Buenas noches, aquí estamos en la presentación de las Conferencias porteñas de Jacques-Alain Miller. Sobre el libro, específicamente, hice la presentación de la que Leonardo citó los puntos que le parecían remarcables. Así que no voy a volver sobre eso.
Quiero leerles un párrafo, que es lo único que justifica que haya hecho la presentación. Se trata de unas palabras de Rafael Sánchez Ferlosio. Hay dos motivos por los que quiero leer este párrafo: uno, porque es extraordinario y otro porque, seguramente, la mayoría de los que están aquí no saben quien es Sánchez Ferlosio. Es un escritor español que nació en Italia. Un hombre mayor, tiene una novela famosa, El jarama. Pero además es una especie de filólogo, hace una reflexión sobre el lenguaje muy original. Su prosa como narrador es muy especial.
Este escritor tiene una frase que me pareció adecuada para hablar de J.-A. Miller. Dice: “Al cabo de algunos años empecé a sospechar que cuando los demás dicen que entienden en realidad están viendo ese vago resplandor, esos contornos de humo, esas difuminadas sombras que yo nunca habría osado, antaño, designar como entender”. Voy a tomar las cosas por este lado.
Freud toma un campo de la alta cultura, toma el archivo de la cultura y lo pone en tensión con el mundo profano. Hace La interpretación de los sueños, donde cita, en el capítulo 2, desde Aristóteles hasta lo que se escribió antes sobre el sueño. Demuestra que es una máquina que tiene un funcionamiento automático, que es un programa que funciona solo. Luego pasa al mundo profano, sale a recolectar chistes, y muestra que esa máquina que domina a unos funciona en otros que son capaces de hacer algo con ella. Por ejemplo, el humorista que no sólo puede hacer algo respecto a su propia relación con la máquina, sino que puede maniobrar de acuerdo a como opera esa máquina en la audiencia. Estamos en El chiste y su relación con lo inconsciente.
Hay un capítulo sobre la función social del chiste, donde bastaría cambiar la palabra Witz por la palabra psicoanálisis para aprender muchísimas cosas para la práctica analítica. Después, en Psicopatología de la vida cotidiana, dice que uno no domina esa máquina, hace lapsus, como Silvia.
Hay que pensar que en el libro está la filosofía, está la filología, está la ideología de la época. Pero hay como una cierta irrisión. Por supuesto, nosotros no sabemos nada de esto. Como dice Lacan, una vez que se sabe algo de memoria se lo deja de saber definitivamente. Decía, hay una irrisión de aplicar semejante conjunto de saber a nada: a un chiste, a un lapsus, a un olvido. Esta es una operación que viene de la vanguardia. Podemos decir que todos los escombros que Freud junta son sus readymades. No son los de Duchamp, sino un modo de funcionar y un modo de encontrarse con la cultura.
Si Freud hubiera dicho ‘acá empiezo yo y lo anterior no vale nada’ hubiera fracasado. Si Freud hubiera contado chistes en los cafés de Viena, seguramente no sabríamos quién es. Si Freud se hubiera dedicado a equivocarse cada vez que hablaba, solamente la familia estaría molesta por eso. O ni siquiera. Fue la operación que él armó lo que lo destaca.
Un ejemplo, para entender lo que Freud arma, es la Mona Lisa trabajada por Duchamp. La Mona Lisa está en el archivo de la cultura, Duchamp la trae al mundo profano, según los términos de Boris Groys. Ahora no es sólo la Mona Lisa, porque está la que hizo Duchamp. Esto no es un chiste profano, porque se refiere a una obra valiosa que es la Mona Lisa. Esta operación, para decirlo de manera sofisticada, se puede comparar con la différance de Derrida. Se muestra que algo no es diferente, pero que tampoco es lo mismo. Es una operación que se repite cada vez que alguien logra, de alguna manera, renovar algo en el psicoanálisis. “Digo y repito –dice Lacan- porque lo único que no se repite es la repetición misma.”
Me parece importante la diferencia entre dos términos que marcó Leonardo en relación al tema de las mediaciones. Lacan quiere sacarse de encima la mediación hegeliana que lo acompañó muchos años: introduce el salto al límite y una serie de operaciones; la repetición, el corte, etcétera. Dice en algún momento que no hay mediación entre el significante y el significado, y Miller nombra varias correlaciones que no tienen ninguna mediación.
En un determinado momento Lacan se encuentra con que Freud es parte del archivo, porque a partir del ’39 forma parte del patrimonio cultural en diversas lenguas. Eso es algo que ya no se discute más. Lacan tuvo en su juventud ciertas reticencias con Freud. Hay que recordar que hasta el año ’48 era hegeliano. Es decir que trata de explicar la agresividad en psicoanálisis con tesis que son sacadas de la locura de Hegel (en sus dos sentidos).
El vuelco es su gran manifiesto, que es tan importante como el Manifiesto Comunista o los grandes manifiestos de las vanguardias políticas y culturales del siglo XX, me refiero al “Discurso de Roma”. Se trata de un discurso, que a la vez es un programa de investigación, donde ya indica cuál es ese otro que va a transformar.
