Hacia el centenario de nuestro psicoanálisis. En el primer centenario llegó el psicoanálisis en una exposición de Germán Greve, en ocasión de las actividades “científicas” programadas para festejar la ocasión. Dos décadas después Juan Ramón Beltrán proponía la primera institución en connivencia con el pastor Pfister, discípulo de Sigmund Freud. Por la misma fecha llega Bela Szekely y trata de fundar instituciones desde Buenos Aires, Chile y Brasil.
Pero es recién en 1942, con la anuencia de E. Jones en nombre de la IPA que se fundará la filial local llamada Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
En la actualidad, por suerte, contamos con algunos investigadores que se dedican a esta historia (Mariano Plotkin, Alejandro Dagfal, Sergio Visacovsky, Hernán Scholten, Marcelo Izaguirre, Hugo Vezetti, etcétera) que todavía no tiene una estabilidad aceptable: faltan trabajos sobre la llegada de psicoanalistas extranjeros, sobre la constelación de editoriales y traducciones, sobre los viajes a diferentes lenguas (primero el inglés, después el francés) y sobre los efectos de la falta de “autonomía académica” del psicoanálisis.
El valor de esta historia para situar la importación del psicoanálisis, su producción que para-cita otros autores, es fundamental para entender sus particularidades y para renovar sus tácticas “epistémicas” (las comillas indican que no hay saber sin goce), sus políticas en lo que se llama salud pública y su manera de representarse la clínica e intervenir en consecuencia.
Una conocida analista de nuestra querida Europa explicaba con soltura y sin ninguna solvencia que la escisión de la “escuela” fundada por Oscar Masotta era un efecto de la disolución de Ecole por Jacques Lacan: el pequeño detalle de que la escisión era anterior la tenía sin cuidado.
En un panorama del psicoanálisis en el mundo E. Roudinesco coloca al psicoanálisis en Brasil en 1926 y en Buenos Aires en 1942 (sigue la historia oficial, pero no lo dice). En fin, nadie se ocupará de una historia que es la nuestra, pero eso no significa que algunos de nosotros no podamos ocuparnos del asunto. Un centenario tiene un peso simbólico que es, de por sí, ocasión de renovar algunas cosas.
Lo nuevo realiza un deseo antiguo. En Europa se cuenta por siglo; se habla del siglo XVIII y la Ilustración, del siglo XIX y el Romanticismo, etcétera. En Norteamérica se cuenta por décadas: cada diez años se ha producido una mutación. Cuando se observa la recurrencia de ciertas cosas uno empieza a entender que exceptuando el campo de la tecnociencia, lo demás tiene la costumbre de volver: todavía entendemos lo que dice Platón, Aristóteles. Todavía El Quijote sigue como modelo de su género, todavía Hamlet es la “subjetividad” moderna.
Freud transformó la psiquiatría y Jacques Lacan transformó a Freud: en los dos casos se trató de traducciones exigidas por nuevas configuraciones de saberes. A la vez, los dos inventaron un método de tratamiento: el primero como variación de la hipnosis, el segundo como variación del que había realizado el primero. Entre uno y otros existieron numerosos practicantes del primer método, ahora existen muchos que dicen practicar el método (quiero decir, el camino) de Jacques Lacan.
No estoy seguro de que sea así en ninguno de los dos casos. El programa de Foucault es brillante cuando es él quien lo escribe, vale muy poco en la prosa de sus seguidores. Lo mismo le pasó a Marx, a Freud y también a Lacan. Es decir, sus programas no son axiomáticos, de manera que permanecen como “autores” aunque alguno de ellos argumentara sobre la muerte del autor.
En la actualidad (en esta década diría un americano, es este siglo XXI según un europeo) la palabra nuevo, como en la época de Baudelaire, está en cualquier parte y remite, la mayoría de las veces a otra, a saber: nuevo packaging. Eso renueva, como la recurrente moda femenina, el deseo de los consumidores. Si los medicamentos se pudiesen guardar como los vestidos, la mayoría se podrían volver a tomar diez años después.
En EE.UU. se llaman medicamentos “yo-también” a los que con alguna molécula cambiada ofrecen lo mismo que otro que ya está en el mercado: así se ahorra la investigación y sólo cambia el nombre y el packaging.
Lo que innovó Jacques Lacan en la práctica, si alguien lo entiende, es bastante: la interpretación, el tiempo de la sesión, la función del diagnóstico, el lugar del analista, la posición subjetiva del analizante, la finalidad del análisis, etcétera.
Después de Lacan. Estamos casi al final de la tercera década sin Jacques Lacan y en la trama institucional se encuentran diferentes momentos de su enseñanza, pero no creo que hayamos salido de sus elucubraciones.
El “estructuralismo” hace tiempo que concluyó (Jean-Claude Milner traza muy bien su periplo), pero Jacques Lacan había terminado antes con el estructuralismo y con el sueño de una “ciencia” (Seminario 20, por poner una referencia). Pero no quiero seguir por este camino “epistémico” (pretexto de una rumia que lleva décadas) sino apuntar a lo que el psicoanálisis enfrenta: un conductismo que se llama a sí mismo “psicoterapia cognitiva”, una discusión que pasa por políticas sanitarias y no por ningún problema clínico, una apelación del mercado al Estado para regular desde afuera lo que ignora de una práctica discreta.
Se sabe que la política del Campo Freudiano –en la que me inscribo– es responder con la creación de Centros Psicoanalíticos de Consulta y Tratamiento (CPCT) que cumplan a la vez la función de investigación, práctica clínica y política específica. Como todo lo nuevo realiza un deseo antiguo: en Berlín, por incitación de Sigmund Freud, se creó un instituto que funcionaba de esta manera.
