Lacan privilegia, especialmente, la negación como fundamental del yo; “el yo es desconocimiento”.
La crítica moderna a la retórica clásica es que las figuras se superponen unas a otras en una clasificación, descriptiva. La retórica moderna ha tratado de hacer una lógica y reducir muchas figuras. Por ejemplo, el grupo Mu tiene un tratado de retórica moderna –lo editó Paidós– donde la teoría de conjuntos sustituye a la mera enumeración.
La retórica tradicional llamó figura a la expresión desviada de la norma, es decir, apartada del uso gramatical
común. La norma –no para las maestras, pero sí para los teóricos– es cualquier estado de lengua, entonces se suele usar la idea de lengua cero o estado de lengua versus un desvío o X.
Evidentemente, si tal palabra es de uso común, cuando uso un sinónimo produzco un efecto de desvío o de ruptura del uso común. Pero esto no es una norma, porque una norma es creer que hay una manera correcta de hablar. Borges escribió un famoso artículo que se llama “Las alarmas del Dr. Américo Castro”. Castro había escrito sobre el destrozo del castellano en Buenos Aires y Borges cita unos poemas del caló madrileño, absolutamente incomprensibles, y dice que al lado de este galimatías nuestro Martín Fierro es transparente. Este chiste alude al hecho de que todas las capitales castellanas del mundo pueden disputarse el derecho a decir qué es lo normal. Entonces, lo mejor es decir que hay una lengua cero del castellano hablado en Buenos Aires hoy, y a partir de ahí, si introduzco una alteración, voy creando efectos de desvío. La mejor definición de estilo que hay, para mí, de las que conozco, es una definición que da Jakobson: el estilo es la decepción de
una espera. Uno espera una cosa y aparece otra, eso es un efecto de estilo, que no quiere decir, simplemente, me gusta o no me gusta. Si uno dice: “Venía con su hijo la abnegada...” y agrega: “atorranta” se produce una ruptura estilística respecto a lo que se esperaba; el estilo funciona así. Como dice Borges, que es bastante astuto en esto ¿por qué conviene una lengua cero y no norma? Porque si hay un estado cero de lengua y empiezo a introducir una literatura barroca –como ocurrió en los sesenta cuando se puso de moda el llamado neobarroco: Lezama Lima, García Marquez, etcétera–, esa literatura, respecto al naturalismo anterior, era un
efecto estilístico. Pero cuando todo el mundo empezó a escribir unas novelas frondosas, Borges dijo: “No.
Quiero escribir simplemente. Mi maestro es Bioy Casares que me enseñó a escribir con simpleza”. Como lo que se había vuelto cero en la literatura era ese barroco, los cuentos de Borges eran, de nuevo, una diferencia.
¿Por qué no conviene hablar de norma? Porque esta X, en un estado segundo, se va a volver cero, pero cuando se vuelva cero, este cero se va a volver X.
Por ejemplo, Góngora, Siglo de Oro español, fue rescatado por la generación española del ’29. Contra el
trasfondo del naturalismo era moderno, era vanguardia. Una vez que esa generación se volvió gongorista, aparecen otros que rescatan a los naturalistas.
Esto es muy interesante para la interpretación analítica. ¿Por qué? Sigmund Freud decía que lo que uno dice
como analista hoy sirve a la resistencia de mañana.
Una mujer hizo un artículo hace muchos años que se llamaba “La huida de lo verosímil en el análisis”, donde
planteaba cómo el análisis debe luchar siempre contra la verosimilitud. Lo que hoy es una verdad, una ruptura de un estado de la lengua del paciente, mañana es parte del verosímil. Ocurre mucho con el lenguaje analítico, cuando Freud decía a alguien una cosa sobre el Edipo, era una verdad increíble, pero hoy no; hoy en día es el analizante quien tiene en la cabeza un discurso inspirado en la jerga del psicoanálisis y el analista tiene que hacer un poco como Borges.
La idea de describir una retórica hay que entenderla así, es siempre algo que se altera no de una norma sino
de un estado de lengua.
