El proyecto de escribir una novela siguiendo el hilo conductor de “La lotería de Babilonia” de Jorge Luis Borges se cumple en La Fortuna de Germán García. El punto de vista narrativo se resuelve en un narrador en tercera persona que “abre paso a un estilo irónico y distanciado, de gran eficacia”, como lo señala Ricardo Piglia, en el comentario de contratapa, y que por cierto otorga a la narración la necesaria libertad del personaje que a la vez acerca y aleja al lector que se sumerge en una historia que lo enfrenta con el pensamiento, los sueños y el monólogo, a la manera de Joyce.
Este procedimiento contribuye a que la mayoría de los cuentos y novelas de Julio Cortázar, por ejemplo, escritos en tercera persona parezcan ante el lector contados por un narrador personaje, lo que llevó a Ana María Barrenechea, según recuerda el mismo Cortázar en una entrevista, a asegurarle que uno de sus cuentos estaba narrado en primera persona, cuando en realidad lo estaba en tercera. De este modo la historia navega entre los bordes, entre los límites. Y de ese delicado velo surge la novela y en este caso, esta brillante novela de Germán García, donde leemos las vicisitudes de una hoja de tormenta, de un hombre movido por la oculta maquinaria del azar, como en el cuento “La lotería de Babilonia” de Borges, donde la Compañía de Suertes gobierna los destinos no solamente de una ciudad sino del mundo (La suerte está Alea jacta est). Alea rige el devenir del universo y sus criaturas. El azar instituye la dimensión de la contingencia en el mundo cristalizado del Hado, hermano de la Fortuna, ciega y caprichosa hija de Júpiter.
El todo es in-cierto. La lectura argentina del cuento borgeano: “he conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre” (“La lotería de Babilonia”, en Ficciones). En La Fortuna los destinos se cruzan y entrecruzan como las hojas arrojadas al viento. Por este camino se llega a la narración y por lo tanto a la lectura de una parte de la historia argentina y de una generación (la de los 60 y 70), acosada, disgregada en el azar que marca el derrotero en Buenos Aires, Barcelona, Italia, Bolivia, Brasil, Comodoro Rivadavia, Jujuy, Salta, Tucumán, dibujando la dolorosa diáspora del exilio en una vertiginosa travesía de encuentros y desencuentros, inesperados, casuales o regidos por la común y oscura causa del azar. Una verdadera rueda de la Fortuna donde los dados han sido arrojados y las existencias van y vienen en un torbellino que la historia intenta modelar, amonestar o corregir, la historia argentina de las últimas décadas, signada por la violencia, el autoritarismo, la confusión: la vuelta de Perón, Cámpora (“El Tío”), Isabel Martínez, el oscurantismo de López Rega, la triple A, las torturas, el golpe del 76, el proceso, los secuestros, el terrorismo de estado, el miedo, la sobrevivencia, el exilio, la guerra de Malvinas, el retorno de la democracia...y atrás, las voces de la inmigración, de los anarquistas, de los patriarcas criollos, de Irigoyen, del proletariado de la gran Babilonia del Río de la Plata.
El terrorismo de estado aplasta vidas, ideales, proyectos, arrasa el paisaje humano, intenta borrarlo de la tierra...Y en este punto encontramos la reconocida fisonomía de la literatura argentina consciente de su hacerse en una planicie cultural, especie de página en blanco determinada por la llanura y la pampa como lo vieron Ezequiel Martínez Estrada y César Fernández Moreno, realidad que otorga a la cultura argentina la alucinante dimensión de la transitoriedad y lo efímero. Nada pesa en las atribuladas latitudes holladas por el pampero que anula las huellas y donde todo parece sujeto a un perpetuo borramiento.
La pampa argentina provoca en los criollos, acostumbrados al horizonte sin límites, sentimientos de libertad y en los inmigrantes y sus hijos una angustiosa sensación de vacío y desprotección. En la llanura parecen desfallecer la construcción de la historia y la historia misma. Pero en ese inconmensurable espacio se ha erigido Buenos Aires, baluarte ante la nada. En esa Buenos Aires que Borges considera la patria, viven y levitan en fuga continua los personajes de Germán García, recorriendo calles, cafés, lecturas: Borges, Joyce, Flaubert, Proust, Freud, Lacan, Gombrowicz, Cortázar, Arlt...En La Fortuna están Los siete Locos, Bouvard y Pécuchet, Madame Bouvary, Leopold Bloom, La Maga, Oliveira, Celan, la saga de los Lugones y el oprobio de la dictadura y el genocidio.
Braun cumple su destino azaroso, su aleatoria odisea, su secreta búsqueda en un viaje del lenguaje que evoca el monólogo joyceano, cuya fascinación reveladora nace de las intersecciones fortuitas- extrañamente fortuitas y casuales- del sentido, las imágenes, el sonido, el ensueño, la ironía, la amargura, la parodia y el humor, lo invertebrado narrado de Macedonio en su recurrente fluir que arroja su cuerpo y sus fichas en la orilla de la nada, en la ribera argentina que es también la del mundo, y que tantos barcos viera llegar y tantos barcos viera partir.
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