La radicalidad de
Nanina (1968), el texto con el que Germán García (Junín, 1944) se inició en la literatura, opacó injustamente el despliegue -no menos radical- de su tarea posterior como narrador y ensayista. Ese libro inaugural abrió una práctica con vectores hacia el pasado (cierta relectura de la literatura argentina) y hacia la contemporaneidad (su efecto en Luis Gusmán, Osvaldo Lamborghini y el movimiento de la revista
Literal, marcado por la intersección entre la política y la sexualidad). Más importante, sin embargo, fue el hecho de que
Nanina deviniera la matriz de un vasto proyecto, una suerte de incesante novela de formación que se proyecta en la totalidad de su narrativa. Como
Parte de la fuga (2000),
La fortuna trafica, desde la tibieza y la distancia, con recuerdos, ideas, paradigmas de su generación, y lo hace explotando la tensión y los límites entre la verdad y la ficción.
Punteada por frecuentes intervenciones en la cronología, la trama parte de fines de la década del sesenta, ancla en los primeros setenta (definidos como "la noche del secreto") y se prolonga hasta el presente, cuando aquellas viejas pasiones pasaron a ser objeto de trabajos periodísticos o investigaciones académicas como las de Florencia, que indaga la vida de Paula, una desaparecida que se convertirá para el protagonista en un insistente recuerdo de la muerte y cuya escasa presentación ("nieta de un poeta, hija de un torturador") revela la identidad de Pirí Lugones.
Los nueve capítulos de La fortuna están presididos por epígrafes procedentes del cuento "La lotería en Babilonia", de Borges. Leídas a contrapelo, las palabras de Borges son inscriptas en otra constelación, en un sistema que explora los modos en que la literatura media, al sesgo, la historia. Así, la realidad nacional podrá ser definida como "una versión de Amalia de Mármol con la colaboración de Poe y los maestros de la novela negra". García construye aquí una variedad de las memorias del subsuelo en clave política y literaria. Por eso La fortuna es, parcialmente, una novela que exige la complicidad y la competencia del lector, un oscuro juego de máscaras destinado a saldar cuentas en el que proliferan las citas y las cifras. Entre líneas se reconoce una instantánea nítida y sagaz del mundo literario porteño de la época, con alusiones que van desde la editorial Jorge Álvarez hasta la discusión con la poesía coloquialista y cierta intelectualidad populista ("no le gustaban las antologías de poesía que mezclaban a los letristas de tango con los valores consagrados"), pasando por la verborrea que reducía los doscientos kilómetros cuadrados de Buenos Aires a una mesa de bar. Una época cuya ambigüedad estalla en las apelaciones tutelares al "Viejo", doble nominación que corresponde tanto a Perón como a Borges.
En La fortuna, García no deja de intrigar con la autobiografía, pero implica esa instancia con la historia y el ensayo. Los ocasionales desvíos quedan redimidos por la pericia para hilvanar temporalidades y geografías y, sobre todo, por la sensibilidad extrema para recuperar el habla diferenciada de su tiempo y lugar, esas contraseñas lingüísticas y culturales connotadas en cada década y ciudad. Nada más alejado de la historia ficcionalizada; nada más afín, en cambio, a una ficción autobiográfica en la que el biografiado se mira en el espejo deformante -y ajeno a todo servilismo- de la tercera persona. De este modo, la primera persona autobiográfica se repliega y persiste como "resto diurno", velado por la instancia narrativa de Braun, el protagonista, un escritor malogrado que, empleado como creativo en una agencia de publicidad, se compromete con la lucha política, trabaja por la vuelta de Perón y a quien, luego del golpe del 76, la diáspora del exilio empuja a Barcelona. La novela se suspende con el regreso y las gestiones para la creación de una Fundación, que no resulta difícil asociar con la Fundación Descartes, que el autor dirige. Detrás de Braun, está el polaco Calder, un negativo de Witold Gombrowicz (uno de los varios homenajes, entre los que se cuentan también Oscar Masotta y Emeterio Cerro) que, abismalmente, tienta la escritura de una novela a partir de "La lotería en Babilonia".
Para García, la experiencia, y aun la mera memoria, son el asunto de la ficción, el estatuto de verdad en el que se funda su apasionada operación autobiográfica. José Lezama Lima hizo notar que todo azar es concurrente. Entonces, sólo el sujeto de la narración puede anudar los hilos que la historia dispersa. Si es cierto que "la noche del secreto" barrió con todas las intrigas, más allá pervive siempre -como explica el narrador- "la gratuidad, el azar". Y la fortuna, también, de la que esta novela es un cumplido avatar.