En 2005, Graciela Avram publicó una sátira, breve y documentada, sobre las terapias alternativas al psicoanálisis. Cuando se la lee aparece una diferencia con lo que acontece, por ejemplo, en Francia. Si allá las terapiascognitivasconductuales (TCC) se proponen como máquinas de guerra diferenciadas, entre nosotros se construyen por asimilación simplificada del vocabulario del psicoanálisis. Es decir, para entender el estado de la cuestión en el psicoanálisis actual hay que llamar la atención sobre la asimilación de su práctica a la psicología. Eso lo muestra ya desde el título el excelente libro de Alejandro Dagfal: Entre París y Buenos Aires - La invención del psicólogo. De paso, vemos que la mezcla de psicoanálisis y psicología tiene su marca de origen en Francia; en este punto es muy claro Michel Foucault en una entrevista de 1965 realizada por Alain Badiou, donde explica que la “psicología” surge de la filosofía y que encuentra en el psicoanálisis la posibilidad de conmover los fundamentos filosóficos, porque realiza una experiencia autorizada por el descubrimiento del inconsciente, que valida esa misma experiencia.
Sigmund Freud propuso para la educación del analista la realización de un análisis, el conocimiento exhaustivo de la doctrina y el control regular de su práctica.
Jacques Lacan extremó estas exigencias. Digamos, aunque sea de paso, que los modos de organización y nominación del analista -más allá de la habilitación del Estado- es una de las claves para la comprensión del estado de la cuestión.
La historia como histeria
Si en 1910, en los festejos del Centenario, Germán Greve presentó las doctrinas de Sigmund Freud en un Congreso Internacional de Medicina e Higiene, en el Bicentenario vale la pena llamar la atención sobre el recorrido y sus resultados actuales.
En las primeras décadas del siglo pasado, con el trasfondo del positivismo, el psicoanálisis había interesado a médicos psiquiatras. Pero su práctica no era incluida en esta curiosidad. Thomas F. Glick, de la Boston University, registra que en España la influencia del psicoanálisis comienza por un cambio de hábitos en la práctica médica: en las fichas de los pacientes se anotan datos de su historia infantil.
Después de 1930, condenado por la URSS, el psicoanálisis es abandonado por los psiquiatras en unos casos, en otros se intenta relacionarlo con la reflexología.
Es Angel Garma, entre otros, quien instala el estatuto del psicoanalista -copiado del que se impuso en Nueva York- subordinado a la medicina. Es un psiquiatra, Miguel Kohan Miller, quien rechaza esta subordinación. Como psiquiatra, es psicoanalista y punto.
Estas historias no pasaban del testimonio personal, de la memoria colectiva, de la hagiografía grupal.
Cuando en 1970 me interesé por el tema sólo encontré una historia de la psicología en América publicada en 1954 por I. A. Foradori, y un libro breve de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) con semblanzas de los fundadores y la información sobre el “ejercicio legal” de la profesión.
Había historias de la psiquiatría, también de la psicología, pero era poco lo que se encontraba sobre el psicoanálisis.
Y, sin embargo, el psicoanálisis estaba en las revistas, en la radio, en la televisión, en el cine.
En algunas tendencias, como la encabezada por Jung, había adeptos de la alta cultura mezclados con otros de los arrabales culturales del ocultismo.
La entrada del psicoanálisis en la Argentina era un libro documentado, pero no intentaba ser un libro de historia ni cumplir con las exigencias de esta disciplina.
Era parte de esa historia-histeria y quería minar el mito fundacional del psicoanálisis relacionado con la IPA, a la vez que criticar sus postulados y hacer propaganda para las propuestas de Jacques Lacan. Y fue, sin querer, un libro bisagra entre la histeria de aquellas pasiones y la historia de “verdad” que se empezaría a escribir.
La historia que vendrá
“Para precisar mi tesis –escribe Koselleck–, los pronósticos son sólo posibles porque hay estructuras formales en la historia que se repiten, aun cuando su contenido concreto sea en cada caso único y sorprendente para los afectados.” Suscribo esta tesis porque el psicoanálisis conoce diferentes momentos de internacionalización y, en cada caso, pagó el precio de una transformación que modificó tanto su política como su experiencia clínica y sus elucubraciones explicativas. Ocurrió en el pasaje de Viena a Zurich, después con su entrada a Inglaterra y Estados Unidos, por último en Francia y diferentes países de la lengua castellana.
Hans R. Jauss estudió, de manera brillante, este juego de transformaciones que se produce entre lo exótico de la novedad y las condiciones de aclimatación. El resultado no arroja algo idéntico, pero tampoco es otra cosa. Se plantean problemas que son homólogos a los de la traducción. El cambio de contexto es un cambio de sentido. La aceptación de Melanie Klein en Buenos Aires, como lo ha mostrado Horacio Etchegoyen, tiene una importancia de la que carece en otras ciudades donde el psicoanálisis existe con la misma intensidad.
