Es Jorge Luis Borges quien afirma: “El hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”. En esta afirmación se encuentra, tácita, la retroacción temporal postulada por Freud y convertida en clave por Jacques Lacan, al punto de que se ha difundido como aprés-coup.
En efecto, nadie podrá leer a Freud como antes de la lectura de Lacan, como tampoco podrá leer en el futuro el psicoanálisis sin pasar por esta lectura. Porque Jacques Lacan no propuso un retorno a Freud como pasado, sino su retorno al presente y al futuro del psicoanálisis. Incluyó a Freud y a sus seguidores en la lógica del accionar analítico, a la vez que transformó el vocabulario y propuso nuevas fórmulas. Quien lea los últimos trabajos de Freud, escritos entre 1937 y 1938, encontrará un balance que no oculta los callejones sin salida, a la vez que muestra la solidez de lo que ha logrado el trabajo de una vida.
Lejos de afirmar que todo está en Freud y cada uno puede tomar su parte, Jacques Lacan se preguntó como era posible que una disciplina no hubiera dado un paso más allá de lo que podía encontrarse en su creador. Diez años de lectura de Freud, documentados por sus famosos seminarios, lo llevaron a proponer una alternativa clínica por sus consecuencias, institucional por lo que propone para la formación de los analistas y política por sus resonancias sociales.
En el balance de Freud se nos presenta a un sujeto escindido entre las exigencias de un pasado necesario, las contingencias del presente y las aspiraciones del futuro. El pasado heredado retorna o bien como una imposición que angustia, o bien como una aspiración que abruma.
Esta oscilación entre lo que llamó “yo” y “ello”, entre la búsqueda del placer y lo que está más allá del placer, describe en su aparente simplicidad algo para nada resuelto. Marcel Gauchet, en las conclusiones de su historia política de la religión, afirma: “Estamos destinados a vivir en lo sucesivo al desnudo y con angustia, algo que nos fue más o menos ahorrado desde el principios de la aventura por la gracia de los dioses. Corresponde a cada cual, por su propia cuenta, elaborar una respuesta. La huída hacía la psicosis, por ejemplo, entre exaltación y depresión, entre certidumbre paranoica de ser el único y el centro, y el trabajo esquizofrénico de desaparición de sí como sí mismo. Pero también hay respuestas colectivas y hay buenas razones para apostar que habrá todavía más.
“Así, bajo la forma de las técnicas de la relación consigo mismo, cuya ilustración más típica, apenas concebible fuera de un momento preciso de la cultura, ofrece la práctica psicoanalítica, con su significativa oscilación-vacilación interna entre restauración subjetiva y destitución subjetiva”.
El autor alude a Lacan porque, como lo afirma, existen modas elocuentes: los años de la llamada desaparición del sujeto fueron seguidos por la exaltación del individuo, la desaparición de sí se convirtió en un amor de sí que aísla al sujeto y lo conduce al pánico.
El psicoanálisis es juez y parte. Freud estaba del lado de la Ilustración, del lado de una vida que superara una minoría de edad tutelada, para llegar a una libertad guiada por la razón. Por eso mismo pudo escuchar que la razón ilustrada era excedida por las pasiones románticas. El psicoanálisis nació como un intento de ampliar la razón ilustrada para incluir las pasiones románticas. Como en el sueño, se intentará realizar un deseo sin que se excluya un fracaso que puede conducir a la angustia.
El sueño de la Ilustración desemboca en el culto a la felicidad que se lograría por la autonomía del yo según los ideales del American way of life (en la actualidad lo vemos en la extensión de lo cognitivo al sujeto, cuando para Freud era una función del yo).
Jacques Lacan parte del balance de Freud, incluso de su perplejidad, para proseguir lo que llama “el debate de las luces” – otra manera de nombrar la Ilustración – y volver a definir el psicoanálisis en un momento donde la experiencia de dos guerras mundiales desnudaban los límites de lo que Freud llamó en 1930 “ el programa de la cultura”.
Unos años antes, en 1927, Freud le escribía al psicoanalista italiano Edoardo Weiss: “... hay que probar y provocar la demanda con la presencia de uno”.
La presencia del psicoanálisis en la cultura, las diversas posiciones de los psicoanalistas, el retorno del conductismo en una alianza nominal con el cognitivismo, las estrategias de mercado que presionan sobre las diversas prácticas, las cruzadas contra el nombre de Sigmund Freud, los abusos publicitarios cometidos en relación con lo que se explora del cerebro, la “buena noticia” de que – según la ciencia – no todo está perdido en psicoanálisis, dicen que Jacques Lacan acertó al convertir a Sigmund Freud en su más ilustre precursor. Tuvo otros, pero estamos en el año del acontecimiento Freud.
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