Germán García - Archivo Virtual / Centro Descartes, Buenos Aires

Noticias de un encuentro

# (30 de abril 2006). Noticias de un encuentro. En Perfil/ Cultura, Buenos Aires.  En (s/f) Web Descartes

En el ardor de mi adolescencia descubrí en la mesa de luz de mi madre un libro del Dr. Gómez Nerea con el título Freud y el chiste equívoco, de la editorial Tor. La ilustración de la tapa mostraba las curvas inquietantes de una mujer desnuda, en una posición que entonces me pareció vertiginosa, además de la leyenda siguiente: “Basándose en los conocimientos que le ha proporcionado su investigación del chiste, Freud afirma que éste es una actividad cuyo fin es extraer el placer de cualquier género de proceso psíquico y deja sentado el hecho de que la técnica del chiste y la tendencia economizadora que la domina en parte se ponen en contacto para la producción del placer y el sexsualismo”. Irresistible. No es que lo recuerde, tengo junto a mí, gracias a Carlos Coldaroli, el ejemplar de la editorial Tor subrayado y anotado por Macedonio Fernández. El ejemplar que mi madre leía y que yo espiaba era de un vecino, que se lo había prestado vaya uno a saber con qué equívocas intenciones. El Dr. Gómez Nerea, como luego descubrió mi hijo Fernando García para gloria de Hugo Vezetti, era el escritor peruano Alberto Hidalgo que se ganaba la vida con esas transcripciones. En aquel momento no había lectores de Freud, puesto que esta especie fue creada entre nosotros por la difusión de Jacques Lacan, quien había convertido al inventor del psicoanálisis en su precursor.

El lector de Freud, en éste sentido anacrónico, surgió a fines de los cincuenta y se multiplicó durante los sesenta. Por eso se completa una edición de Freud en Biblioteca Nueva, a la vez que la misma editorial sacaba otra en diez tomos y por último la editorial Amorrortu publicaba la nueva traducción de José Luis Etcheverry. 

Pertenezco a esa generación de lectores de Freud, fui parte de lo que Oscar Masotta llamó revival freudiano y por eso empecé a leer francés sobre los Escritos de Jacques Lacan (conservo la edición original de 1966, que hice encuadernar en tapas negras). 

Antes de que Jacques Lacan hiciese de Sigmund Freud su precursor, antes de que volviera al fundador del psicoanálisis para inventar otra cosa, la “superación” había borrado ese nombre. 

Freud había sido superado por derecha por la psiquiatría biológica, por izquierda por diversas variantes culturalistas de la psicología social norteamericana y en el centro reinaba Melanie Klein y su descendencia. En pleno revival no tardaron en llegar los lectores del “Freud puro” contra el Lacan que lo había impuesto y cuyas exigencias culturales sobrepasaban la formación media de los psicoanalistas locales. 

Se leía en Lacan lo que importaba de Freud, después se enunciaba en nombre de Freud lo que se había aprendido en Lacan. 

Por mi parte, ordené mi biblioteca por las referencias de Jacques Lacan y estudié disciplinas en las que nunca había pensado: aprendí mucho de Jacques Lacan, sin que nunca me enseñase nada. No fui su alumno, pero sigo siendo su lector. Y por supuesto, con el tiempo llegué a conocer y querer a su precursor, Sigmund Freud.

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