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Lacan soñado

por Graciela Avram

Al final de Sueños de una noche de verano –por el mágico capricho de William Shakespeare- los personajes humanos se despiertan restregándose los ojos sin estar seguros de lo que ocurrió. Tienen la impresión de que sucedieron muchas cosas y que esas cosas de alguna manera los mejoraron, pero no saben qué determinó el cambio.

Para muchos pacientes el análisis es parecido a eso; lo cual haría de los analistas una clase de hadas y duendes que se comportan según las leyes de su especie y libran esotéricas batallas de su reino, haciendo que a los pacientes les ocurran cosas extrañas y notables, proponiéndose no causarles daño. Algo así concluye Janet Malcom a partir del testimonio recogido de un analista de Manhattan, en su libro Psicoanálisis: la profesión imposible (1981).
Parecería que, en otro continente, haberse analizado con Lacan puede dejar como saldo lo contrario a no poder decir qué pasó ahí, y el análisis como sueño se manifiesta también como pesadilla y como sueño dentro del sueño.

A través de diversos testimonios (muchos no alcanzaron el “arduo honor de la tipografía”) de quienes tuvieron a Lacan por analista, hay los que despertaron del sueño, los que siguieron soñando y los que se ocuparon de formalizar y transmitir esa experiencia. Y, en cualquier caso, el hilo conductor parecería ser que la incomodidad en la cama con Lacan estaba garantizada y el sueño de sus analizantes se asimilaba más a una expectante vigilia que a un descanso reparador.
Gerard Haddad, en El día que Lacan me adoptó (publicado en París en 2002, en 2006 en castellano), cuenta su análisis. Dice Haddad que el relato de un análisis, el recuento de sus efectos, constituye, después de algunos éxitos de librería y de teatro, un género literario en sí… ¿Acaso no encierra cierto perfume de investigación policial, de novela, de algo picante que puede revelarse?- pregunta Haddad, cuyo testimonio expuesto en este libro es, a mi juicio, uno de los más patológicos” que he leído. Y entiendo “patológico”, en este caso, en todos los sentidos posibles.
Quizá porque no fue él quien dejó a Lacan sino éste quien lo abandonó hacia su propio sueño eterno: la muerte.
El valor particular del relato de Haddad, entro otros, es el de ser un testimonio que revela un singular acento sobre este final. Lacan muere y él lo sigue hasta su tumba, cuando muchos de sus analizantes abandonaron a Lacan antes que él lo hiciera con ellos.
Haddad se describe a sí mismo como un pequeño judío de Tunez, entregado a sus oraciones con fervor religioso e invadido por momentos de pensamiento llenos de blasfemias y ateísmo; lo que más tarde aprendería a llamar neurosis obsesiva. Niño precoz, vivía atormentado por representaciones de contenido homosexual que lo hundían en la vergüenza y amenazaban lo que él llama su identidad sexual.
En 1969, cuando todavía trabajaba como ingeniero agrónomo, Gerard Haddad conoce a Jacques Lacan y comienza con él un análisis. Esta aventura durará once años en el curso de los cuales se operará en él una transformación de la cual trata de dar cuenta a través del relato de sucesivos encuentros con el Gran Hombre. Y no es el único que lo llama así.

Dice en un capítulo titulado “Todos al asilo”: “Cuando fui por primera vez a al número 5 de la calle Lille, en otoño de 1969, Lacan, con casi setenta años, a pesar de su cabellera ya totalmente blanca, no estaba para nada envejecido. Yo estaba impresionado por su energía, su voz aplomada, su modo de caminar. Recibía a sus primero pacientes muy temprano –tuve citas a las 8 de la mañana y no era el primero en llegar- y cerraba su consultorio después de las 8 de la noche. El momento del almuerzo era breve, ya que a partir de la una de la tarde éramos varios sentados en la sala de espera. En cuanto a las vacaciones, con excepción del mes de agosto, de una semana en Navidad y en Pascuas, de algunos días en el mes de febrero, estaba siempre allí, presente en su querido consultorio de la calle Lille. Contrariamente a muchos analistas, su profesión no parecía agotarlo, y quizá el uso de las sesiones breves lo ayudaba a sostener la situación. Semejante modo de vida y de funcionamiento era el testimonio de que, si amaba el dinero, éste, evidentemente, no era su motivación principal.