Hay una novela que se llama Larva, Babel de una noche de San Juan de Julián Ríos, español, único discípulo
castellano de Joyce. La solapa del libro empieza diciendo: “Solapado lector...”, ya está jugando.
La retórica tradicional llamó figura a la expresión desviada de la norma –X respecto a cero– es decir, apartada de su uso gramatical común, ya sea desviada de otra figura o de otros discursos cuyo propósito es lograr un efecto estilístico. Lo mismo cuando consiste en la modificación o distribución de palabras que cuando se trata de un nuevo giro del pensamiento que no altera las palabras, ni la estructura de la frase. La figura es un fenómeno de disposición. En la antigüedad se elaboró una tipología en atención a una parte de sus efectos sobre ciertas propiedades de la lengua, tales como la pureza del léxico o la claridad y por otra parte, agrupándolas según el modo de operación que preside su funcionamiento.
Ustedes saben que se come en el Barrio Norte y se cena en la Boca; uno tiene un pullover colorado en Barrio Norte y tiene uno rojo en la Boca. Es decir que el uso de lengua a veces es de un barrio, ni siquiera de una ciudad. Sería absurdo, por ejemplo, decirle a alguien que en la Boca dice que tiene un pullover rojo, que tiene que decir colorado. “No diga su esposa, diga compañera”, dice el de clase media, y el de clase alta: “Nunca diga compañera, es lo peor que hay”. Cada grupo tiene su propia salsa lingüística con la que se satisface.
La perífrasis –una de las figuras retóricas que Lacan cita– consiste en utilizar una frase para decir lo que podría expresarse con una palabra. Por ejemplo, “la ciudad de los palacios” por “ciudad de México”. Pero hay cosas más sutiles, “he tenido que ir” es una perífrasis respecto a “he ido”; “a la buena de Dios” es una
perífrasis de “sin más”. Puede ser figura del pensamiento cuando es una extensa caracterización del objeto, ya sea mediante la mención de sus cualidades y atributos, o bien desarrollando las acciones o los fenómenos que son peculiares, como los siguientes cuatro versos de Urbina, que pueden sustituirse por la palabra atardecer:
“En ámbares cloróticos decrece la luz del sol y ya en el terciopelo de la penumbra, como flor de hielo, una
pálida estrella se estremece. Atardeceres.”
Viene un paciente, dice esto y uno dice: “Atardecer”, eso es una buena interpretación, porque la buena
interpretación no es decir algo más complicado que el otro, sobre todo cuando viene a jugar ese juego. A veces es borgiana, algo muy simple.
La perífrasis se presenta frecuentemente combinada con tropos, como forma de sinonimia.
El hipérbaton: “figura de construcción que altera el orden gramatical por transmutación”. Por ejemplo, la
frase de Nietzsche que analizaba Heidegger: “La venganza es el tiempo y su fue”, evidentemente es un hipérbaton porque sería algo que fue en otro tiempo, pero al decir “el tiempo y su fue” violenta y separa el pasado, del tiempo. Un ejemplo de Góngora: “Dulce daban las almas melodías”, en vez de decir: “Dulces melodías daban las almas” crea un suspenso: ¿qué daban dulce las almas? Melodías.
El hipérbaton introduce un orden artificial que siempre tiene nombres complicadísimos –por eso es que los
retóricos modernos trataron de hacer una especie de lógica–: anástrofe, histerología o histerón proterón, que quiere decir inversión del orden temporal de los hechos.
