“Jacques Lacan: una política del trazo”
por Liliana Goya
En el discurso analítico, el número de interesados en su elaboración (no en la comprensión de su sentido, ni en su difusión), la producción de un auditorio se relaciona con el producto de la ciencia, donde la cadena de las letras puede ser articulada de manera impecable sin que nadie comprenda nada. De todos modos, no cesa de difundirse, sigue siendo válida y se dirige a todos.
Jacques-Alain Miller.
Cuando pensé en un trabajo que se incluyera en un homenaje a Lacan me dije que era una empresa imposible: cómo dar cuenta, aunque fuera “subjetivamente”, de la enorme importancia de su enseñanza? El modo que hallé de hacerlo fue transmitir cierta experiencia que tuve hace muchos años, a miles de kilómetros de aquí, más precisamente en Japón.
Luego de enviar el título para este trabajo, solicitado “urgentemente”, pensé que había equivocado el término y en vez de política debería haber puesto clínica. Sin embargo, en vez de enviar la corrección, decidí confiar en mi propia equivocación. Juzgarán uds. si fue errado o no.
Vuelvo entonces a esos años de cierta candidez (apenas 2 años después de haber concluido la universidad). Me encontré en ese escenario extraño, escuchando a personas que no comprendía, en esa tierra que era la de mis ancestros. Indudablemente, algo de esa historia personal debía allí encontrar algunas respuestas. Ese escenario de institución psiquiátrica, con tanta infraestructura, tan diferente a los hospicios argentinos, me deparó un encuentro “traumático” con la psicosis.
A pocos meses de estar allí, investigando el modo, (y tratando de entenderlo, claro), de abordaje de las patologías mentales, una tarde, en el piso donde ensayaban un número musical para un evento que se realizaría en el hospital (lo era hábito allí); me encuentro con un paciente que tenía la característica de provocar cierto temor en el personal, sobre todo en las enfermeras. Habiendo yo observado que era un modo de presentarse, tomé por mi parte la actitud de tratarlo con la misma atención que a los demás, ni más ni menos. Cierto extraño extravío en su mirada en ese momento me llamó la atención. De pronto, en ese encuentro frente a frente, él toma mi cuello y comienza a presionar. Cuando pude tranquilizarme (imaginarán mi sorpresa y estupefacción), él me miró, sonrió y se alejó sin decir palabra. A la semana siguiente, mi tutor en la beca me informa (el día del evento mencionado), que el paciente en cuestión había muerto: se había suicidado.
Luego de la primera conmoción, y cumpliendo los rituales habituales en estos casos, me puse a pensar y hablé con mi tutor, preguntándole si él creía haber tenido alguna incidencia en los hechos (por supuesto, no mencioné el término transferencia). Me respondió que sí. Me sorprendí al escuchar el relato: este paciente había estado muy excitado esos días (su diagnóstico era psicosis maníaco-depresiva). Como no paraba de llamarlo a mi tutor (era su psicólogo) durante todo el día, hallándose éste de viaje, ya cansado de sus llamados telefónicos, le dice finalmente: “Tranquilícese, tómese la pastilla, váyase a dormir y mañana hablamos.” A la mañana siguiente le informa la familia de lo ocurrido. Como ya habrán adivinado, el relato es demasiado similar a lo que refiere Lacan en el Seminario 3 acerca de la noche previa a uno de los intentos de suicidio de Schreber y del papel del Dr. Fleshsig en ello como para que haga falta describir más el asunto. Por supuesto, esto no da la clave del suicidio ni puede afirmarse certeramente que lo haya provocado ni mucho menos. Lo que quizá sí sea necesario aclarar es que mi tutor no tenía lecturas de Lacan; sí de Freud. Por lo tanto, me pareció sumamente interesante que él mismo se cuestionara acerca de los efectos posibles de su respuesta al paciente. (Dejo para otra ocasión las disquisiciones acerca de la orientación psiquiátrica imperante en el Japón, de la cual J-A. Miller y E. Laurent debaten acerca de si se trata de una clínica post-heideggeriana y/o una clínica ligada a ciertos modos de carácter.)