Más adelante, fui admitido a lo que él llamaba su seminario, aunque, la mayoría de las veces, se reducía a un puro monólogo. Durante una hora y media, parado, con sus cóleras y sus bufonerías, su arte consumado del espectáculo, magnetizaba a su público, el que por nada del mundo hubiera faltado a esa extraña perfomance que habría agotado a más de un joven orador.”
En este punto Haddad es uno más en describir a Lacan como un personaje de vodevil y hasta podría decirse que Lacan en esta dimensión era la respuesta que muchos buscaban cuando iban a verlo; sobre el fondo de lo que Jean Claude Milner en La arrogancia del presente recuerda bajo el título de un artículo publicado en Le Monde el 15 de mayo de 1968: “La France s’ennuie” (Francia se aburre) dos meses antes del histórico Mayo y en el que Lacan hizo su “AGOSTO”.

Haddad hace al final un recuento de sus logros: “Mi vida era mucho más confortable, mis finanzas se equilibraban, y empecé a pagar mis deudas, las que había contraído con los bancos y los pequeños préstamos que me había hecho mi padre”- dice. No sabemos si pagar sus deudas es el resultado de la separación de las deudas que se pagan de las impagables o es la parte por el todo de lo que Porchia aforiza: (para recordar una lectura infantil) “me debes la vida y una caja de fósforos y me quieres devolver la caja de fósforos”.
De todos modos, haya saldado o no las deudas con su padre, Haddad en tanto hijo revela su incurable… ¿o incurado? ¿Habría ido más allá de haber continuado su análisis? Imposible saberlo.

Tampoco se priva del tópico: La decadencia de Lacan. Dice: “Sin embargo, de modo imperceptible, Lacan envejecía, su paso se volvía vacilante, yo escuchaba los profundos suspiros que emitía mientras subía la escalera que lo llevaba al consultorio, pero no me detenía en estas señales, y atribuía estas dificultades a malestares pasajeros o fingidos. Para mí, Lacan era eterno… poco a poco, había que rendirse frente la evidencia. El deterioro fue evidente en su seminario cuando su interés por la teoría de los nudos ocupó lo esencial de su discurso. Éste pronto se transformaría en largos silencios, mientras Lacan daba la espalda a su público, esforzándose en trazar en grandes hojas blancas los entrecruzamientos de líneas, cuyo alcance era difícil comprender. Las cosas se complicaban cada vez más, y el seminario se convertía en un diálogo esotérico con dos jóvenes matemáticos, Michel Soury, que se suicidó poco tiempo antes de la muerte de Lacan, y Thomé.

Pronto llegó el final de las vacaciones. Inmediatamente percibí que la situación había cambiado profundamente. Lacan parecía haber dejado sus últimas energías en su viaje a Caracas. Ya no era cuestión de seminario ni de presentación de enfermos. Sus facultades y su memoria parecían profundamente alteradas. Antes de hacer pasar a cada paciente, Gloria le indicaba el nombre de éste y los honorarios que había que cobrarle –variaban hasta el triple- Se informó a algunos pacientes que ya no podían seguir su análisis con el doctor. Otros, analistas en formación, alumnos según la expresión consagrada, decidieron por su cuenta interrumpir el análisis. No soportaban el deterioro del maestro. “Así que usted me abandona”, dirá Lacan a algunos de sus pacientes.
Había atravesado mi análisis luchando todos los días contra la tentación vana de abandonarlo. En este último período, esta tentación me abandonó. Mi decisión estaba tomada: costara lo que costara, acompañaría hasta el final a mi viejo maestro, al analista que me había enriquecido tanto.

En el mes de julio, Lacan y yo nos despedimos, como siempre, por el período de vacaciones. Nos encontraríamos el primer lunes del mes de setiembre. Ese día a la mañana, recibí una llamada de teléfono de Gloria para informarme que “el doctor estaba enfermo”, que yo llamara durante el fin de semana. Hasta el final, la familia había decidido mantener esta puesta en escena. Pero en la mañana del 10 de septiembre, Jacques Alain Miller me llamó para anunciarme la muerte de Jacques Lacan, mi analista, fallecido el día anterior.”
En el relato de Haddad es notable el torrente de amor y dolor que no se priva de manifestar ante esta muerte; así como el periplo que va desde el encuentro con el cadáver, pasando por la tumba en Guitrancourt, que visita después y el retorno al consultorio vacío de Lacan días más tarde. “Cuan extraño es el psicoanálisis” concluye Haddad. Y como de sueños se trata, termina su testimonio con el primer sueño que tuvo después de su muerte (esto supone que también hubo otros): “Lacan –era la primera vez que soñaba con él desde su muerte- estaba sentado en el borde de la cama grande que se transformaba en un sillón de varias plazas, un mueble impresionante que estaba en el dormitorio de mi casa, muy alto, estilo Luis XV, y que usábamos mi mujer y yo como cama matrimonial. Lacan parecía muy envejecido, y sus pies no llegaban a tocar el suelo. Gruesas lágrimas mojaban sus mejillas. Le preguntaba por la causa de su dolor.

