Germán García - Archivo Virtual / Centro Descartes, Buenos Aires

Hay impotencia, no incertidumbre

# (17 de febrero 2002). Hay impotencia, no incertidumbre. Por Valeria Shapira. En La Nación, Buenos Aires. Incluído en Mazza, C. (comp.) (2018) Palabras de ocasión. Entrevistas a Germán García. Córdoba: Los Ríos Editorial (pp.161-170). Recuperado de link.

El destacado psicoanalista argentino cree que la sociedad tiene hoy más certezas que dudas. Asegura que las coberturas de los medios sobre los cacerolazos y otras protestas fomentan la ilusión de un poder colectivo que licua, de algún modo, el sentimiento individual de incapacidad que padecen los que asisten con dolor a la reducción de sus ahorros.

Un hombre suspendido en el aire se asoma, tarro de pintura blanca en mano, por la ventana que ilumina el escritorio de Germán García. "Están pintando el edificio", dice el psicoanalista, sentado delante de la biblioteca que la cronista y el reportero gráfico juzgan como telón de fondo ideal para las fotos. "Qué bueno. De algo tenían que servir tantos libros", bromea.

A pesar de que ha leído y escrito unos cuantos, y de su extensa formación académica, García está decidido a obviar los términos teóricos complejos. Y a dejar en claro que aunque el psicoanálisis se conforma menos con trazos de brocha gorda que con pinceladas finas (No es bueno que un psicoanalista se ponga a decir demasiadas cosas genéricas sobre situaciones colectivas"), hay mucho que reflexionar sobre lo que ocurre en la Argentina de los sujetos que viven pendientes del dólar y el corralito.

Asegura que las coberturas de los medios sobre los cacerolazos fomentan la ilusión de una potencia colectiva que licua, de algún modo, la impotencia individual que padecen quienes asistieron al dolor de ver reducidos sus ahorros. Que los argentinos no estamos tan suspendidos en el aire como creemos y que, mal que nos pese, la desilusión frente a los gobernantes será por siempre inevitable.

-Por todas partes, en la calle, los bancos, las casas, se escucha la frase: "Estoy angustiado". A veces da la sensación, como decía Sartre, de que los argentinos somos angustia. ¿Cómo se presenta lo angustioso en la Argentina de hoy?

-En la experiencia cotidiana, más allá de la Argentina, lo angustioso se presenta como una inquietud cuya causa no es evidente. Una persona puede decir qué teme, qué odia, o qué le produce asco, pero la angustia aparece como una expectación de algo que va a ocurrir, de una inquietud vaga. A mí me gusta siempre recordar la definición que da Heidegger en El ser y el tiempo: cuando estamos en una situación inquietante queremos la seguridad, pero la seguridad termina aburriéndonos, y entonces soñamos con la aventura, pero eso nos conduce a la incertidumbre que nos angustia. De manera que nos pasamos la vida oscilando entre una seguridad que nos aburre y una incertidumbre que nos angustia. Ahora, poner en conexión la angustia con los estados de inquietud colectiva como los que vive la Argentina es un asunto más complejo.

-Sin embargo, el psicoanálisis se desarrolló en tiempos de situaciones de angustia colectiva, como la Primera Guerra Mundial...

-Sí, hoy existe un desarrollo autónomo del tema de la angustia y la inquietud colectiva a través del concepto de pánico, no en el sentido psicológico del ataque de pánico, sino en el sociológico, el del pánico colectivo. Se ha estudiado el "pánico financiero" y "el efecto dominó": hay más pánico cuando hay más pánico. Es lo que Freud llamó alguna vez "efecto de contagio". Estos estados de inquietud colectiva se pueden caracterizar negativamente o positivamente según cada sujeto. Sabemos que el psicoanálisis tuvo la ocasión de definir durante la Primera Guerra Mundial el concepto de neurosis de guerra, sobre el que después profundizó Lacan durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Inglaterra. Esta experiencia de guerra demuestra una cosa bastante paradójica: una situación de zozobra colectiva hace bien a unas personas y daño a otras. Hay individuos que pueden morir de pánico, y otros que se reactivan -como el paranoico-, que vive un universo de persecución y de muerte, y de pronto ve que ese universo es real, y en vez de angustiarlo lo calma. Por eso es difícil hablar colectivamente de la angustia y no es bueno que un psicoanalista se ponga a decir demasiadas cosas genéricas sobre situaciones colectivas.