La renovación del psicoanálisis en lo “epistémico” implica que los analistas hagan con Jacques Lacan lo que éste hizo con Freud: situarlo en un horizonte de problemas diferente. Hoy en lo clínico hay que avanzar con el psicoanálisis aplicado para incluir a los jóvenes analistas en una práctica que no sea tutelada por los poderes públicos; en lo político, saber que el futuro pasa por quienes eduquen las inquietudes de las nuevas generaciones.
Si esas generaciones se educan en las manipulaciones “cognitivas” que hacen de la realidad el grado cero de la verdad que debe ser aceptada, mediante la modificación de cada uno de los que no marcan el paso, el psicoanálisis quedará en el recuerdo; pero si llega a ellas el mensaje que parte al menos del seminario de La Angustia (a saber, que el sujeto está expuesto a la incertidumbre y a lo irreversible) el psicoanálisis tendrá un lugar singular en el porvenir como lo tuvo en el pasado y lo tiene en el presente.
Un detalle: es condición necesaria que existan los psicoanalistas, aunque eso no es suficiente.
La carta negada. Jacques Lacan, en el momento de la disolución de su Ecole, impulsó lo que llamó la “escuela de sus alumnos” y otorgó, de manera explícita, un lugar éxtimo a Jacques-Alain Miller. Privilegio y responsabilidad que Miller llevó adelante en un trabajo que alteró de manera irreversible al psicoanálisis en varios países y en varias lenguas.
Un amigo dedicado a la historia del psicoanálisis, cuando leyó mi libro El psicoanálisis y los debates culturales se detuvo en el subtítulo “Ejemplos argentinos” para relacionarlo con el hecho de que yo le dedicaba unas páginas a Jacques-Alain Miller. Le respondí que había escuchado a Miller en muchas ciudades de lengua castellana, que me gustaba su manera de hablar nuestra lengua y que para el país del psicoanálisis esa era una carta de ciudadanía suficiente. Es evidente que no soy un funcionario del Estado argentino y como el psicoanálisis suele atravesar las fronteras y las clases sociales con bastante facilidad, tengo la costumbre de tomar la “transferencia” –en especial la negativa– como prueba de verdad de una presencia.
Miller, entonces, presente en el psicoanálisis de propios y ajenos (hay que ver el cuidado que ponen algunos de México por diferenciarse y la manera puntillosa en que otros lo paracitan sin comillas) viene desde bastante lejos: Introducción a la lectura de Jacques Lacan, libro de Oscar Masotta publicado en 1970, que está basado en un seminario realizado en el Instituto Di Tella en 1969, incluye en su bibliografía “La sutura” y “Acción de la estructura” de Jacques Alain-Miller. Por otra parte, el célebre programa para la lectura de Freud elaborado por Masotta –que orientó a dos generaciones de lectores del psicoanálisis– traslada el “índice razonado” que Jacques-Alain Miller elaboró para los Escrits de Jacques Lacan a la obra del fundador del psicoanálisis. Por esta y otras razones la empresa de Masotta puede compararse con la de Miller, lo que no implica ignorar sus diferencias.
Por otra parte, Jacques-Alain Miller se incluye, por su enseñanza y sus publicaciones en nuestro medio, entre los maestros franceses que configuraron ciertos matices de nuestra cultura (podemos recordar a Paul Groussac, a Amado Jacques y tantos otros), ya que se diferencia de otros visitantes extranjeros que dan sus conferencias en diversos ámbitos por la realización de una sólida y compleja obra institucional conocida como Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) y por la creación de una red del Instituto del Campo Freudiano en la Argentina.
Esta carta negada que es la presencia de Miller en nuestro psicoanálisis fue reconocida por Horacio Etchegoyen, un argentino que llegó a la presidencia de la institución fundada por Sigmund Freud (IPA).
Por una renovación institucional. Jacques Lacan fundó una Ecole y promovió un Departamento de Psicoanálisis en la Universidad, a la vez que llevó su palabra a diferentes ámbitos académicos.
Las dos “multitudes artificiales” usadas como ejemplos por Sigmund Freud (el Ejercito y la Iglesia) no deben su permanencia temporal a la coherencia “epistémica” de sus respectivas doctrinas, sino a los modos de organización que las sostienen.
Otra es la organización de una “escuela” con sus dispositivos específicos y su enseñanza a riesgo de cada uno (lo que la diferencia del “instituto” con su enseñanza “universitaria” pero no habilitantes, como tampoco lo es la enseñanza del Departamento de Psicoanálisis).
La innovación actual pasa por la Red Internacional de Instituciones de Psicoanálisis Aplicado (RIPA) que ya funciona en diferentes países de Europa y que en este momento cobra forma en Iberoamérica a través del trabajo del Instituto del Campo Freudiano. En esa red se articulan Centros de psicoanálisis de consulta y tratamiento creados por el propio Instituto, además de otros surgidos de la iniciativa de miembros de las Escuelas, como también los creados por quienes siguen la orientación lacaniana en diferentes Servicios, Unidades, etcétera.
Esta organización tripartita (la Escuela para la verificación de los analistas mediante el pase, el Instituto como medio de enseñanza y los Centros donde quienes se van formando se encuentran con el psicoanálisis aplicado) mostrará que el pasado puede inspirar una renovación permanente para quienes entienden que lo nuevo surge de antiguos deseos.
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