Una respuesta de Lacan: espere lo que le gusta
por Myriam Soae
¿Qué esperar de un psicoanálisis? es una de las preguntas que Lacan responde a su interlocutor, J. A. Miller, en su aparición en la televisión francesa a finales de 1973.
“Para - ¿qué me permito esperar?, le devuelvo el argumento, la pregunta, es decir que esta vez la escucho como viniendo de usted…. ¿Cómo podría concernirme si no me dijera qué esperar? ¿Piensa usted a la esperanza como sin objeto? Usted por consiguiente como cualquier otro a quien tratar de usted, es a usted que respondo: espere lo que le gusta. Para que la pregunta de Kant tenga sentido la transformaría en: ¿de dónde espera usted?
Es que usted quisiera saber eso que el discurso analítico puede prometer a usted, puesto que para mí está todo cocinado. El psicoanálisis le permitirá esperar seguramente elucidar el inconciente del que usted es sujeto. Pero todos sabe, que yo no aliento a nadie, nadie cuyo deseo no se haya decidido”1
O sea que no se trata de esperanza, ni de felicidad, ni del bien, sólo de una elucidación que tendrá efectos, de una experiencia de saber llevada al límite de cada uno.
Los que nos decidimos atravesar esta experiencia sabemos que precisamente se trata de una relación revolucionaria con el saber, no sólo por la división y la destitución del sujeto que se produce en un análisis, los otros pilares necesarios para la formación de un analista, el control de su práctica y el esclarecimiento de la episteme de la cual se sustenta, son otras vías de confrontarse con el límite, son esfuerzos de pensamiento – como sostiene Lacan-, aproximaciones, arrimes. Nada más opuesto al discurso universitario del que provenimos.
Entonces: análisis, control y enseñanza configuran una torsión por donde el saber pasa y a la vez se agujerea, relanzando el deseo de encontrarse otra vez con lo que se produce, en el automathón de una clase, del encuentro con el analista o de la regularidad del control, surge una tyché que orienta.
1. La transmisión epistémica
Dejar aprender, rescata G. García de Heidegger para nombrar lo que ocurre en la transmisión. “Para Freud – escribe G. García - había tres tareas imposibles: educar, analizar y gobernar, imposibles, en un sentido lógico, donde algo está excluido. Es decir, existe algo real que limita la transmisión, que la deja a merced del que la recibe. El que aprende tiene que suponer un saber que ignora, el que enseña ignora la relación de cada alumno con el saber” 2
Precisamente la información y la formación académica pueden llegar a proteger al candidato que se acerca al psicoanálisis de su propio rechazo.
Universidad, o sea ahí hay un universo del discurso, en el que el sujeto, de acuerdo a la formalización lacaniana, queda en posición de impotencia respecto del amo. Un discurso que hace unidad, identidad. Que constituye un orden para que “todo se distribuya en compartimentos, en sectores que no habría más que estudiar en forma separada, y cada uno solo tendría para aportar su piedrita a un mosaico cuyos marcos ya estarían lo suficientemente establecidos”3, concepción que extraigo de una conferencia publicada bajo el título Entonces, habrán escuchado a Lacan, donde da cuenta de su decisión de ubicarse en una posición de enseñanza que se caracteriza por una fractura, una ruptura con la política de transmisión impartida. No se trata de reducir a Freud a sus fuentes, si no partir de los efectos de su pensamiento, interrogarlo, desmenuzarlo, realizando una operación de lectura que luego Lacan esperará de sus discípulos. “Aquel que me interroga sabe también leerme” dirá.
Entonces, pueden proliferar los papers universitarios y los títulos pos, pero no es la vía de la adquisición del saber propia de la formación analítica. La educación de los analistas, la ilustración, la elucidación epistémica, el estar a la altura de su época, son caminos que se recorren fuera de un tiempo académico y de la prisa de la evaluación.
Si el conocimiento es transmisión, y en la transmisión se forja una tradición, ¿existe alguna particularidad que distinga la relación maestro – discípulo dentro del campo psicoanalítico? George Steiner (Lecciones de los maestros) se encarga de recoger algunos interrogantes que esta relación despierta que me interesa subrayar, “¿qué es lo que confiere a un hombre o a una mujer el poder para enseñar a otro ser humano? ¿Dónde está la fuente de su autoridad?... ¿cuáles son los principales tipos de respuesta de los educados? ¿Qué significa transmitir? ¿De quién a quién es legítima esta transmisión?... ¿Es la enseñanza, en algún sentido fundamental, un modo de translación, un ejercicio entre líneas? ¿Con qué fines políticos se enseña? 4”
Lecciones a los maestros es un bosquejo de las relaciones de discipulazgo en el transcurso de la historia y de las pasiones que esta dialéctica despierta: amor – odio – deseo de destrucción – deseo de eternidad – veneración – traición – amistad - deseo de continuación, o sea Eros y tánatos, “la fuga de Eros” sostiene G. García.
