El cuerpo extenuado de la modernidad
Para Aristóteles el alma es la forma del cuerpo. Sólo quiero enfatizar esto, que es deducible de una especulación extensa, resumida en diversos tratados sobre el autor.
Cuando Freud, provocativo, dice que psique significa alma y que, por lo tanto, hace un tratamiento del alma utiliza palabras que son heridas físicas y también injurias morales para explicar la “eficacia” corporal del síntoma. Es decir, ese cuerpo que después será narcisista, es el cuerpo que tiene como forma un alma, es el cuerpo de Aristóteles.
El del “estadio del espejo” es más complicado, porque el sujeto se transforma al asumir una imagen. Pero, al comienzo, es la propia –aunque sería mejor decir que ahí se la apropia.
Pero, de cualquier manera, Jacques Lacan se adelantó a los artistas actuales cuando señaló esos cuerpos de Jerónimo Bosch y habló del cuerpo despedazado, de cuyas descripciones se había ocupado Melanie Klein.
Abject Art
La raíz latina jetter (lanzar) y rejette (desechar/rechazar) se conserva en lo abyecto francés. La abyección del arte actual se vale de las secreciones del cuerpo: Robert Gober usa cera de abeja y pelos humanos, Andrés Serrano sangre y esperma, Mario Quinn realiza un busto con su propia sangre congelada, (Variados ejemplos en: De inmundo, Jean Clair, Arena Libros, Madrid, 2007). No comparto el análisis y las conclusiones de Jean Clair, con su retórica de hombre airado. De cualquier manera, el libro tiene información útil, pero no acierta sobre la caída de ese cuerpo sostenido por siglos, desmembrado por la ciencia, recompuesto por una topología libidinal que ya no tiene que verse en el espejo, porque lo atraviesa mediante vecindades que son lo que Freud llamó “zonas erógenas”.
La arquitectura de un cuerpo sostenido por la “diferencia” puesta en una relación que atrae y rechaza está sostenida por un discurso que sigue siendo homogéneo, pero desde hace siglos que tenemos rastros de extrañas torsiones del cuerpo inducidas por las religiones. Esos cuerpos no parecían abyectos porque estaban envueltos en el valor simbólico del discurso que los convertía en íconos (el brazo impoluto de Santa Teresa, amuleto de Francisco Franco).
Ahora, en un discurso secularizado, esas secreciones se proponen como “reliquias” (palabra usada por Jean Clair) de un cuerpo que ya no es experimentado.
En una (im)postura de siglos. Primero cubierto con máscaras, con armaduras de hierros, con delicadas telas. Ahora, desnudo (estamos después de la Shoa) exhibiendo sus restos, en el lugar donde se celebraba la belleza de aquel cuerpo de Aristóteles que otros enaltecieron con diversas proporciones. El cuerpo erguido, el cuerpo que llega al Renacimiento como microcosmo (con su plexo solar, nada menos). Cuando Jacques Lacan dice que del cosmos queda la cosmética podemos decir que del microcosmo queda la cirugía estética (ya sabemos lo que habría hecho Josep Beuys con la grasa sobrante de las lipoaspiraciones).
La topología de Lacan anuncia otro cuerpo. Eric Laurent, en su libro Psicoanálisis y nominación (Ed. Diva, Bs. As., 2002) avanzó sobre estos temas.
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