Cuando en 1981 moría Jacques Lacan en París, hacía más de dos décadas que Oscar Masotta había comenzado su difusión en Buenos Aires. Cuando en 1974 Masotta se exilia, la difusión se había convertido en una actividad organizada, con traducciones y publicaciones de trabajos propios. El terrorismo de Estado que sofocó el psicoanálisis en el país fue el que también causó su involuntaria dispersión tanto en Iberoamérica como en España, tanto en Israel como en Australia.
En 1984, con el retorno de la democracia, se realiza en Buenos Aires el tercer encuentro del campo freudiano y en esta «segunda fundación» llega lo que Jacques-Alain Miller llama la orientación lacaniana, que produce la renovación de la enseñanza de Lacan entre nosotros.
Exotismo
La constelación del Sur, el excelente libro sobre la traducción de Patricia Willson, describe diversas estrategias de traslación de una lengua a otra. Las mismas valen para la inmersión de una disciplina en un paisaje cultural diferente. En el caso del psicoanálisis de Lacan, en consonancia con su propia estrategia, Oscar Masotta comenzó por marcar lo exótico de esa enseñanza a la vez que afirmaba que existía un rigor lógico: ahí se encontraba, decía, tanto el retorno a Sigmund Freud como la conservación, negación y superación de Melanie Klein. Un estilo epigramático, oracular, que fascinaba a la audiencia.
El segundo paso fue la explicación a los que quedaron, a los que la transferencia no les ahorraba ningún trabajo. Masotta se vuelve cada vez más claro.
Aclimatación
Así que el encuentro de 1984, inverso al exotismo, propone la operación de aclimatación: los que rechazan a Jacques-Alain Miller dicen que simplifica, los que aceptamos su propuesta elogiamos su claridad.
En verdad, no se trata de una cosa ni de otra. En tanto la enseñanza supone algo más que el saber porque es también la circulación de un goce, su dimensión política entra en discusión. «La política no me interesa», repiten voces candorosas. No importa, eso no le impide existir.
La política de Jacques-Alain Miller extrae las consecuencias institucionales, epistémicas y clínicas de la enseñanza de Lacan. No es el único que lo hace, pero es quien extendió esta orientación por diversos países y lenguas mediante la consolidación de una red que se conoce como Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).
Ahora la enseñanza de Lacan está aclimatada, a cualquiera le parece tan clara que nadie teme enseñarla. Otra cosa es explicarla. Pero no importa, el encanto del estilo crea audiencias mudas que después de un tiempo irán a repetir el truco en otro ámbito (esto podría explicar la clonación de pequeños grupos). Esta simpática proliferación no podría decir mucho del futuro de la enseñanza de Lacan, pero verifica un aserto de la misma: «las palabras se desplazan sin que se entienda nada».
Lacan ausente
Hace 25 años que Lacan murió pero la increíble fecundidad de su enseñanza formada por 26 Seminarios y dos gruesos volúmenes de «escritos», sin contar su excelente tesis doctoral, es una cantera inagotable de propuestas clínicas iluminadas por argumentos que movilizan recursos lógicos y retóricos para ordenar su legendaria erudición. Por otro lado, el movimiento interno de esa enseñanza que transcurrió durante tres décadas supone una constante transformación que la topología de sus últimos años pone de manifiesto.
La ausencia de Lacan, al privarnos de «la pantalla de su cuerpo» (para usar su expresión en Caracas) dejó a cada uno frente a la soledad de esa enseñanza, lo que conduce más de una vez a un discurso colectivo que vela el deseo de quien lo enuncia en cada ocasión.
Es por eso que, más allá de la universidad y sus mantras, hace falta que exista el análisis de cada uno y lo que se transmite de ese análisis. Esta es la finalidad del pase, ese dispositivo de escuela que posibilita que la singularidad de cada uno ponga en palabra la posición alcanzada en relación a la práctica de la que quiere ser responsable. Es por esto que la «Escuela» es la clave de la política del psicoanálisis y del deseo del analista.
Siglo XXI
Si el siglo XX fue problemático y febril, según Discépolo, el actual quisiera retroceder frente a esa pasión de lo real (como le llama Alain Badiou) que arrasó con tantas cosas. Es por eso que ciertos analistas conservadores adoptan aires progresistas para volver a poner en circulación una serie de ideales irremediablemente muertos. Pero no basta llamar «utopía» al fracaso para generar nuevas esperanzas de triunfo, esta vez democráticos.
Si el capitalismo programa sus terapias al paso, que las empresas aceptan como una forma más sofisticada de selección de personal, el psicoanálisis responde con una política del síntoma que pone de manifiesto que la promesa de felicidad está alimentada por un tráfico de goces bastante mortíferos. Que la palabra trauma y la palabra adicción se hayan generalizado, no debe hacer olvidar que sólo son apodos respectivos del goce y la repetición que el psicoanálisis descubrió después de la Primera Guerra Mundial en ese trabajo insuperable de Sigmund Freud que se llama Más allá del principio del placer.
Las terapias cognitivas-conductuales (TCC) que se proponen resucitar al conductismo en nombre de unas ciencias cognitivas que no exploran, no estarían frente al psicoanálisis sin las políticas sanitarias que las promueven. No estamos frente a una discusión clínica, sino ante la manipulación a gran escala de los temores y las esperanzas de unos ciudadanos teleorientados por una trivialidad angustiada que los norteamericanos, con ese gusto por los títulos catástrofes, bautizaron Panic-Attac (esta vez sin soviéticos ni marcianos).
Esta década
1910. En los festejos del Centenario Germán Greve expuso, en un Congreso de Medicina realizado en Buenos Aires, la primera versión del psicoanálisis de Sigmund Freud. Dentro de poco, en el Segundo Centenario de nuestra patria, celebramos el primer Centenario del psicoanálisis. La fecha sería propicia para debatir lo que se ha realizado y lo que falta. Por ejemplo, la falta de ese humor que encontramos en Freud. O la falta de ironía de Lacan que llevó a Jacques-Alain Miller a una afirmación inquietante que se prefiere pasar por alto: «Todavía no estamos curados del psicoanálisis, a pesar de la ironía de Lacan y, sin duda alguna, de lo que era su deseo».
¿El futuro será curarse del psicoanálisis para enfermarse de esas terapias milagrosas que llegaron a inventar el término «neuroteología»?
Espero que Dios no lo permita. Sepamos que todavía no estamos curados de la religión.
Mobirise