Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol: y de pronto anochece.
Salvatore Quasimodo 1942
Como las primeras vanguardias, sobre todo el dadaísmo, movimiento que admiraba y sobre el cual había escrito, el interés de Germán García (1944-2018) era no dejar indiferente al que se dirigiera a él. Cuando empezó a venir regularmente a Tucumán, por el año 1985, ya era un nombre de la cultura argentina y del psicoanálisis. Había publicado novelas, la primera de ellas Nanina, de gran repercusión y éxito editorial, a los 23 años; había creado y escrito en revistas de literatura (Los Libros, Literal), había conocido a Oscar Masotta, estudiado, fundado instituciones y revistas de psicoanálisis con él; había escrito La entrada del psicoanálisis en la Argentina a los 34 años; había publicado ensayos literarios sobre Macedonio Fernández y Witold Gombrowicz; había vivido cinco años en Barcelona, impulsando el grupo de psicoanálisis en torno de la Biblioteca Freudiana de Barcelona y ya había entrado en compromiso con Jacques-Alain Miller y el movimiento que este discípulo de Lacan iniciaba. Compromiso que mantuvo hasta hoy.
Movido quizá por la idea del Tucumán cultural de los años ‘60 que él conocía, entre otras cosas, por la página literaria de este diario (siempre recordaba que de joven esperaban con amigos el amanecer de los domingos para comprar el diario en las revisterías de Corrientes), pensó que esta ciudad tenía potencial para formar y consolidar un movimiento psicoanalítico que liderara las otras provincias del Norte. Se trataba de la difusión y de la inserción del psicoanálisis lacaniano y de pensar las estrategias particulares para nuestra ciudad. Lo hizo durante seis o siete años, viajó una vez por mes, enseñó, orientó, organizó grupos una y otra vez, dio el tono de lo que debía ser un funcionamiento institucional, difundió bibliografía, promovió la lectura y la publicación de libros y revistas, y relacionó Tucumán con el movimiento psicoanalítico nacional e internacional. Existen cinco libros publicados que reúnen las clases de los cursos que dictaba en esos años y que dan una idea de su estilo y de la potencia de su transmisión. Son además un testimonio histórico del movimiento cultural y psicoanalítico de fines de los ‘80 en Tucumán.
Un federalista
Con el paso del tiempo, las cosas no fueron como él hubiera esperado, y tras esa decepción, la saga tucumana cayó para él de a poco en el olvido. Fue una oportunidad perdida, pues tenía un interés genuino por el curso de los acontecimientos en la provincia; era, podía decirse, federalista en el mejor sentido. Con el deseo de mantener el vínculo, algunos de nosotros, en 2012, creamos una fundación cultural y nos mantuvimos en relación con él hasta sus últimos días.
Con un estilo inigualable, su modo de enseñar combinaba la precisión y la lógica de los conceptos con un modo de narrar y ejemplificar único, donde el humor aliviaba con sutileza el peso de la teoría. Este espíritu cartesiano, de claridad, distinción y genio astuto, es el que cristalizó y sostiene la institución que presidió durante más de 30 años, la Fundación René Descartes de Buenos Aires.
Los libros
Su biblioteca era la de un sabio moderno, alguien para quien el saber es útil y que se comparte, que se expresa y se aprende en los libros. Ordenada por temas, cada anaquel cubría extensamente un campo cultivado por él, psicoanálisis, epistemología, crítica literaria y de arte, ciencias cognitivas, filosofía francesa, germana y anglosajona, etcétera. Uno podía tomar al azar cualquier texto, la Fenomenología del espíritu de Hegel, un escrito de Lacan, un libro de Sennett, de Hacking, Kojeve, Aby Warburg o bien de Quevedo, Joyce o Beckett, por nombrar sólo una pequeña porción de esa colección, y seguramente el libro estaba subrayado y anotado. Su relación al saber no era solemne, era un saber alegre, para decirlo con Nietszche. Con entusiasmo y soltura, elegía el texto adecuado y citaba algo justo en el momento oportuno. Su inmensa erudición y su gusto por recomendar libros está en todos los testimonios que desde hace días pululan por las redes.
Eterno controversista
En el año 2003 ganó la beca Guggeheim, cuyo resultado fue el libro El psicoanálisis y los debates cultuales, publicado por Paidós, que recorre la imbricada trama del psicoanálisis, la literatura y la filosofía en nuestro país. Viajó a Princeton, recibió el premio de la prestigiosa organización y dio conferencias en la universidad donde alguna vez enseñó Albert Einstein.
Eterno controversista, desafiaba los lugares comunes, las respuestas trilladas y el lenguaje estandarizado. Germán García, siguiendo a Lacan, descreía de la neutralidad del psicoanalista: si se acudía a él, eso tendría consecuencias; su intervención iría disparada como flecha al centro del objetivo. Había realizado dos análisis, uno en Buenos Aires y otro en París (con Eric Laurent, discípulo de Jacques Lacan) y él, como psicoanalista, tenía una práctica prolífica.
Frente a él, afirmar algo era comprometerse a hacer, y a partir de ese momento el teléfono sonaría con insistencia en la quietud de la ciudad norteña para preguntar cómo iba la cosa. La experiencia del tiempo era la del psicoanálisis, la premura del decir y del acto, la exigencia del ahora, no había después ni postergación que se justifiquen.
Insistía en su enseñanza en la especificidad del psicoanálisis como una disciplina con sus propios principios, no subsumible ni a la psicología, ni a la psiquiatría, ni a ningún otro campo que quisiera apropiárselo. En un gesto eminentemente freudiano, enseñaba a sospechar de cualquier teoría que garantizara una felicidad inquebrantable.
Cada día caminaba hasta su consultorio, hablaba con la gente de su barrio o de algún café cercano, tenía en cuenta todas sus opiniones; no había para él diferencias o niveles entre las personas.
Parafraseando al psicoanalista catalán Vicente Palomera, no es seguro que el psicoanálisis y el mundo de las letras en Argentina tengan aún alguna medida de lo que supone su desaparición.
Puedo decir que tuve la experiencia de su amistad y de la fidelidad que él guardaba a sus amigos; eso también fue un aprendizaje a lo largo de los años y, como suele decirse en francés: la lección de Germán García.
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