Lacan va a transformar a Freud en otra cosa, lo va a traducir y a partir de ahí Freud ya no será nunca más Freud, pero tampoco se puede decir que no es Freud. Lacan ya nunca va a poder ser Lacan, pero tampoco se puede decir que es la superación de Freud.
A veces J.- A. Miller dice que al establecer los seminarios deja hablar a Jacques Lacan. Eso irrita a sus antagonistas. Pero Lacan ya no es igual al que hablaba y Jacques-Alain Miller, como suele decirse vanamente, no es sin Lacan. Notan, entonces, que hay una serie de encadenamientos un poco complejos en estas operaciones culturales. Por supuesto, clínicas.
El otro tema que me parece fundamental es que después de Wittgenstein ninguna frase quiere decir nada sin el contexto en que está puesta. En este sentido, me parece muy apropiado el título Conferencias porteñas. Hay una tensión que se produce de entrada cuando J.- A. Miller va a Caracas a decir “el otro Lacan”. El Lacan del objeto a. Es invitado a Buenos Aires a hablar de la lógica del significante, no del objeto a. Nadie dijo “¿qué es ese otro Lacan del objeto a?” Sino “¿qué me dice usted de la lógica del significante?”
A partir de ahí estos libros tienen dos vectores: uno de ellos se dirige hacia el texto de Lacan y a las intervenciones que J.- A Miller hace acerca del texto, y otro vector que va a la audiencia, esa audiencia porteña.
Al hablar de manera coloquial con J.- A. Miller, le dije “tal dice tal cosa”, me respondió “eso le dice a usted”. No hay caracteres ni personalidades, hay respuestas. Esta para mí fue una enseñanza, saber que lo que alguien me dice, me lo dice a mí, no es algo que está diciendo. Esto es lo que diferencia el tipo de enseñanza al que puede aspirar una escuela.
Lacan llama a Otto Fenichel ‘el gran recolector’ porque juntó lo que se decía, lo puso todo junto, hizo un índice temático y uno onomástico y permitió así que dos generaciones no estudiaran nada sino que hicieran congresos por el índice de Otto Fenichel. J.- A. Miller lo dice de otra manera, habla del manual universitario, que implica la sincronía del comienzo con el final. En un manual se supone que los argumentos son sucesivos porque el lenguaje lo exige, pero se cree que esos argumentos se podrían dibujar simultáneamente porque tienen coherencia del primero al último. Esto no es la enseñanza de un seminario, donde hay tropiezos, saltos, repeticiones, vueltas atrás, correcciones. Hay citas de cosas no desarrolladas, hay desarrollos de cosas no citadas, etcétera.
Quiero decir que como receptor porteño de estas conferencias me parece que me vuelve a plantear lo que ocurrió cuando conocí a Miller y a otros de su equipo: cómo tratar el décalage cultural entre el que emite este discurso y el que lo recibe. O, para decirlo en forma simple, qué hacer con el hecho de que un argumento enunciado en París llegue catorce horas después como una orden a Buenos Aires. Es una misteriosa sustitución de S2 por S1. Bueno, es el partenaire que un sector de nuestra cultura, en el que en la actualidad se encuentra el psicoanálisis ha elegido, me refiero la cultura francesa. Hay otro sector que eligió como partenaire a la cultura alemana, en especial por la filosofía. Y otro sector que ha elegido a la cultura de la lengua inglesa por diversos intereses que nos incluyen en conjunto.
Por eso me intereso en el tema de la historia, en la construcción de un archivo, en el sentido de Boris Groys, para que estos textos no se disuelvan en el aire. ¿Se acuerdan cuando se leía Melanie Klein? ¿Y cuando se leía Eric Fromm? ¿Quién podía amar sin El arte de amar? ¿Quién podía tener un orgasmo sin Wilhelm Reich? ¿Quién podía juntar política y psicoanálisis sin Marcuse? Cualquiera puede hacerlo ahora, y sin embargo hace treinta años nadie podía hacerlo sin ellos. Me parece que es una dificultad colectiva.
Considero que es necesario introducir en el archivo de la cultura argentina a J.- A. Miller, y tengo una prueba que no es ad hoc. En mi libro El psicoanálisis y los debates culturales. Ejemplos argentinos, escribo sobre J.- A. Miller, junto a capítulos que dedico a otros como Arminda Aberastury o Arnaldo Rascovsky. Un amigo historiador me preguntó “¿Ahora Miller es argentino?”. Incluí a Miller en este libro, porque si hay alguien que enseña en español, en Buenos Aires, en Madrid, no se ve qué lo diferencia de otro que enseña en la misma lengua y en los mismos lugares. Dejemos para otro momento la comparación de los talentos.
Para concluir, quizás lo más interesante es que vamos a descubrir, retroactivamente, que en los últimos ’30 años no hemos dicho nada en Buenos Aires que de una u otra manera no esté contenido en estas conferencias.
Es todo, muchas gracias.
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