Jacques Lacan dice que el yo es una flor retórica y lo describirá con todas estas figuras. Si tomo el libro de
Anna Freud sobre los mecanismos de defensa, tengo que encontrar que un mecanismo de defensa suena como una perífrasis, otro como un hipérbaton, etcétera. Lucy Irigaray, tiene un artículo sobre la gramática del obsesivo donde estudia cómo en la obsesión siempre hay una manera oblicua de continuar la frase, no hay agujeros –sería la digresión–. En la histeria la frase queda incompleta, en cambio en la obsesión el discurso sigue, dando vueltas, girando. Por eso basta con cortar la frase, basta con hacer un efecto de puntuación por el hecho de interrumpir la frase. Estaba leyendo un libro de una mujer que define esto muy bien, dice que la
histérica tiene una certeza de sí y no cree en nadie, mientras que el obsesivo cuanto más cree en el otro, más
duda. No hay artículos sobre la duda de la histeria, ni tampoco hay artículos sobre la certeza del obsesivo. Sin embargo los obsesivos tienen certezas y las histéricas tienen dudas.
Borges emplea una figura que es muy buena para burlarse del otro sin que se dé cuenta. Le preguntan: “Usted
¿qué opina de Cortázar?” Contesta: “No lo he leído”. “¿Y de Sábato?”, Borges responde: “Mi admiración por él es mucho más moderada”, que la que tiene por Cortázar que no leyó. Decir que uno tiene una admiración moderada por alguien, es una ironía.
Uno de los sinónimos de elipsis que gustaría a los lacanianos, la borradura. La definición de elipsis es:
“figura de construcción que se produce al omitir expresiones que la gramática y la lógica exigen, pero de las que es posible prescindir para captar el sentido, éste se entiende a partir del contexto”. Por ejemplo, alguien dice: “¡Si volviera a tenerlo!” ¿Si volviera a tener qué? Algo está suprimido. “Estaba tan contento como si lo hubiera tenido”, está sobreentendido –sólo se puede suprimir por el contexto– que es un objeto que no me pertenece. Neruda dice: “Pan tu frente, pan tus piernas, pan tu boca” y va creando una ilusión de enumeración al repetir la palabra pan. La suspensión y la elipsis, ambas, son lo mismo.
La anticipación, figura dialéctica del pensamiento, está muy bien para la polémica, consiste en anticipar,
velada o implícitamente, siguiendo los razonamientos espinosos, o intrincados, que favorecen al emisor, o receptor, con el fin de disponer el ánimo del oyente, el lector, el contrario, para conmoverlo y convencerlo con el posterior desarrollo del discurso. La anticipación o preparación, se funda en el cálculo previo tanto de los propios argumentos como de los que pueden provenir de la otra parte.
Jacques Lacan define el yo como el lugar de las buenas intenciones y de la mala fe. Es un poco jansenista.
Habría que hacer una vindicación kantiana del yo, pero Lacan tiene toda la tradición jansenista del maldito yo, que dialectiza en la diferencia je / moi.
La anticipación también se llama refutación, uno puede simular de manera indirecta, refutar de antemano el
argumento del otro –decir: “Imaginate las personas que creen...” y enumerar todo lo que cree el oyente que empieza a dudar de decirlo de la manera en que lo iba a decir–.
La retractación es el desdecirse, puede también utilizarse de una manera irónica: desdecir constantemente para decir; es el tema de la negación: “Yo no volvería a decir jamás...” está diciendo eso mismo, amortiguándolo.
La digresión es un género altamente cultivado por los analistas clásicos –como hay que llenar los cincuenta
minutos y no es fácil hablar cincuenta minutos de nada, la digresión viene perfecta–. La definición dice que es la interrupción, en alguna manera justificada, del hilo temático del discurso antes de que se haya completado una de sus partes, dándole un desarrollo inesperado con el objeto de narrar una anécdota, dar cuenta de una evocación, describir un paisaje, un objeto, una situación, inclusive una comparación, poner un ejemplo, antes de retomar la materia que se venía tratando. Cuando se prolonga demasiado rompe la unidad y puede producir un efecto de incoherencia. La digresión es un tipo de apartamiento respecto del público, –es
un apartamiento respecto del asunto tratado que suele tomar la forma de otras figuras como licencia,
concesión, descripción, etcétera–. La digresión sería uno de los rasgos del discurso obsesivo, respecto de las lagunas del discurso histérico, según el trabajo de Irigaray. A veces se presenta como amplificación, como una repetición en que se apunta a un mismo pensamiento, ampliándolo. Lacan era de la idea de que en la enseñanza la digresión es lo más rico que hay, comentaba que decía siempre cosas parecidas pero que sus digresiones tenían hallazgos. Y es verdad. El empobrecimiento de nuestra lectura de Lacan se produce porque uno tiene un idiolecto y entonces subraya goce, deseo, significante, y deja pasar si Lacan se pone a hablar de
la pintura u otro tema. Cuando uno está menos ansioso por encontrarle el sistema, empieza a descubrir por los rincones del texto, cosas, reflexiones oblicuas y enriquecimientos.