-Pero es generalizado el hecho de que los argentinos se manifiesten angustiados porque sienten que el futuro es muy incierto.

-No creo que la situación sea de incertidumbre. Decir: "Que se vayan todos, que se vayan los políticos, que se vaya la Corte" no es una incertidumbre, sino una gran certeza. Si una persona se pusiera a pensar: "¿Yo qué quiero? ¿Cambiar el sistema político? ¿Cambiar los tres poderes? ¿Uno de ellos? ¿La relación entre los poderes? ¿Estoy con la democracia, pero creo que hace falta crear los controles necesarios?", esa persona estaría en una situación de incertidumbre. Pero alguien que dice: "Devuélvanme ya el dinero que me robaron" tiene un sentimiento de certeza. Los argentinos tenemos hoy más certezas que incertidumbre. En todo caso, lo que se evidencia es un sentimiento de impotencia colectiva.

-¿Y entonces?

-Entonces la respuesta es de rabia. Una persona que se agarra a los golpes contra los bancos tiene objetos para localizar su mal, con la certeza de que ahí está el problema. Incluso cuando uno quiere hacerla razonar afirma: "No me vengas con sutilezas, se tienen que ir todos". Hay más impotencia que incertidumbre, y la impotencia tiene que ver con que la gente tocó un límite. La incertidumbre se veía más hace un año, cuando no sabíamos lo que iba a ocurrir, pero si alguien se da cuenta de que le confiscan sus ahorros, no se los van a devolver, se los dan vuelta y se los quieren licuar, lo que tiene es impotencia porque no puede hacer mucho por modificar la situación.

-¿El cacerolazo no es un intento por sobrellevar mejor esa impotencia?

-Es obvio que cuando se juntan muchas personas que sienten impotencia esto crea la ilusión de participar de una potencia colectiva. Esta idea de la potencia también la fomentan los medios, que exageran un poco cuando dicen: "El cacerolazo volteó a De la Rúa". Si el ex presidente hubiera obtenido acuerdo político con la oposición, las cacerolas podrían haberse escuchado diez días y De la Rúa no caía. De hecho, ahora Duhalde tampoco cae por las cacerolas y en todo caso, si es que ocurre, podrá tambalear si no consigue un buen acuerdo con el FMI o con los Estados Unidos.

-¿Usted quiere decir que la gente que toca las cacerolas cree que tiene una potencia que en realidad no es tal?

-Sí. La idea es: somos impotentes individualmente frente a la confiscación de la plata de nuestras cuentas de ahorro, pero tenemos la posibilidad de juntarnos, y eso nos da la sensación de que tenemos potencia al punto tal de derrocar presidentes. Si es así, si derrocamos presidentes, lo que todavía no se comprende es por qué no nos entregan el poder.

-Hablando de poder, ¿qué aportes hizo el psicoanálisis en relación con el tema?

-Freud dijo que una clase dirigente se hunde cuando deja de representar los ideales de la clase que dirige, es decir, empieza a tener problemas con el poder que representa. El poder es delegado por los demás, y si éstos comienzan a darle las espaldas la autoridad está cuestionada.

-¿No cree que, en parte, lo que se cuestiona en la Argentina es el manejo un poco perverso del poder? La gente escucha que un día le dicen una cosa, al día siguiente otra...

-No utilizaría la palabra perverso. El poder político tiene que ver con relaciones de fuerza. Aquí hay un forcejeo entre sectores con intereses diferentes, lo que nombra una grieta, un desacuerdo profundo que impide presentar a la sociedad un "vamos para acá... o para allá".