Esta primera experiencia de lo que pude pensar como efectos de la respuesta del otro en el sujeto me pareció notable, y quedó en mi recuerdo como la verificación de lo que había leído en Lacan acerca de la sanción del Otro, de la importancia de la palabra como constitutiva del sujeto. Las posteriores experiencias con la psicosis en psiquiátricos de nuestro país me permitieron comparar algunas cuestiones vistas en Okinawa e investigar más acerca de las estructuras clínicas y la importancia de un buen diagnóstico estructural, basado por supuesto en las enseñanzas de Lacan.
Cuando decidí, por sugerencia de Germán García, dedicarme a investigar las razones del interés de Lacan en Oriente, sus referencias al budismo, al zen, a los Upanishads indios, etc., encontré la ocasión de repensar esa experiencia y lo que en mi historia hacía necesario ese entrecruzamiento. Diré entonces que me considero una occidentada al decir de Lacan, esa marca del “accidente” que hizo que naciera en occidente. Esa especie de cabalgadura extraña que hacía que en Japón me sintiera una extranjera y aquí…una “porteña ajaponesada”.
Francois Cheng acompañó, como se sabe, a Lacan en los años ´70 en su interés por la lengua china y su idiosincrasia. Pero ya en 1953 Lacan citaba la lengua china en su seminario sobre la psicosis, cuando habla de la función del tú y del determinativo: “El determinativo acentúa de cierta manera, hace entrar en una clase de significaciones algo que ya tiene su individualidad fonética de significante. Pues bien, el yo es exactamente para Freud una especie de determinativo, mediante el cual algunos de los elementos del sujeto son asociados a una función especial (…), la agresividad, considerada como característica de la relación imaginaria con el otro en la que el yo se constituye por identificaciones sucesivas y superpuestas” (pág.347).
El determinativo, entonces, que se complementa en la lengua china con otros ideogramas para formar una palabra y determinar su significación, será luego sumado, en los ´70, a lo que en japonés se llaman los adjetivos conjugados o declinativos, que pueden funcionar como verbos o adverbios, y que tanto admiraban a Lacan. Es de acuerdo al contexto que una palabra adquiere la significación y así, unido a las leyes de la cortesía, el discurso japonés le permitirá a Lacan repensar la función de la escritura.
En cuanto al tú, decía en 1953: “las lenguas sin flexión (…) disponen en efecto de partículas, que son unos curiosos significantes cuyos empleos, como los de nuestro tú, son singularmente múltiples (…) el tú bajo esta forma puede ser empleado para formular la locución como si, y bajo esta otra forma es empleado para formular sin ambigüedad alguna un cuando, o un si, introductorio de una condicional” (pág.425). Vemos entonces que el conocimiento de Lacan de las lenguas ideogramáticas se remonta al comienzo de su enseñanza, así como la topología, dado que habla de topología subjetiva al referirse a los fenómenos de lenguaje en la psicosis. Y también adelantará la idea de extimidad cuando, en el mismo párrafo, al final del cap.X, hable de “una exterioridad distinta” al referirse a la alucinación y al delirio, y continúe: “Tenemos que concebir aquí al espacio hablante (…) tal que el sujeto no puede prescindir de él sin una transición dramática donde aparecen fenómenos alucinatorios, es decir, donde la realidad misma se presenta como afectada, como significante también”. Para finalizar diciendo que se trata de una “noción topográfica”, que “va en el sentido de la pregunta (…) sobre la diferencia entre la Verwerfung y la Verdrängung en lo tocante a su localización subjetiva” (pag.205)
En el Seminario 10 Lacan se referirá extensamente a la experiencia del arte japonés, donde las diversas representaciones de buda lo remitirán a lo inefable del sexo. Camino a la conceptualización del objeto a, Japón le indicará una senda en la que el vacío, desde la referencia heideggeriana a la vasija, hasta “La función poética china” de Francois Cheng, le marcará la vía. (Recordemos que vía y voz son homófonos en francés). El esfuerzo por pensar la experiencia analítica y la función del analista lo des-vían entonces en un recorrido sinuoso, que culminará, como se sabe, en “Lituraterre” y lo imposible de la escritura de la relación sexual en “Létourdit”.