Con respecto a la ironía, Jacques-Alain Miller ha escrito un artículo muy bueno, está en la revista Unopor
uno, donde lleva el tema a un problema: la tesis del lenguaje en Lacan. Desde Russell, que escribió en 1905 “Teoría de la descripción”, donde propone las jerarquías del lenguaje, toda la analítica del lenguaje está basada en evitar que éste diga disparates –parte de la idea de que el lenguaje introduce en el mundo cosas inexistentes: sirenas, demonios, dioses–. La cura de esto, desde el primer Wittgenstein, consistiría en controlar el lenguaje, evitar que diga de más. Lo que Jacques-Alain Miller plantea es que en el psicoanálisis es exactamente al revés, el problema no es que el lenguaje introduce cosas en el mundo, sino que el lenguaje
es capaz de borrar cosas del mundo, de hacerlas desaparecer. Entonces escribe el artículo desde el punto de
vista de la negativización de la realidad producida por el lenguaje. Si uno quisiera tomar una metáfora de la psiquiatría clásica, podría decir que si para Bertrand Russell se trata de una alucinación positiva –ver lo que no está– para Lacan el lenguaje produce una alucinación negativa –hace desaparecer lo que existe–.
La ironía es muchas cosas, pero si me burlo de las costumbres de otras personas no estoy haciendo una ironía.
Una ironía es una especie de tensión producida en el mismo código en que se está hablando. Delata siempre una inadecuación de un sujeto a una comunidad lingüística. Oscar Wilde, era un famoso ironista. Richard Rorty plantea a la ironía como el hecho de soportar una comunidad pero no creérsela. Entonces, una cierta relación irónica quiere decir una relación donde se dice lo que hay que decir, pero no se tiene con eso la relación que tienen los demás. Eso es una ironía: se dice lo que hay que decir. La ironía es cómo se logra demostrar la inadecuación entre el lenguaje y el referente, el mundo. Y cómo se lo demuestra de una manera
que produzca efecto.
Por ejemplo, una vez llevé a Daniel Sibony, psicoanalista francés y matemático, a visitar a Borges y le
preguntó: “¿Hablo francés o castellano?” Y Borges dijo: “Hable en francés porque el español no existe”. Empezó a hacer un elogio del francés, hiperbólico, diciendo que es una lengua de una gran precisión y por ser así no necesita grandes escritores, mientras que el castellano es una lengua que desespera de existir. Tiene que estar siempre produciendo grandes escritores, creando obras geniales para sostenerla.
No tenemos la ironía como la plantea Jacques-Alain Miller, tenemos la ironía retórica: figura del pensamiento
que afecta la lógica ordinaria de la expresión y consiste en oponer, para burlarse, el significado a la forma de la palabra. En oraciones, declarando una idea de tal modo que por el tono se pueda comprender otra contraria. Cuando lo que se invierte es el sentido de la palabra próxima, la ironía es un tropo de dicción y no de pensamiento. A este tipo de conversión semántica, o contraste implícito, algunos lo han llamado antífrasis; sobre todo cuando alude a cualidades opuestas de un objeto.
