritos filosóficos, sobre cómo dos psiques pueden habitar un mismo cuerpo y postula que lo que separa al que vive del que está muerto no es la muerte del otro sino el cuerpo del que está vivo. Estas son una serie de cosas que dan una descripción bastante precisa y muy fina de lo que puede entenderse por melancolía.
–¿Desde donde pensó el concepto de melancolía?
–Es importante decir que la melancolía es una cultura. Es un problema clínico y también una sensibilidad, un modo de ser en el mundo. Lacan la llamó, para separarla de la depresión, “el dolor de existir”. Tanto Panofsky, quien en Saturno y la melancolía pone como documento un texto que se llama Problema 30, adjudicado a Aristóteles, que ya la había descripto, como después Starobinsky, han hecho una historia de la melancolía. Sobre todo es algo que tiene mucho que ver con la cultura española, es parte de algo que comienza en Florencia con el neoplatónico Marsilio Ficino y con otros autores y que se ve, fundamentalmente, en el Siglo de Oro Español con Cervantes. Está muy vinculado al alma barroca.
–¿Qué otros conceptos o experiencias teóricas le permitieron acercarse al problema?
–Además de la tradición de la cultura melancólica tomé el texto de Freud “Duelo y melancolía”, y la definición de Lacan del estilo barroco o manierista (en esa época todavía no se hacía la distinción), un estilo que se estructura en torno al vacío de un objeto. Con esos tres elementos me interesó hacer un análisis de esta obra como una experiencia que se inscribía en esta tradición.
–¿Cómo se puede ubicar esta obra y su problema dentro de lo que es la serie literaria?
–Macedonio tenía eso de estar en la vanguardia y fuera de ella. Tenía una formación muy española que lo diferenciaba mucho del resto de los autores de la vanguardia de Martín Fierro que, o estaban influenciados por la cultura inglesa o por la francesa, además era mayor y venía de una familia patricia. Se encontraba más cercano al barroco, a las obras de Felisberto Hernández o Lezama Lima.
Cruces y malentendidos
–¿Cómo ve actualmente el vínculo entre literatura y psicoanálisis?
–He estudiado mucho el tema porque además del trabajo psicoanalítico, también he escrito novelas y conozco el recelo de los escritores hacia el psicoanálisis. Me parece que está fundado en cierto malentendido generado por algunas posiciones de Freud. Una de las más difundidas es la de la psicobiografía, que reduce la obra a los datos biográficos del autor, una visión muy reduccionista y romántica. Otra posición es cuando analiza los sueños en la Gradiva, y mediante un método de literatura comparada trata de mostrar la homología entre lo que puede escucharse del inconsciente en personas que asocian, cuentan cosas, y lo que con eso puede elaborarse bajo la forma de literatura simbolista. Esa posición es más interesante. Otra es la que toma respecto de Leonardo Da Vinci, donde trata de ver que detrás de la construcción de la obra estaría en juego una fantasía fundamental que serviría como matriz de producción. La otra perspectiva, más actual, es la que propone en “El poeta y la fantasía”, donde dice que el poetizar o la creación artística es el equivalente del juego infantil. Me parece interesante porque ve a la literatura como una especie de radiografía pulsional, una especie de trama de lenguaje que no hace más que hacer el recorrido o el dibujo de la pulsación, el deseo, del sujeto que escribe.
–¿Qué cambios hay una vez que este legado es tomado por Lacan?
–Lacan pasa por varias etapas. En un primer momento lo que propone es que la estructura que él encuentra en “La carta robada” de Poe es equivalente a la estructura de un sujeto cualquiera, sujeto del lenguaje, de la estructuras, etcétera. Ese sería el Lacan estructuralista, pero al último Lacan el encuentro con Joyce le sirve para tomar distancia de Freud. En este caso, la literatura tiene una función diferente, la de elaborar un lugar para el nombre de un sujeto en el universo simbólico. En la literatura habría una falla, y Lacan habla ahí de la estructura familiar anómala de Joyce y de éste queriendo ser, como dice en un momento, “la conciencia increada de mi raza”. Hay un dibujo de Joyce que es muy interesante, una especie de agujero con coordenadas que salen para todos lados. En el agujero dice “J.J.” (iniciales de su nombre), y en esas coordenadas que salen hay un primer círculo que dice “Dublín”, el segundo dice “historia de Irlanda”, etcétera. Es un dibujo que hizo para orientarse en el Finnegans Wake. A partir del agujero del nombre James Joyce, organiza el universo entero, no sólo la ciudad de Dublín, sino la historia de la humanidad. Es decir, la relación entre literatura y psicoanálisis es muy compleja y está mal difundida porque la gente de la literatura no profundiza sobre psicoanálisis y los psicoanalistas son frívolos con la literatura.
–El psicoanálisis ha aprendido de la literatura, ¿qué ha tomado la literatura del psicoanálisis?
