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Prosa de montaje

# (11 de marzo 2018). Prosa de montaje. Sobre Rojo sangre (Planeta), novela de Rafael Bielsa. En Página 12, Buenos Aires. 

Rojo sangre, la última novela publicada por Rafael Bielsa, excluye el misterio del mal y muestra el nudo problemático de las acciones que se realizan en la constelación de venganzas que expanden esas acciones. “No es venganza –se repite Ronco. Es jerarquía, es orden, es mando. Es necesario que todos tengan miedo. La venganza nunca es buena, mata el alma, la envenena. Al revés, los pibes necesitan un jefe . Lo mejor es que me tengan miedo, aunque me odien. El coraje está primero que todo, porque protege lo demás.”

Para que los “pibes” acepten un jefe hace falta algo más que el miedo y el odio, ya que tendrían que ignorar que el jefe es la venganza encarnada. La diferencia de edad con el jefe supone un tiempo que fue, un tiempo que el jefe hace presente.

Pero los pibes aunque hablen de un hecho pasado, lo dicen en presente. Rojo sangre trenza también los hilos del coraje, pero los hilos se cortan, los pibes tienen madres que relativizan el poder del jefe, cuando este es el padre. Como dice Malerba, personaje de otra historia, “ni el coraje es monopolio de los virtuosos ni la virtud definitivamente ajena a los malvados”. 

Rafael Bielsa es diestro en el estilo de la “enumeración caótica”, que le facilita la trama rizomática del conjunto de la novela: “También recordó Caltagirone, los meses previos al viaje con su padre hacia la Argentina. Había sido una época de sueños espesos y disparatados: cuerpos rebanados, objetos imposibles, asnos de rodillas, armas descabelladas. Figuras con expresiones que sólo podía describir recurriendo a un lenguaje suntuoso y fúnebre” . 

En la enumeración se trata de la ironía de algunos personajes, en particular Riesi, la figura del periodista, que es también la voz que intenta encontrar la verdad que existe en una tragedia que parece ser vivida por los diferentes personajes como una fatalidad: se trata del contrapunto de diversas voces: “-Silencio de radio, don Mario, lo mismo que el Ronco y la Banda de los Búnkeres. Se me hace que el Langostino anda en algo grande, lo mismo que el Ronco. Me parece que este veranito es el canto del cisne en la agonía, ¡qué quiere que le diga!”. “A Riesi le vino a la cabeza el final del artículo que había escrito unos días antes: Ni la situación ha llegado a su fin ni lo peor ha quedado atrás.” 

Riesi ha creado, entre la página 310 y la 315, la epifanía del conjunto de lo escrito. Unas páginas antes el periodista explica a su interlocutor: “Se llama ‘prosa de montaje’, Luciano. Esto es la unión entre párrafos y peripecias, encadenando la acción a sucesos que caen uno tras otro, como diapositivas con ritmo. Ese fue el procedimiento de Malraux, por ejemplo en La esperanza.. 

La explicación irónica del periodista muestra lo conclusivo de lo escrito en las páginas anteriores. 

En nuestra literatura hubo demasiadas versiones piadosas y pocas que mostraran la crueldad que aparece en las historias vividas. Lo peor se encuentra en lo filmado sobre esa desigualdad que proliferaba en los “asentamientos” de los que llegaban de las provincias y de países limítrofes. (El periodista Osvaldo Aguirre reseña las maneras en que los distintos temas de la delincuencia aparecieron en el cine argentino desde Turbión –1938– de Antonio Momplet hasta el asesino serial Carlos Robledo Puch, en la película de Luis Ortega que se estrenará este año.) 

El escritor y periodista Bernardo Verbitsky bautizo a los conglomerados al llamar a su novela sobre el tema Villa Miseria, nombre al que agregó también es América. Recibió un premio de la editorial Kraft y otro de la Secretaría de Cultura de la municipalidad. Sus personajes son presentados en parejas con hijos, gente bondadosa que busca un porvenir: “Trabajando creaban el futuro en el presente, y disfrutaban el placer de ese esfuerzo. Algunos consideraban estéril todo acto. ¿A qué atarearse? Para ser dueño de ese basural, en el mejor de los casos”.   

Lejos de la Villa Miseria de la esperanza, Rojo sangre describe el salto cualitativo de quienes saben de antemano que no hay salida: “El pibe había resultado indemne, pero su proyectil le perforó el pómulo derecho a la niña, quién debería convivir con un surco desde la oreja hasta la boca por el resto de su vida”. 

La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, muestra que la lealtad entre los propios y la transgresión a la regla de los otros traza un territorio donde la muerte se transforma en burla: “prohibido arrojar cadáveres”, se lee en el cartel del basural. Vallejo habla de Colombia, de los caminos sin salida de una tragedia afrontada con pasión.

Rojo sangre se libera de la exclusividad del estilo directo libre, y multiplica el vocabulario de los personajes que se incluyen en la narración. (Entre nosotros se puede recordar el estilo “oral” de Manuel Puig, la perfección de los registros de voces en Los hijos de Sanchez, de Oscar Lewis y El llano en llamas, de Juan Rulfo.)

Rafael Bielsa se vale tanto de recursos de la poesía como del periodismo. Riesi, en un momento recurre al periodista Ryszard Kapuscinki. Se trata de una cavilación sobre el periodismo: “Heródoto era un hombre curioso que se hacía muchas preguntas, y por eso viajó por el mundo de su época en busca de respuestas. Siempre creí que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede”.  

Esta breve cita dentro del texto se encuentra en una secuencia que va de la página 310 hasta la página 315. En esas páginas se condensan acontecimientos y la certeza del mal se instala sin atenuantes. Comienza: “El domingo, Riesi llegó a la redacción cerca de las ocho. Se sentó, encendió la computadora y…”. Cuando llegamos a la primera parte de la página 315: “Sabés qué fue lo que más me gustó de estos últimos siete días, Riesi?...”. En esta cita la pregunta no responde. El narrador la pasa por alto para concluir: “Riesi no supo si fue lo que había escrito el domingo por la noche o por lo que escribiría sobre los sucesos de ese lunes pasado al mediodía”. 

El comentario de Rojo sangre podría concluir con una observación de Terry Eagleton: “La mayoría de las perversidades son de origen institucional. Quienes roban dinero de los fondos de pensiones o contaminan regiones enteras del planeta son unos individuos afables que suponen que los negocios son los negocios.” Y en esta novela también se trata de las víctimas de esos negocios.

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