Hablar de Jacques Lacan en el siglo XXI, sin demorarse en argumentos que confortan a los convencidos, supone algún cálculo sobre el fracaso de las técnicas de exclusión del sujeto en nombre de los intereses del individuo. El lenguaje sofocado por las “redes sociales”, que lo reduce a ser vehículo de una inmensa tautología, pareciera confirmar la prospectiva expuesta por Alexandre Kojève, a la que alude Jacques Lacan cuando dice en 1955: “Por otra parte, la interpretación más correcta del fin de la historia que Hegel evoca es que se trata del momento en que los hombres ya no tendrán más cosas que hacer que cerrarla (a la boca, viene hablando del silencio). ¿Es esto retornar a la vida animal? ¿Son animales los hombres que acabaron no teniendo necesidad del lenguaje? Grave problema que no parece resuelto en ningún sentido”.
El espectro de las grandes figuras del siglo XX parece esfumarse en las redes sociales del siglo XXI, que lo sustituye por héroes cibernéticos que no nacen del logos, sino de lo real que surge ex nihilo de la tecnociencia. ¿Acaso la “guerrilla” de las redes sociales no gira en el vacío hasta que encuentra cuerpos que la encarnan en una acción específica? El medio es el mensaje, incluso el masaje, pero no el acto del sujeto.
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