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¿Qué hizo Lacan con la lingüística?[1]

Por Alicia Alonso

Nadie puede negar el lugar que Saussure ocupaba en París, en los años ‘60, cuando un conjunto de intelectuales que conocía y apreciaba sus trabajos científicos, consideró que la lingüística en general, y el Curso en particular, podían abrir las sendas de un método y una visión del mundo que sustituiría fundamentalmente, la versión sartreana reinante por entonces.
Nadie puede negar tampoco que a Lacan las relaciones entre el lenguaje y el estado de cosas al que éste se refiere, siempre le interesaron. Saussure construye un modelo del signo que se separa de toda teoría de la representación. Al hacerlo, introduce entidades que la tradición filosófica no proporcionaba. Seres que no son un ser o cuya unicidad se define en un entrecruce de determinaciones múltiples y no alrededor de un punto íntimo de identidad consigo mismo.
Desde esta perspectiva, donde la identidad desaparece como principio, Lacan reorganiza las categorías del psicoanálisis produciendo un efecto de desustancialización y vaciamiento semántico que le permite no sólo alejarse del dominio de las teorías de la representación, sino, también, diferenciar el psicoanálisis de cualquier hermenéutica o idea de comprensión, evitando que se convierta en una ciencia auxiliar de otro discurso. Llámese a éste psiquiatría o psicología.
En este sentido, la lingüística saussureana proporciona a Lacan modelos y herramientas para emprender nuevas configuraciones y resolver mediante una serie de relaciones de préstamo y desplazamiento de sus conceptos, difíciles problemas.[2]
 
En este aspecto, su acercamiento a la lingüística no puede dejar de lado las consecuencias retóricas y estratégicas de una de las tesis centrales de la teoría lacaniana: no hay ningún metalenguaje. Lacan desestratifica de manera sistemática, evitando la lógica de la compilación, combinando fragmentos de teorías diferentes, añadiendo nuevos elementos, recurriendo a distintos discursos para forjar lo que él entiende por psicoanálisis.
De esta manera, a lo largo de su enseñanza, los conceptos lingüísticos adquieren un valor de verdad que no puede ser reducido a su definición.[3] 
 
I
Lacan comienza por desplazar al campo del lenguaje las propiedades de la lengua definida por Saussure como un sistema de signos, descripta como una materialidad de naturaleza social que permite construir un dominio homogéneo de entidades repetibles. Simultáneamente, ubica en la función de la palabra la potencia realizativa del habla, donde cada dato es no repetible, haciendo valer en toda locución la dimensión de lo no idéntico, otorgando otro lugar a lo que se sustenta en el doble sentido y lo dicho a medias. A partir de aquí, en un segundo momento, Lacan aísla el término significante.
Desde todo punto de vista, ambas operaciones se caracterizan por inscribir el psicoanálisis en la lingüística, pero a través de una serie de pasos que lo separan de este campo. Más aún cuando Lacan no se limita a enunciar una conjetura sino que legitima su teoría diciendo que se trata de la doctrina del significante y que entre sus propiedades, el núcleo duro es la teoría del sujeto. 
Mediante esta operación introduce un sujeto que no se define por la autonomía de la conciencia, desplazando el concepto de autonomía a lo simbólico, ubicando el psicoanálisis en relación al discurso de la ciencia.[4]
Su respuesta a Daniel Lagache (1958), hace explícita la medida de lo que estaba en juego cuando escribe que la lingüística ha introducido en la ciencia su estatuto indiscutible: con la estructura definida por la articulación significante como tal.
En el contexto de esta estructura, así definida, Lacan propone otro concepto de inconsciente, situándolo en una constelación significante que comparten los sujetos de una misma cultura. Se comprenderá mejor el inconsciente, explica en La carta robada, si se considera el funcionamiento de un sistema al que se le supone la menor cantidad posible de propiedades específicas.
Su punto de partida es que el significante está estructurado según las normas de una articulación. Esta premisa introduce otro tipo de referente e instala una perspectiva que ubica la verdad en el interior de un discurso, como articulación, y no como adecuación a una realidad exterior al mismo. En esta perspectiva, el deseo, atrapado en una metonimia, se constituye en un término clave.
A través de estas operaciones, Lacan subsume los términos freudianos, encuadrando la cura en un algoritmo y una fórmula de detención. El síntoma, como las formaciones del inconsciente, se inscribe en el registro de la sustitución y por lo tanto, es descifrable.
 