-Es porque no arreglé todos sus problemas -me contestó
Traté de tranquilizarlo, de reafirmarle mi afecto y gratitud.
-Pero arregló unos cuantos.
Entonces Lacan pronunció esta última frase perturbadora.
-Usted es mi hijo adoptivo.”

Queda claro que se trata de lo que Haddad sueña y de su deseo de ser hijo de otro padre, uno más sabio, más grande, más protector, además de la fantástica inversión en la que Lacan es el niño y él lo consuela. Se podría divagar un rato largo con el contenido de este sueño pero, en cualquier caso, es deseable que Haddad haya despertado de él; si esto ocurrió está fuera de nuestro alcance, y de no ser así no sería el único que siguió soñando.
Desde luego hay otros testimonios menos patemáticos como el de François Perrier en su libro Viaje extraordinario por translacania (1985), o el de Guy Godin Lacan, 5 Rue de Lille (1986). También hay testimonios parciales de Colette Soler y Eric Laurent, entre otros en el libro homenaje de 1992 ¿Conoce usted a Lacan? Los hay más lúdicos como el de Pierre Rey, quizá por ser escritor de best sellers y no tener la pretensión de convertirse en psicoanalista, plasmado en su libro Una temporada con Lacan. Los hay mas intelectuales como el de Stuart Schneiderman, psicoanalista en Nueva York, aunque también entusiasmado con la muerte, ya que su libro se titula La muerte de un héroe intelectual y no la vida del mismo. Comenta en el “Prólogo” en 1983: “Lacan vivió durante 80 tumultuosos años e hizo una brillante carrera profesional sobre la base de decir cosas que poco más o menos nadie entendía. Provocó una serie de ásperas polémicas en el ambiente psicoanalítico y en la década de 1960 estos hechos concluyeron con su expulsión de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Privado de reconocimiento profesional y de un escenario a nivel mundial, Lacan se vio limitado al desprecio en París.”

“...En esa época muy pocos se lo tomaban en serio; sólo se trataba de una nueva moda intelectual. Con los años se darían cuenta de su error. La importancia y la influencia de Lacan se fueron profundizando y, en un ambiente en el que abundaban las brillantes figuras intelectuales, su palabra cobró una autoridad sólo reservada para los grandes...”

“Sin duda debo reconocer que estas opiniones son discutibles. En especial porque los escritos de Lacan son de tan difícil acceso que generalmente los lectores apenas si logran captar lo suficiente como para formular sus propios juicios. La responsabilidad por esto le cabe al propio Lacan. Al parecer hizo grandes esfuerzos para impedir que la gente descubriera lo que él tenía para decir. Algunos trataron de justificar tal actitud como recurso didáctico y también se discutió mucho acerca de si esto era en realidad psicoanalítico. Sin embargo, nada nos obliga a seguir a Lacan por el reino de lo abstruso. Si su teoría tiene validez, tenemos que poder formularla con claridad y precisión. Esta es precisamente la tarea que he emprendido.” No sabemos si lo ha logrado, y más bien tendemos a pensar que no; o al menos no han llegado noticias de esto hasta aquí.

Pero más allá de los testimonios y de las conclusiones sobre el final, sobre las razones de un final en cada caso, el psicoanálisis de cada uno es una travesía que en algún punto se detiene. Es un amor que a diferencia de otros, se inicia con la expectativa de que algún día termine. Esto supone dejar atrás la presencia real del analista tanto como lo que se ha “delirado” con ella. Y si bien se puede decir con Schneiderman que lleva tiempo hacer un análisis pero sólo un momento terminarlo; lo que después se hace con ello, ya es otra historia.

Texto presentado el 12 de noviembre de 2012 en el XXV COLOQUIO DESCARTES titulado 30 años sin Lacan. De las grandes figuras a las redes sociales.

 
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