La historia que vendrá tiene trazado algo de su horizonte en los trabajos de Hugo Vezzetti, Hugo Klappenbach, Mariano Plotkin, Sergio Visacovsky, Alejandro Dagfal y otros.
Es una historia que promete superar la histeria, que se propone describir las divergencias sin preferencias por los nativos de las diferentes “tribus”, que hará de cada versión una carta en el mazo de la historia.
Pero dentro de esa historia ya existen diferencias. Si Elizabeth Roudinesco prologa el libro de Alejandro Dagfal, la Asociación Española de Neuropsiquiatría mantiene relaciones de intercambio con el equipo de Historia de la Psiquiatría impulsado por Juan Carlos Stagnaro, cuya actividad editorial ha permitido que los nuevos psicoanalistas lean los clásicos de la psiquiatría que encontramos en la tesis de Jacques Lacan y en tantos otros trabajos fundamentales que ampliaron el conocimiento del psicoanálisis, a partir de lo que dejaba aprender la experiencia de la psicosis.
Los actores sucesivos –psiquiatras, médicos, psicólogos– ahora operan de manera simultánea en la configuración del psicoanálisis. El estudio de estas transformaciones está pendiente de una mayor atención en trabajos futuros. En el pasado, la falta de atención de estas diferentes “habilitaciones” produjo cierta ceguera sobre efectos evidentes: los médicos promovían la psicosomática, los psicólogos los problemas de las interacciones “sociales” y los psiquiatras se reservaban el campo de lucha de los aparatos sanitarios donde los demás podían incluirse como “trabajadores de la salud mental”. El psicoanálisis menos comprometido con estas operaciones tuvo también mayor libertad para diseñar sus maneras de inserción.
Dentro del psicoanálisis
Freud en las pampas, de Mariano Plotkin, intentó situar diferentes momentos del psicoanálisis en una perspectiva atenta a la política. Pero para hablar del estado de la cuestión de la historia del psicoanálisis vale la pena tener en cuenta sus rasgos diferenciales. Y para esto contamos con un libro solitario y un poco desplazado de la escena de la historia. Me refiero a El idioma de los lacanianos, de Jorge Baños Orellana, que intentó la primera y única clasificación de los modos de transmisión del psicoanálisis entre nosotros. Son cuatro: “La versión kitsch está puesta al servicio del reclutamiento y la redacción de introducciones para futuros miembros. La resolución de enigmas es el espacio discursivo de las investigaciones monográficas, donde se disciplinan las capas medias. La épica se encarga de contar la historia oficial y de pronunciar las arengas que fraguan la identidad grupal. La neoclásica es el gendarme de las instrucciones del narcisismo intelectual y poético: vigila que cada miembro ocupe su puesto sin comprometer la estabilidad ideológica y jerárquica del lazo colectivo” (pág. 321). Es obvio que el libro de Jorge Baños Orellana introducía en el campo una perspectiva que sorprendía y se valía de una bibliografía que no era frecuentada por los interesados en problemas del psicoanálisis. Será leído en el futuro.
El anclaje de Jacques Lacan en Buenos Aires, el libro de Marcelo Izaguirre demorado por problemas editoriales, realiza una minuciosa red de referencias y conexiones que funcionan como el reverso del libro de Baños Orellana: no trata de los modos que se practican sino de lo que se exhibe, de los deslizamientos y los contrasentidos producidos por las políticas de los grupos y ciertos cálculos elementales de los agentes.
La lógica del testimonio
Sería imposible enumerar la cantidad de testimonios individuales y colectivos producidos por los agentes de la práctica analítica. Desde la Fundación Descartes hemos impulsado más de una actividad y varias publicaciones en este sentido.
E. Carpintero y A. Vainer, con el título Las huellas de la memoria, publicaron dos tomos con ese material testimonial que conduce a cierta paradoja: el testimonio, como el sueño, es inapelable. Es lo que es. Pero al igual que el sueño, está constituido por desplazamiento, inversiones, olvidos y falsos recuerdos. Todo eso configura lo que Freud llamaba una verdad –en el sentido de la novela familiar–, pero su valor referencial debe ser confrontado con algún documento.
Jacques Lacan, cuando define al testimonio, dice que es la máxima proximidad entre el enunciado y la enunciación. Es decir, no lo define por su valor de referencia. Es lo que, desde que existe el pase como procedimiento para extraer el núcleo de un análisis, puede llamarse la verdad mentirosa de cualquier discurso sobre sí mismo. Entonces, es el tratamiento del testimonio lo que lo convierte en historia.
La cuestión institucional
Lo sabemos, Sigmund Freud prefirió crear una Asociación Psicoanalítica Internacional por fuera de las facultades. Creo que conocía el texto de Kant llamado El conflicto de las facultades (1798), que fue analizado con particular agudeza por Jacques Derrida. Para decirlo rápido, el psicoanálisis tiene secretos muy particulares y tiene que enseñar cosas que también son singulares. A la inversa, Kant dice que en una facultad se enseña lo que el Estado quiere que se enseñe. Una historia del psicoanálisis no podría excluir como una cuestión fundamental el estado institucional del psicoanálisis.
