Este libro terminado en 1967, publicado en 1968 y prohibido en 1969, Empezó cuando tenía veinte años y aprendí a escribir mientras lo escribía. No fue pensado como una novela, dado que en el libro mismo se habla de su imposibilidad.
Pero a la hora de nombrarlo es una novela, puesto que no da para otra cosa. No me he privado de excluir aquello que, en la economía misma del relato, era una torpeza suplementaria. Reconozco, a su vez, que la torpeza misma del libro no puede borrarse. Adopté la sugerencia de Paul Valery: saqué lo que para mi lectura actual era una escoria, sin agregar nada que no estuviese ya en la primera redacción. También puse bastardillas a ciertas frases, convencido de que eso introduce una escansión, diferente al doble espacio y la separación en partes y capítulos.
He borrado lo que no me gustaba y si admito y deseo esta publicación es porque ya no escribiría un libro así. Me es extraño al punto de que me fue fácil cambiar los nombres, me fue fácil renunciar al equívoco de la biografía. Una historia habrá sido, futuro anterior. Una historia no fue, es un hecho. ¿Cómo podría lo dicho recordar el decir?
Mi lectura no quiere ser piadosa, pero nada garantiza por eso mismo que sea ésa otra cosa.
Este libro conoció el éxito y la prohibición, fue elogiado y criticado por personas de pareja autoridad. Me consta que fue gustado por cientos de lectores sin ningún interés profesional, de lectores que tenían el hábito de lo verdadero, lo divertido, lo patético, etcétera. Desdeñar ese hecho es creer en la estética, elevarlo a criterio de valor es rendirse a la estadística.
Pero olvidarlo puede ser el más banal ejercicio de la pedantería.
Es para mí un hecho de que el libro carece de una destreza a la que aspiro, lo que de ninguna manera me lleva a olvidar sus faltas.
La prohibición argumentó: 1) Obscenidad del conjunto; 2) Falta de destreza literaria; 3) ausencia de crítica social.
Este último punto es sorprendente, ya que por entonces gobernaba Onganía. Pero lo es menos si pensamos que la rebeldía de la juventud es la chispa para encender cualquier poder. ¿Qué podía hacer un militante católico de Onganía que no aspiraba a su redención, tampoco a la redención de nadie? Lo que hizo, buscar su prohibición.
Recuerdo que respondí a la censura, pero también recuerdo que esa prohibición fue un toque de suerte para un libro que podía naufragar en la tontería de la que había partido -a saber, Henry Miller y su pasión del vínculo-.
Si existe algo que me exaspera en la voz de este libro es su apología del vínculo, con lo que éste supone de sumisión a los valores de la persona y con lo que transmite del fardo que llevan los esclavos (un goce que es la propia esclavitud).
Que yo sepa, nadie subrayó la reiterada aparición de la palabra escapar. Y se trata de eso, de una huida cuyo límite es la muerte del padre.
Cuando mi padre murió fui a la Editorial Jorge Alvarez y agregué como final la fecha de este suceso. La muete de mi padre terminó este libro por mí, por eso me puse a escribir otro. Por eso he sacado y no he agregado. Ahora, nada queda obsceno, para peor.
Germán García
Barcelona, julio de 1985
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