Ese paso por los ideogramas chinos (seminario 18), por las leyes de la cortesía y el “cielo estrellado”, en el que afirma Lacan, se halla la fuente de la dispersión de las identificaciones del chino, donde el Uno y lo Múltiple, vía el Tao (quizá la más antigua tradición oriental, donde por excelencia es el vacío lo que constituye a las cosas: no hay más substancia que la del vacío y el hombre no tiene otra función más que la de dejar que las cosas sigan su curso, esto indica la vía del no-actuar, le wu-wei), condensan una visión en la que los opuestos no se contradicen, sino que se complementan, por medio del vacío intermedio, esa idea que cierra los encuentros entre Lacan y Cheng cuando afirma que la tradición china le da primacía a la relación entre sujetos (y no sujeto-objeto como en Occidente) dado que allí, en esa relación, lo que media, el vacío permite unirlos pero a la vez no confundirlos. El vacío, cuya importancia en el arte chino, visible sobre todo en la pintura, es insoslayable: no es el espacio pintado, sino el vacío que circula el que da el tono.
Y de los japoneses, se sabe que admiró la caligrafía en los kakemonos, esos rollos donde el arte del trazo permite, según Lacan, percibir algo del cuerpo, del goce allí condensado y que no es asible por el significante. En tanto en el bunraku y en el zen se pone de manifiesto la disyunción entre letra y cuerpo, lo que aliviaría según Eric Laurent al sujeto japonés de la carga de la enunciación, que sí tiene a su cargo el sujeto occidental, que no sabe qué hacer con su división interna y el goce del cuerpo.
Por qué entonces una política del trazo? Si la política del analista lacaniano es su deseo, deseo de analizar, creo que las elucubraciones acerca de la letra, de lo que en el cuerpo es marca de goce y su afirmación de que el único lugar posible desde el que un analista podría operar en el Japón, esto es, ubicarse como caligrafía; me parece interesar también a una operatoria de este lado del Pacífico. Pensar una práctica como ligada al trazo en tanto función de escritura del analista me remite a la difícil tarea de tocar algo de lo real del goce del sujeto vía la voz de la interpretación. No es que el analista deje en el sujeto un “recuerdo” de su paso por el análisis como si fuera un trazo caligráfico, más bien lo entiendo como aquello del goce que pudo desanudarse (si es que esto es posible) por medio de una escritura “de eso que no puede escribirse”. Es una paradoja, seguramente, función imposible, quizá. Puede haber un discurso que no sea del semblante? Todo indicaría que no, y sin embargo es a lo que deberíamos apuntar, según Lacan.
Pasado el fin de siglo, en la era digital, donde la virtualidad de las redes sociales pareciera sustituir y poner otro velo (distinto al velo del goce japonés que indica Laurent?, me pregunto) a la no relación sexual, donde los “mensajitos de texto” infantilizan a los hablantes, cuál es la tarea del psicoanálisis lacaniano? Qué praxis llevamos a cabo? Hacia dónde hemos orientado la práctica en estos 30 años posteriores a la muerte de Lacan? Está orientada hacia lo real del goce o el muro del lenguaje nos hace chocar una y otra vez con la impotencia? Dejo a cada uno la inquietud de interrogárselo, si quiere.
Liliana Goya
12 de noviembre 2011
XXV Coloquio Descartes