Desde todo punto de vista, para Lacan, el fundamento de la dimensión de lo simbólico es el significante. Esta vía desplaza el valor que lo imaginario tenía en el inicio de su enseñanza. En este sentido, la lingüística es la referencia que corresponde al predominio de lo simbólico, es la referencia que caracteriza el inconsciente como descifrable. 
Pero lo simbólico adquiere un límite que obligará a Lacan a reconsiderar el estatuto de lo imaginario y lo real, otorgándole a este último la preeminencia. La combinatoria significante se topa con un resto que se sustrae a cualquier desciframiento. Un límite que indica que hay algo que es imposible de reabsorber en el tejido significante.
Esto conducirá su enseñanza hacia los límites del lenguaje. Lo real pasará entonces a primer plano otorgando un nuevo valor a lo simbólico, el sujeto y el inconsciente.
De esta manera, dicho límite irá reorganizando su elaboración sin dejar de lado una serie de imposibilidades. La imposibilidad de definir el lenguaje como un código y la palabra como comunicación. La imposibilidad de definir una semántica, una sintáctica o incluso una fonemática, como zonas independientes de la pragmática.
 
II
En este sentido, el Seminario 12 ubica un giro que nos obliga a percatarnos de las sutilezas y vericuetos que Lacan emplea para salir de ese límite. Esas clases de los años ‘64 / ‘65, dedicadas a los problemas cruciales del psicoanálisis, convocan una serie de interlocutores y referencias a partir de las cuales Lacan critica la lingüística estructural y sus dificultades para describir el dinamismo y la temporalidad del lenguaje, así como su fuerza representacional y los vínculos con los sistemas culturales.
El énfasis puesto en la retórica da una pauta de que el desplazamiento hacia una lingüística de la enunciación, que se había iniciado algunos años atrás, añade ahora los elementos de la pragmática.
Es el uso del lenguaje y sus funciones, explica Lacan en estas clases, lo que introduce una topología, diferente de la que había planteado en los años ‘50. Ya no se trata de una cadena significante y un lugar, el Otro, sino de envolturas que permiten ubicar algo que no se traduce, algo que pasa de un significante a otro (allí está el sentido), pero que es irreductible en una estructura que no podría cerrarse sobre sí misma.  
Ahora bien, si tomamos en cuenta que, de acuerdo a las palabras de Lacan, es la lingüística no saussureana la que topologiza el significante y el lenguaje, es menester aclarar que en ese momento, en Francia, los lingüistas no saussureanos adherían a las proposiciones de los filósofos del lenguaje ordinario.[5]
Sin descuidar estas referencias, Lacan critica la estructura lineal del significante, argumentando que esa cadena no sirve para dar cuenta de “los efectos de tornasol del sentido” ni del “dinamismo de los recubrimientos anudados”. Al referirse a los efectos de sentido, y el lazo con la gramática, concluye que el enlace de los elementos de una cadena significante engendra siempre una significación.
Lacan toma en consideración el habla en un contexto de uso: el sentido no puede comprenderse a partir de frases aisladas. El contexto y el orden de las palabras indican los modos en que el ser aparece. Por eso es importante si la palabra marcada como un ser está o no precedida por la palabra marcada como cualidad.[6]
Años después, este será uno de los temas de las clases del Seminario 20.
 