El oxímoron es una figura que a mí me gusta porque es casi la figura del psicoanálisis, es una contradicción
semántica, los místicos la usan mucho, “la brillante oscuridad”, “el frío ardor”. Decir: “El horror de un goce” es un oxímoron porque alguien sensato, no insensato como nosotros, podría decir: “¿Es un goce o es un horror?”. “Alguien se satisface del sufrimiento del síntoma”. Si se satisface ¿por qué es un sufrimiento? Los místicos, como tienen que hablar de algo que no es perceptible por los sentidos, usan estas figuras retóricas, pero el psicoanálisis también. Sigmund Freud constantemente hace esto. Por ejemplo, decirle a uno que tiene que asumir la castración. Qué valiente cosa es decir: “Soy un castrado... ¡Al fin lo he logrado, me he
feminizado!”
Estamos hablando de ironía, hay que ironizar un poco.
Entonces, se trata del empleo de una frase en un sentido opuesto al que posee y de alguna señal de
advertencia en el contexto. “Vi a algunos poblando sus calvas con cabellos que eran suyos, sólo porque los habían comprado.”
La negación vamos a trabajarla después. Ahora tenemos los tropos, los cambios de significado. Catacresis,
una forma de metáfora. Nombrar una cosa con otra, decir: “La hoja de un puñal”, estamos nombrando con la hoja, por ejemplo, del cuaderno, un puñal. La costumbre popular de ponerle nombre de partes de coches a las mujeres.
Litote: figura del pensamiento de la clase de los tropos, cambio de sentido. Consiste en que para mejor
afirmar algo se disminuye, o se atenúa, o se niega aquello mismo que se afirma, es decir, se dice menos para significar más. “Conoce poco usted de este problema”, para decirle a alguien que es ignorante. Borges usa muy bien esta figura. Decir: “No es cobarde”, asocia a esa persona con cobardía, pero a su vez la neutraliza porque no le está diciendo cobarde directamente. Algunos autores consideran a la litote como un tipo de hipérbole, una ponderación al revés. Según la retórica general esta clase de litote se produce por
enumeraciones de supresión parcial, que ofrecen cierto carácter aritmético al forzar un desplazamiento
sémico. La mayoría de los autores relacionan la litote con la ironía.
Esto es lo que ocurre, todas las figuras se empiezan a cruzar con todas. La retórica moderna trata de superarlo
con Perelman, ustedes recordarán que Lacan lo critica en un artículo que se llama “La metáfora del sujeto”.
Autor del Tratado de la argumentación –editado por Gredos–,discípulo de Frege, Charles Perelman trató de
hacer una formalización de la retórica, es el primero, después el grupo Mu continuó. También escribió El imperio de la retórica, editado por Norma.
La sinécdoque o antonomasia, es una figura que forma parte de los tropos de dicción y se basa en la relación que media entre un todo y sus partes. Tzvetan Todorov tiene un artículo donde trata de demostrar que una doble sinécdoque es una metáfora. La sinécdoque también se hace equivaler a la metonimia, es la misma
definición: parte por el todo, aparece como metonimia o sinécdoque. Creo que Lacan, cuando toma metáfora
y metonimia, quiere tomar una a nivel del cuerpo y otra a nivel del discurso. Por ejemplo, dice que lo oral y lo anal, son metonímicos; lo escópico y lo invocante, son metafóricos. Nosotros decimos metáfora y metonimia a la bartola, pero la metonimia tiene una relación existencial. Por eso Lacan puede decir que el deseo es la metonimia de la falta en ser. Si describo a una mujer, los rasgos que enumero los ordeno según el deseo y no según una fotografía. Si ustedes leen una descripción que comienza por los cabellos, los ojos, el cuello, y la ponen en el aire, seguramente esa mujer no camina. Una descripción realista hubiera empezado por los pies, después las pantorrillas, etcétera. La manera de ordenar una descripción es siempre una manera de metaforizar un deseo. Por eso decía Lacan, citando un poema inglés, Éxtasis, que el deseo se dice mejor cuando no se dice, cuando se habla de cualquier cosa –así se dice más sobre el deseo–.