–Hay un libro de Marthe Robert que se llama Novela de los orígenes, orígenes de la novela, donde plantea una suerte de homología entre la novela clásica, con héroe y antagonistas, las estructuras de las que hablaron Propp y Umberto Eco, y el Edipo freudiano. La matriz refiere a un héroe que hace una serie de cosas hasta obtener algo o alcanzar una sabiduría. Freud habla de “la novela familiar del neurótico” porque, después de todo, la historia que cuenta un neurótico es una novela cuyo héroe es el neurótico mismo. Pero esa novela edípica, cuyo exponente mayor puede ser Madame Bovary, equivalente a cualquier historia de la histeria en Freud, esa novela ya no sirve más cuando aparece Beckett y dice “no importa quien habla”. Por lo tanto, hay un primer momento en que el psicoanálisis tomó de la literatura esa matriz, y hay un segundo momento en que la novela también tomó esa matriz del psicoanálisis, pero después eso fue subvertido por las vanguardias, por Mallarmé, etcétera. Ambos se leen hasta que se produce una encerrona que obliga a la literatura a ir más allá, y también lo obliga al psicoanálisis. Por ejemplo, Borges se burla en el prólogo a La invención de Morel, de las novelas rusas psicologistas que le podrían gustar a cualquier psicoanalista un poco ingenuo. Pero hay que ir un paso más allá y ver qué pasa a partir del encuentro entre Lacan y Derrida y el debate sobre “La carta robada”, de Poe, también con Foucault y el problema de la discursividad.
–¿Cómo caracterizaría su experiencia como narrador en contraste con la del teórico del psicoanálisis?
–Siempre digo que cuando uno escribe lo hace como un analizante, en el sentido de que éste es el invitado a inventar. Hay una palabra alemana, Einsax, que literalmente quiere decir “lo que cae en el lugar”, la ocurrencia, lo que adviene a uno. Y el poeta Francis Ponge tiene una palabra muy buena, resoné, que quiere decir tanto resonancia como razón. Escribir es buscar las razones de una resonancia, las resonancias de unas razones, ver lo que cae en ese lugar, en el sentido del recuerdo involuntario de Proust o de las epifanías de Joyce o del azar objetivo de los surrealistas. Es decir, tiene que ver con una dimensión de invención, mientras que el psicoanálisis pone esa dimensión del lado del analizante, no del lado del analista, porque sino éste se pondría a delirar con sus pacientes. El analista tiene que ser un hombre de gusto, pero no un hombre de genio. Como diría Kant, el hombre de genio inventa, y el hombre de gusto es el que entiende las reglas del invento del otro. Entonces, si imaginamos que el genio está del lado del inconsciente, porque éste es el que inventa, y el analizante es invitado a decir lo que ese inconsciente inventa bajo la forma de sueños, lapsus, chistes, ocurrencias, etcétera, la escritura pone al que escribe más bien en contigüidad con el que se analiza que con el que practica psicoanálisis.
Nuestros años '70
–¿Cuál es la situación del psicoanálisis en cuanto a su capacidad para integrarse a hoy los debates?
–Me gustaría decir que en Córdoba, a través de la revista Pasado y Presente, se publicó el primer texto de Oscar Masotta en 1965. Se llamaba “Jacques Lacan y el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”. Con los cordobeses de aquella historia, Héctor Schmucler y Oscar del Barco, luego creamos la revista Los Libros, donde discutimos el estructuralismo. En ese momento, 1973, provocamos una polémica entre Lacan y el freudomarximo. Durante la dictadura se dio una dispersión por todos lados, y el lacanismo que sobrevivió en esa época lo hizo en la sombra o en lugares pocos fecundos. A comienzos del '84 hay un intento de retomar esta historia y se da un florecimiento. Pero el psicoanálisis que florece lo hace muy pegado a un discurso universitario profesional, muy lejano a aquel espíritu que lo mantenía en el campo de las polémicas sociales.
–¿Qué diría respecto de su utilización por parte de la crítica literaria?
–No estoy muy de acuerdo, como se suele decir, que haya desaparecido de la crítica. En realidad se dio un desplazamiento de la cultura europea a la norteamericana, que acá se refleja en un alejamiento del psicoanálisis lacaniano. Ahora, sin embargo, desde Estados Unidos, por la influencia de Derrida, vuelve Lacan a la Argentina en la crítica literaria, aunque es el Lacan que conoce la gente de Letras, el menos interesante. Creo que el psicoanálisis va a retornar a la crítica literaria, hay mucha más gente sensible a eso ahora, en los últimos dos o tres años, que cuando volví a la Argentina, en el '85.
Conferencias en Córdoba
Este sábado a las 10, en la Facultad de Psicología (Ciudad Universitaria), Germán García dictará una charla en el marco del curso “La situación del movimiento psicoanalítico hoy”.
Ese día a las 16, en el aula A del módulo nuevo de la mencionada facultad, García ofrecerá la conferencia titulada “Literatura y melancolía: el caso Macedonio Fernández”. Entrada libre y gratuita.