-Así la gente siente que se hunde...

-Hay algo peor. Mucha gente dice: "Ojalá que el gobierno se hunda". Yo digo: esto es peligroso, porque no vamos en dos barcos, sino en uno solo. Yo no le desearía a nadie, por menos que me guste, que se hunda, si también me va a hundir a mí. Aquí tenemos una historia de delegar y no hacer nada. El hecho de que en general al ciudadano argentino le parece medio tonto, medio bobo, medio norteamericano, andar en comisiones barriales y vecinales, y hacer controles de los que gobiernan es porque tenemos una tradición medio paternalista: delegar en los "buenos". Uno se va a dormir esperando que los buenos hagan cosas buenas. Pero los buenos no hacen cosas buenas si no hay los controles necesarios.

-¿Y los malos?

-Pueden hacer cosas buenas si hay los controles necesarios. Alguien puede ser muy corrupto, pero si existe un control de su persona, sabe que puede ir preso y quiere un poco su libertad, se va a quedar tranquilo. Por el contrario, una buena persona a la que se le delega todo, se la deja sola, y vienen un montón de corruptos a ofrecerle ayuda "a cambio de" va a hacer las cosas en compañía de esa gente con las consecuencias que ello implica.

-¿Quiere decir que el problema no es la corrupción en sí misma?

-La corrupción es el síntoma de una desorganización del sistema de delegaciones, de los controles de las delegaciones. Porque la corrupción, hay que decirlo, es universal. Lo que se discuten son los controles. Cuando decimos que un sistema está sano es porque los controles funcionan. Es la manera de organizar las cosas la que puede dar resultados positivos, y no la suma de virtudes o de virtuosos.

-¿Esta visión se relaciona con el concepto de "falacia de lo colectivo"?

-Sí. No es regla que gente virtuosa haga un gobierno virtuoso. Gente virtuosa puede hacer una estupidez. A esto se llama "falacia de lo colectivo": pensar que muchos valientes pueden hacer un buen ejército. Si ponemos en un gobierno cinco personas decididas, cabe la posibilidad de que no tomen ninguna decisión por estar ya decididas... cada una por su lado. Pero si ponemos un decidido, un indeciso, un desconfiado, un confiado, la decisión puede ser mejor. La composée , como dicen los franceses, la manera en que componemos la orquesta es la que determinará cómo va a sonar, y no la virtud de cada uno de los músicos.

- ¿La orquesta argentina no está bien compuesta o desafina?

-Las dos cosas. La Argentina nunca se organizó seriamente como una nación-Estado. Es increíble, pero hasta el primer gobierno de Perón a los extranjeros no se los nacionalizaba para que no votaran. En los Estados Unidos hicieron al revés: lo primero fue hacer a todos norteamericanos. Aquí nunca hubo una vocación de integración desde las clases dirigentes.

-¿El "¡Viva la patria!" que ahora se escucha en los cacerolazos y en las asambleas no es un intento de la gente por establecer esa unidad?

-El tema de la patria es complejo. Yo creo que lo más inteligente sería decir que nuestra patria es la lengua castellana, en tanto no somos dueños del territorio. Hay que tomar como patria la lengua en la que uno se crió. Una vez estaba en Londres, medio perdido, en 1976, caminando por Regent Street. De pronto escuché la voz de un gallego: "Pues que marche otra", gritaba. Fui corriendo hasta ese restaurante como si fuera mi propia madre y me tomé un caldo caliente. Creo que la mayor renuncia a la patria es la renuncia a la lengua.

-Freud le dijo una vez a Ferenczi: "Retire a tiempo su libido de la patria y póngala a resguardo en el psicoanálisis. De lo contrario, usted se sentirá mal inexorablemente". ¿Qué clase de patria es el psicoanálisis?