Los efectos de la historia del psicoanálisis demuestran que no es un campo exento de estás pasiones, precisamente son parte de lo imposible, de lo real en juego. Algunos advertidos saben que hacer con ello.
Hay algo que tienen en común las figuras, los maestros del psicoanálisis, es un genio pero no del estilo de la autoridad sabia, sino de que una sapiencia que orienta, que despierta, un deseo de que ese saber pase de alguna forma y transforme.
Si bien presenciamos las mutaciones actuales en los procesos de aprendizaje por la incorporación de las herramientas tecnológicas que poseemos, a decir de Steiner modificaciones que suponen transformaciones en la conciencia, en los hábitos perceptivos y de expresión, el aprendizaje en psicoanálisis es del orden de una experiencia, una pragmática que no prescinde de la presencia de aquel que se ubica en posición de transmitir.
2. El saber en el control
Los diarios de Élisabeth Geblesco son un testimonio de lo que despierta en ella el encuentro regular con Jacques Lacan para controlar su práctica. Lo interesante de estos escritos es que dan cuenta de como se van transformando, a lo largo de los siete años que duran los encuentros, sus pensamientos, la relación con el psicoanálisis y el amor de transferencia con su maestro. Precisamente son testimonio de los efectos de la torsión de saber, un cruce entre los restos de su análisis, los seminarios a los que asiste y el saber que se decanta de su praxis. La lectura nos permite asistir a esa transformación, ella ya no será la misma al final del recorrido.
“¿Y cómo sucede, durante ese análisis en el cual no hablo de mí sino de otros? – Pregunta Geblesco a Lacan - …¿Por medio de su escucha?...¿Su saber? Pero después de todo, ¿usted qué sabe? Usted piensa y eso no es lo mismo. No vengo ante usted a buscar un saber… corrijo: no es un saber teórico, en todo caso, como el de la universidad, soy yo la que hace referencia a conceptos analíticos, y usted nunca. Usted asiente o niega. Y yo, luego, pienso en ello durante meses y funciona”5
Lo que evidencia el testimonio es la puesta en marcha de un movimiento, el deseo en marcha, un maestro – analista ubicado como agalma, en el lugar del agente (a), produciendo efectos en el sujeto y en la metonimia del saber. Tomando una frase de E. Laurent, en su artículo el buen uso de la supervisión “se trata más bien, de soportar ocupar ese punto extremo que Lacan formula como un despojamiento de todo dominio”6
No es la búsqueda de la garantía de un acto, que sabemos puede hacer retroceder al practicante, ni del reconocimiento de un par, por más que esa ilusión se produzca. Transitar las tensiones que suscita el hecho de dar cuenta de lo que pasa en la conducción de una cura, es encontrarse con el límite de la representación del tipo clínico ya que el caso no se agota en un diagnóstico, es poner en órbita el deseo del analista y apostar al porvenir de una praxis.
3. El saber del inconsciente
Un axioma lacaniano: el inconsciente está estructurado como un lenguaje.
Si Lacan se sirve de la topología y de la lógica es para ilustrar de qué manera la lengua de la cuál proviene el sujeto, lo constituye, fijando modos de goce que configuran su inserción en el mundo. El saber en el análisis, el saber del inconsciente es el despliegue, a través de la insistencia y la repetición de la demanda, de los significantes que fueron marcando un cuerpo, ficcionando realidades, imprimiendo afectos, tallando síntomas.
En el malentendido de la lengua, mediante los tropiezos, fallidos, sueños, relatos, ese saber se recorta, caduca, cae como resto. Un saber ya sabido pero rechazado. Y es en las articulaciones que el sujeto surge y se fuga en el mismo instante. Saber gozado, goce del sujeto.
“El meollo – dirá Lacan en Televisión – ahora consiste en qué ayudará a salir de lo real de la estructura: de aquello que de la lengua no constituye cifra, sino signo a descifrar”7
Así, como la lógica permite circunscribir lo imposible, lo indecible se irá ciñendo en ese movimiento, hasta su hueso.
4. Una elección
La fortuna del encuentro hizo caer en mis manos, a finales de una aletargada carrera de psicología, el artículo de J. A. Miller Ironía que, admito, tuvo en aquel entonces un efecto tranquilizador y de augurio. “Ante el loco, ante el delirante, no olvides que eres, o que fuiste, analizante, y que también tú hablabas de lo que no existe” – escribe Miller como advertencia a los que se acercan a la clínica de la psicosis - o sea todos estamos un poco locos, el asunto es pasar por la experiencia de desembrollar de qué manera la locura de lalengua nos pudo haber afectado.
El encuentro con la ironía y el humor dieron pie a que me acerque al Centro Descartes, ubicado en aquel entonces en la calle Jean Jaures. Luego la precisión, una política de transmisión, el estilo, el espíritu massotiano y un deseo casi palpable de que el psicoanálisis perdure, hicieron el resto para que elija donde orientarme. Puede que sea una cuestión de gusto o una evidencia de que algunos gustos también pueden educarse.
Myriam Soae
12 de noviembre 2011
XXV Coloquio Descartes
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