III
En 1972, en L’etourdit, el adiós a la lingüística es explícito. Lacan dice que  “la referencia por la que sitúa lo inconsciente es justamente aquella que a la lingüística escapa”.  
Sin embargo, aclara que era difícil no entrar en la lingüística a partir del momento en que se había descubierto el inconsciente. Y subraya que si se considera todo lo que, de la definición del lenguaje, se desprende, en cuanto a la fundación del sujeto, habrá que forjar alguna otra palabra. Esa palabra será lingüistería.
En la clase dedicada a Jakobson, en el Seminario 20, Lacan explica que la fórmula “el inconsciente estructurado como un lenguaje” cambia la función del sujeto como ex - sistente. “El sujeto no es el que piensa. Sino, propiamente, aquel a quien se compromete en la asociación libre a decir lo que se le ocurra, necedades. De allí surge un decir que no siempre llega a ex - sistir al dicho pero que es la única vía para alcanzar algún real”. Lacan cita una frase de L’etourdit, “que se diga queda olvidado tras lo que se dice en lo que se escucha”.
De esta manera, la disyunción entre el campo de lo real, el campo simbólico y la teoría del sujeto, pone en evidencia los límites del significante, definiendo lo real por la exclusión de todo sentido.[7]
La relación del significante y el significado, que para Lacan es contingente, se explica en esas clases porque los efectos de significado parecen no tener nada que ver con lo que los causa. “Justamente, porque lo que los causa tiene cierta relación con lo real. Esto quiere decir que las cosas a las que el significante permite acercarse, siguen siendo aproximativas. La relación del significado con lo que está allí como tercero indispensable, a saber, el referente, es propiamente que el significado no lo alcanza (lo yerra).” 
En otras palabras, el hecho de que un sonido remita a un sentido o que un signo remita a una cosa es un puro encuentro. Es así, pero podría ser de otra manera. La relación de contingencia alude siempre a un encuentro particular que determina de manera solidaria una serie de signos que no preexistían a ese encuentro.
No hay relación. Se trata de un encuentro que no representa nada, que es solamente un punto de contacto, en términos de Saussure, “un puro cualquiera” que basta para traer a la existencia entidades en las que es posible reconocer cualidades y suscitar diferencias.
En todos los casos, se trata de una combinación particular que se estabiliza. Esta perspectiva pone un límite al concepto de estructura en tanto establece que hay una relación librada a la contingencia, sustraída a la necesidad.
Lacan da un paso más en este sentido cuando en las clases del Seminario 20, Aún, ubica el lenguaje como uno de los aparatos de goce a través de los cuales la realidad es abordada. Hasta ese momento, el lenguaje y su estructura, definida por la articulación significante, eran un dato primario. Sin embargo, a través de estas elaboraciones, el lenguaje se convierte en una construcción contingente, una elucubración de saber sobre lo que Lacan denomina lalengua.
Este punto de partida produce una inversión en su enseñanza que, a partir de aquí, hará del concepto de “No relación” una clave de lectura.

Alicia Alonso
12 de noviembre 2011
XXV Coloquio Descartes

 

[1] Agradezco a Germán García sus sugerencias para este trabajo.
[2] Jean-Claude Milner desarrolla estos temas en varios de sus libros, en la ocasión he prestado especial atención a las charlas que conforman El amor de la lengua (Visor, 1998).
[3] En algunos casos, las referencias extraídas de la lingüística tienen una función probatoria, o evidencial, que indica que el conocimiento de lo dicho proviene de esa fuente. En otros casos, las referencias ofrecen la dificultad de no anunciarse como tales y sólo pueden interpretarse como citas gracias a la información contextual. Es esta puesta en contexto lo que ayuda a dar sentido a algo que de otro modo, si tomáramos frases aisladas, podría verse como un equívoco.
[4] Jacques-Alain Miller desarrolla estos temas en distintos artículos de la serie de los Matemas 1 y 2, así como en las clases que conforman su curso La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica (Paidós, 2003).
[5] En una de las clases del Seminario 20 podemos leer la pregunta ¿qué es el significante? Lacan responde: “Tal como lo promueven los ritos de una tradición lingüística que no es saussureana debe estructurarse en términos topológicos. Es primero, aquello que produce efectos de significado. Esta manera de topologizar lo que toca al lenguaje.”
[6] En las clases del Seminario 12 Lacan se opone teoría instrumental del lenguaje (la polémica Piaget/Vigotsky), y vuelve sobre las hipótesis de Peirce, Quine y Russell.
[7] En las clases del Seminario 20 Lacan se embarca en una conversación con Recanatti acerca del signo en Peirce, mide los méritos de la lectura de dos filósofos cercanos a Derrida, Lacoue Labarthe y Nancy, en El título de la letra. Invita a Jakobson, y a Paulhan a exponer su investigación sobre los usos del proverbio. Invita a Milner a una charla que será el antecedente de las que dictará un año después en el marco del campo freudiano. Me refiero a las que están publicadas bajo el título El amor de la lengua.

 

 
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