-Bueno, la de Freud es una metáfora entre amigos. Pero lo cierto es que él veía en el psicoanálisis una especie de patria en el sentido de una lengua común que compartían distintos psicoanalistas que vivían en diferentes partes de esa Europa desgarrada por la guerra. El psicoanálisis tiene esa cosa de república sin Estado. Es como la literatura: uno admira a un escritor y se enamora de su obra, más allá de la persona. Borges tiene un texto muy hermoso, El escritor argentino y la tradición , donde dice que a los argentinos nos conviene tomar el ejemplo de los irlandeses y los judíos, que se pasean por distintas culturas, pero siempre manteniendo una distancia oblicua que les permite renovar. Afirma que ser argentino se puede tomar como una afectación (que no vale la pena discutir ) o una fatalidad. Cree que es una fatalidad y que hay que tomarla como tal para, desde ese modo, leer del resto del mundo lo que nos guste.

-En otros países existe una vocación de respeto por la ley, que la Argentina no practica...

-Hay que hacer una diferencia entre la ley y la justicia. Lo que está en cuestión en la Argentina no es la ley sino su aplicación. Hay una palabra muy interesante: fallos. Se dice que hay fallos del juez. Y lo que falla es la justicia distributiva. Cuando hoy afirmamos que hay más de tres millones de pobres estamos diciendo que no hay equidad. Para colmo, nos siguen hablando de macroeconomía. Y hablar de macroeconomía es como decir que alguien tiene complejo de Edipo.

-¿Qué tiene que ver la macroeconomía con el complejo de Edipo?

-Decir que alguien tiene complejo de Edipo no sirve de nada. Hay que hablar de microeconomía: de cuántas veces se enamoró, de cómo es la relación con sus padres, con sus hermanos, si tuvo problemas en la infancia... Lo mismo ocurre con los temas de recaudación de impuestos: hay que hablar de los detalles, de cómo se le hace pagar a cada ciudadano en forma equitativa y se logra un sistema más justo. La gente está cansada de la macroeconomía. Es como hablar de ley, en general: no tiene sentido. El imperativo categórico kantiano, como se sabe, no tiene contenido empírico.

-¿Por qué decía Freud que es imposible educar, psicoanalizar... y gobernar?

-Porque son actividades de un profundo desacuerdo humano. La afirmación tiene que ver con su teoría de las pulsiones. Freud pensaba que la pulsión no es educable, es decir, que no es necesariamente por falta de educación que una persona hace lo que hace, sino porque simplemente tiene una tendencia a eso y, por consiguiente, resulta difícil hacer que alguien aprenda aquello con lo que no quiere saber nada. Con el psicoanálisis pasa lo mismo: en El psicoanálisis silvestre (1910) dice que los profanos creen que el análisis es un problema de no saber, que bastaría aclararle al neurótico cuáles son sus determinaciones para que se curara. Si fuera así, cualquiera se curaría leyendo un libro.Y el tema de gobernar se refiere a que el que gobierna va a encarnar un ideal colectivo. Obviamente, todo ideal genera una ilusión. Y el que tiene una ilusión termina necesariamente desilusionado. Lacan quiso dar una explicación más sofisticada de eso, agregando el tema del discurso histérico: hay algo en el ser hablante que es profundamente insatisfecho y que no puede satisfacerse con nada. Entonces, cuanto más ilusiones ponga un sujeto en que se va a satisfacer con este gobierno, o con este analista, o con aquella profesión, más posibilidades hay de que se desilusione de todo eso. El que gobierna siempre va a desilusionar al gobernado, y esto tiene que ver, como decía Lacan, con el amor-odio, que son dos caras de una misma moneda.

-¿No es una visión un poco pesimista?

-Para nada. Toda desilusión siempre nos prepara para una nueva ilusión. Aquí, ya hay gente que dice que de esta crisis saldrá una democracia verdadera. ¿No ve? Esa gente ya ha empezado a crear una ilusión de la propia desilusión.