Uno de los grandes mitos contemporáneos surgidos en el siglo XVIII, es el mito del progreso, un mito poderoso porque siempre hace que todo presente esté en falta con respecto a sí mismo. En este sentido no puedo decir, como un budista, “Acá estoy”, el satori, sino que para rendirle culto al mito del progreso tengo que decir: “Acá estamos, luchando”.
El mito del progreso es interesante porque uno podría plantear una oposición entre una ideología de derecha,
que custodia un goce pasado y una de izquierda, que siempre espera el goce futuro. Es el presente al que siempre le falta algo, una perfección más. Una persona que a medida que pasan los años cree que madura no quiere aceptar que se está pudriendo, es un deseo de eternidad pensar que uno madura. Es en ese sentido que Lacan puede decir que el deseo está en metonimia en el lenguaje y está ligado a una falta en el ser. Para el que dice que madura, evidentemente hay algo que falla respecto a su ideal. La palabra deseo se refiere a algo que no hay y el goce se refiere a algo que hay.
Como decía Macedonio, que se hizo poeta metafísico a partir de la muerte de su mujer, escribir algo doloroso
no es doloroso. Uno puede escribir sobre algo que fue doloroso vivir, pero escribirlo no es doloroso. El acto de escribir es ya una organización del deseo, eso es lo que le interesaba a Freud. El acto mismo de escribir, de encadenar palabras, hacer resonar esas palabras, como organización del deseo. A veces los temas que se tocan también son homofónicos. Por eso Lacan dice que es mejor no hablar del deseo como tal, porque cuando se quiere hablar del deseo no se dice nada, mientras que si alguien se pone a hablar dice el deseo –la incompatibilidad del deseo y la palabra, por eso también en análisis se dice: “Hable de cualquier cosa”–.
Hay dos tipos de sinécdoque. La sinécdoque generalizante, que por medio de lo general expresa un particular;
por medio del todo, la parte; por medio de lo más, lo menos; por medio del género, la especie; por medio de lo amplio, lo reducido. Es una sinécdoque deductiva que opera en las relaciones: parte, todo; género, especie; obra, materia; y en relación numérica: plural, singular. Por ejemplo, al expresar la parte por medio del todo: “El mundo entero lo dice”. El mundo entero no habla, lo dice cada persona. El género por medio de la especie: “No tiene camisa, vestido”. La obra mediante la materia de la cual está hecha: “Sacó el acero”, la obra es la espada. El número singular por medio del plural: “La patria de los virgilios”. Estas formas de relaciones operan en la descripción inversa en la sinécdoque inductiva en que lo amplio es expresado mediante lo reducido, por ejemplo: “Tiene quince primaveras”.
II
Metáfora y metonimia no son figuras retóricas. El pasaje de una teoría de la percepción a una teoría del significante. Los lenguajes organizan la libido. Conocimiento paranoico.
Lacan, al poner el eje de la metáfora y el eje de la metonimia, el primero como el eje sincrónico, simultáneo
del lenguaje, de donde puedo seleccionar; y la metonimia como el eje sucesivo, donde puedo ordenar, no está usando metáfora y metonimia como figuras retóricas. En Lacan metáfora y metonimia no son figuras.
Observen que cuando pone los mecanismos del yo como equivalentes a las figuras retóricas, no pone ni la
metáfora ni la metonimia –parte de Roman Jakobson que las usa para designar los dos ejes del lenguaje y no para describir formaciones lingüísticas como la retórica clásica–.
¿Por qué nos interesa esto? Porque nosotros decíamos que el lenguaje de las pasiones no era la expresión de la pulsión, sino que había que deducirlo de la relación de las pulsiones a las defensas del yo.
En el artículo, “Algunas reflexiones sobre el Yo”, del año cincuenta y pico, publicado en Uno por uno, 41,
Lacan habla de una contradicción que hay en Freud. Nosotros intentamos trabajar El yo y el ello y, evidentemente, hay una diferencia entre Freud y Lacan, es el pasaje de una teoría de la percepción a una teoría del significante.