La institución analítica, según el programa de Jacques Lacan, no sólo evita fundir el término analista con cualquiera de los títulos habilitantes que cobijan su práctica (psiquiatría, medicina, psicología), sino que pone en funcionamiento dispositivos que impiden que alguien pueda identificarse con la nominación de “analista” a secas. Hay más de un analista. Está el analista practicante que sólo declara su actividad, está el analista miembro reconocido como tal por la institución y, por último, está el analista de la escuela que ha realizado el “pase” que testimonia del recorrido de su análisis.
Una historia del psicoanálisis que ignorase las diferentes maneras que se usan para nominar en cada institución sólo sería la descripción de grupos profesionales heterogéneos y pintorescos y dejaría pasar lo que el asunto tiene de particular: Aquello que convierte al psicoanálisis en una experiencia singular surgida de la tensión entre la filosofía y la psicología (tensión en cuyo trasfondo está la psiquiatría). La incidencia que tuvo esa psiquiatría en la aparición misma del discurso de Freud ha sido estudiada por M. Gauchet.
La trama exterior
La historia que vendrá tendrá que considerar una trama que nunca fue estudiada de manera sistemática: me refiero a las diversas editoriales, a los grupos que las impulsaron, a los libros que tradujeron en cada momento –sea para propagar una corriente nueva, para neutralizar alguna otra, para sostener algo ya existente–, a los traductores que realizaron el trabajo, a los inversores no siempre profesionales del libro, etcétera. No basta conocer los catálogos de Nova, Paidós, Nueva Visión. Existieron, a lo largo de tantas décadas, editoriales ligadas a corrientes políticas (por ejemplo las impulsadas por el Partido Comunista que incursionaban en la psiquiatría para imponer la reflexología y para polemizar con el psicoanálisis). Hubo otras ligadas a la religión, como el caso de la editorial Lohlé, que publicaba al psicoanalista católico Ignace Lepp, entre otros. Existieron y existen las pequeñas editoriales impulsadas por agentes del propio psicoanálisis, con poca importancia en el mercado, pero con la autoridad suficiente como para jugar un papel fundamental en las configuraciones de los grupos que las producen. También editoriales dedicadas a otros temas, pero que tuvieron su colección de psicoanálisis (como la que dirigió Raúl Sciarreta para editorial Corregidor), así como algunos libros publicados por Sudamericana, Leviatán, De la Flor, Catálogos, Atuel y otras.
Falta también una investigación sobre los libros traducidos en España y México importados a la Argentina y sobre las lenguas de las cuales esos libros fueron traducidos.
Una historia del psicoanálisis no puede ignorar la circulación material que sostiene la trama de las actividades de enseñanza del psicoanálisis, cuya proliferación se extiende a diversas ciudades del país. No se trata sólo de Córdoba y Rosario, puesto que la enseñanza del psicoanálisis y su práctica se han implantado tanto en ciudades del norte como del sur del país y lo han hecho con grupos organizados, con publicaciones regulares y en diálogo con la cultura de cada lugar. Al pasar es interesante consignar que cuando se dedican suplementos a las ciudades del interior (por ejemplo, del norte) se recurre al cliché histórico que caracteriza a la cultura de cada una de ellas, a datos turísticos, y se ignora de manera regular la existencia de las redes del psicoanálisis que en muchos casos son una presencia importante en las actividades culturales de esas ciudades. Bastaría mencionar las casi treinta ciudades, que desde Río Gallegos hasta Jujuy, componen el Instituto Oscar Masotta con sus conexiones nacionales e internacionales. Las facultades implicadas en la investigación de la historia del psicoanálisis formarán equipos, realizarán investigaciones, crearán archivos, solicitarán la donación de materiales diversos; si esto ocurre, estoy seguro de que ocurrirá, la historia que vendrá habrá convertido los testimonios, las memorias y las demás producciones “militantes” de los diversos grupos en una nueva dimensión de la historiografría argentina que podrá entrar en el horizonte de expectativas que impulsa en la actualidad un interés creciente por la historia del país.
En conclusión
El estado de la cuestión, en lo que hace a la historia del psicoanálisis en el país, muestra la creciente complejidad de los trabajos que se realizan a partir de las versiones de los “nativos” y de la documentación que comienza a ser clasificada y conocida. A su vez, la posibilidad de una historia parece responder a la importancia que la práctica de esta disciplina adquiere en la actualidad. Lo prueba el hecho de que nuestros invitados externos, que hablan en nombre de la antropología y de la historia, hayan trabajado en universidades situadas en Alemania, Francia y Estados Unidos.
De manera que de los cien años del psicoanálisis en la Argentina se puede esperar lo que se desea: por mi parte, espero de esta actividad una escansión, un nuevo comienzo, que sepa que la autoridad del futuro realiza de manera diversa la transmisión de la autoridad del pasado.
* El texto anticipa la presentación del autor en el evento “Cien años de psicoanálisis en la Argentina”: jornada de debate público organizada por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Fundación Descartes, mañana desde las 14 en la Biblioteca Nacional
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