Poe, Picasso, los patacones y la muerte

"Cuando el dinero es malo, la gente quiere que sea mejor; cuando es bueno, la gente piensa en otras cosas." El psicoanálisis ha estudiado profundamente el rol del dinero en la vida humana. Pero la frase que Kenneth Galbraith acuñó en su libro El dinero es, según Germán García, más que ilustrativa a la hora de reflexionar sobre lo que ocurre hoy en la Argentina.

"Lo que dice Galbraith es que si el dinero es bueno la gente piensa en otra cosa, pero cuando es malo no se puede pensar en otra cosa. No nos olvidemos que, cuando es bueno, algunos de los que pertenecen a la llamada clase media hacen yoga, otros leen libros de Bucay, otros hacen cursos sobre Lacan, otros van a gimnasia, o llevan los chicos a Disney", bromea.

Aunque más allá de lo anecdótico, "el tema del dinero no es menor en tanto tiene una conexión profunda con esa incertidumbre última que es la muerte. No nos olvidemos que la gente es muy dada a pagar altísimas obras sociales". ¿Somos todos hipocondríacos? "No: tener dinero parecería ser una garantía, ese reaseguro "por si te enfermás", o para comprar la casa, el refugio. Son maneras de protección frente a un desamparo ontológico, metafísico", afirma el psicoanalista.

El dinero es producto de una especie de pacto social, que crea lazos: un grupo de personas decide aceptar una cosa que no tiene un valor en sí mismo. Es interesante ver cómo se pasó del oro a las monedas y de las monedas al papel moneda. La gente decía: 'Esto es un papel, no es nada'. Algo similar a lo que ocurre hoy con el patacón. El cuento El escarabajo de oro , de Edgar Allan Poe, fue estudiado como un cuento sobre el terror producido por el pasaje de la moneda a un papel que si lo ponían bajo la lluvia se borraba. La gente se sentía desnuda con eso.

Hay lazos y también pactos: "Usted acepta mi dinero, yo acepto su dinero, usted me lo guarda, me lo cuida, no me lo roba. Esto aquí se rompió. Sabemos que un marxista piensa que la propiedad es la causa de todas las disidencias, pero Freud, que era un liberal, decía que la propiedad es una manera de organizar la agresividad humana -cuenta García-. Y la verdad, hasta ahora no se ha demostrado que se pueda vivir teniendo todo en común y en perfecta armonía. Cada tanto, alguno descubre una tribu paradisíaca donde todos viven así, pero en nuestra tribu las cosas son diferentes".

El dinero "es la nafta que hace funcionar las relaciones familiares y sociales. Así que esa frase: "Sólo les importa el dinero, o se mueven por dinero" es una visión de ricos. Picasso firmaba cheques en blanco y la gente se los guardaba, no los cobraba, porque prefería quedarse con su firma. Pero al común de los argentinos nadie le va a decir: "No, por favor, no pague si los bancos se quedaron con su plata".

Perfil

Germán García nació en Junín, provincia de Buenos Aires, en 1944.

Es escritor y psicoanalista. Estudió lingüística y lógica y, en el campo del psicoanálisis, se formó junto a Oscar Masotta, de cuya actividad institucional fue continuador durante seis años en Barcelona.

Participó de la fundación de la primera Escuela Freudiana, creada en Buenos Aires en 1974.

Es director de la Fundación Descartes -dedicada a la investigación de los nexos entre el psicoanálisis y otras disciplinas- y del Centro Descartes, asociado al Instituto del Campo Freudiano.

Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), también integra el Comité de Iniciativas del Instituto Oscar Masotta (IOM), presidido por Jacques-Alain Miller y auspiciado por el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII.

Publicó, entre otros libros, Nanina (1968), Cancha Rayada (1969), Macedonio Fernández, la escritura en objeto (1975), La entrada del psicoanálisis en la Argentina (1978), Psicoanálisis, dicho de otra manera (1982). Sus escritos han sido traducidos al catalán, francés, inglés y portugués.

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